AITANA PONES 2: La tumba del norte [aventura][horror][cap16]

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Mensaje por Volgrand » 14 Ago 2015, 18:03

Capítulo 13: Los arqueólogos (parte 2)
Spoiler:
Un rápido galopar se escuchó a través del bosque Everfree; la responsable del mismo, una inquieta potrilla de pelaje amarillo y crines rojas adornadas por un lazo, se detuvo entre varios árboles, mirando alrededor con el miedo en el rostro.

—Oh no.... ¡oh, no, no, no, no! ¡Estaba aquí, no puede haber desaparecido!

Escogiendo la dirección que le pareció correcta, la cual no distaba mucho de haber escogido al azar, empezó a galopar entre los árboles desesperada por encontrar una senda. Llevaba mucho rato perdida, y apenas podía ver el sol a través del follaje. Se volvió a detener en un pequeño claro, pero esta vez no pudo reconocer nada alrededor.

—¡No, no, no, no!

Finalmente, asumiendo que estaba irremediablemente perdida, Applebloom hizo lo único que podía hacer una potrilla en su situación.

—¡¿HOLA?! ¡¿ME OYE ALGUIEN?! ¡Applejack, Zecora! ¿Alguien?

Tras unos segundos de silencio no hubo respuesta alguna a sus gritos. La pequeña empezó a desesperarse, notando cómo la luz empezaba a morir, ¿pero cuánto tiempo había pasado en el bosque? ¡No debería haber entrado en el bosque por la tarde, no quería pasar la noche ahí! El silencio la rodeó completamente, amenazador y terrible, como si algo se preparara para atacarla.

Crack.

Hubo un crujido muy cercano a ella. Applebloom dio un salto, gritó en el aire, y galopó a toda velocidad hacia un arbusto cercano, bajo el que se escondió, temblorosa. Nuevamente el silencio se hizo presente, y la pobre potra tuvo hasta miedo de respirar demasiado fuerte. ¿Qué había ahí fuera? ¿Sería un lobo de madera, un oso lunar? ¡O quizá el SlenderPony! Durant unos instantes solo pudo escuchar el martilleo de su corazón en el pecho... hasta que algo apartó el matorral, descubriendo frente a ella dos brillantes ojos turquesa.

—¡BU!
—¡¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAGH!!

Applebloom retrocedió tan rápido como pudo pero, al instante, reconoció la piel y crin con un característico patrón a raya, y los enormes aros dorados que adornaban las orejas de una buena amiga.

—¡Zecora! —gritó la pequeña, aterrorizada y ofendida. La cebra rió ligeramente antes de responder.
—Espero que me puedas perdonar, pequeña Applebloom. Pero no pude evitar hacerte “bú”.

Ya mas tranquila, aunque el corazón aún le golpeaba el pecho a toda velocidad, la pequeña Apple salió del arbusto.

—Iba a verte porque las CMC y yo queríamos ver si estabas en casa para venir a conseguir nuestras cutie marks como... ¡Exploradoras del bosque! ¿Qué, estarás en casa, estarás, estarás, estarás...?

La cebra rió ante el entusiasmo de la pequeña potra antes de hablar con su habitual tono de voz calmado y cantarín.

—Un honor sería para mi contar con la presencia de vosotras tres, pero me temo que el mejor momento este no es.
—¿Qué ocurre, Zecora?
—El bosque está alterado, como si algo lo hubiera atacado. Se está defendiendo y, para eso, sus caminos ha cerrado.
—¡Ah, por eso no pude encontrar la senda! —Zecora asintió a la conclusión de la pequeña— ¿Pero de qué se está defendiendo? ¿Es un monstruo?
—Lo que tu llamas monstruo es un animal poco comprendido. El bosque esconde muchos misterios, nada que ver con un ser enfurecido.
—¿Entonces, qué es?

Casi sin que la pequeña se diera cuenta, ambas se habían puesto a caminar entre los árboles, sin seguir ninguna senda aparente. La cebra encontraba su propio camino a la perfección, lanzando pequeñas miradas a su alrededor para ver señales que la ayudaran a orientarse: la dirección en la que crecía el musgo, la inclinación de los árboles, el viento...

—Lo desconozco, sinceramente. Lo que sí sé, mi pequeña amiga, es que adentrarse hoy en el bosque es algo propio de un demente.
—Eh... pero... —Applebloom dudó, tomando eso como una regañina—. ¡Pero yo no lo sabía!
—En eso tienes razón, y por eso te pido que regreses y de que nadie se acerque al bosque por hoy informes.
—¿Pero cómo voy a ir si estoy perdid...?

Antes de que acabara la queja, el bosque dio lugar a una explanada; frente a ella los árboles se abrían en un gran claro, al final del cual pudo ver el puente de entrada a Ponyville.

—¿Qué? ¿Pero cómo? ¡Si he estado perdida durante horas!
—Solo durante una hora, y dando vueltas como una peonza. Es fácil en el bosque, además, encontrar a una potra chillona —rió Zecora.
—¡Pero...!
—Ve y haz lo que he dicho.

Applebloom se giró para encontrar que su amiga se había dado la vuelta y estaba desapareciendo entre los árboles. Enfadada, hinchó los carrillos, ¡ella quería ver al monstruo! Pero acabó yendo a informar primero a su familia de lo que decía Zecora. Después de todo, no quería que nadie se pusiera en peligro por accidente.

Mientras tanto, Zecora se dirigió a lo profundo del bosque Everfree, siendo pronto engullida por el laberinto de vegetación que conformaba la zona más salvaje del mismo. A medida que avanzaba, la sensación de amenaza y temor que la había invadido a primera hora aquella mañana regresó. El bosque estaba inquieto; una ardilla, temerosa, se asomó de su madriguera, vigilando alrededor antes de volver con sus crías; el follaje de los árboles era más espeso de lo habitual, creando un clima claustrofóbico y aterrador, y varios lugares donde Zecora sabía que solía haber senderos estaban sellados por los arbustos.

Escuchó el crujir de unas ramas cerca de ella; sin temor observó el lugar para ver a un lobo de madera. El enorme y antinatural depredador clavó sus brillantes ojos en la cebra y, tras olisquearla en la distancia, se giró y siguió vigilando. Zecora observó que la criatura mostraba la actitud de un guardián de la manada, pero esta no estaba cerca; el lobo de madera estaba guardando esa sección del bosque.

La cebra cerró los ojos y caminó a ciegas, buscando qué era lo que el Everfree estaba protegiendo. La sensación de inquietud que copaba la atmósfera del bosque era constante pero, tras moverse en una dirección concreta, notó que esta aumentaba. Sabiendo que la fuente del peligro estaba hacia allí, Zecora se dirigió trotando hacia la misma. No tardó en darse cuenta de que se estaba aproximando al castillo abandonado de las hermanas alicornio.

Gritos.

A mucha distancia se escucharon unos gritos que parecían ponis; estos se intercalaron con el rugir de varias criaturas, a cada cual más grande que la anterior.

Fuego.

Grandes resplandores rojizos iluminaron una gran zona del bosque; Zecora galopó hacia el combate, quizá se trataba de un grupo de viajeros perdidos que habían provocado al Everfree sin querer. El sonido del combate duró un par de minutos más, haciéndose más fuerte a cada paso que daba la cebra, hasta que se llegó al claro que daba acceso al antiguo castillo de Nightmare Moon... y observó que el combate había acabado.

No se trataba de viajeros.

Los cuerpos de varios animales se hallaban desperdigados por la zona, entre los cadáveres de media docena de ponis; un oso lunar, gigantesco, resoplaba por el esfuerzo, y su oscura piel perlada con estrellas tenía varias quemaduras recientes. Había también restos de algunos lobos de madera en el suelo, destrozados por una poderosa magia; a Zecora le llamó la atención que uno de estos seres se había marchitado, pareciendo su cadáver una ancestral acumulación de troncos marchitos y desecados.

La sensación de inquietud, en esa zona, se convirtió en un mar de terror antinatural bien conocido para la chamán. El enorme oso gruñó hacia ella, pero la cebra no se inquietó: entonando un gutural cántico en su lengua natal, sacó un bote de sus alforjas y se acercó poco a poco al oso lunar. Este pareció dudar al principio pero, al poco, el extraño cantar pareció infundir algún tipo de entendimiento en la gigantesca criatura, la cual no solo permitió a Zecora acercarse, sino que incluso se agachó y le mostró la zona de su pelaje quemada por el fuego antinatural. La cebra, sin dejar de canturrear en ningún momento, aplicó el ungüento del bote en las heridas del oso. Un ligerísimo gruñido, casi como una exhalación, indicó cómo el producto estaba calmando el dolor del gran animal.

Cuan hubo terminado el tratamiento, Zecora caminó entre los cadáveres de los ponis, estudiándolos con detenimiento. No conocía a ninguno de los mismos. Había tanto unicornios como ponis de tierra; algunos habían caído bajo las mandíbulas de los lobos de madera, la gran mayoría bajo las garras del oso lunar. La chamán se agachó sobre uno de los cuerpos, posando su casco delantero en el mismo y cerrando los ojos. Un instante después se levantó de nuevo, suspirando para sí misma.

—¿Qué te pudieron ofrecer para que tu alma decidieras vender?

Mientras Zecora repetía el mismo proceso en cada cuerpo, unas enormes criaturas surgieron de las sombras del Everfree. Parecidos a un gran lobo, sus pelajes eran marrones o completamente negros, con unos ojos salvajes que brillaban en la oscuridad; sus mandíbulas, inconcediblemente grandes, mostraban dos hileras de colmillos afilados como dagas, y sus patas delanteras acababan en cuatro enormes garras. Los Worgs, lobos de las sombras y los bosques, aparecieron uno a uno, mirando durante un instante a Zecora antes de enfocar sus miradas hacia el castillo, pero no se atrevieron a adentrarse en él. El poder de su antigua propietaria, la misma Nightmare Moon, todavía rivalizaba con el dominio del bosque sobre la zona, y la mayoría de animales no osaban adentrarse en el ancestral edificio.

Zecora se situó en el centro del claro, mientras que el lobo más grande, el macho alfa, la observaba en silencio. Ahí, la cebra se alzó sobre sus patas traseras, extendió las delanteras a ambos lados de su cuerpo, y cerró los ojos, emitiendo un grave sonido constante desde su garganta. Dejó que el mismo invadiera sus sentidos uno a uno: Primero su oído acalló los ruidos del bosque y los animales que la rodeaban; después su cuerpo dejó de sentir el viento y la tierra bajo sus cascos traseros. Lo más complejo del arte de la meditación era el último movimiento: lograr silenciar los instintos más primarios de un ser vivo. Poco a poco dejó de sentir en su hocico el olor de la sangre, el fuego y la muerte; el sentido primordial que le gritaba que se alejara de esa zona, lentamente, fue silenciado, hasta que una oscuridad y quietud totales invadieron la mente de la chamán cebra.

Finalmente, Zecora abrió los ojos al mundo espiritual.

Los espíritus elementales que poblaban el bosque, los mismos responsables de su inestable clima, circulaban por las corrientes salvajes que ellos mismos provocaban con su danza. Espíritus del viento, del agua, de los árboles y las rocas... todos ellos se enlazaban en una aparentemente caótica danza, pero que trasmitía armonía, naturaleza y equilibrio. El bosque Everfree era de los pocos lugares realmente salvajes que quedaban en Equestria, uno de los pocos que se había resistido al artificial orden y paz que caracterizaba la magia de los ponis. Los habitantes de Equestria eran criaturas... interesantes, a ojos de Zecora. Pacíficos y amistosos, animales de manada que confiaban fácilmente en otras criaturas. Y, sin embargo, en ocasiones tan recelosos que huían de lo desconocido, como le ocurrió a ella cuando llegó a las cercanías de Ponyville.

Los conceptos de la vida y la muerte, que tan olvidados tenían los ponis, copaban ese lugar. Los espíritus de los árboles y la tierra se arremolinaban en torno a los animales y plantas muertos, que pronto darían riqueza y nutrientes al lecho del bosque; el viento, movido por los elementales del mismo, transportaba el polen y los olores que los cazadores usaban para localizar a sus presas, estas para evitar ser devoradas, y todos los animales para encontrar pareja en la época de celo.

Con sus ojos espirituales fue siguiendo la danza de varios elementales del aire que parecían dirigirse hacia el castillo de Nightmare Moon... pero se detuvieron abruptamente, cambiando de dirección en el último instante.

No necesitó preguntarse demasiado tiempo qué estaba ocurriendo: Los espíritus que poblaban la zona se agitaron inquietos durante unos instantes, y Zecora sintió una sensación de calor y peligro atacar su propia alma. El castillo abandonado se distorsionó ante sus ojos espirituales, y pronto sintió la presencia de un poder terrible e inmensamente poderoso surgiendo del interior de la antigua construcción.

Alguien estaba abriendo una ventana al Tártaro. Zecora cerró los ojos y, en un instante, todos sus sentidos volvieron al mundo físico.

Toda la zona era una vorágine de magia demoníaca: los lobos se sobrecogieron y retrocedieron, levantando los belfos y gruñendo; el oso hizo lo mismo, mirando alrededor con miedo; los árboles se agitaron cuando cientos de pequeños animales abandonaron sus refugios y corrieron alejándose de la zona. Hacía muchos años que Zecora no presenciaba algo así, y dudaba de que jamás hubiera ocurrido antes dentro de los límites del bosque Everfree.

La chamán no perdió un instante: Rebuscó en sus alforjas de las cuales sacó un pergamino de color rojo, lo desenrolló y escribió una rápida nota antes de volver a guardarlo. Y, a continuación, avanzó unos pasos hacia el origen del portal.

Pero ella no fue la única en hacerlo.

El viento empezó a soplar con fuerza, y los animales dejaron de retroceder; el terror que había activado sus instintos de supervivencia abandonó sus espíritus. El gran oso lunar y los Worgs estudiaron los alrededores, buscando una presa en vez del peligro. Hubo un violento sonido de galope cuando varios lobos de madera aparecieron en la zona, rugiendo hacia un enemigo que todavía no podían ver.

El oso lunar fue el primero en seguir a Zecora, dirigiéndose al precipicio que separaba el castillo del resto del bosque. Siendo demasiado grande para atravesar el diminuto puente, simplemente descendió a las profundidades de la grieta para, después, escalar por el otro lado. Zecora empezó a atravesar la tambaleante construcción de madera, notando la presencia de la magia prohibida con más fuerza a cada paso. Los Worgs y los Lobos de madera siguieron los pasos de la chamán cebra a través del puente, desplegándose alrededor del castillo y entrando a través de puertas, ventanas y aperturas que el tiempo había abierto en los gruesos muros.

El viento se incrementó, y las nubes salvajes se acumularon sobre la ancestral construcción. El bosque Everfree aulló contra aquellos que se habían atrevido a traer al Tártaro a sus dominios.

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El sol empezó a ocultarse sobre una inmensa selva; el irregular terreno, con montañas que sobresalían de la frondosa composición de la misma, creaba la sensación de que se trataba de un mar verde de olas congeladas que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Los ruidos de los animales sonaban por doquier, pero pocos ponis civilizados se habrían aventurado en una zona tan salvaje y alejada del centro de Equestria.

Cerca a un pequeño lago, sobre varios árboles y sostenida con una ingeniosa y caótica mezcla de lianas, maderas, trozos de tela y refuerzos de metal, se encontraba una pequeña cabaña. Y, de la misma, surgía el continuo rugir de un animal moribundo.

