La taberna estaba llena, bulliciosa como pocas veces. Se acercaba ya el verano, y la gente prefería salir de sus casas, estar en la calle. Apetecía una jarra de algo frío a esas horas, y no era extraño encontrar llenos hasta los bares y locales más escondidos en una noche tan buena como aquella.
Un grupo de amigos, o más bien, compañeros, charlaban reunidos en una mesa. No muy escondidos, no muy a la vista, sabiendo exactamente cómo comportarse para no llamar la atención, una djinn, un humano, un avián y una thorke excepcionalmente bajita compartían lo último que habían visto, oído y vivido alrededor del mundo. A primera vista, no parecían tener mucho en común, pero si mirases más de cerca, descubrirías que todos llevan el mismo broche: circular, dorado, con un laúd blanco sobre pergamino de oro. La insignia del Gremio de Juglares. A pesar del sitio, poco distinguido, y la conversación aparentemente amena, no era una reunión casual. Todos esperaban el momento exacto para cambiar de tema y llegar a lo realmente importante. Momento que, por suerte, llegó pronto, cuando un escándalo callejero hizo salir a la mayoría de clientes del local, para angustia del dueño. Al verse solos, tres miradas se clavaron en la capucha echada de la djinn, que se llevó su copa a los labios.
-Hamada –llamó el humano, intentando encontrar sus ojos bajo la sombra que le cubría el rostro-. Por favor.
Ella dio un trago largo, estirando el silencio, y saboreó el vino que había pedido antes de decidirse a hablar.
-Esa víbora –casi escupió, sobresaltando al avián, que erizó las plumas-. Les tiene engañados. A todos. Creen que tienen un rey, pero lo único que veo yo en el trono es una rata.
-Déjate de poesía y ve al grano. ¿Qué sabes de los rumores? ¿Es cierto lo que dicen? –la thorke hablaba con acento fuerte, marcado, como si no estuviera acostumbrada a la lengua común.
-Nadie lo sabe, muchos sospechan, pocos creen. Sólo podemos esperar. Pero sí hay algo claro. Nuestro “amado” nuevo rey no tiene las manos limpias. La… muerte de Gyargaq no fue un accidente.
-Asesinato –saltó el humano, un chico quizás demasiado joven para el oficio.
-Muy agudo, señor Moore. Pero si me dejara continuar, lo apreciaría- el aludido se encogió en su silla, mientras la djinn volvía a beber-. Creo que tenemos un usurpador. Un fratricida. Y creo que no está solo.
El avián resopló y se echó atrás, apartándose de la mesa para plegar las alas sobre el cuerpo con comodidad, dando a entender que el tema no era de su interés y que no creía nada, aunque seguiría escuchándoles.
-¿Dónde están las pruebas? –el raciocinio de la pequeña thorke se impuso de nuevo, junto con su carácter-. No azuzaré a la gente ni difundiré acusaciones sin confirmar entre los míos. Thork’Kna Shai no intervendrá en una guerra civil, y dudo que a los enanos les duela mucho que haya menos hombres-dragón con el ojo puesto en sus fronteras.
-¿Y si no fuera civil? –cortó de nuevo el chico, con un codo apoyado sobre la mesa-. ¿Y si el nuevo Thalos quisiera algo más, si hubiera algo ahí que no podemos ver? No sé si podemos arriesgarnos a algo así, Snip. A mí me suena a peligro.
La aludida sacudió la cabeza y se cruzó de brazos, pero Hamada parecía complacida.
-El nuevo tiene razón. Sé que muchos no querrán involucrarse de primeras en un supuesto conflicto que no es suyo. Pero si ocurre algo realmente, si hay alianzas encubiertas, las consecuencias podrían ser…
Antes de que acabase la frase, gran parte de los clientes que habían salido por el barullo volvieron a entrar, en parte atosigados por el dueño que, escoba en mano, les recordaba que no habían pagado aún. La chica djinn guardó silencio inmediatamente, volviendo a prestar atención a su comida, y poco después le siguieron los demás. Pero en la mente del chico resonaba una palabra, aquella que había quedado guardada.
"Catastróficas."