Esta historia tiene muchísima inspiración en "La Historia Interminable", como ya habrás notado. Hay algunos detalles muy obvios, como la Nada, y como tú dices, el hecho de que toda esa dimensión es un vacío salvo donde hay... alguien. Y bueno, a ver si logras ver otra referencia al respecto en el siguiente capítulo

Capítulo 15: "Mi mundo es fuego. Y música"
(Premio para el que pille la referencia del título)
Spoiler:
La estación de tren de Canterlot se hallaba completamente desierta. Ningún ser equestriano, mortal o inmortal, podía resistir la llamada del Gary Stu; todos se hallaban en el estadio y sus alrededores, presenciando su grandiosidad. Los más desafortunados -o afortunados, según el punto de vista- observaban el espectáculo desde las gigantescas pantallas instaladas a lo largo de toda la ciudad.
Es por ello que nadie se percató de los gemidos lastimeros que recorrieron la estación. Y aunque los hubiesen percibido, nadie se molestaría jamás en ayudar a la patética criatura que se arrastraba por ella, lo que dejaba a esa pobre alma desamparada con una única opción: sobrevivir por su propia cuenta. Pero las horas de sufrimiento, finalmente, dieron su fruto al encontrar aquello que le devolvería a la vida.
Alzándose patéticamente, logró alargar una pata hasta la mesa de una cafetería cercana. Lo notaba, podía olerlo, a pesar de ser incapaz de levantarse para localizarlo con sus propios ojos, pero estaba a punto de conseguirlo.
Y, finalmente, logró atraparlo con el casco.
—¡S… sssíiiiiii! —gimió Mad Machine alzando un muffin a medio comer.
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La taza de porcelana, de un blanco inmaculado, fue colocada sobre la mesa. No era una taza con decoraciones superfluas ni florituras. Era la sólida taza de barra de bar acostumbrada al trabajo duro y la ración grande. A su lado fue colocada la cucharilla son un sugerente “clinc”
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Volgrand caminaba de lado a lado, oteando la oscuridad y la tormenta sobre él, tratando de encontrar alguna referencia a la que asirse.
—Te he echado mucho de menos, nena.
—Y yo a ti, mi amor.
Totalmente repuestas y reconciliadas, Octavia y Vynil intercambiaban palabras de bienvenida todavía abrazadas sobre la mesa de mezclas mientras Volgrand y Unade se estrujaban el cerebro.
—¿Alguna idea, Volgrand? —preguntó Unade.
Este pasó de caminar de un lado al otro a hacerlo en círculos, mientras pensaba en voz alta.
—Bueno… Dicen que el infinito es circular… Eso significa que aunque la oscuridad sea infinita, se pliega sobre sí misma en un círculo. Podríamos usarlo a nuestro favor.
—¿Eso significa que si saltamos lo bastante alto caeremos por el agujero del centro?
—¡Unade que esto es muy serio!
Por toda respuesta, la poni miró hacia la lejana tormenta y las criaturas de pesadilla que nadaban en ella.
—Si eso es el agujero de salida, no estoy tan segura de querer atravesarlo.
Volgrand dirigió su mirada hacia lo alto. En ese momento el rostro de una especie de caballo descarnado surgió de la tormenta y derramó una larga hilera de lava sobre las nubes, que chillaron de dolor.
—Decididamente, debemos buscar otra teoría sobre el multiverso para salir de aquí —declaró Volgrand con los ojos más desorbitados todavía, los reflejos del lejano fuego danzando en ellos.
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La cafetera, modelo moka, fue retirada del fuego, gorgoteando sugerentemente. La boca se inclinó sobre la taza despacio y el café, humeante y lleno de esencia la llenó hasta la mitad. Era uno de esos cafés italianos, intensos y espesos. El justo y mesurado contrapunto de leche fue añadido.
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Unade observó reflexiva la sopa primordial de caos y mal rollo sobre ellos. Varias cabezas, con cierta similitud a la de un buitre estrábico, habían surgido y graznaban. Una criatura, demasiado similar a un Horrendo Cazador como para que su locura no se resintiera ante su visión, devoró a uno de los buitres.
—Lovecraft y la teoría de cuerdas coincidieron recientemente en que el universo tiene once dimensiones. ¿Te puede ser de utilidad?
—Genial, eso significa que nos podemos perder once veces. O en uno de los diez elevado a la quinienta potencia universos que predice la teoría de cuerdas. Sea como sea, ni harto de vino atravieso volando esa cosa.
—Antes tendrías que aprender a volar en línea recta.
—Otro motivo para descartarlo.
Ajenas a la conversación de los dos ex-humanos, dos yeguas seguían a lo suyo.
—No quiero que volvamos a pelearnos nunca, ¿vale? —susurró Octavia.
—Prometido. ¿Pero podemos seguir discutiendo de música, porfa?
—¿Cómo te atreves a llamar música a los Wubs?
Volgrand dejó escapar un largo suspiro.
—¿Crees que deberíamos preguntar a esas dos?