El interior era pobre, escueto y funcional: un rincón donde guardar reservas de comida y agua, otro donde almacenar objetos varios, bastantes libros, telas, ropa, mapas... y mucho desorden. Un visitante avispado no habría tardado en seguir el extraño sonido hasta una hamaca sostenida entre dos paredes, y tampoco habría tardado en ver que el supuesto animal moribundo no era otra cosa que una yegua babeante y roncante. De pelaje amarillo, portaba un chaleco y un salacot que le tapaba la cara, protegiéndola de la luz, bajo el cual sobresalía una larga y característica cabellero que se asemejaba a un arcoíris en blanco y negro.

La joven yegua parecía bien adaptada a los sonidos de la selva, ya que ninguno parecía molestarla: ni los gritos de los monos aullantes, ni los cánticos de los pájaros carnívoros que volaban cerca de la cabaña, ni los gruñidos del tigre selvático. Pero hay sonidos que, automáticamente son capaces de poner en alerta al poni más aguerrido.

—¡¡DARING DO!!

La yegua se levantó de golpe, haciendo saltar a su sombrero que, trazando una parábola extrañamente perfecta, cayó en la posición exacta sobre su cabeza. La crin negra y gris se sacudió a un lado y al otro, cuando su propietaria buscó la amenaza. Conocía demasiado bien esa voz. Después desplegó sus alas y se dirigió a una ventana en un corto vuelo.

—¿Qué te pasa...? ¡Woah!

Nada más asomarse vio una inconfundible mano con pelaje azulado dirigirse hacia ella; se agachó rápidamente, esquivándola y evitando ser atrapada. La intrépida exploradora, famosa por sus novelas -de las que muy pocos conocían realmente su veracidad- no perdió un instante en volar a toda velocidad y dirigirse a una frágil pared cercana. En el último instante plegó sus alas y cargó con las patas traseras por delante; la madera crujió y cedió ante el súbito impacto, y Daring Do sintió el gratificante contacto de pelaje, piel y músculo bajo sus cascos traseros. Ahuizotl perdió el agarré y cayó varios metros, antes de encontrar una rama del inmenso árbol con la que detener su caída, desde donde miró con rabia a su enemiga.

—¡Vamos, Ahuizotl! ¿Acaso he ido yo a despertarte de la siesta? Estos no son modales.
—Maldita Daring Do, ¡aunque te hagas la inocente de nada servirá! ¡Sé que lo tienes tú!
—¿Pero de qué hablas?
—¡No mientas, sé que me has robado el Gran Bastón de los Aydara! ¡Lo tenía todo listo para el ritual y TÚ me lo robaste!
—¿Cómo, que ya lo habías encontrado? ¡¿Cómo es que no me lo habías dicho?!
—¡¡PORQUE TÚ ME LO ROBASTE ANTES!!
—¡Que yo no te he robado nada! ¡Estaba durmiendo!
—¡No importa lo que digas, recuperaré el bastón! ¡APRESADLA!

Varios ponis salvajes, enormes y armados con lanzas, entraron en la cabaña. Daring Do echó a volar en dirección contraria, saltando por la ventana y dirigiéndose a la selva; más salvajes la esperaban ahí, preparados para lanzar sus jabalinas. La exploradora hizo un picado sobre el poni más cercano, cayendo con las cuatro patas sobre su cabeza y desequilibrándolo; el resto de ponis no lanzaron sus armas, temerosos de herir a su compañero, momento que Daring Do aprovechó para perderse entre los árboles.

—¡No escaparás, Daring Do! ¡A por ella, mis pequeños!

Mientras alternaba rápidos vuelos y un galope zigzagueante a través de la selva, Daring Do escuchó a su espalda el rugir de varios enormes felinos, coreados por el bufido de un adorable gatito blanco. Maldito gatito, de todos sus hermanos era sin duda el peor. Pero lo más inquietante de todo esto no era que Ahuizotl hubiera encontrado el bastón de los Ay-dara, o que ahora estuviera intentando matarla (otra vez).

Lo realmente inquietante, lo que verdaderamente preocupaba a Daring Do, era que ella no había robado ese objeto milenario. Y, por más que ella siempre lograra desbaratar los planes del gran simio azul, lo cierto es que este no era un rival a subestimar.

Tras unos minutos de huida se detuvo tras un gran árbol, jadeando, escuchando atentamente por si alguien la seguía.

—Al final... —jadeó— el profesor va a tener razón. Tengo que...

Una lanza pasó volando a escasos centímetros de su cara, clavándolse violentamente contra un árbol cercano.

—¡Ahuizotl, no me digas que aún estás resentido porque no te dí el anillo!
—¡ATRAPADLA! —gritó Auithzothl, señalándola y guiando a sus enormes felinos a darle caza.

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—Hay algo que no entiendo —dijo Hope Spell, todavía en pie frente a la familia Pones.
—Pregunta.
—Si solo sois cinco, ¿cómo podéis mantener el orden? ¿Cómo lográis combatir a los nigromantes, demonologistas y demás?
—Ellos tampoco son demasiados, Hope —respondió Aitana.
—Pero, si no me equivoco, cualquier mago mediocre puede volverse inmensamente poderoso usando la nigromancia, o haciendo un pacto con demonios. Podría haber decenas de practicantes de las artes prohibidas en Equestria, ahora mismo. No me creo que podáis con todos ellos.
—No le falta razón, señor Spell.

El profesor caminó con su silla de ruedas hasta situarse en el centro de la sala.

—Es cierto que una criatura puede volverse muy poderosa muy rápido haciendo un pacto con el Tártaro, por ejemplo. Sin embargo este poder es una mera ilusión, y si se conocen las técnicas adecuadas, no son rival para un cazador de demonios. Aitana misma, siendo una poni de tierra, ha acabado con muchísimos magos negros y nigromantes, y ha devuelto al Tártaro a cientos de demonios.
—El auténtico problema no son los idiotas que descubren las artes prohibidas —añadió Aitana —, sino aquellos que han estado toda una vida entrenando en las mismas. Lo que tú viste en Cérvidas no era más que un ejército no-muerto reunido por unos cuantos nigromantes mediocres.
—¿Que un ejército capaz de sitiar la capital de Cérvidas es algo “mediocre” para ti? —exclamó Hope, perplejo —. ¿A qué llamas tú un nigromante competente?
—Por ejemplo, a las plagas de Egiptrot.

Hope conocía bien la historia mitológica: un faraón condenó a un gran mago a morir, junto a todos sus familiares y discípulos, por haber usado magia nigromántica para destruir a un ejercito enemigo. El mago juró que por cada ejecución, cientos de ciudadanos morirían a su vez. La amenaza fue ignorada, y así se desataron las plagas de Egiptrot: La plaga de langostas que devoraron los campos de cultivos, la peste que acabó con todos los trabajadores, la noche en que un hechizo mató a todos los primogénitos de las familias nobles, la lluvia de sangre y, finalmente, el alzamiento de los muertos que arrasó el reino.

—Eso es mitología, Aitana.
—¿Recuerdas lo que te conté en el barco, sobre La Gran Purga y El Olvido que instauró Celestia? La verdadera historia de Egiptrot se ocultó y se convirtió en un mito. Lo cierto es que todas esas plagas las hizo un único nigromante con un poder jamás visto.
—Eso... no es posible.

Aitana y su padre fijaron durante un instante la vista en la brújula rota que colgaba del perchero de la casa, junto al chaleco de la yegua marrón.

—Hijo, créeme, lo hemos comprobado en persona. Ocurrió así.

Hope tomó su vaso con magia para beber un poco más, pero luego recordó que estaba envenenado, y lo volvió a dejar. Viendo el gesto, Aitana se levantó y sacó tres nuevos vasos y una botella de sidra que abrió frente a Hope.

—Pero entonces, ¿cómo hacéis lo que hacéis? ¿Les plantáis batalla abiertamente?
—La verdad es que pocas veces —explicó Aitana —. Últimamente todo ha estado muy animado, pero casi todas mis expediciones han sido investigaciones que han concluido antes de que llegara a haber problemas de verdad. Lo que ocurrió en los Reinos Lobo ha sido el primer alzamiento real de un gran demonologista en siglos. Y, ahora mismo, la Hermandad de la Sombra nos lleva ventaja.

—Los magos oscuros, especialmente los demonologistas, actúan a través de cultos menores —añadió el profesor —. Cuando un gran demonologista hace movimientos es a través de otros ponis que creen estar en control de la situación, cuando en realidad están sirviendo a un mago más poderoso sin saberlo.
>>Su objetivo siempre es otorgar poder a algún señor de Tártaro para así obtener sus favores; en otras ocasiones intentan ganar poder ellos mismos para intentar dominar a algún demonio. Nosotros detectamos estos cultos menores, los perseguimos y acabamos con ellos en silencio antes de que lleguen a ser un verdadero problema. Después seguimos las pistas que estos dejan hasta el cultista principal que ha organizado toda la trama.

—Luego están los nigromantes, esos son fáciles de localizar, las señales de su presencia son muy características y no saben esconderse. Los realmente complicados son los putos magos negros, no es nada fácil dar con ellos.

—Usted, señor Spell, —continuó el profesor— entiende nuestro trabajo como un batalla, y no se puede estar más equivocado. Esto es un juego de ajedrez y poder en las sombras: al igual que ellos tienen sus cultos menores, nosotros tenemos informadores, ayudantes, y contactos en toda Equestria y fuera de esta. Un movimiento en falso por nuestra parte puede suponer nuestra destrucción, y el triunfo de los servidores del Tártaro.

Hope Spell se volvió a sentar, con el vaso de fría sidra frente a él. Sabía que pronto tendría que escoger, ¿unirse a los Arqueólogos y perder a su familia, o ignorarlo todo para permanecer con ella? Quería a sus hermanas, las amaba como a nada en el mundo, ¿cómo podía desprenderse de ellas? Quizá... quizá pudiera pensar otra solución. Quizá....

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Un bólido de color cian atravesó PonyVille a toda velocidad, sorteando edificios con una agilidad impresionante, dejando tras de sí una estela con todos los colores del arcoíris. El cielo se estaba cubriendo rápidamente con densas nubes grises, y los truenos se dejaban escuchar.

—¡Todos los ponis, escuchad! —gritó Rainbow Dash. El viento creciente revolvió su melena multicolor en torno a su rostro—. ¡Se acerca una gran tormenta, tenéis que volver a casa ya!
—¡Rainbow Dash! —exclamó la alcaldesa llamada Alcaldesa*—. ¿Qué significa esto? ¡No había ninguna tormenta planificada para este mes!

A medida que más habitantes del pueblo se reunían en torno a la yegua azul, muchas voces se unieron a la pregunta de la alcaldesa. Rainbow se giró hacia varios antes de llevarse una pezuña a la cara. “'Busca una promoción en el equipo meteorológico', dijeron. 'Será divertido', dijeron.” Era en esos momentos, cuando tenía que dirigirse a un pueblo exigiéndole explicaciones, cuando la pegaso deportista detestaba los bits extra que le daba esa promoción. Con la potencia de unos pulmones entrenados durante toda una vida de atletismo y vuelo, Rainbow cogió aire y berreó:

—¡¡BUENO, YA VALE!! —el griterío a su alrededor murió de golpe—. Esta es una tormenta del Everfree, ¿entendéis? ¡Es una tormenta salvaje y no podemos controlarla! Ya hemos ido a investigar y es muy violenta, ¡así que mejor que os escondáis!

Hubo un momento de silencio que dejó escuchar mejor el aullar del viento a través de los edificios del pueblo. Entre la multitud Rainbow, por fin, pudo ver la cara de una unicornio lila que conocía muy bien.

—Rainbow, ¿cómo de peligrosa es la tormenta? ¿Basta con que nos quedemos en casa?

Súbitamente, la aludida sintió un inmenso resplandor a su espalda, seguido inmediatamente de la onda de choque y la explosión de un rayo que había caído en el bosque, demasiado cerca del linde del pueblo. La pegaso hizo un gran esfuerzo mental por no parecer inmutada en absoluto: era un momento demasiado épico como para estropearlo pareciendo asustada. Guardando la compostura con terquedad, la orgullosa pegaso miró a la multitud y arqueó una ceja.

Ese simple gesto transmitió sin palabras lo peligrosa que era esa tormenta.

—Bueno, ciudadanos, ya habéis oído: id todos a casa y cerrad puertas y ventanas —ordenó la alcaldesa con inquieta tranquilidad.
—¡Mejor quedáos en el sótano! —añadió Twilight—. Si no tenéis id a casa de algún amigo, o venid a Golden Oaks, Spike y yo tenemos sitio de sobra.
—¡Yo voy a avisar a Applejack! —gritó Rainbow antes de salir volando hacia la granja a toda velocidad.

Poco a poco, los ponis abandonaron las calles, siguiendo las recomendaciones de la jefa del equipo meteorológico. Sobre el bosque Everfree, la creciente tormenta rugía. Twilight, mientras acompañaba a un pequeño grupo de ponis hacia Golden Oaks, se detuvo durante un instante, mirando a la misma.

Notó que el corazón se le disparaba, sintiendo en su conciencia el resquemor de un temor que jamás había experimentado. Se concentró, haciendo que su cuerno brillara ligeramente, y no tardó en sentir una corriente de magia surgiendo del bosque. Una magia que le inspiraba... sentimientos parecidos a la magia oscura que había tenido que usar en el Imperio de Cristal para desvelar los planes de Sombra. ¿Qué podía estar causando...?

—¡Twilight Sparkle! ¿Estás bien?

Dejó de mirar a la tormenta ante la pregunta de la señora Cake. La yegua llevaba a sus dos potrillos en sendas alforjas a la espalda. Pudo ver a su marido en el Sugarcube Corner, clavando tablas en las ventanas.

—Sí... sí señora Cake, estoy bien. ¿Su casa cuenta con sótano? —la madre negó, y Twilight sonrió tranquilizadoramente —. Entonces vamos a la mía.
—¡Oh, querida! ¿Cómo puedo agradecértelo?

Los dos gemelos cake parecían divertidos por el viento que hacía volar las crines de su madre, despeinándola. Twilight rió sinceramente.

—Es un placer, no tiene que hacer nada. Aunque sé que Spike será muy feliz si le reserva un pastel de gemás en la próxima hornada.
—Oh, el pequeño siempre tiene uno reservado, ya lo sabes. Pero en la siguiente me aseguraré de ponerle un rubí extra-grande.

Trotaron hacia la biblioteca de Ponyville y, nada más llegar, Twilight se detuvo boquiabierta. Todas las ventanas habían sido selladas con maderas, pero eso no parecía un trabajo apresurado: Estaban todas bien alineadas, sin dejar un resquicio. Varios ponis estaban entrando, dirigidos por Spike. El pequeño dragón vio a Twilight y la llamó en la distancia.

—¡Spike! ¿Pero cómo has hecho todo esto? —preguntó Twilight al acercarse, sorprendida —. ¡Acaban de avisar de la tormenta!
—Si no he sido y, ha sido...

Completando la respuesta de Spike, una poni rosa apareció súbitamente entre este y Twilight, hablando a toda velocidad.

—¡Hola Twilight! Estaba esta mañana preparando pasteles cuando sentí a mi Pinkie-Sentido, pero este era raro. Porque fue temblor de pelo, pelo lacio, pelo afro, pelo lacio, cosquilleto de pata y orejas aleteantes, ¡tres veces! Pero claro, eso me pasa cuando me voy a mojar por sorpresa, ¡pero no había tanta agua cerca! Entonces fui a preguntar a un Clear Skies, ya sabes la pegaso del equipo meteorológico, y me dijo que no iba a llover. Y yo dije, “uy qué raro”, pero entonces quise ir a ver a Zecora, ¡pero el bosque no me dejó pasar! ¿Te lo puedes creer? Porque entonces...

—Pinkie, un bosque es un bosque —objetó Twilight —. ¡No puede decidir no dejarte pasar!

—Bueno, ¡dah! Es un bosque mágico, y había lobos de madera que querían jugar al pilla pilla. ¡Porque no querían dejarme pasar! ¡Si yo siempre he sido buena con el bosque, siempre recojo los papeles de los caramelos cuando paseo por él! Y entonces volví a sentir al pinkie sentido, pero esta vez era aleteo de orejas, patitas tensas, salto salvaje y cosquilleo de nariz. ¡Y entonces vi que iba a haber una tormenta en el bosque, una muy mala! Así que volví al pueblo para avisar, pero pensé “ese es trabajo de Rainbow Dash, mejor le dejo a ella” y decidí venir a tu casa a tapiar las ventanas. ¡Porque esta noche podríamos hacer una GRAAAAAAN pijamada! ¿Qué te parece?

Twilight, Spike y la señora Cake miraban a la poni rosa murmurando “Eh...” y sin saber qué decir ante tal despliegue de verborrea. Pinkie sacudió su esponjosa cola y de ella salió una enorme gema roja que le pasó a la señora Cake.

—Tenga señora Cake, para el pastel de Spike.

Mientras la poni rosa se metía en la biblioteca, las dos ponis y el dragón se miraron mutuamente antes de exclamar a la vez:

—¡Es Pinkie Pie!

Twilight fue la primera en entrar y, en cuanto lo hizo, tuvo que hacer un esfuerzo para no alterarse al ver la biblioteca con tanto movimiento. Y no se trataba de ponis en absoluto: ¡ardillas! ¡Había ardillas transportando una enorme pila de bellotas una a una en una larga fila hacia el sótano! Vio que varios ratones corrían hacia un periódico, rompían varias tiras de papel y se lo llevaban abajo a su vez. Y, en medio de esa pequeña y adorable vorágine animal, un pequeño conejo blanco dirigía a sus amiguitos pronunciando ininteligibles palabrotas conejiles.

—¿También se ha traído a Fluttershy?
—También se ha traído a Fluttershy —confirmó Spike —. Por cierto, al oso le gusta la miel. Fluttershy dice que cuando pase la tormenta nos traerá más.
—¡¿Cómo que “al oso le gusta la miel”?!

Un enorme eructo resonó desde el sótano por toda la casa árbol. Los gemelos Cake se carcajearon como respuesta.

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—Creo que no tengo opción —reflexionó Hope Spell en voz alta —. Amo a mi familia, especialmente a mi hermanas pequeñas más que cualquier cosa en el mundo. No puedo imaginar cómo sería separarme de ellas.

Aitana suspiró en silencio, esperando a que el semental verde rechazara unirse a los Arqueólogos. Una lástima, pero no podía obligarle.

—Entiendo todo el secretismo que traéis, y por qué me haréis olvidar esta conversación si digo que no. Pero me conozco bien, y sé que si mañana despierto sin recordar nada y me dices que no quieres que te acompañe, Aitana... Me pondré a investigar por mi cuenta, y a buscar magos negros en solitario. ¿Qué hago entonces? ¿Me uno a vosotros y me separo de mi familia, lucho en solitario para que acaben descubriendo a los que amo, o me quedo quieto rezando para que no falléis?

El joven unicornio clavó la mirada en el suelo durante unos segundos con expresión serena. El profesor Pones estaba, ciertamente, sorprendido por la madurez que mostraba su estudiante. Los hechos de Lutnia le habían hecho crecer de repente, pasando de ser un inocente poni Equestriano a uno que acababa de conocer los horrores del mundo. Y no solo los había conocido: los había enfrentado y, ahora, estaba a punto de optar por seguir haciéndolo. Hope levantó la cabeza y miró directamente a la familia Pones con sus ojos marrones.

—Acepto. Pensaré qué... hacer con mi familia. Pero acepto.

El anciano gris se levantó y se dirigió hacia Hope, inclinándose ligeramente ante él en señal de respeto.

—Bienvenido a los Arqueólogos, Hope Spell. Mañana empezará tu entrenamiento.

[center]**·-----·-----·-----**[/center][/b]
[center]**·-----·-----·-----**[/center][/b]



*El chiste en inglés es que la alcaldesa (mayor) se llama Mayor (Mayor, the mayor mare). Para conservar el chiste en español, decidí traducir su nombre (la alcaldesa Alcaldesa).

Espero que la espera haya valido la pena con este capítulo que vale por dos. Vengaaaa, ¿quién quiere conocer a los otros arqueólogos? ¡Que levante el casco!
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Re: AITANA PONES 2: La tumba del norte [aventura][horror][ca

Mensaje por agustin47 » 14 Ago 2015, 20:58

Menudo fail el mensaje anterior. Si llego a saber que ibas a subir la segunda parte tan pronto :qmeparto: que por cierto... *levanta el casco* YO QUIERO YO QUIERO! Me has dejado con muchas ganas de seguir leyendo, aunque he de decir que eso lo haces siempre. Pero esta vez es especial, porque este tipo de momentos en las historias (cuando un personaje se une a una organización) me encanta, sobre todo si hay un entrenamiento de por medio. Y bueno, como siempre, tu narrativa tan característica es un placer para mi, nunca dejas a nadie indiferente. Fantástico capítulo como siempre.
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Re: AITANA PONES 2: La tumba del norte [aventura][horror][ca

Mensaje por Volgrand » 15 Ago 2015, 06:35

Gracias Agustin :)
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Re: AITANA PONES 2: La tumba del norte [aventura][horror][ca

Mensaje por McDohl » 15 Ago 2015, 11:46

Yo secundo la moción :3 aunque se puede empezar a deducir algun que otro miembro :sisi3:

Me están gustando especialmente estas partes del fic donde el aspecto aventurero deja paso a una trama mas oscura y de suspense, pero sin olvidar el universo mlp. Y me has hecho acordarme de una de mis obras de teatro favoritas con lo de la taza
Spoiler:
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Re: AITANA PONES 2: La tumba del norte [aventura][horror][ca

Mensaje por Volgrand » 20 Ago 2015, 13:59

¡Hola holita amiguitos! Bueno, esto solo es una excusa para crearos un poco más de hype. ¡Ale!
Spoiler:
—¡MAK TAK TOK, MARAK OK PAK! —gritó el poni salvaje.
—¡Diantres!

En la distancia se escucharon gritos de respuesta; los ponis salvajes de la zona empezaron a correr hacia el que había dado la alarma. A cada segundo, más guerreros se unían a la carrera, convirtiéndose al poco en una maraña de pelaje, patas, cabezas y lanzas buscando a su enemigo. Sabían identificarlo: su sombrero de explorador era inconfundible, y era una suerte que lo llevara, porque para los ponis salvajes todos los ponis Equestrianos parecían iguales.

Ya todo el grupo reunido siguieron galopando en la misma dirección hacia la que habían escuchado el grito de alarma; pero una de las lanzas destacó porque empezó a quedarse atrás poco a poco, ya que su portador pasó de un rápido galope a trotar, para acabar deteniéndose. Daring Do, que no llevaba el salacot y había cubierto su chaleco con fango y musgo, observó cómo los salvajes se alejaban al galope de ella. Miró alrededor por si había algún otro guerrero siguiéndola, antes de resoplar y secarse el sudor de la frente.

—La mejor maniobra Imhotep de mi vida —dijo para si misma.

Echó a caminar en dirección al último refugio y, antes de descartarla, usó la lanza para golpear varias lianas. Su salacot cayó desde lo alto de las mismas sobre su cabeza, necesitando solo ajustarlo ligeramente con un casco. Pasó junto al poni salvaje que había dado la alarma, el cual estaba inconsciente con un gran golpe en la cabeza. Una suerte que el muy bobo hubiera decidido acercarse, si hubiera dado la alarma a lo lejos la pegaso amarilla no habría podido despistar a sus perseguidores.
(Escena todavía en construcción, podría cambiar en la versión final)
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Re: AITANA PONES 2: La tumba del norte [aventura][horror][ca

Mensaje por agustin47 » 20 Ago 2015, 19:10

Claro, como no había suficiente hype desde el capítulo anterior.
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La ignorancia a veces puede significar felicidad, y en este caso, la nuestra resulta ser una verdadera bendición.


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Re: AITANA PONES 2: La tumba del norte [aventura][horror][ca

Mensaje por Volgrand » 22 Sep 2015, 18:54

Buffff. ¡más de un mes!

Estoy en ello de nuevo, el nuevo capítulo está a un 75% de escribirse. Permitidme un spoiler:

Atención: Todo esto es un borrador y podría cambiar parcial o completamente en el producto final.
Spoiler:
—¿Pero qué? ¿Daring Do? —tartamudeó el unicornio, perplejo.
—¡Qué clase de broma es esta!
—Veréis, chicos, aunque me gusta bromear me temo que todavía no tenemos ese tipo de confianza.
—¡Venga ya, ahora nos ataca un personaje de novela! ¿Y qué vas a hacer, lanzarnos un adorable gatito para que nos mate? —exclamó el pegaso, burlonamente.

La exploradora dio un par de pasos, rodeando poco a poco a los dos practicantes de las artes prohibidas.

—Veréis, chicos, mis novelas son muy, por así decirlo, “descafeinadas”. Así que os voy a explicar lo que va a pasar a continuación y que no saldrá en mi próximo libro.

Daring se detuvo y, con una pezuña, señaló al unicornio.

—Primero te mataré a ti, porque eres el más peligroso. Después —añadió, señalando al pegaso— te dejaré fuera de combate y tú me dirás todo lo que quiero saber. Porque, si no lo haces, dentro de poco estarás suplicando que te deje morir.
—Es una pena, Daring Do, siempre disfruté de tus novelas. Pero esto es más importante.

Diciendo eso, el unicornio hechizó, haciendo que su cuerno se cubriera con un aura negruzca. Daring Do no perdió un instante en alzar el vuelo a toda velocidad, hecho que su oponente pegaso imitó.
El hechizo fue lanzado, y la exploradora hizo una rápida pirueta para esquivar el oscuro rayo que le habían lanzado. El pegaso diabolista cargó contra ella, rugiendo mientras sus ojos se llenaban con el poder del Tártaro. Sus cascos delanteros se transformaron en sendas garras de llamas con las que atacó a la pegaso amarilla, la cual se preparó para recibirlo.

Primero descendió solo unos centímetros su vuelo, deteniendo la garra de su enemigo con la pata delantera izquierda.
Después se asió con la misma pata a su cuello para detener su vuelo, girando sobre si misma usando a su enemigo como pivote, agarrándose con las patas traseras al mismo.
Finalmente, movió la pata derecha sobre el ala izquierda del diabolista, retorciéndola con toda su fuerza.

El crujir de la articulación fue coreado por el grito de dolor del pegaso, el cual cayó a toda velocidad al suelo. Daring Do lo soltó y voló haciendo un rápido zig-zag hacia el unicornio. Este intentó conjurar de nuevo, pero antes de que pudiera concentrarse la veloz pegaso lo placó, lanzándolo al suelo e inmovilizándolo. Cuando este alzó la vista se encontró con el rostro de Daring Do mirándolo con una furiosa sonrisa; sus crines grises y negras caían alrededor del mismo, sobre la aterrorizada cara del nigromante. Y ella ni siquiera había llegado a sudar en el combate.

—Vaya, lamento que no todo haya salido como te dije, parece que estoy perdiendo facultades. Dime, nigromante, ¿qué sabes del objeto que llevas? ¿Para qué íbais a usarlo?
—¡No te lo puedo decir! ¡El castigo será peor que mil muertes!

Daring se agachó aún más sobre su derrotado enemigo y clavó la mirada en sus ojos.

—Eso lo comprobaremos pronto, amigo. Tu dios no estará ahí para protegerte.
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Re: AITANA PONES 2: La tumba del norte [aventura][horror][ca

Mensaje por Volgrand » 07 Oct 2015, 23:41

Capítulo 14: La caza
Spoiler:
La selva era, de por si, un lugar intimidante: espesa vegetación que a duras penas permitía avanzar al poni más diestro, animales salvajes y peligrosos, miles de plantas venenosas, y otros muchos peligros inimaginables. Y no hablemos de en qué se convertía un lugar así durante una noche cerrada como era aquella. Aún con todas estas amenazas, había tribus de ponis salvajes que vivían en la misma, las cuales servían a un único señor; un ser que, creían, era un dios en la tierra, por lo que seguían sus órdenes sin duda alguna: Ahuizotl.

Un gran grupo de estos selváticos ponis se había desplegado en busca de la enemiga del gran dios; cubriendo una gran zona permanecían atentos a cualquier ruido o señal de su presencia para dar la alarma al instante. Armados con primitivas lanzas y cubiertos de tatuajes y pinturas tribales, los ponis salvajes eran grandes y fornidos, unos rivales a tener en cuenta. Lo único que les salvaba era que, por alguna razón, siempre capturaban a Daring Do con vida, en vez de intentar acabar con ella en el acto.

Y, desde su escondite entre la vegetación, la intrépida exploradora pensó que era una suerte que ese gran mono azul fuera tan orgulloso que siempre quisiera matarla de lentas e imaginativas formas, dándole siempre una oportunidad para escapar. A veces, Daring Do se preguntaba qué edad debía tener Ahuizotl, ya que su nombre aparecía en las civilizaciones Aydara y Pomaya: en la primera, como una criatura mitológica, un cánido acuático que usaba la mano de su cola para atrapar a sus víctimas y ahogarlas, mandándolas al paraíso. En la segunda, como un gran rey que llevó su reino a convertirse en un imperio antes de la llegada de Celestia y Luna y la formación de Equestria. Pero, si era tan viejo, ¿cómo podía ser tan tonto de no matarla en el acto? Quizá era un jovenzuelo que había adoptado el nombre, pero aún así, si era capaz de encontrar artefactos ancestrales con tanta facilidad debería...

...el tren de pensamiento de Daring Do se detuvo cuando una arcaica punta de lanza se posó en su cuello.

—¡MAK TAK TOK, MARAK OK PAK! —gritó el poni salvaje.
—¡Diantres!

En la distancia se escucharon gritos de respuesta; los ponis salvajes de la zona empezaron a correr hacia el que había dado la alarma. A cada segundo, más guerreros se unían a la carrera, convirtiéndose al poco en una maraña de pelaje, patas, cabezas y lanzas buscando a su enemigo. Sabían identificarlo: su sombrero de explorador era inconfundible, y era una suerte que lo llevara, porque para los ponis salvajes todos los Equestrianos eran iguales.

Todo el grupo siguió galopando en la misma dirección hacia la que habían escuchado el grito de alarma; pero una de las lanzas destacó porque empezó a quedarse atrás poco a poco, ya que su portador pasó de un rápido galope a trotar, para acabar deteniéndose. Daring Do, que no llevaba el salacot y había cubierto su chaleco con fango y musgo, observó cómo los salvajes se alejaban al galope de ella. Miró alrededor por si había algún otro guerrero siguiéndola, antes de resoplar y secarse el sudor de la frente.