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Un terrón pequeño de azúcar fue sumergido en la taza a continuación. La cucharilla fue tomada y, con deliberada parsimonia, removió los componentes de lo que era El Café Perfecto. Clinc, clinc, clinc, clinc...
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En la sala de ensayos carente de paredes, Volgrand fijó su mirada en el cielo y extendió sus alas, todo determinación. Unade se volvió hacia él.
—Volgrand, ¿qué ocurre?
Por toda respuesta él murmuró con los ojos desorbitados “c… aff… é…” y agitó las alas para echar a volar. Hay que decir que Volgrand le echaba muy buena voluntad a lo que hacía, y también la agilidad de un pato con sobrepeso. Así que Unade tuvo tiempo de agarrarlo por la cola para tratar de frenarlo.
—Vosotras dos, ¡dejad de haceros arrumacos y ayudadme!
Vynil y Octavia se volvieron cuando vieron pasar a Unade siendo arrastrada por Volgrand, que intentaba despegar con torpes rebotes en el suelo, agitando tanto patas como alas, sin tener muy claro que apéndices debía mover y probando con todos. Pero, a pesar de ello, conseguía ir acelerando en el proceso, realizando rebotes cada vez más largos.
—¿Pero qué hacéis?
—Creo que quiere atravesar la tormenta, ayudadme a pararlo.
Octavia saltó y agarró a Unade, a su vez, Vynil agarró a Octavia. Y Volgrand, llevado por una fuerza sobreponiesca, las arrastró a las tres.
—¡¡CAAAAAAAAFFFÉÉÉÉÉÉÉ!!
Gritó antes de despegar del suelo arrastrando a las tres ponis tras él.
—¡¡Volgrand!! ¿Qué demonios te pasa? ¡PARA!
—¿Pero qué le pasa? —preguntó Octavia—. ¿Es normal que haga esto?
—Ya no se ve el suelo. ¡¡No te sueltes, poni desconocida!! —gritó Vynil.
Y Unade supo que era la única del grupo que mantenía algo de su cordura. Podía soltarse y abandonar a Volgrand a solas con la fuerza que estaba tirando de él, y ella caería de nuevo a una dimensión de sombra infinita donde se pasaría la eternidad escuchando cómo Vynil y Octavia se hacían arrumacos… O podía seguir a Volgrand hasta la siguiente locura a la que la arrastraba, como era habitual.
—¡VAMOS, VOLGRAND! HAY CAFÉ AL OTRO LADO. ¡ENCOGE LAS PATAS Y MUEVE LAS ALAS! —lo animó.
Volgrand apretó los dientes, sus pupilas se contrajeron y su escasa fibra muscular se marcó por el esfuerzo. Recogió sus patas y centró toda su energía en mover sus apéndices plumíferos.
—¡¡CAAAAAAAAAAFFFFÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉ....!!
Ante ellas, la tormenta pareció abrir una enorme boca para engullirlas. Unade sintió que las lágrimas caían por sus quijadas por efecto del miedo y la velocidad y escuchó las últimas frases que dos enamoradas se dedicaban en ese mundo.
—Vynil, tengo que confesarte algo.
—¿Qué?
—Amo tus Wups.
Hubo un momento de reflexión ante esas palabras.
—Lo sé —contestó Vynil.
Y la tormenta se los tragó.
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El bar era oscuro, plagado de rincones en penumbra y mesas furtivas. Había una barra; tras la barra, un muro lleno de botellas de muy diversos diseños, tamaños y colores. Había una pantalla enorme en una pared, donde se veía algo extraño… Un pegaso arrastrando a tres ponis más en un vuelo hacia una tormenta.
“Amo tus Wups.”
“Lo sé.”
Una garra tomó el mando y apagó la pantalla.
La misma garra tomó un vaso y se puso a limpiarlo con un trapo.
Al instante siguiente, la pared del bar se abrió en un estallido de sombras y relámpagos, y cuatro ponis rodaron sobre el suelo del establecimiento. Tras unos cuantos crujidos y chillidos de bestias de pesadilla, la pared se cerró tras ellos.
Unade fue la primera en ponerse en pie y mirar alrededor. Un bar oscuro, pero limpio. Una barra, una sombra detrás limpiando un vaso y sobre la barra una taza de…
—¡¡¡CAFÉ!!!
Seis torpes apéndices la pisotearon, devolviéndola al piso, cuando galotrotovolaron sobre ella para alcanzar el preciado brebaje.
Vynil saltó sobre sus patas.
—¿Estás bien, Tavi?
La yegua gris se puso en pie a su vez.
—Estoy bien, parece que hemos sobrevivido. ¿Estás tú bien?
—Sí, perfectamente.
De fondo les llegaba uno de los sonidos más extraños jamás emitidos. Sonaba como si alguien estuviese bebiendo a grandes sorbos los contenidos de la taza de café más perfecta del mundo y sollozando al mismo tiempo de la alegría. El resultado era como si una foca tratase de ahogarse infructuosamente. Ambas miraron hacia allí.
—Este poni parece un poco inestable emocionalmente —comentó Octavia.
Unade se puso en pie tras ellas.