—La mejor maniobra Imhotep de mi vida —dijo para si misma.

Echó a caminar en dirección al último refugio que conocía de Ahuizotl y, antes de descartarla, usó la lanza para golpear varias lianas. El salacot cayó desde lo alto de las mismas sobre su cabeza, necesitando solo ajustarlo ligeramente con un casco. Pasó junto al poni salvaje que había dado la alarma, el cual estaba inconsciente con un gran golpe en sien; fue una gran suerte que el muy bobo hubiera decidido acercarse, en caso contrario la pegaso amarilla no habría podido despistar a sus perseguidores.

¿Cómo podía ser que Ahuizotl fuera tan hábil para descubrir tramas de la antigüedad y usarlas en su favor, y sin embargo se rodeara de ponis tan inútiles? Todo esto no eliminaba el hecho de que él era un auténtico genio de las artes oscuras y la mitología: esa especie de cruce entre un mono azul y un perro había puesto el mundo en peligro muchas más veces que cualquier otro ser que se conociera. Muy estúpido para algunas cosas, cierto, pero siempre mantenía unos planes bien calculados, aunque algo apresurados. El que alguien hubiera podido robarle el Gran Bastón de los Aydara sin que ni él ni ella misma se enteraran era algo que le preocupaba. ¿Quién podía haberse adentrado en la selva sin alertar a los ponis salvajes, infiltrarse bajo las mismas narices de Ahuizotl sin llamar la atención, y robar el objeto que tanto ansiaba este en completo silencio? ¿Y por qué? Después de saber de lo ocurrido en los Reinos Lobos, Cérvidas y la Hermandad de la Sombra...

Tenía que averiguar qué había pasado.

No podía volar: sabía que algunos de los grandes felinos de Ahuizotl habrían subido a los árboles para vigilar el cielo; su única opción era caminar. Echó a trotar tan rápido como pudo, pero lo bastante lento como para poder esconderse si se encontraba con algún guardia; tendría que ser rápida y sigilosa si quería infiltrarse en la fortaleza de su enemigo e investigar rodeada de ponis salvajes.

Bueno, no era nada del otro mundo, era fácil engañar a esos guerreros. Solo le preocupaba si el adorable gatito blanco la descubría. Dioses, cuánto odiaba a ese gatito...

[center]**·-----·-----·-----**[/center][/b]

Esa noche la luna se teñiría de rojo.

A pesar de la gran distancia que separaba Blotser Ville del bosque Everfree, las nubes de la tormenta que azotaba este último habían cubierto el cielo, eclipsando la luz de la luna menguante. La oscuridad era casi completa y el viento, suave y algo molesto, hacía el suficiente ruido para ensordecer los sonidos más tenues. La mayor parte de ponis equestrianos buscaría quedarse en casa aquella noche, esperando al amanecer; sin embargo, los jóvenes y adolescentes, incapaces de quedarse quietos, solían salir y aglomerarse en los locales y tabernas, buscando diversión y, probablemente, compañía. Algo que Great Knot, residente de esa pequeña ciudad costera cercana a Fillydelphia, sabía muy bien.

Blotser Ville era conocida por su gran playa de arena blanca, su puerto deportivo, y por tener algunos de los mejores clubs para salir de fiesta de esa zona de Equestria. Durante el día solía ser bastante tranquilo, pero por la noche se atestaba con los estudiantes y jóvenes trabajadores que venían desde la gran ciudad en busca de una noche de diversión.

El Pub estaba lleno a reventar: yeguas y sementales bailaban, charlaban, bebían y, en general, disfrutaban de su juventud. Great Knot dedicó un vistazo alrededor, localizando varias yeguas jóvenes de muy buen ver, pero no les dedicó mayor atención.

—Serán ocho bits. El suyo es el de la sombrilla azul.
—Gracias, nos vemo más tarde.

El marinero, de pelaje anaranjado y crines rubias pagó al barman y recogió las dos bebidas, dirigiéndose luego a una mesa un poco apartada. Junto a ella, una yegua de pelaje gris azulado y crines marrones bailaba alegremente al compás de la música. Portaba un traje celeste que le cubría el cuerpo desde las patas delanteras hasta los flancos, tapando parcialmente su marca: Una luna llena. Great Knot tenía que reconocer que era una hermosa y atlética poni de tierra. Lo más atrayente de ella eran sus ojos rosas, que hacían juego con un mechón del mismo color que atravesaba su melena; tenía el cuerpo firme, bien formado y de generosas curvas que le era otorgado como recompensa a alguien dedicado al deporte.

En cuanto se acercó, la joven yegua sonrió y él le dio la bebida; se fijó en que la joven esta estaba masticando algo y, al darse ella cuenta de que la miraba, sacó con un casco un pequeño paquete de caramelos que le ofreció al semental. Este los rechazó, sonriendo, y bebió un trago de su propia copa, gesto que su acompañante repitió a su vez.

—¿Y qué me has dicho que estudias, guapa?
—Filología Equestre —respondió ella, ligeramente sonrojada por el cumplido —. ¿Y usted?
—Yo no estudio, soy marinero —habló él, casi gritando por encima del volumen de la música —. Pero ahora no navego, trabajo en el puerto.
—Debes haber visto mucho mundo, entonces.
—Bueno, he estado en muchos lugares —reconoció él, sonriente—. He visto la inmensidad del desierto de los Reinos Lobo, la belleza de los bosques ciudad de Cérvidas, y la extrañas artes de las cebras en los puertos de Cebrania. Y sin embargo, jamás vi belleza como la tuya, Rise.
—Oh... —ella se sonrojó marcadamente—. ¡No exageres, adulador!

Como respuesta, el semental alzó su copa; Rise hizo lo propio con la suya, chocándola con su acompañante antes de beber ambos un generoso trago. Era un licor suave, dulce y aromático, que dejó un agradable calor en la garganta de la joven yegua. Esta posó su vaso en la mesa y se levantó.

—Tengo que ir al baño, ¿me esperas, por favor?
—Por una yegua como tú, espero toda la noche si hace falta.

Great Knot la observó alejarse, notando como a cada paso la joven empezaba a tambalearse cada vez más. Con tranquilidad, apuró su propia bebida con expresión hastiada. No le gustaba demasiado lo que iba a hacer, pero alguien tenía que hacerlo, en el fondo deseaba que existiera otra manera. En cierta forma, su tarea tenía algunas cosas buenas: el último año había yacido con más yeguas que en toda su vida anterior, por no mencionar el conocimiento y el poder que había conseguido a cambio de sus servicios. Y eso, no era más que el principio.

Al menos esa noche podría divertirse con la víctima antes del ritual.

Con ensayada calma, el semental calculó cinco minutos exactos antes de levantarse y caminar hacia los servicios de las yeguas. Como siempre, había una cola bastante larga, pero en la puerta del baño había algo de alboroto.

—Disculpen, señoritas, ¿han visto a una joven de pelaje azul y crin marrón? Llevaba un traje celeste casi completo, y su marca es una luna llena.
—¡Eh, aquí hay alguien que la conoce! —gritaron como respuesta.

Al instante, Great Knot fue guiado hasta el baño donde vio el motivo de tanto alboroto: Rise estaba inconsciente en el suelo; dos yeguas pegaso le daban aire, mientras otras le mojaban la cara.

—Entró al baño, pero al salir de repente se cayó inconsciente.
—¡Oh, no! —exclamó el semental—. Le dije que la sidra especial Apple era demasiado fuerte, pero aún así bebió de más... Hey, ¡Rise! Venga, despierta bonita.

El gesto era teatral, sin duda, pero lo bastante realista como para que todas le creyeran cuando se agachó y sacudió ligeramente a la yegua inconsciente; a los pocos segundos esta gimió y abrió débilmente un ojo.

—Creo que... be...bí de más...
—Ya lo veo. Venga, bonita, te ayudaré a llegar a tu casa.

Ayudada por otras, Rise intentó levantarse con mucho esfuerzo. Sin embargo, hubo otra yegua que se adelantó.

—Pero esto... ¡esto es raro! Yo la vi entrar y no parecía borracha, pero al salir se desplomó de golpe.
—¿Y qué crees que ha pasado?

Great Knot miró a la joven unicornio que había expresado sus dudas.

—Pues no sé, pero a mi me suena más a...

De pronto, la unicornio se calló; los ojos de Great Knot fueron atravesados por un reflejo rojizo, el cual fue repetido al instante en las pupilas de su interlocutora.

—¿A qué te suena más? —preguntó otra yegua.
—Este... me... me suena más a una bajada de tensión, sí.
—Entonces más razón para que la lleve a casa —respondió Great Knot con una tranquilizadora sonrisa.

Poco después, ayudada por las presentes, Rise logró ponerse sobre sus patas y, apoyada en Great Knot, empezar a caminar siendo guiada por este. El semental agradeció la ayuda y se dirigió a la salida. Nadie más les detuvo en su camino a través del pub, y los vigilantes de la puerta no se sorprendieron al ver a alguien completamente borracho siendo ayudado por un amigo. Great Knot, ya fuera, se encaminó hacia una zona del puerto que conocía bien.

A su lado, Rise Love inclinó ligeramente la cabeza al escuchar un sonido imperceptible al oído común. Giró las orejas hacia el origen del mismo y, sin reaccionar, se dejó guiar por su acompañante.

[center]**·-----·-----·-----**[/center][/b]

Daring Do no necesitó llegar al escondite de Ahuitzol: las pistas aparecieron frente a ella.

En medio de la noche, a través de la jungla, el griterío de un gran grupo de ponis salvajes la hizo esconderse a toda prisa. A los pocos segundos, los responsables del escándalo pasaron galopando frente a ella, portando antorchas, lanzas y otras armas rudimentarias... pero pasaron de largo. Con sus escasos conocimientos del dioma natal de los ponis salvajes, la pegaso de pelo negro y gris reconoció la palabra “enemigo”, “guerra” y “muerte”. Si la buscaban a ella, Ahuitzol había ordenado... ¿matarla? ¿Por qué? Si el gran mono azul creía que ella tenía el bastón de los Aydara, no ordenaría matarla, ¡eso no tenía sentido!

Daring Do salió de su escondite y siguió al grupo volando a poca altura sobre el rastro despejado de vegetación que habían dejado los salvajes tras de sí, para no hacer ruido con sus pasos. Sin embargo, al poco tiempo, la exploradora se detuvo al ver algo extraño a su alrededor.

Había varios árboles que se habían vuelto grises, secos y marchitos; el olor a madera quemada llegó hasta ella, y no tardó en ver varias zonas de vegetación parcialmente carbonizadas. Fue entonces cuando, junto a un arbusto quemado, vio el primer cadáver de un poni salvaje: una expresión de auténtico terror enmarcaba su congelado rostro, el cual reposaba sobre un barro formado a partes iguales por la tierra del suelo y su propia sangre.

Junto a él, otro poni salvaje estaba inmóvil, apoyado contra un árbol; de hecho, su pecho había sido atravesado por una lanza que lo mantenía sujeto al tronco. Daring Do notó que el arma asesina era, de hecho, de manufactura tribal. Y si algo había aprendido la pegaso de los seguidores de Ahuitzol es que estos jamás se atacaban entre sí. Movida por la necesidad de saber qué había pasado, se acercó poco a poco para estudiar el cuerpo. Sin embargo, se detuvo a un paso del mismo.

—Eh, tú. ¿estás muerto?

Al instante, la lanza y el propio árbol se sacudieron cuando el cadáver sujeto entre ambos se movió rápidamente; gruñendo y gimiendo, alzó sus cascos hacia Daring Do tratando de atraparla. Pero la exploradora, veterana en este tipo de sorpresas, se había puesto fuera de su alcance. Cosa que el otro poni salvaje no hizo, por lo visto, lo cual le dejaba claro que tenía a dos enemigos de los que preocuparse.

Primero, Daring Do asió la lanza con la boca y la arrancó de un fuerte tirón. Con un tremendo crujido, el arma se desclavó del tronco, liberando al zombie. Después saltó hacia atrás y, usando sus alas, hizo una parábola en el aire que acabó justo encima del otro poni salvaje muerto; usando el propio impulso del vuelo, la pegaso clavó la arcaica lanza en la sien del cadáver, ahora no-muerto, el cual se sacudió por última vez con movimientos espasmódicos.

El primer zombie, ya libre del árbol, avanzó hacia la pegaso en un errático caminar, emitiendo hambrientos rugidos. Esta usó la lanza para darle una rápida sucesión de golpes que, finalmente, lo lanzaron al suelo, donde lo remató atravesándole el craneo.

Sin inmutarse, Daring Do dejó la lanza y aguzó los oídos. Había muy poco ruido en la selva, descontando el que hacía el ejército salvaje que había visto antes; eso significaba que el nigromante no estaba lejos.

Entonces escuchó a los ponis salvajes emitir a la vez un gran grito de guerra. ¿Lo habían encontrado? La pegaso desplegó sus alas y voló a gran velocidad entre los árboles, siguiendo la senda que los guerreros habían abierto anteriormente. Poco a poco, los gritos de los ponis, el rugir de los zombis y el chocar de las armas se fue haciendo más y más claro a oídos de la exploradora.

La sofocante temperatura selvática cayó a toda velocidad, hecho que Daring Do identificó de inmediato: Sin perder un instante se echó a un lado y se cubrió tras un árbol. El frío se intensificó hasta volverse casi insoportable, como si una corriente de aire helado estuviera atravesando la selva y convergiendo sobre un único punto. Cuando este efecto acabó, el silencio cayó sobre el salvaje bosque, sintiendo Daring Do que le faltaba el aire.

Y la muerte acudió.

Una fría explosión expansiva recorrió la selva, zigzagueando entre la vegetación y marchitándola a su paso. El efecto duró unos segundos, en los que Daring observó cómo las plantas más pequeñas morían a su alrededor, y los árboles más grandes veían sus troncos dañarse ante el impacto de la magia nigromántica, crujiendo y cayendo a medida que el terrible hechizo nigromántico los mataba sin misericordia; unos pocos segundos después todo volvió a la normalidad, y la intrépida exploradora soltó aire poco a poco, volviendo a respirar sin dificultad.

—Si esto es lo mejor que puede hacer, estoy de suerte —susurró con una sonrisa.

Echó a volar de nuevo, yendo hacia el epicentro del hechizo, y frente a ella la selva dio paso a una zona de vegetación poco densa que, a causa de la magia, se había convertido en un pequeño claro. Los ponis salvajes, aquellos que habían sobrevivido, huían de forma desperdigada o luchaban aterrorizados contra sus hermanos, ahora convertidos en no-muertos. Alejándose de la batalla, un pegaso y un unicornio caminaban con calma, este último portando un gran objeto macizo con su magia. Daring Do aterrizó sin pretender ser sigilosa.

—Vosotros dos no sois de aquí, ¿verdad?

Los dos ponis se giraron y, mientras sus rostros se tornaban en expresiones de incredulidad, Daring identificó a sus enemigos: El unicornio era, obviamente, el nigromante. El pegaso tenía el inconfundible brillo rojizo del poder demoníaco reflejado en sus ojos.

—¿Pero qué? ¿Daring Do? —tartamudeó el unicornio, perplejo.
—¡Qué clase de broma es esta!
—Veréis, chicos, aunque me gusta bromear me temo que todavía no tenemos ese tipo de confianza.
—¡Venga ya, ahora nos ataca un personaje de novela! ¿Y qué vas a hacer, lanzarnos un adorable gatito para que nos mate? —exclamó el pegaso, burlonamente.

La exploradora dio un par de pasos, rodeando poco a poco a los dos practicantes de las artes prohibidas. Si acaso ese imbécil supiera en cuántos apuros la había metido ese gato...

—Veréis, chicos, mis novelas son muy, por así decirlo, “descafeinadas”. Así que os voy a explicar lo que va a pasar a continuación y que no saldrá en mi próximo libro.

Daring se detuvo y, con una pezuña, señaló al unicornio.

—Primero te mataré a ti, porque eres el más peligroso. Después —añadió, señalando al pegaso— te dejaré fuera de combate y tú me dirás todo lo que quiero saber. Porque, si no lo haces, dentro de poco estarás suplicando para que te deje morir.

Hubo unos segundos de silenciosa incredulidad; primero fue el unicornio el que empezó a reír, seguido por su compañero pegaso.

—Es una pena, Daring Do —dijo el nigromante—, siempre disfruté de tus novelas. Pero esto es más importante, me temo.

Diciendo eso, el unicornio hechizó, haciendo que su cuerno se cubriera con un aura negruzca. Daring Do no perdió un instante en alzar el vuelo a toda velocidad, hecho que su oponente pegaso imitó.

Una oscura saeta de magia oscura fue disparada; la exploradora plegó sus alas durante un instante, cayendo durante ese mismo tiempo y esquivó el ataque. El pegaso diabolista cargó contra ella, rugiendo mientras sus ojos se llenaban con el poder del Tártaro. Sus cascos delanteros se transformaron en sendas garras de llamas con las que atacó a la pegaso amarilla. Esta solo necesitó un rápido vistazo para localizar sus puntos débiles y prepararse para combatirlo.

Primero descendió solo unos centímetros su vuelo, deteniendo la garra de su enemigo con la pata delantera izquierda.
Después con la misma pata y usando la inercia que llevaba, se asió al cuello del diabolista, girando sobre si misma usando a su enemigo como pivote, golpeándolo desde abajo con las patas traseras y agarrándose a él completamente.

El diabolista perdió todo el aire de lo pulmones y, en un instante, se encontró volando de espaldas sin control; intentó estabilizarse pero, entonces, se dio cuenta de que Daring Do había trabado su ala izquierda con una pata, mirándolo a los ojos con una indescriptible sonrisa.

El crujir de la articulación fue coreado por el grito de dolor del pegaso, el cual fue proyectado por la Arqueóloga contra una formación rocosa cercana.

Daring Do dejó caer a su enemigo hacia la muerte y voló haciendo un rápido zig-zag hacia el unicornio. Este intentó conjurar de nuevo, pero antes de que pudiera concentrarse la veloz pegaso chocó contra él, placándolo contra el suelo. Cuando este alzó la vista se encontró con el rostro de la, como ahora sabía, Cazadora de Demonios, mirándolo con una furiosa sonrisa; sus crines grises y negras caían alrededor del mismo, sobre la aterrorizada cara del nigromante. Y ella ni siquiera había llegado a sudar en el combate.

—Vaya, lamento que no todo haya salido como te dije, parece que estoy perdiendo facultades. Dime, nigromante, ¿qué sabes del objeto que llevas? ¿Para qué ibais a usarlo?
—¡No te lo puedo decir! ¡El castigo será peor que mil muertes!

Daring se agachó aún más sobre su derrotado enemigo y clavó la mirada en sus ojos.

—Eso lo comprobaremos pronto, amigo. Tu dios no estará ahí para protegerte.

Poniendo punto y final a esa conversación, la pegaso se encabritó y golpeó con las pezuñas delanteras el cuerno del unicornio con todas sus fuerzas. Este notó un tremendo dolor en el mismo, y trató de revolverse en vano. Un segundo golpe hizo que casi perdiera el sentido por el dolor.

Lo último que vio fue a Daring Do encabritarse por tercera vez. Con el último golpe, un horrible crujido ocurrió sobre su cráneo y todo se fundió en negro.

[center]**·-----·-----·-----**[/center][/b]

La joven yegua hacía rato que se había quedado inconsciente, por lo que Great Knot cargaba con ella sobre su lomo.

Nada más entrar en la zona portuaria, el gran semental se desvió del camino y entró en los callejones que unían la parte trasera de los grandes almacenes donde se almacenaba la mercancía. Se detuvo en varias ocasiones en rincones oscuros que conocía bien, asegurándose de que nadie le había seguido. Con cada nuevo cruce, la luz se volvía más y más tenue, a medida que se adentraba en rincones tan apartados que los servicios municipales no se molestaban siquiera en ir a arreglar las lámparas fundidas. En esos lugares, raramente acudía nadie a altas horas de la madrugada.

Revisando una última vez que nadie le había seguido, Great Knot se acercó llamó a una sencilla puerta de madera. Unos segundos después, una mirilla se abrió en la misma, tras la cual una yegua entrada en año lo observó.

—¿Santo y seña?
—Perejil —respondió el marinero.
—¿Traes a otro? ¿Vienes solo?
—Sabes que si no fuera así no habría venido. Una joven poni de tierra.

La mirilla se cerró y se pudo escuchar el ruido del metal contra la madera cuando un gran pestillo fue retirado para abrir la puerta. La yegua al otro lado se apartó para dejar pasar a Great Knot, estudiando a la joven que el marinero portaba a su espalda con una mirada evaluativa.

—Una joven realmente hermosa, el señor estará satisfecho con ella.
—Por supuesto.
—La próxima vez deberías intentar traer una unicornio. La magia natural de sus almas es útil para el sacrificio.
—Entendido, no hay problema. ¿Cuánto tiempo tenemos hasta el ritual?
—Ocurrirá en seguida —respondió la yegua—. El último sacrificio está a punto de concluir, el potro que nos trajiste no no aguantará mucho más castigo.
—¡Qué pena! —respondió Great Knot—. Esperaba poder divertirme un poco con ella —añadió con una cruel y lujuriosa sonrisa.

Al fondo de la sala había una puerta que daba a una escalera descendente y, desde el fondo de la misma, Great Knot podía sentir el poder demoníaco que se filtraba. Se encaminó a la misma, con Rise todavía inconsciente a su espalda, siendo pronto engullido por la oscuridad; el poder del Tártaro se hacía presente con más fuerza a cada paso. Great estaba un poco fastidiado de que el ritual ya fuera a acabar; uno de los placeres que tenía con ese trabajo era dar rienda suelta a sus más oscuras fantasías con cada yegua que capturaba. Parecía, sin embargo, que no iba a ser el caso en esa ocasión.

Rise se movió débilmente sobre su lomo.

—Tranquila pequeña, ya estamos llegando.
—Esta... es... ¿tu casa?
—Claro que sí, no te preocupes.

Desciende hasta el fondo del sótano, el cual conecta con una gran caverna. Ahora el cántico del culto ya es audible, así como un débil sollozo; los cultistas, todos ellos ponis, forman un círculo en el centro del cual hay un altar de obsidiana.

—Sabía... sabía que me llevarías a...
—A casa, claro preciosa —dijo Great Knot sin prestar atención a la yegua con la que cargaba.
—Sabía de las...
—Salve, Great Knot —saludó uno de los cultistas, un pegaso —. El Señor de las Sombras estará contento con el sacrificio que le traes.
—Salve, hermano.

Iban a seguir hablando, pero Rise no paraba de hacer lo propio y de moverse sobre su lomo. Great se revolvió, hastiado.

—¿Quieres estarte quieta?
—Va.... vale. Es que no sé dónde estamos...
—Claro, guarida, todo acabará en seguida, preciosa. Hermano, ¿la llave de la celda?

El pegaso sacó la susodicha llave de entre sus ropajes y se la tendió a Great Knot, el cual la cogió con los dientes. Después se encaminó hacia las celdas; a medida que se adentraban entre los pasillos del subterráneo el aire se enrarecía, y el olor a la sangre, oríny heces se hacía cada vez más fuerte. El semental ya se había acostumbrado al mismo, y solo lamentaba que no fuera a tener tiempo para divertirse con Rise, era una yegua realmente hermosa. Esta se volvió a sacudir ligeramente sobre su espalda, emitiendo una suave risa a continuación.

—No puedo creerlo...
—Ya, claro. ¿El qué? —preguntó el semental.
—Que haya sido tan fácil.

El marinero acababa de abrir la puerta de la celda cuando Rise Love dijo esas palabras.

—Sabía que me traerías —continuó Rise, a medida que su voz ganaba fuerza—. Podía oler la sangre en ti, Great Knot.
—¿De qué estás hablando?

El aludido se giró hacia Rise pero, para su sorpresa, notó algo extremadamente afilado posarse en su yugular. Asido a la pata de la yegua, oculto bajo el traje, un resorte había sacado una larga cuchilla; los ojos de la poni, que tan atractivos le habían parecido antes, ahora se habían tornado fríos, de pupilas alargadas y afiladas, mirandolo como un dragón hambriento.

—Batpony...
—Solo tuve que tomarme un antídoto antes de probar tu copa.

Las ideas se enlazaron a toda velocidad en la mente del marinero cultista: La caída del culto de los Reinos Lobo, el caramelo que se estaba comiendo Rise, cuando se fue al baño y se hizo la inconsciente... todo había sido un truco. Había caído en su emboscada.

Ese fue su último pensamiento antes de que la daga le arrebatara la vida, y su alma fuera condenada a pagar el trato que había hecho con el Tártaro.

Rise Love saltó al suelo suavemente, tapando la boca del cultista con una pezuña y dejando que muriera en silencio. Miró a su alrededor, usando a la vez su afilada vista y sus ultrasonidos para escanear la zona, asegurándose de que estaba a solas. A través de los pasillos podía escuchar los cánticos, cada vez más fuertes, acompañados por el decreciente sollozo del potro que iban a sacrificar. No tenía mucho tiempo.

Trotó en silencio hacia el altar, deteniéndose en las sombras antes de que los cultistas ahí congregados se dieran cuenta de su presencia. Contó al menos una veintena de los mismos, habiendo sobre todo unicornios y pegasos en esta ocasión. Eran muchos, incluso para ella. Tenía que esperar solo un poco más, y entonces podría...

El oscuro cántico alcanzó su clímax; Rise se asomó para ver cómo el maestro de la ceremonia levantaba una ornamentada daga sobre el altar. Aunque no podía ver a la víctima debido al círculo de cultistas, sí que escuchó al potro gritar.

Rise Love salió de su escondite, alzando la pata delantera izquierda. La manga sobre la misma estalló en jirones de tela cuando un pequeño aparato bajo el mismo se destensó violentamente.

El culto al completo guardó silencio cuando el maestro de ceremonias se derrumbó, con un proyectil de metal clavado profundamente en su cabeza.

A medida que los cultistas se giraban, todavía en shock para mirar a la yegua que habían creído sería su siguiente sacrificio, Rise abrió la boca, mostrando ligeramente sus colmillos, y emitió un sonido casi imperceptible.

“La caza ha comenzado”.

Al instante hubo una explosión escaleras arriba, seguido del grito de la unicornio que guardaba la puerta que daba al exterior. Hubo una orden gritada; los unicornios cargaron su magia, y tanto ponis de tierra como pegasos corrieron hacia Rise Love. La agente Lunar forzó sus alas bajo el fino traje que la cubría, destrozándolo y revelando su naturaleza como batpony. Y en ese momento lo vio:

Pelaje púrpura, crin negra, alas pequeñas e inclinadas en ángulos imposibles. Era un potro, no debía llegar a los diez años, estaba ensangrentado y encadenado al altar. El tiempo se ralentizó para la batpony grisácea, la cual sintió cómo sus sentidos más racionales dejaban paso al puro instinto de un cazador.

Una voz que solo podían percibir los batpony llegó hasta sus oídos; escuchó cómo dos de sus hermanos, también Cazadores Batpony, descendían por la escalera volando a toda velocidad.

—¿Cuántos supervivientes necesitas?
—Solo uno, y el potro.


Esas fueron las últimas palabras de Rise Love antes de dejar que el instinto la dominara por completo. Como un gato enfurecido, la Cazadora Batpony retrocedió unos metros y se posó en el suelo, bufando y mostrando sus colmillos al completo. En vez de esperar a la carga, como los cultistas imaginaron, tomó impulso y saltó contra los pegasos que ya estaban llegando a ella; al mismo tiempo que pasaba entre los mismos, se escucharon varios chasquidos; cuatro pegasos cayeron al ser atravesados por varios proyectiles metálicos, al igual que había ocurrido con el maestro de ceremonias. Los pocos que quedaron en el aire no fueron rival para Rise Love.

Los ponis de tierra cultistas, viendo lo ocurrido, retrocedieron junto a los magos, los cuales seguían preparando su magia. Rise se posó en el suelo, al igual que otros dos batponies que aterrizaron a su lado.

Los unicornios terminaron su conjuro, y un círculo de fuego apareció en el suelo. Dos grandes demonios de la destrucción, como un caótico cruce entre un gran perro y un lagarto, surgieron del mismo. Varios ponis vieron unas pequeñas bolas de madera rodar por el suelo, antes de que explotaran en una deflagración de humo negro como la noche.

Lo último que vieron antes de que el mismo ocultara toda visión, fueron tres pares de afilados ojos brillando en la oscuridad, los cuales se cerraron por completo cuando los batponies dejaron de usarlos para guiarse puramente como los murciélagos.

Los gritos empezaron a continuación.

[center]**·-----·-----·-----**[/center][/b]

La batalla apenas duró unos minutos.

El humo había empezado a caer por su propio peso, deshaciendo la oscuridad artificial en la que se había desarrollado el combate. Rise Love caminó poco a poco por la estancia, entre los cadáveres de los cultistas que estaban siendo revelados poco a poco. Su cuchilla estaba cubierta por la sangre de los seguidores del Tartaro, al igual que sus patas delanteras. La Cazadora Batpony tenía, además, un corte en la mejilla y otro más en el costado.

Hubo, entre los pasillos, un moribundo grito de piedad que rápidamente fue acallado por el inconfundible sonido del metal contra la carne; sus hermanos estaban acabando con los remanentes del culto. Aunque este había sido mucho más duro que el que ella había encontrado en los Reinos Lobo, lo cierto es que todavía era muy débil. Estaban lejos de su auténtico objetivo.

Pero en ese momento, Rise Love no podía pensar en su objetivo. Caminó hacia el centro de la estancia principal, donde un gran pedestal de obsidiana se alzaba. Y, sobre él, el potro pegaso seguía encadenado. Rise no tardó en escuchar su respiración. Con rápidos movimientos usó su cuchilla para forzar los grilletes y liberarlo, tomándolo en sus patas a continuación. El pequeño despertó de golpe al notar el movimiento y empezó a luchar con debilidad.

—No... ¡no! Por favor... —sollozó.
—Tranquilo, pequeño. Todo ha pasado.

La voz de Rise era increíblemente dulce, cálida y tranquilizadora. Se pasó una de las patas delanteras sobre el pelaje limpio de su lomo, para librarla de los restos de sangre, y acarició suavemente al potro. Rise le habló con calma, con una ligerísima sonrisa, sin mostrar sus colmillos.

—Ya nadie te hará daño.

El pequeño alzó la mirada, observándola con expresión incrédula; tardó unos largos segundos en creer que no era una mentira pero, cuando lo hizo, sencillamente enterró su cara en el pelaje grisáceo de Rise Love. Ella lo abrazó con fuerza cuando el potro se echó a temblar, soltando entrecortados hipidos, demasiado débil como para gritar el dolor que había sufrido. La propia Rise sentía la ira crecer en su interior, amenazando con hacerle perder el control.