—Yo también estoy bien, gracias por preguntar.
—¿Dónde estamos? —preguntó Octavia
—Parece un bar —aclaró Vynil.
Unade caminó hasta la barra y la tocó prudentemente. El camarero seguía sacando brillo al mismo vaso impertérrito, aunque Unade se preguntó si tal vez, en realidad, lo estaba afilando para usarlo como arma. Se trataba de un corpulento pony sin crines, inexpresivo, todo fibra y músculo y que llevaba unas extrañas gafas oscuras que cubrían por completo sus ojos.
“Y ahora te mato con mi taza de té”.
Unade sacudió la cabeza tratando de centrarse en la… ¿Realidad? ¿Qué demonios no había oído?
Del fondo de la … taberna, empezó a sonar música de género impreciso. Allí, en un estrecho escenario, un grupo de músicos de diversas especies tocaban algo alegre, que iría acorde con un número de circo burlesque interpretado por seres extraplanetarios. El aire se llenó con el sonido de conversaciones a media voz y, a medida que pasaba la vista por la estancia, más grupos de amigos de toda raza imaginable parecían materializarse alrededor de mesas donde hacía un instante no había nadie. Unade se volvió hacia Volgrand, que justo en ese momento había acabado la taza de café.
—¡Bien! —gritó el pegaso azul, girándose rápidamente hacia sus compañeras y mirándolas con una determinación que podría inspirar a un babosa a ganar el Derby de Mónaco—. Tenemos que salir de aquí, chicas.
—Estaría bien saber dónde es “aquí” —murmuró Unade, y buscó con la mirada una puerta de salida.
La encontró de inmediato. Estaba señalizada con un gran cartel verde. Extraño no haberla visto antes. Volgrand prosiguió, contando sus planes a Octavia y Vynil.
—No puedo daros todos los detalles, ya que el Gary Stu…
—¿El qué?
—Magnificum Fornicatum podría saberlo también. Solo necesitáis saber lo más básico, y es que debemos llegar hasta Appleloosa. Allí os contaré el resto, pero sois imprescindibles para el plan.
—¿A Appleloosa? ¿Por qué? A nadie le importa Appleloosa.
—¡Por eso, precísamente!
Hubo un instante de silencio pero, de las dos virtuosas, Vinyl pareció apreciar la lógica tras el plan.
—Entonces usemos mi camión.
Volgrand y Unade la miraron.
—¿Tienes un camión?
—¡Sí, colega! —exclamó la unicornio blanca—. ¡El mejor camión del mundo, tíos! Es la caña, llevo el mejor equipo de sonido y espectáculo de toda Equestria. ¡DJ Pon-3 no necesita un escenario, lo lleva ella misma!
—Y todo el merchandising también —añadió Octavia.
—De acuerdo, pues, entonces tenemos que llegar hasta él.
—Vale Volgrand, pero quizá deberíamos…
—¡Seguidme!
El pegaso azul, habiendo recuperado sus niveles habituales de cafeína por mililitro de sangre, salió por la puerta señalizada en verde. Las tres yeguas miraron hacia la salida abierta durante unos instantes antes de decidirse a seguir a su alocado compañero. Octavia se quedó atrás durante un instante, pues un objeto le llamó la atención:
Junto al escenario, apoyado contra una pared y sin ningún músico que lo acompañara, se hallaba un solitario violoncello. Su cuerpo era de madera barnizada en rojo oscuro, mientras que su mástil era de color negro. Una simple mirada de la virtuosa le bastó para descubrir que las cuerdas eran de una calidad excelente; el arco, que se hallaba apoyado contra el instrumento, era largo, acabado con un suave pulido, y se había utilizado cola de poni -de verdad- para confeccionar sus cerdas.
Una obra de artesanía destinada a crear música.
La poni de tierra miró alrededor un instante y, al cerciorarse de que nadie miraba, lo tomó y siguió a sus compañeros rápidamente. Seguro que el dueño lo comprendería, el universo dependía de que ella contara con un instrumento que hiciera justicia a su arte.
Cuando todos hubieron salido, algo cambió en el bar: Las conversación murieron rápidamente y los grupos multirraciales empezaron a desaparecer uno a uno, como si jamás hubieran estado ahí. Cuando la estancia estuvo en un silencio casi completo, el barman soltó el vaso y el trapo, que se convirtieron en un enjambre de abejas multicolores que salieron zumbando. Tomó, con una garra de grifo, el mando de la pantalla y volvió a ponerla en marcha. Cuatro ponis aparecieron en ella caminando por un oscuro pasillo. Al fondo del mismo había una segunda puerta que abrieron.
El camarero, se bajó las gafas y miró por encima de las mismas con sus ojos heterócromos.
— Esto va a ser... muy divertido.
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Volgrand observó con prudencia el exterior. Habían regresado al concierto, y de alguna manera estaban saliendo por la puerta de camerinos.
-- ¿A qué estamos esperando? ¡Vamos! -- apremió Vynil.
Más allá de la puerta, estaba el exterior y la posible libertad hacia una horda de ponis
descerebrados que se lanzarían en un frenesí contra cualquiera que hubiese podido estar en contacto con su héroe y salvador.
—¡Esperad! —Volgrand se plantó delante de Vinyl y Octavia —Esos ponis, ya no son como los conocéis, son unas bestias sedientas de reconocimiento, sexo y proximidad con su líder, Magníficum Fornicatum. Vosotras habéis sido sus teloneras, por lo que estáis en grave peligro. Hemos de buscar otra manera de sacaros de aquí. ¿Quizá disfrazándoos?
—Mi equipo de sonido está en el escenario.
Unade, desde la puerta le hizo una señal a Volgrand.
—No va a hacer falta, Volgrand, venid a ver esto.
Todos los ponis alzaban su mirada a lo alto y contenían la respiración. Algunos se desmayaban por la falta de oxígeno. En los cielos, su único héroe y salvador interpretaba un combate aéreo contra los Wonderbolts. Era el recuerdo de la gran batalla que enfrentó a Magníficum contra las hordas de dragones hacía un mes y que había salvado a Equestria (sí, la historia acababa de cambiar, otra vez).
Entre los humanos se contaban grandes conocedores del arte del duelo aéreo: veteranos pilotos de las Grandes Guerras, pilotos acróbatas, estudiosos de la aerodinámica o, sencillamente, historiadores apasionados en esta materia. Todos ellos ejemplos de carreras en las que la pasión, la dedicación y el estudio los habían hecho llegar a lo más alto, siendo considerados unos eruditos en la materia que les apasionaba.
Luego estaba Volgrand, que era un viciado al War Thunder.
—¡Guau! Tía, mira eso.
—¿La formación?
—¡Están haciendo un Immelmann inverso en doble formación de cuña! ¡La hostia! Pero Spitfire está subiendo demasiado… ¡Hostias, ha entrado en pérdida, va a por Magnificum! ¡De esa no se escapa!
La situación parecía mala para “el único salvador de Equestria”: Con dos grupos de Wonderbolts lanzándose contra él desde los flancos, y la capitana de los mismos cayendo a toda velocidad sobre él, no parecía haber escapatoria posible. Mas de um poderozo haleteo de zus jermosaz ahlas ze haparto del ataque i los wonderbolts se extreyaron entre si.
En tierra, Volgrand bajó la vista con cara de circunstancias.
—Por un momento olvidé que es un Gary Stú. ¿Dónde está ese camión?
Al fondo del gentío (¿ponitío?) del lugar sobresalía el inmenso escenario en el que Sombra Discordante había hecho su aparición estelar. Todavía había parte del attrezzo representando un cementerio que utilizó, lo cual dejaba claro que Sombra no había mentido: Literalmente habían pasado solo unos minutos en el exterior, mientras que en su dimensión habían transcurrido horas.
—Allí está, a la derecha —señaló Vinyl.
Justo detrás del escenario, pero sobresaliendo ligeramente, pudieron ver lo que parecía una pantalla de altavoces. Pero, tras una mejor inspección pudieron ver que no era tal. Se trataba, probablemente, del camión más guay y estrafalario que habían visto en sus vidas: de color blanco con reflejos eléctricos y descapotable, dos grandes altavoces se situaban donde normalmente debería ir el radiador. Tras la cabina, una enorme plataforma transportaba decenas de bafles, todo construido en torno a un escenario móvil, con su juego de luces incluído.
—¡La hostia!
—De verdad, Vinyl, tienes que limpiar las banderas, están hechas un asco —objetó la virtuosa gris.
—¿Pero cuántas torres de bafles tiene ese trasto? —exclamó Unade—. ¿Cuatrocientas?
—¿Y para qué llevas una jaula en el escenario?
—Para las hijas del alcalde.
Los dos ex-humanos se giraron hacia Vinyl y Octavia, esperando una aclaración.
—Es una larga historia —respondió esta última, acomodando su recién adquirido cello sobre su grupa.
En ese preciso instante hubo un cambio en el silencio del público idiotizado de Magnificum, como un grupo de bebés que dejaran de sorber sus chupetes al mismo tiempo por ver cómo les acercaban su papilla favorita. Sobre el gran estadio pudo verse que el combate no había acabado: Unos pocos Wonderbolts habían sobrevivido al choque, y seguían atacando al alicornio cuatrialado con veloces piruetas.
—Vale, vamos a pasar ahora —declaró Unade—. Es la mejor oportunidad que tenemos.
—¡¡Uala!! ¡¡Vaya maniobra!!
—¡Volgrand!
—Sí, sí, voy…
Los cuatro ponis pusieron un casco fuera, prudentemente. El silencio en tierra era atronador, y en el aire se oían los silbidos sónicos de los pegasos cortando el aire, en una lucha fingida cada vez más apasionada.
Con Unade liderando el grupo, caminaron agachados por debajo de las líneas de visión de los ponis. Despacio, una pezuña a cada vez. Torciéndose entre ellos, empujando suavemente para pedir un paso lateral a algún poni, lentamente, se acercaron al escenario. Volgrand echó una mirada tras él, para ver cómo iba la batalla.