Los pasos de uno de sus hermanos de caza se acercaron.

—Rise, ¿estás bien?
—¿Tenemos al superviviente? —preguntó ella secamente.
—Sí. Es el que hacía la veces de segundo líder, el primero era el maestro de ceremonias que tú mataste.
—Sacadle la información —ordenó Rise—. Averiguad para quién trabajaba este culto, con quién se comunicaban, qué otros cultos existen. Usad cualquier medio.

El otro batpony se acercó más, poniendo un casco sobre el hombro de la yegua.

—Sácalo de aquí, Rise Love. Ya has hecho bastante, y no quieres ver lo que hay dentro. He mandado un mensaje a la Guardia Lunar, enviarán un equipo médico.

La yegua miró a su compañero, interrogativa.

—¿Qué más hay dentro?
—Muchos de los desaparecidos de La Diosa. Muchos como él —añadió, señalando al potro que todavía lloraba.

Rise Love asintió, comprendiendo en parte por qué le pedían que saliera. No necesitaba más razones para odiar a los diabolistas, ya había visto suficiente, y no podía permitir que su odio la cegara. Con paso tranquilo ascendió por las escaleras; la entrada había sido abierta con explosivos, y la unicornio que la guardaba formaba parte de un sangriento mosaico en la pared.

En el exterior, la luna estaba casi completamente cubierta por las nubes, pero la tormenta parecía estar remitiendo. La batpony observó al pequeño que todavía se asía a sus brazos con los ojos cerrados y llorando a mares en silencio. No pudo evitar ver la similitud con sus propios hijos, al verlo tan débil y vulnerable. ¿Cómo podían existir semejantes monstruos? ¿Cómo podían existir ponis capaces de hacer que ella, una asesina de élite, perdiera el control?

Jamás habría imaginado que la investigación de un nigromante, Dark Art, la llevaría a meterse de lleno en una trama de cultos diabolistas que parecía extenderse por varios países. Y si esto era así, ¿qué relación tenía Dark Art con los mismos, con el Señor de las Sombras? ¿Qué pintaba un nigromante en un culto diabolista? Y, sobre todo, ¿tenía todo esto algo que ver con el ataque no-muerto de Lutnia?

Demasiadas preguntas en el aire, un misterio que apuntaba a la existencia de una trama mucho mayor. Y, por su experiencia tratando con organizaciones criminales, Rise Love imaginaba que solo había cortado dos cabezas de la hidra; la Hermandad de la Sombra seguía ahí, en algún lugar. Hallar el corazón de la misma no sería nada fácil.

El potro que sostenía soltó un gran hipido, llorando con más fuerza, y moviéndose muy poco a poco debido al dolor del sinfín de torturas que había sufrido. Ese fue simple gesto selló el juramento de Rise Love de seguir su investigación hasta el final.

Se sentó en una esquina de la calle, abrazando al pequeño para protegerlo del frío. Y, con una voz sorprendentemente dulce y cálida, le cantó la misma nana que su madre le había cantado cuando era pequeña. La misma que ella le había cantado a sus propios hijos.

Come little children, I'll take thee away.
Into a land of enchantment.
Come little children, the time's come to play,
here in my garden of shadows.

Follow sweet children, I'll show thee the way
Through all the pain and the sorrows.
Weep not poor children, for life is this way,
murdering beauty and passions.


Ya podía escuchar el aleteo de los guardias en la distancia, y el sonido de la madera de un carro aéreo. No habían tardado demasiado. Ahora mantendrían lo ocurrido en secreto, para evitar que el pánico se desatara en la sociedad Equestriana. Quizá era lo mejor.

Hush now, dear children, it must be this way
too weary of life and deceptions.
Rest now my children, for soon we'll away
into the calm and the quiet.


Escuchó la llamada hipersónica de un batpony, a la cual Rise respondió, cortando la canción durante un instante. Tres batponis, guardias nocturnos, aterrizaron frente a ella. Portaban sendas armaduras de color violáceo. Rise les indicó que no quedaban enemigos, por lo que los tres guardia se adentraron en la guarida del, ahora extinto, culto de la ciudad.

Rise siguió cantando.

Come, little children, I'll take thee away,
into a land of enchantment.
Come, little childre, the time's come to play...



En ese instante, tres pegasos lideraron un carro a lo largo de la calle para aterrizar tan suavemente como pudieron. Del mismo salieron varios guardias, unicornios y ponis de tierra, con símbolos que los identificaban como sanitarios.

Here in my garden of shadows.

Rise Love se levantó y les entregó al potro, el cual fue introducido en el carro donde empezó a recibir tratamiento por sus heridas, entre exclamaciones de horror de los curanderos.

Uno de ellos preguntó a Rise Love qué había ocurrido, pero no recibió respuesta. Cuando se giró, solo la silenciosa y oscura calle se alzaba ante él.
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Re: AITANA PONES 2: La tumba del norte [aventura][horror][ca

Mensaje por Volgrand » 08 Oct 2015, 02:41

Artistas, os comisiono porque me dibujéis a Rise Love en el momento que ya ha roto su traje. En serio. PEro quiero un artista que se haya leído la escena, no describir yo lo que tengo en mente.
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Re: AITANA PONES 2: La tumba del norte [aventura][horror][ca

Mensaje por agustin47 » 08 Oct 2015, 20:12

Oh, sí, un capítulo, genial... No, espera... No. No. NOOOOOOOOOOOOOOO!!!!! Hope Spell T.T Bueno, coñas de lado, gran capítulo como siempre, aunque como ya digo, una pena que no haya nada sobre Hope Spell y Aitana, ya les tocará, paso a paso. Tenemos mientras la cacería de los batpony, que es muy interesante la verdad. Daría miedo tener que enfrentarse a eso... Y bueno, Daring Do a su rollo, en la selva como siempre :qmeparto: a ver como sigue esto, el hype a flor de piel como en cada capítulo :qmeparto:
Los milagros no son gratuitos.

La ignorancia a veces puede significar felicidad, y en este caso, la nuestra resulta ser una verdadera bendición.


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Re: AITANA PONES 2: La tumba del norte [aventura][horror][ca

Mensaje por Volgrand » 08 Oct 2015, 20:16

Tenemos mientras la cacería de los batpony, que es muy interesante la verdad. Daría miedo tener que enfrentarse a eso... [/quote]

EEEyup. Ese es el sentimiento que quería transmitir n_n
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Re: AITANA PONES 2: La tumba del norte [aventura][horror][ca

Mensaje por Volgrand » 22 Nov 2015, 23:08

Aún me falta, la musa no me acompaña últimamente. Pero el gran KITT2000 se está encargando de escopetearla de vuelta. ¡Gracias!

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Qué bonica que es Rise Love, toa psicópata ella :_)
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Re: AITANA PONES 2: La tumba del norte [aventura][horror][ca

Mensaje por Sr_Atomo » 22 Nov 2015, 23:35

Está genial. Kitt es un crack, y ha hecho a Rise Love tal como debe ser :P
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Échale un vistazo a mi fanfic "Parallel Stories" y opina.
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Re: AITANA PONES 2: La tumba del norte [aventura][horror][ca

Mensaje por Volgrand » 26 Dic 2015, 04:16

Capítulo 15: Hope Spell
Spoiler:
Esa mañana, Hope Spell se había despertado casi nada más despuntar el sol, habiendo dormido bastante poco durante la noche. Las dudas y el miedo asaltaban su mente en todo momento: Miedo a perder a aquellos que amaba, de una forma u otra. Su decisión de unirse a los Arqueólogos seguía firme en su conciencia, pero no así las consecuencias de la misma. ¿Cómo iba a separarse de su familia?

Durante el continuo duermevela que había sido su reposo, mil ideas diferentes habían pasado por la mente del joven unicornio. Una que había cobrado bastante peso era retractarse, decirle a Aitana que no se quería unir y sencillamente seguir con su vida. Quizá ellos entenderían por qué era mejor que no olvidara su decisión... quizá...

Se giró sobre la cama para mirar por la ventana; su cuarto daba al este, por lo que el sol naciente bañaba con una cálida luz anaranjada toda la estancia. Desde que era un potro había tomado la costumbre de dejar las cortinas abiertas para despertar con el amanecer, aunque fuera para cerrarlas inmediatamente y volverse a dormir.

Si apartaba el hecho de que su familia tendría que cambiar de identidad, aun así, se sentía ridículamente pequeño. Entrar a formar parte de un pequeño equipo que velaba por detener las artes oscuras en Equestria... ¡Y más allá! ¿Qué era él, sino un simple unicornio aprendiz de la magia blanca? Y aun así, había sido Aitana quien le había ofrecido entrar en los Arqueólogos. ¿Qué había visto en él? ¿Realmente era la actitud lo que más contaba para ser un cazador de demonios? Le costaba creerlo, estaba seguro que debía haber muchos ponis mejor preparados que él.

Estuvo tumbado en la cama, viendo cómo el sol ascendía poco a poco sobre el horizonte, contando el tiempo mentalmente. En cualquier instante escucharía a sus padres bajar a la cocina; después llegaría el golpe en la puerta del potro que repartía el periódico para que después su padre le gritara "¡Apunta mejor, muchacho!". Después de eso llegaría el olor del chocolate caliente que los dos prepararían para las más pequeñas de la familia -ahora ya adolescentes-, una de las cuales galoparía escaleras abajo, mientras que la otra haría lo mismo con un tranquilo trote.

Tal como calculaba, a los pocos momentos escuchó el arrítmico caminar de ambas hermanas cuando se dirigieron escaleras abajo. Pronto escucharía a Sunny gritar...



—¡Hope, oye Hope, despierta, despierta!

Esas palabras hicieron reaccionar a Hope, el cual se reincorporó en la cama de golpe, sin terminar de ubicarse del todo.

—Ah ¿qué, qué…?
—Vamos, dormilón, que se te pegan las sabanas…
—¡Nos vamos a comer todos los cupcakes!

Antes de que el aludido pudiera responder, una vocecilla a su lado exclamó.

—¡Ah, esperad, no os los comáis todos, dejadme un poco!

Hope miró a su diestra y, por un instante, se quedó helado; el que era él mismo haría cosa de varios años atrás se encontraba levantándose medio adormilado y con algo de torpeza. Miró por un momento a su alrededor y pudo comprobar que se encontraba en su antigua habitación de la casa de sus padres, a las afueras de Manehattan. Se hallaba exactamente igual a como la recordaba desde la última vez, nada había cambiado, aunque la decoración era más típica de cuando no era más que un potrillo con más sueños que experiencias. La luz del sol se colaba a raudales por la ventana, la cual tenía las cortinas abiertas, como siempre. Una amplia colección de libros decoraba las baldas superiores dispuestas encima de su cama, con algún que otro póster de la academia de magia local, a la cual había asistido y donde le habían enseñado todo lo que ahora sabía.

—¡Hope, a desayunar!
—¡Ya voy, mamá!

La voz de su madre desde la planta baja le hizo reaccionar y se levantó de su antigua cama, al tiempo que su otro yo del pasado salía disparado del baño adyacente para dirigirse a la cocina.

—¡Bright, Sunny, ni se os ocurra zampároslos todos!

El Hope adulto no pudo evitar esbozar una divertida sonrisa, puesto que recordaba muy bien esos momentos en los que se peleaba con sus hermanas por la cosa más nimia y boba posible. Eran las típicas disputas tontas entre hermanos por todo sin llegar a males mayores, aunque él las recordaba con especial cariño.
Salió al pasillo siguiendo la estela del pequeño Hope, bajando las escaleras y llegando al recibidor; hacía mucho tiempo desde la última vez que había estado allí, y ahora todo parecía cambiar, como si nunca hubiera sucedido. Fue entonces cuando le embargó una sensación de nostalgia que le hizo replantearse ciertas cosas. Aunque antes de que pudiera pensar en nada más, varias voces provenientes de la cocina le cortaron.

—¡Eh, te he visto, suelta inmediatamente ese cupcake!
—¡No, es mío, haber llegado tú antes!
—¡Pero yo también los quiero comer, déjame alguno!
—Hope, es que eres muy lento, si te levantaras más temprano…

Las palabras de su hermana pequeña dieron que pensar al Hope adulto, ya que razón no la faltaba; a él siempre le había gustado dormir, y la gran mayoría de las veces le solía costar levantarse, algo que siempre había perdurado, aun a pesar de los años.

El pequeño Hope quiso responder, pero en ese mismo instante su madre se metió para
mediar en la pequeña disputa.

—A ver, tranquilidad, hay cupackes para todos…
—Chicos, haced caso a vuestra madre que ya sabéis que es la reina de la casa…—añadió en ese momento su padre, el cual se encontraba leyendo el periódico matutino.
—Oh, pero mira que eres tonto, Silver…
—Ya sabes que sí, Star…—añadió él, guiñándola un ojo.

Tanto su madre como el Hope adulto dejaron escapar una risita tonta; desde siempre él había tenido una muy buena relación con sus padres, de los cuales guardaba muy buenos y cariñosos recuerdos. Silver Lay, la segunda mejor promoción de la escuela de magia de su quinta, irreverente donde los haya, buen fajador, conversador y de lo más adulador. Aunque su madre en su momento no se mostró tan impresionada como el resto de yeguas con las que se solía ver, constándole un poco más en convencerla en ese sentido. Y no era para menos, puesto que Star Wander siempre se había considerado una poni un tanto refinada, algo resabida, pero con mucha clase y un pronto de lo más variable y flexible. Quizás fuera por eso por lo que le cayó tan en gracia a su padre, el cual no lo dudó en ningún instante, sabiendo que esa era la yegua. Y, como resultado, Hope y sus hermanas surgieron para hacerles compañía.

Por su parte Hope siempre se había llevado muy bien con sus progenitores, especialmente con su padre, con el cual tenía una relación cercana; a su madre también la quería igualmente, aunque sus hermanas pequeñas eran sus predilectas, especialmente Sunny.

—¡Dado que hoy es sábado seré yo la que proponga un juego, teniendo que participar todos!—anunció esta última en ese momento.
—¿Y eso por qué, a ver? Además yo no voy a poder, tengo cosas que hacer y estudiar…—comentó el pequeño Hope.
—Hope, sabes que cuando dice algo luego no para…—le recordó Bright, calmadamente.
—Sí, lo sé, ese es el problema…

Por otro lado de sus dos hermanas Sunny siempre había sido la más mandona y activa de las dos, casi tan resabida como su madre, y llegando a ser un tanto hiperactiva ya que raramente se estaba quieta; su pelaje era azul claro, a juego con unos ojos del mismo color, y una larga melena amarilla adornaba su cuerpo. Su madre se esperaba en peinarla y cepillarla cada mañana, pero raro era el día en que la pequeña no echara al traste tanto esfuerzo a base alocados juegos entre arbustos, césped y barro.

En el polo opuesto estaba Bright, mucho más tranquila y calmada, de ideas claras y bastante inteligente, ya que de hecho la gustaba mucho leer. A diferencia de sus hermanos, su pelaje era de un azul marino que, en ocasiones, parecía casi negro. Sus ojos eran violetas y se escondían tras unas pequeñas gafas, ya que veía mal de cerca y las necesitaba para leer. Sus crines eran también amarillas, aunque tan blancas que creaban la ilusión de que era una joven anciana del tamaño de una potrilla. Hope recordaba que algunos potros del colegio se metían con Bright por ello; sin embargo el pronto dominio de la magia de la potra la ayudo a lidiar con ellos de una forma muy creativa.