En esos momentos, Magnificum estaba enfrascado en una dogfight con Soarin. Este último fruncía el cejo y sus ataques eran auténticos gritos de ira contra Magníficum. Aquello no era una representación, había auténtica rabia y agresividad en los ataques de Soarin. Volgrand abrió mucho los ojos, esperanzado. ¿Era posible que Soarin no estuviese bajo el influjo de Magníficum?
Tras un pasada con los cascos por delante que Magníficum esquivó sin problemas, Soarin remontó y, con un retorcimiento de sus alas y cuerpo, giró en redondo y cayó hacia él de nuevo.
Magnificum: porrké me hatakas ?
—¡Acabaré contigo!
La pose era perfecta, la velocidad de vértigo, la esquiva imposible... Y Magnificum de repente ya no estaba ante él. Soarin se estrelló contra una columna (sí, había una columna a trescientos metros de altura) y empezó a caer en barrena. Magnificum se lanzó para agarrarlo.
Magnificum: porke isiste halgo tam ezhtupidó ?
Soarin volvió la mirada hacia su único héroe y salvador y las lágrimas cayeron por sus quijadas.
—Porque te amo, Magnificum, pero tú solo haces caso a las yeguas.
Con una mirada compungida, Magnificum declaró algo.
Magnificum: ezo boi ah arrejlarlo aora mysmo.
Magnificum besó a Soarin, y acto seguido, sin dejar de volar, Soarin le ofreció sus cuartos traseros y levantó la cola.
Volgrand lanzó un grito de horror.
—¡¡Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!!
Los ponis que había a su alrededor se volvieron hacia él.
—¡¡Es el pipa de Magnificum!! —chilló una yegua.
—Mieeeeerda —murmuró Volgrand.
—¡La madre que te parió, Volgrand! ¿No podías estarte calladito y seguirnos?
Y Unade hizo lo único que se le ocurrió en ese momento. Agarró a Volgrand del cuello con una pata y con la otra sacó una ballesta de su mochila y le apuntó a la cabeza.
—¡Atrás, cuadrúpedos idiotas! ¡O le abro un tercer ojo en la sien a vuestro pipa favorito!
Los ponis se detuvieron con los ojos como platos, tratando de asimilar algo incompatible con su mundo.
—¿Llevabas una ballesta en la mochila?
—Cállate, Volgrand.
Hubo dos desmayos y Unade retrocedió lentamente hacia Vinyl y Octavia arrastrando a Volgrand con él.
—Oye, ¿has pensado en hacerte atracadora de bancos? —preguntó Volgrand —Creo que se te daría bien.
—Cállate, Volgrand.
—Es que es increíble que los hayas asustado tanto si no tienes virote en la ballesta.
Hubo un segundo de silencio reflexivo mientras los ponis que los rodeaban se fijaban en el detalle.
—Es verdad —dijo uno—no tiene el palo ese que se clava.
—¡Se llama virote!
—De verdad, Volgrand, tu madre fue una santa al parirte.
Los ponis cargaron hacia ellos entre chillidos de entusiasmo.
En ese momento, hubo dos explosiones, la primera fue de sonido: Vinyl Scratch había puesto en marcha su equipo y una onda de choque plegó todas las crines hacia atrás con la primera nota de Octavia (sol sostenido).
La segunda vino de la puerta de camerinos. Cuando la nota todavía no se había extinguido, la puerta se abrió de par en par. Las sombras y la visión de una perspectiva imposible tomó la realidad, acto seguido se derramaron de ella una horda de vamponis de sombra.
Levitando lentamente hasta posarse sobre un bafle, con su larga capa de flecos aleteando tras él, Sombra Discordante dirigió su mirada ribeteada de purpurina a Volgrand.
—Atrapadlos —dijo con tono aburrido.
Los vamponis de sombra se lanzaron hacia Volgrand y Unade, planeando como trapos de negrura. Actuando cual moiseses espectrales, el mar de ponis se abrió ante ellos entre chillidos histéricos revelando un pasillo.
Unade frunció el ceño, lanzó la inútil ballesta y echó a correr hacia los vamponis aprovechando el pasillo que habían abierto. Por inercia, Volgrand la siguió.
—Estás locaaaaaaaaaaaa… ¿Qué haces cargando contra ellos?
No, Unade no estaba loca, estaba muy asustada, pero no tendrían otra oportunidad de alcanzar la máquina de Vynil. No volvería a abrírseles un pasillo como aquel. El primer vamponi se les echaba encima con un siseo y el grito histérico de Volgrand sonó por encima de los chillidos de los ponis que huían.
—j*der, j*der, j*der… ¡UNADEEEEEEEE!
Entonces la yegua melocotón dribló hacia la izquierda y se metió entre la horda de ponis… que huyeron del espectro. Y Volgrand, haciendo gala de su impresionante agilidad y coordinación, al tratar de seguirla, enredó sus patas sobre sí mismas y se fue de bruces al suelo.
Y llegó la tercera onda de choque: ¡Do sostenido!
Unade se agachó y rogó por que Volgrand hubiese hecho lo mismo a tiempo. Las crines volaron hacia atrás, las gorras fueron arrancadas de las cabezas, los vamponis fueron empujados por la onda de choque.
—¡Volgrand!
—Estoy aquí —respondió el poni azul desde el suelo.
—Buenos reflejos. ¡Vamos!
—En realidad he tropezado.
Volgrand y Unade corrieron (o trastabillaron) hacia el equipo de sonido de Vynil. Mientras los ponis a su alrededor reaccionaban lentamente, aturdidos por el choque sónico. Pudieron ver con horror cómo un poni se encaramaba a la máquina, tratando de alcanzar a Octavia cantando algo así como: “Me gustaría ser todo lo que deseas. Ey, chica, déjame hablar contigo…”
—For f*ck sake!! —protestó Octavia con gesto de fastidio.
Con un salto en el aire para tomar impulso Octavia bateó agarrando a dos cascos su violoncelo. Los restos de un pretendiente pasaron volando sobre Volgrand y Unade. Esta última subió de un ágil aleteo al vehículo, pero Volgrand hizo gala de su agilidad natural chocándose contra el lado del mismo y buscando patéticamente una forma para subir. Subitamente, junto a él, un casco salvador apareció: Octavia se había descolgado por el lateral, usando el arco de su instrumento como pivote.
—¡Sube si quieres vivir!
Usando ese apoyo, Volgrand logró alcanzar la seguridad del camión. Sin embargo, no tardaron en descubrir que esta era bastante relativa: Una manada de ponis empezaba a agolparse a los pies del vehículo, como zombies idiotizados; los pegasos, más afectados por la onda de sonido, se estaban recuperando y avanzaban para asaltar el camión. Y, por otro lado, los vamponis de sombra se preparaban para iniciar su asalto.
—¿Y ahora qué?
—Ahora, os agarráis fuerte —contestó Octavia—. ¡Vinyl, dame un acorde!
—Re bemol, tecno blues.
La yegua gris saltó al centro del escenario y tomó su cello con maestría. El ritmo de una percusión electronica empezó a sonar por los bafles, al tiempo que una progresión de acordes se hacía cada vez más poderosa. Octavia tomó el arco y un poderoso arpegio se alzó e hizo vibrar el equipo de sonido.
Al instante siguiente, Volgrand y Unade se agarraban a sendos bafles mientras aquella máquina infernal, se lanzaba hacia adelante y, tras echar abajo las barreras y atravesar el escenario como un rompehielos, se abría paso a toda velocidad hacia la salida.
—¡¡¡Por el amor del cielo!!! ¿Qué demonios mueve a esta cosa?
—¡La música!
Sombra Discordante observó los bandazos de la máquina. Se dirigían hacia la salida con una conducción más que caótica seguidos por sus vamponis y los pegasos enloquecidos por Magnificum. El señor de la sombra y el mal rollo se llevó una mano humana a la barbilla con gesto interesado.
Octavia, impasible cual musa griega, se alzaba sobre sus patas traseras encima de los baffles tocando el chelo con gesto impertérrito. Vynil, concentrada en sus discos y mesa de mezclas añadía la percusión. Sobre la máquina, los dos ex-humanos trataban de hacer su parte. Unade había tomado su mochila y, volteándola sobre su cabeza, golpeaba a todo vamponi que se les acercaba, mientras Volgrand rebuscaba entre los aparatos de Vinyl.
—Me gusta —murmuró Sombra Discordante—. Vamos a hacerlo más divertido.
Sus ojos brillaron en un tono verdoso, fijándose en los restos del destrozado escenario. Estos vibraron ligeramente y, finalmente, cobraron vida, emulando los movimientos de grandes tentáculos de escombros. Fueron atrapando a los ponis más cercanos, los cuales no tuvieron oportunidad de escapar cuando maderas, engranajes y trozos de metal los cubrieron, creando grandes máquinas motorizadas a su alrededor, a cada cual más desquiciada que la anterior. Los mortales atrapados dentro de las monstruosidades mecánicas, privados de sus propias voluntades, alzaron sus caras hacia su Sombra Discordante, esperando sus órdenes con devoción. Este los observó durante un instante y, con la gracia de una bailarina exótica, giró sobre sí mismo y señaló hacia el bólido blanco que se alejaba a toda velocidad.
—¡Traédmelos!
Las máquinas rugieron en respuesta, y los ponis atrapados en su interior se calaron los cascos y lanzaron gritos de caza. Como una jauría de hienas motorizadas, los bólidos iniciaron la persecución… pero hubo algo que se escapó del control de Sombra Discordante, algo que pasó junto a él a toda velocidad:
Una locomotora cromada.
Esta no tardó en alcanzar a las monstruosidades mecánicas, uniéndose a la partida de caza. El brillo de las lentejuelas del maquillaje de Sombra Discordante quedó eclipsado en comparación con el de sus ojos.
—Esto no me lo esperaba… ¡Me encanta!
—¡Sé mi testigo, amo y señor! —gritó Mad Machine a los mandos — ¡Alcanzaré tu gloria, todo bello y cromado!