El semental todavía reía al recordar cómo vio a los dos abusones correr entre lágrimas con todo su pelaje “adornado” con topos fucsia.

—Vale, hagamos una cosa, Sunny —sugirió su madre, siguiendo el juego de su hija en parte, pero poniendo orden al mismo tiempo—, dado que sois tres ¿por qué no os repartís el día y cada uno decide qué hacer en cada momento del mismo? Por ejemplo tú puedes encargarte de la mañana, Bright de la tarde y Hope de la noche.
—Oh, venga ya, mamá, no me metas en esto…—masculló el pequeño Hope, un tanto molesto.
—Vamos, vamos, Hope, después de todo deberías pasar más tiempo con tus hermanas… además, tendrás el resto del día para ti después.

Ante eso el pequeño Hope no tuvo más remedio que aceptar.

—Agh, está bien…

De esta forma Sunny puso los puntos sobre las íes rápidamente y, por unanimidad suya propia, fueron a jugar al pilla-pilla al jardín. El Hope adulto les siguió y, en cuanto salió afuera por la puerta, pudo sentir el agradable clima del este de Equestria acompañado por una suave brisa que le azotó la crin, trayendo consigo el olor del mar y el susurro de las olas.

Desde donde estaban se podía ver el skyline de la ciudad de Manehattan al otro lado del estuario, con la figura del puente de Golden Stable cruzando sobre el río y entrando en la ciudad desde el este. Los altos edificios y la elevada densidad de población no tenían ni punto de comparación con las afueras al otro lado del estuario del río Trutson, justo al lado del cabo y muy cerca del faro de Manehattan, situado un poco más al sur de donde su casa se encontraba.

Desde la punta del cabo se podía ver con claridad todo el distrito bajo de la gran ciudad, además de la figura de la estatua de la Amistad situada en su isla homónima, con su pata alzada sosteniendo la antorcha del fuego de la Amistad y su serio gesto grabado en su metálica cara, mirando hacia el este y dando la bienvenida a los barcos cargados de mercancías e inmigrantes de otros reinos y países.

Ante esa visión el Hope adulto suspiró, dejándose llevar por las sensaciones que su viejo hogar le transmitía, sintiendo como la nostalgia comenzaba a invadirle cada vez con más fuerza; en el jardín el pequeño Hope jugaba con sus hermanas, aunque fuera un poco a desgana, oyéndose sus voces por todo el valle. Fue entonces cuando se dio cuenta de la realidad.

—Echo de menos todo esto— pensó en voz alta.

Fue en ese mismo instante cuando todo pareció detenerse de golpe; las nubes se quedaron quietas en el cielo, los sonidos enmudecieron y el viento dejó de soplar. Hope se quedó allí, extrañado, sin saber muy bien qué ocurría. Aunque entonces, en ese justo momento, una profunda y suave voz que le era familiar tronó por todo el valle, diciendo.

—No hay nada malo en sentir morriña de tu tierra, Hope.

En el cielo una radiante luna brilló, al tiempo que esta se abría como una flor, saliendo de ella una alicornio de pelaje oscuro y crin estrellada. Hope abrió muchísimo los ojos, sin creerse lo que estaba viendo.

—¡Pri… pri… princesa Luna! ¡Es todo un honor, alteza!—exclamó él, inclinándose ante ella.

La aludida voló hasta donde se encontraba y aterrizó justo enfrente, dirigiéndose a él suavemente.

—No es necesario que seas tan formal conmigo, pequeño poni. Después de todo, este es tu sueño.

Sus palabras le llamaron la atención, comentando de seguido.

—Espere ¿mi sueño? Entonces, eso significa…
—Así es, estás soñando.
—Vaya… parecía tan real… Claro, ¿cómo iba a ser real y estar yo en dos sitios a la vez? —añadió, riéndose de sí mismo.
—Bueno, un sueño puede ser tan real como la propia realidad, sobre todo cuando se construye en base a los recuerdos. No es raro rememorar acontecimientos pasados a través de los sueños.
—Claro, recuerdo estos momentos, pero había olvidado cuánto los echaba de menos.
—Por supuesto. Aunque, por lo que he podido ver, hay algo más que parece inquietarte, ¿no es así?

Un tanto temeroso a hablar ante la princesa, Hope murmuró.

—Sí, bueno… ahora que voy a unirme a los Arqueólogos y en compañía de la doctora Pones, no puedo evitar preguntarme si separarme de mi familia es una buena idea. Hace tiempo que me alejé algo de ellos, para estudiar, y ya nos los veo tanto como antes. Pero ahora veo que los echo mucho de menos...

Luna esbozó una suave sonrisa, al tiempo que se quedaba pensativa por un momento, buscando las palabras adecuadas.

—Bueno, es normal sentir morriña por el pasado, en ese sentido los recuerdos son algo muy valioso para cualquiera. Pero míralo de esta forma, ahora que vas a ir de viaje y vas a aprender cosas nuevas, sobre todo teniendo en cuenta que Aitana Pones te acompaña, puedes crear nuevos recuerdos partiendo de los viejos.

Hope se quedó un tanto extrañado ante esa sugerencia, inquiriendo de seguido.

—¿A qué se refiere exactamente, princesa?
—Que eches de menos a tu familia es algo normal, pero ten en cuenta que ellos siempre te apoyaron a lo largo de todo tu aprendizaje. Te verán partir, porque seguramente esperarán encontrar a un fuerte y nuevo Hope Spell, uno del que pueden sentirse aún más orgullosos de él, si cabe. Y, para tus hermanas, no serás sino un gran ejemplo y modelo a seguir. Intenta que tus recuerdos no sean una traba, sino una inspiración para seguir adelante.

Las palabras de la princesa Luna resonaron fuertes y claras en su cabeza, pensando en todo lo que le había dicho. Miró en dirección al amplio jardín trasero de su casa, pudiendo verse a sí mismo junto a sus hermanas. Sunny les miraba con gesto demandante, tratando de que siguieran su juego, mientras que Bright, por su parte, conservaba en todo momento su típica calmada cara, haciendo caso a su hermana. Por parte del pequeño Hope había un gesto cansado y un tanto molesto, aunque en el fondo se le podía entrever cierta felicidad en él que hasta el mismo Hope pudo ver.

Desde la ventana de la cocina podía ver a sus padres mirándose entre sí con sendos gestos llenos de cariño, confidencia y amor, ella con una mueca zalamera, y él con una sonrisita divertida.

Fue entonces en ese mismo instante cuando comprendió las palabras de la princesa Luna, notando como se calmaba su agitado corazón. No veía razón para dudar de su nuevo cometido junto a los Arqueólogos y, además, la doctora Pones confiaba en él. No podía fallarles, ni a ellos, ni a ella ni a su familia. Al principio no entenderían por qué debían separarse... pero con el tiempo lo harían. No iba a ser un paso sencillo.

—Pues claro, ahora lo entiendo… gracias, princesa Luna.
—Oh, no ha sido nada, mi pequeño poni, he hecho lo que tenía qué hacer. Yo también espero muchas cosas de ti —añadió ella, guiñándole un ojo.

Hope no pudo evitar que se le subieran ligeramente los colores, tratando de ocultarlo como buenamente pudo. Sin decirle nada más, y dedicándole una última sonrisa, la princesa Luna agitó sus alas y se elevó en el cielo, envolviéndose en una fuerte luz blanca, empezando a desvanecerse poco a poco.

—Hope Spell, hay algo que debes saber —tronó la voz de Luna—. Cuando despiertes no recordarás haberme visto.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque es necesario.

Inmediatamente después, Hope sintió como si un hilo invisible tirara de él hacia arriba hasta finalmente alzarlo del todo, abriendo los ojos justo después. El sol que entraba a través de su ventana se había alzado bastante sobre el horizonte, bañando la estancia con su cálida luz. Abajo ya podía escuchar la algarabía de Sunny, ahora adolescente, mientras comía y hablaba al mismo tiempo de lo que iba a hacer ese día.

—¡Hope! ¡Baja ya, dormilón, que te quedarás sin cupcakes!

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En Canterlot, la princesa Luna abrió los ojos de pronto, saliendo del trance en el que se había sumido para navegar por el mundo onírico. El sol se colaba por varios resquicios entre las cortinas, y podía sentir la presencia de su hermana en otro lugar del castillo. La alicornio de la noche se levantó y se estiró, había tardado más tiempo del que esperaba en encontrar su objetivo.

El estupor era evidente en la faz de la princesa, abandonando el semblante sabio y benevolente que había mantenido en el sueño de Hope Spell.

Era él. Era exactamente él. En la visión de la loba había visto una versión mucho más madura y experimentada del semental que había observado en el sueño, pero no tenía ninguna duda al respecto:

Era él.

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—Buenos días, señor Spell. ¿Ha dormido bien?

El profesor Pones observó al unicornio verde entrar en su despacho; el mismo parecía cansado y, ciertamente, nervioso.

—Pues... sí, bastante bien. Aunque la idea de separarme de mi familia no es que ayude demasiado, sinceramente. ¿No cree que podríamos tutearnos ya, profesor?
—No. De cara al mundo, usted y yo solo tenemos una relación profesor-alumno. Y yo no tuteo a ninguno de mis estudiantes.
—Entiendo...

El profesor Pones hizo un gesto para que Hope se sentara frente a la mesa; sobra la misma había desplegados una cantidad ingente de libros y pergaminos. Al joven mago le bastó un rápido vistazo para ver que ninguno de ellos había sido sacado de la biblioteca.

—Todos estos documentos son tratados sobre la artes prohibidas de la magia. O, mejor dicho, son copias de los mismos.

Hope silbó largamente ante el gran volumen de lectura que tenía frente a él.

—¿Todo esto tengo que leer? Vaya, y luego me quejo de mis estudios...
—Oh, no joven, se equivoca. Esto no supone ni la mitad de todo el material que los Arqueólogos tenemos interiorizado. Aquí —dijo, señalando la montaña de documentos— encontrará usted información que no le ha sido impartida en sus clases de magia blanca: Cómo se estructuran los cultos al Tártaro, las clases de demonios, los poderes nigrománticos, la magia negra...
—¿Y la otra mitad?
—Verá, señor Spell, estos documentos son relativamente fáciles de conseguir, con algo de paciencia. El resto de conocimiento que usted obtendrá es el propio de la orden de los Arqueólogos: nuestra historia, nuestras grandes victorias y derrotas, enemigos que hemos enfrentado, objetos y criaturas que monitorizamos, nuestra red de contactos...

Hope estuvo a punto de preguntar por qué no le daba ese material al mismo tiempo, pero no tardó en elucubrar él mismo la respuesta. Con una queda carcajada miró al profesor.

—Todavía no confía en mi, ¿verdad?
—No. Tengo su palabra, señor Spell, pero solo sus actos demostrarán que es usted de fiar. Cuando el Tártaro le tiente, cuando se le ofrezca la maldición de la inmortalidad, cuando tenga usted oportunidad de dominar la magia negra... Entonces, solo entonces sabremos qué tipo de poni es usted.
—Creí que después de lo que dije ayer...
—Sé lo que dijo ayer —le interrumpió el unicornio anciano—. Pero solo fueron palabras, sustentadas, eso sí, por sus actos en Lutnia. Espero de verdad que mantenga usted los ideales que esgrimió, llegado el momento. Ahora, vamos a la casa de Aitana, ya tendrá tiempo usted de leer en su tiempo libre.

Durante un rato ambos sementales caminaron en silencio, acompañados por el repiqueteo de sus pasos y el ligero chirrido de la silla de ruedas. Hope todavía sentía un nudo en el estómago que, ahora que no tenía cómo distraerlo, se acrecentaba por momentos al pensar en su familia. ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Cómo iba a decirles que deberían irse, que él mismo los iba a poner en peligro? Sabía que no lo entenderían, que le intentarían hacer cambiar de parecer... ¿pero cómo iba a hacerlo? ¿Cómo, ahora que había empezado a ver los horrores que se ocultaban al mundo? Además no estaba seguro de cómo reaccionarían Aitana y su padre si ahora se echaba atrás, algo le decía que debían tener un as en la manga para tal eventualidad.

Sinceramente, él lo tendría de estar en su situación.

El campus estaba de nuevo el funcionamiento y el sol brillaba como si la tormenta de la noche anterior no hubiera ocurrido. A pesar de ello, la temperatura había caído drásticamente, marcando una súbita llegada del invierno; esa misma mañana el equipo meteorológico informó de que el otoño debería recogerse dos semanas antes de lo planeado. Cierto es que podrían arreglar el tiempo en unas pocas horas, pero algún alto mandatario de la fábrica del clima decidió aprovechar la tormenta salvaje en lugar de gastar tiempo y recursos en arreglar el descontrol climatológico.

La mayoría de estudiantes habían sacado ya sus abrigos para protegerse del frío ambiente, caminando de un lado a otro y charlando entre ellos. Todos menos Hope Spell que, una vez más, estaba lamentando no haber hecho caso a su madre cuando le dijo de coger un abrigo. El profesor Pones, como era habitual, llevaba un atuendo compuesto por una camisa anaranjada y una chaqueta marrón que rozaba la elegancia pero no llegaba a abrazarla, por lo que el cambio de temperatura no parecía afectarle. Caminando junto al anciano semental, y cuando ya salían del campus, Hope no pudo evitar lanzar una pregunta que le provocaba gran curiosidad.

—Profesor, ¿puedo preguntarle qué le pasó?

Hope terminó su frase señalando la silla de ruedas con el hocico; el anciano semental entendió el gesto al instante, frunciendo en ceño ante la atrevida pregunta.

—Solía luchar como Aitana, joven. Una de mis misiones salió muy mal.

Tras la seca respuesta, el profesor siguió andando mirando hacia adelante, evidentemente molesto. Hope prefirió callarse el resto del camino.

Tras un rato salieron del campus y se dirigieron al exterior de la ciudad; la urbanización en esa zona era muy poco densa, consistiendo en casas bastante separadas entre sí de granjeros y pequeñas familias. Los árboles se volvían más numerosos cuanto más caminaban, ya que por esa zona había un pequeño y pacífico bosque. Recordaba el camino hacia la casa de Aitana por la noche en que había tenido que cargar con ella hasta la misma; el hogar de la Arqueóloga destacaba porque, si su propietaria lo cuidara un poco, sería un espectacular lugar donde vivir. A pesar de ser una construcción de un solo piso, sin contar el sótano, la parte frontal se extendía casi quince metros de esquina a esquina; la estructura estaba hecha de madera bien trabajada, y las uniones de equinas, ventanas y puertas estaba trabajado por las hábiles pezuñas de un carpintero artesano.

Y hasta ahí acababa lo bueno: la falta de cuidado y mantenimiento había hecho que el barniz acabara deshaciéndose, dando un color grisáceo al muro; las plantas del jardín delantero crecían descontroladamente, sobresaliendo incluso por fuera de la verja exterior. Lo único que combatía la natural tendencia de la hierba y los arbustos a cubrirlo todo era un camino de losas que llevaba hasta la entrada principal. Ambos unicornios fueron hasta esta última y llamaron a la puerta; pocos segundos después, Aitana gritó “¡Pasad al jardín de atrás! ¡Está abierto!”.