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Obsérvese en este vídeo el virtuosismo de Octavia con el cello. :P
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Es por ello que nadie se percató de los gemidos lastimeros que recorrieron la estación. Y aunque los hubiesen percibido, nadie se molestaría jamás en ayudar a la patética criatura que se arrastraba por ella, lo que dejaba a esa pobre alma desamparada con una única opción: sobrevivir por su propia cuenta. Pero las horas de sufrimiento, finalmente, dieron su fruto al encontrar aquello que le devolvería a la vida.
Alzándose patéticamente, logró alargar una pata hasta la mesa de una cafetería cercana. Lo notaba, podía olerlo, a pesar de ser incapaz de levantarse para localizarlo con sus propios ojos, pero estaba a punto de conseguirlo.
Y, finalmente, logró atraparlo con el casco.
—¡S… sssíiiiiii! —gimió Mad Machine alzando un muffin a medio comer.
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La taza de porcelana, de un blanco inmaculado, fue colocada sobre la mesa. No era una taza con decoraciones superfluas ni florituras. Era la sólida taza de barra de bar acostumbrada al trabajo duro y la ración grande. A su lado fue colocada la cucharilla son un sugerente “clinc”
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Volgrand caminaba de lado a lado, oteando la oscuridad y la tormenta sobre él, tratando de encontrar alguna referencia a la que asirse.
—Te he echado mucho de menos, nena.
—Y yo a ti, mi amor.
Totalmente repuestas y reconciliadas, Octavia y Vynil intercambiaban palabras de bienvenida todavía abrazadas sobre la mesa de mezclas mientras Volgrand y Unade se estrujaban el cerebro.
—¿Alguna idea, Volgrand? —preguntó Unade.
Este pasó de caminar de un lado al otro a hacerlo en círculos, mientras pensaba en voz alta.
—Bueno… Dicen que el infinito es circular… Eso significa que aunque la oscuridad sea infinita, se pliega sobre sí misma en un círculo. Podríamos usarlo a nuestro favor.
—¿Eso significa que si saltamos lo bastante alto caeremos por el agujero del centro?
—¡Unade que esto es muy serio!
Por toda respuesta, la poni miró hacia la lejana tormenta y las criaturas de pesadilla que nadaban en ella.
—Si eso es el agujero de salida, no estoy tan segura de querer atravesarlo.
Volgrand dirigió su mirada hacia lo alto. En ese momento el rostro de una especie de caballo descarnado surgió de la tormenta y derramó una larga hilera de lava sobre las nubes, que chillaron de dolor.
—Decididamente, debemos buscar otra teoría sobre el multiverso para salir de aquí —declaró Volgrand con los ojos más desorbitados todavía, los reflejos del lejano fuego danzando en ellos.
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La cafetera, modelo moka, fue retirada del fuego, gorgoteando sugerentemente. La boca se inclinó sobre la taza despacio y el café, humeante y lleno de esencia la llenó hasta la mitad. Era uno de esos cafés italianos, intensos y espesos. El justo y mesurado contrapunto de leche fue añadido.
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Unade observó reflexiva la sopa primordial de caos y mal rollo sobre ellos. Varias cabezas, con cierta similitud a la de un buitre estrábico, habían surgido y graznaban. Una criatura, demasiado similar a un Horrendo Cazador como para que su locura no se resintiera ante su visión, devoró a uno de los buitres.
—Lovecraft y la teoría de cuerdas coincidieron recientemente en que el universo tiene once dimensiones. ¿Te puede ser de utilidad?
—Genial, eso significa que nos podemos perder once veces. O en uno de los diez elevado a la quinienta potencia universos que predice la teoría de cuerdas. Sea como sea, ni harto de vino atravieso volando esa cosa.
—Antes tendrías que aprender a volar en línea recta.
—Otro motivo para descartarlo.
Ajenas a la conversación de los dos ex-humanos, dos yeguas seguían a lo suyo.
—No quiero que volvamos a pelearnos nunca, ¿vale? —susurró Octavia.
—Prometido. ¿Pero podemos seguir discutiendo de música, porfa?
—¿Cómo te atreves a llamar música a los Wubs?
Volgrand dejó escapar un largo suspiro.
—¿Crees que deberíamos preguntar a esas dos?
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Un terrón pequeño de azúcar fue sumergido en la taza a continuación. La cucharilla fue tomada y, con deliberada parsimonia, removió los componentes de lo que era El Café Perfecto. Clinc, clinc, clinc, clinc...
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En la sala de ensayos carente de paredes, Volgrand fijó su mirada en el cielo y extendió sus alas, todo determinación. Unade se volvió hacia él.
—Volgrand, ¿qué ocurre?
Por toda respuesta él murmuró con los ojos desorbitados “c… aff… é…” y agitó las alas para echar a volar. Hay que decir que Volgrand le echaba muy buena voluntad a lo que hacía, y también la agilidad de un pato con sobrepeso. Así que Unade tuvo tiempo de agarrarlo por la cola para tratar de frenarlo.