El interior de la casa estaba exactamente igual que la noche anterior: la mesita seguía en el mismo lugar, y la yegua ni siquiera había retirado las copas que compartieron, incluyendo la botella envenenada que todavía reposaba en el fregadero. Montañas de cachivaches crecían aquí y allá, con sus objetos más valiosos ocultos en la caótica organización de la que Aitana Pones hacía gala. El profesor lideró el camino a través de la construcción hasta una puerta, en el mismo dormitorio, que daba acceso al jardín trasero. La última vez que estuvo ahí, Hope ni siquiera se había fijado en la misma.

Y por eso, a punto estuvo de decir un improperio debido a la sorpresa.

Frente a él había una enorme explanada de hierba verde, segada a poca distancia del suelo. No muy lejos de la casa había un pequeño estanque artificial que parecía ideal para bañarse, a pesar de que el agua no era demasiado clara. Más adelante empezaban los árboles de un pequeño bosque que rodeaba la zona, dando sensación de intimidad. Llamaba la atención que en medio de la explanada había un gran círculo rúnico formado por piedras talladas con precisión.

—¿Qué pasa, que una Arqueóloga no puede tener un sitio para relajarse? —preguntó Aitana a media sonrisa. Hope se giró para encontrarse a la Arqueóloga tumbada en una hamaca, tomando el sol a pesar del frío; una botella de Sidra se encontraba sobre una mesa a su lado, mientras que otras, vacías, yacían sobre la hierba—. Nada mejor para que te dejen tranquila que una casa que parece cochambrosa por delante.
—Y que lo es por dentro, hija —puntualizó el profesor Pones con un poco de malicia—. Veo que ya te han quitado la venda.

Hope se fijó en ese momento en los cuartos traseros de Aitana; evidentemente, la pierna herida se hallaba libre de nuevo. Un ligero hundimiento en el pelaje indicaba dónde había sido alcanzada por la lanza.

—Sep —comentó la yegua marrón, balanceándose ligeramente en la hamaca—. Aunque me han recomendado que no la fuerce demasiado, de momento.
—Así me gusta, siguiendo las instrucciones del médico —bromeó su padre—. ¿Has comprobado el círculo?
—Hombre, no tengo ganas de que devastéis el césped con un mal hechizo. Solo carga las runas y deberíais poder entrenar sin problemas.
—Perfecto. Señor Spell, deje sus cosas aquí.

Hope hizo como le dijeron y fue con el profesor Pones hacia el círculo; el anciano semental se concentró durante un instante, haciendo que las runas empezaran a brillar poco a poco con su magia. Al cabo de unos instantes, todo el círculo se ilumino hasta que cada marca arcana resplandeció notablemente sobre el verde del césped.

Cuando entró en el círculo, el unicornio verde no sintió nada extraño. El profesor hizo lo propio a continuación, mientras se aflojaba el cuello de la camisa con telequinesia.

—Es un círculo de contención muy simple, señor Spell —explicó el unicornio paralítico—, evitará que nuestra magia llame la atención. La guardia podría interesarse en por qué estamos usando hechizos de alto nivel.
—Entiendo. ¿Qué vamos a hacer, profesor?
—Supongo que usted jamás había usado su magia en combate antes de Lutnia, ¿verdad? —el joven semental asintió—. Siendo usted un mago blanco, la magia defensiva le será útil. Me contó Aitana que logró usted detener varios rayos lanzados por un Maestro de la Guerra, toda una proeza.
—Gracias profesor, pero lo cierto es que me agoté en seguida. No habría podido resistir otro impacto así, tuve que ingeniarme el truco del pararrayos.
—Bien. ¿Conoce usted los hechizos básicos de protección de la magia blanca?

Hope, un poco dubitativo, asintió. Conocerlos los conocía... en teoría. En la práctica jamás los había llegado a utilizar de forma efectiva. El unicornio verde se concentró, recordando los patrones mágicos que había memorizado concienzudamente; pronto sintió el agradable calor de la magia blanca rodeándolo con una sensación de paz y protección. Aitana, sin haberse movido de la hamaca, alzó la vista cuando sintió la ligera brisa tibia emanando del círculo.

El profesor Pones estudió al joven semental con expresión evaluadora, caminando a su alrededor y palpando con su propia magia la barrera que había convocado el mago blanco. Tras casi un minuto, el anciano conjuró al tiempo que alzaba un casco; una pequeña bola de energía negra apareció sobre el mismo y, como si fuera una pelota, la lanzó hacia Hope. El hechizo tardó solo un instante en empezar a deshacerse y, cuando alcanzó al unicornio verde, del mismo no quedaba más que una inofensiva bruma negruzca. Hope sonrió al ver por primera vez el hechizo en funcionamiento.

—Bueno, parece que puede usted soplar una vela —comentó el profesor mientras retrocedía unos pasos—. Veamos cómo se comporta contra un incendio.

En cuanto dijo esas palabras, el anciano unicornio conjuró; su cuerno se cubrió con un aura completamente negra, muy diferente a la magia que normalmente utilizaba, y la oscuridad tomó sus ojos cuando un poder maldito recorrió cada fibra del ser del profesor Pones. Hope sintió de repente ese frío antinatural que caracterizaba tan bien a la nigromancia, junto al cosquilleo en la base de su columna que sentía cuando se hallaba ante un gran poder mágico. ¿Estaba usando un arte prohibido? ¿Por qué? El joven intentó retroceder y reforzar su barrera pero, antes de que pudiera hacer nada, una ola de magia oscura surgió frente al profesor. La barrera se hundió al instante, pese a los esfuerzos de hope, ante la brutal acometida. Hope sintió un grito en su mente en cuanto el hechizo nigromántico le tocó:


El grito de su madre.

Una joven yegua de crines rubias yacía en el suelo, en un creciente círculo de sangre. Hope alzó la vista, sientiendo cómo el tiempo se ralentizaba, y clavó los ojos en el asesino: Era el mismo grifo diabolista que le había atacado en Cérvidas. ¿Cómo seguía vivo? ¡Aitana lo había matado! Pero el asesino había cambiado: su unión con el Tártaro era más profunda, y mostraba más rasgos demoníacos que no propios de su raza natal: Sus ojos, hundidos, se hallaban cubiertos por las sombras y brillaban como ascuas en la oscuridad; sus garras eran mucho más grandes de lo que debieran ser, y se hallaban cubiertas por un fuego sacrílego, y su voz no era otra cosa que simples rugidos imposibles.

Hope reaccioó al instante, conjurando su magia en el hechizo más terrible que pudo imaginar: Una tromba de rayos azulados salió de su cuerno, atravesando al diabolista por todo el cuerpo hasta que el mismo fue consumido por las llamas y reducido a cenizas. Pero el hecho no fue consuelo alguno: Sunny estaba muerta. Su madre lloraba sin cesar, y su padre se hallaba en shock, incapaz de moverse siquiera. Al igual que Hope.

Y, sin embargo, hubo una voz que mantuvo la calma, segura de sí misma.

—Podemos traerla de vuelta. Lo he leído.

Bright se acercó al cuerpo sin vida de su hermana, sin temor o tristeza. Observaba la escena con cierta suficiencia, y acabó clavando los ojos en Hope Spell.

—Solo hace falta... conocer el hechizo adecuado, y con qué poderes hacer un trato...

Hope sintió el poder del Tártaro recorrer su ser cuando su hermana empezó a conjurar; pronto un terrorífico resplandor cubrió los ojos de Sunny, la cual tosió y empezó a levantarse poco a poco.

—No... ¡No, Bright, no lo hagas! ¡NO!


—¡¡NO!!

Cono ese grito, Hope sintió un resplandor de luz, y la figura de su hermana fue sustituida por la del profesor Pones. El joven semental inspiró hondo, intentando calmarse y asimilar que todo había sido solo una pesadilla. Tembloroso, se puso en pie al escuchar la voz de Aitana.

—¡Papá, refuerza el círculo, que me vas a marchitar el césped!

La magia oscura todavía rodeaba al profesor Pones; sus ojos, oscurecidos por la misma, recordaban a Hope vagamente a la mirada enloquecida que había visto en el grifo diabolista que le atacó en Cérvidas. Sin embargo, en solo unos segundos, la nigromancia abandonó al unicornio y frente a él vio al conocido semental que impartía clases de historia.

—Hija, tampoco me he pasado tanto, no exageres.
—Mira, espero que no me salgan canas por tu culpa.
—¿Cómo lo sabrías? ¡La mitad de tu pelo es gris!
—Detalles —rió la yegua de pelo bicolor.
—Usted... —dijo Hope mientras se levantaba, todavía tembloroso—. No puede ser... usted, ¿es un nigromante?

El joven semental miró a padre e hija alternativamente; el primero empezó a explicar, mientras la última abría una nueva botella de sidra.

—Joven, si le digo que también sé dibujar bastante bien, ¿diría usted que soy un dibujante?
—¡Pero los arqueólogos luchamos contra las artes prohibidas! ¿Por qué...?
—Usted me ve en silla de ruedas, señor Spell, pero cuando era joven cazaba a los magos oscuros como lo hace Aitana hoy día. ¿Por qué cree que era tan bueno en ello? Porque conozco sus artes, sus puntos fuertes y los débiles. Todos los arqueólogos sabemos lo suficiente de nigromancia, magia negra y diabolismo para saber a qué nos enfrentamos, y pronto usted aprenderá bastante al respecto también.
—Vamos Hope, si quieres luego te enseño yo cómo abrir una ventana al Tártaro para charlar con Tirek —bromeó Aitana—. Solo necesitas incienso, velas, algo de obsidiana y sangre de una yegua virgen.
—Pero... ¿no es peligroso?
—j*der, pues depende de si el padre de la susodicha está cerca o...
—¡Aitana, dejea de bromear! —la regañó su padre antes de dirigirse de nuevo a Hope—. Sólo si se deja usted llevar por las tentaciones de las artes prohibidas. Vamos, prepárese: su barrera ha sido patética. Haga un mejor esfuerzo, joven.

Hope llamó de nuevo a la magia blanca, intentando focalizar mejor sus defensas. El profesor Pones, por su parte, hizo exactamente lo mismo que antes: llamó a la nigromancia y convocó de nuevo el hechizo que haría que el joven unicornio viviera sus peores pesadillas y temores durante un instante.

Aitana bebió un largo trago al tiempo que un frío viento, impulsado por la nigromancia de su padre, le sacudía el pelo. El grito de terror de Hope lo siguió a continuación.

—Levántese, señor Spell —ordenó el profesor—. Está usted creando una esfera con su magia, en vez de eso concentre sus defensas entre usted y yo.

En esta ocasión, frente al sudoroso semental verde, se formó una barrera translucida, que distorsionaba la luz como el aire caliente. El padre de Aitana volvió a conjurar, al tiempo que esta alzaba la botella para apurarla hasta el final. Una nueva descarga mágica, seguida del grito de Hope y de una brisa fría que sacudió las crines de la yegua marrón.

La estampa se repitió unas cuantas veces más: Hope volvía a intentar conjurar sus defensas, las cuales eran irremediablemente superadas sin esfuerzo alguno por parte del profesor Pones. Finalmente, este último se acercó al joven mago y lo ayudó a levantarse.

—Curioso. Incluso el círculo de protección más básico de la magia blanca debería ser capaz de detener este hechizo, no está pensado para penetrar ninguna barrera.
—No... no sé qué hacer, profesor —jadeó Hope, entre temblores—. Uso toda mi fuerza en intentar resistir, pero... no funciona.
—Creo que ahí tenemos una posible explicación, señor Spell. Defina usted la magia blanca en tres palabras, por favor.

El aludido dudó durante un instante antes de encontrar la respuesta.

—Amor, paz y... protección.
—Entonces, ¿por qué intenta usted vencer usando la fuerza?

El semblante de Hope Spell cambió de pronto cuando comprendió a qué se refería el profesor: había estado intentando usar la magia blanca con un sentimiento absolutamente contrario a la naturaleza de la misma. Sin darse cuenta, él mismo había debilitado sus propias capacidades mágicas. En Cérvidas, cuando detuvo el rayo que le lanzó Asunrix, lo hizo usando magia básica y cruda, y ahí sí que funcionó simplemente el método de la “fuerza bruta”.

Acompañado por el chirriar de su silla de ruedas, el anciano semental se alejó de Hope mientras la oscura sombra de la nigromancia cubría sus ojos. El joven unicornio se concentró en los patrones de magia de la protección blanca. Frente a él, el profesor Pones empezó a conjurar, haciendo que una densa niebla negra se formara a su alrededor. Hope tragó saliva, sintiendo el temor atenazarle el estómago; no quería volver a experimentar esa horrible pesadilla.

Paz. Amor. Protección.

Hope cerró los ojos y dejó que sus sentimientos vagaran a través de sus recuerdos más preciados: el nacimiento de sus hermanas. Cuando entró en la academia. El fracaso de su hermana en un torneo de Hoof Ball y cómo le afectó durante un tiempo, hasta que un día volvió a sonreír tras soltar una gran carcajada. Sus padres, siempre presentes, siempre cuidándoles de todo mal.

Más allá que eso, recordó cosas que había visto en Cérvidas, tras el ataque: los maestros artesanos, ayudando a reconstruir la ciudad sin pedir nada a cambio; los cervatillos que recorrieron el puerto tras el ataque, metiéndose entre los restos de naves en llamas para rescatar a los que estaban atrapados; los curanderos, atendiendo a los heridos al instante, y todo aquel cuyas habilidades no eran adecuadas, ofreciendo apoyo y consuelo a los afectados, fuera cual fuera su raza.

Cuando abrió los ojos, el profesor Pones acababa de completar el conjuro, y la oscura niebla de pesadilla se echaba sobre Hope. Este, controlando su miedo, inspiró por el hocico y contuvo el aire durante un instante; cuando sopló poco a poco por la boca, la barrera que crepitaba frente a él brilló brevemente al sentir el contacto de la nigromancia. La oscura niebla fue deshaciendo al tocar la defensa de la magia blanca y, aquella que no lo hizo, rodeo inofensivamente a Hope Spell, sin llegar a rozarlo siquiera.

El profesor Pones sonrió al ver el progreso del joven. Este último pensó que podría aprovechar el instante para lanzar un pequeño hechizo de ataque y pillar por sorpresa al anciano; conjuró rápidamente y soltó un pequeño proyectil de magia pura que se dirigió al profesor, un simple conjuro aturdidor. El señor Pones no trató siquiera de apartarse, y en el último momento se hizo visible una barrera mágica cuando el proyectil hizo impacto contra ella. Hope observó el hecho alucinado, ¿cuándo la había convocado? Pones, por su parte, alzó una incrédula ceja.

Lo siguiente que pudo procesar Hope fue que estaba en el aire; después rodó varios metros por la hierba, gritando a cada golpe. No logró orientarse hasta que se detuvo, quedando el cielo frente a él. Justo a su lado pudo ver una pata de pelaje marrón colgando lánguidamente de una hamaca de tela. Se escuchó el sonido de una botella de sidra al abrirse, y una chapa cayó sobre la cara del aturdido unicornio.

—Buen trabajo, papá. Pronto aprenderá a volar.
—¿Qué esperaba que ocurriera lanzándome un ataque tan pobre? —preguntó el profesor, ofendido—. Por favor...
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Un muchísimas, ¡MUCHÍSIMAS! gracias a SG91 por ese genial Slice of Life que ha escrito con el sueño de Hope. Me ha ayudado bastante a sacar el episodio adelante. A ver si la musa no me vuelve a abandonar durante un mes entero xD.
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