—Vosotras dos, ¡dejad de haceros arrumacos y ayudadme!
Vynil y Octavia se volvieron cuando vieron pasar a Unade siendo arrastrada por Volgrand, que intentaba despegar con torpes rebotes en el suelo, agitando tanto patas como alas, sin tener muy claro que apéndices debía mover y probando con todos. Pero, a pesar de ello, conseguía ir acelerando en el proceso, realizando rebotes cada vez más largos.
—¿Pero qué hacéis?
—Creo que quiere atravesar la tormenta, ayudadme a pararlo.
Octavia saltó y agarró a Unade, a su vez, Vynil agarró a Octavia. Y Volgrand, llevado por una fuerza sobreponiesca, las arrastró a las tres.
—¡¡CAAAAAAAAFFFÉÉÉÉÉÉÉ!!
Gritó antes de despegar del suelo arrastrando a las tres ponis tras él.
—¡¡Volgrand!! ¿Qué demonios te pasa? ¡PARA!
—¿Pero qué le pasa? —preguntó Octavia—. ¿Es normal que haga esto?
—Ya no se ve el suelo. ¡¡No te sueltes, poni desconocida!! —gritó Vynil.
Y Unade supo que era la única del grupo que mantenía algo de su cordura. Podía soltarse y abandonar a Volgrand a solas con la fuerza que estaba tirando de él, y ella caería de nuevo a una dimensión de sombra infinita donde se pasaría la eternidad escuchando cómo Vynil y Octavia se hacían arrumacos… O podía seguir a Volgrand hasta la siguiente locura a la que la arrastraba, como era habitual.
—¡VAMOS, VOLGRAND! HAY CAFÉ AL OTRO LADO. ¡ENCOGE LAS PATAS Y MUEVE LAS ALAS! —lo animó.
Volgrand apretó los dientes, sus pupilas se contrajeron y su escasa fibra muscular se marcó por el esfuerzo. Recogió sus patas y centró toda su energía en mover sus apéndices plumíferos.
—¡¡CAAAAAAAAAAFFFFÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉ....!!
Ante ellas, la tormenta pareció abrir una enorme boca para engullirlas. Unade sintió que las lágrimas caían por sus quijadas por efecto del miedo y la velocidad y escuchó las últimas frases que dos enamoradas se dedicaban en ese mundo.
—Vynil, tengo que confesarte algo.
—¿Qué?
—Amo tus Wups.
Hubo un momento de reflexión ante esas palabras.
—Lo sé —contestó Vynil.
Y la tormenta se los tragó.
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El bar era oscuro, plagado de rincones en penumbra y mesas furtivas. Había una barra; tras la barra, un muro lleno de botellas de muy diversos diseños, tamaños y colores. Había una pantalla enorme en una pared, donde se veía algo extraño… Un pegaso arrastrando a tres ponis más en un vuelo hacia una tormenta.
“Amo tus Wups.”
“Lo sé.”
Una garra tomó el mando y apagó la pantalla.
La misma garra tomó un vaso y se puso a limpiarlo con un trapo.
Al instante siguiente, la pared del bar se abrió en un estallido de sombras y relámpagos, y cuatro ponis rodaron sobre el suelo del establecimiento. Tras unos cuantos crujidos y chillidos de bestias de pesadilla, la pared se cerró tras ellos.
Unade fue la primera en ponerse en pie y mirar alrededor. Un bar oscuro, pero limpio. Una barra, una sombra detrás limpiando un vaso y sobre la barra una taza de…
—¡¡¡CAFÉ!!!
Seis torpes apéndices la pisotearon, devolviéndola al piso, cuando galotrotovolaron sobre ella para alcanzar el preciado brebaje.
Vynil saltó sobre sus patas.
—¿Estás bien, Tavi?
La yegua gris se puso en pie a su vez.
—Estoy bien, parece que hemos sobrevivido. ¿Estás tú bien?
—Sí, perfectamente.
De fondo les llegaba uno de los sonidos más extraños jamás emitidos. Sonaba como si alguien estuviese bebiendo a grandes sorbos los contenidos de la taza de café más perfecta del mundo y sollozando al mismo tiempo de la alegría. El resultado era como si una foca tratase de ahogarse infructuosamente. Ambas miraron hacia allí.
—Este poni parece un poco inestable emocionalmente —comentó Octavia.
Unade se puso en pie tras ellas.
—Yo también estoy bien, gracias por preguntar.
—¿Dónde estamos? —preguntó Octavia
—Parece un bar —aclaró Vynil.
Unade caminó hasta la barra y la tocó prudentemente. El camarero seguía sacando brillo al mismo vaso impertérrito, aunque Unade se preguntó si tal vez, en realidad, lo estaba afilando para usarlo como arma. Se trataba de un corpulento pony sin crines, inexpresivo, todo fibra y músculo y que llevaba unas extrañas gafas oscuras que cubrían por completo sus ojos.
“Y ahora te mato con mi taza de té”.
Unade sacudió la cabeza tratando de centrarse en la… ¿Realidad? ¿Qué demonios no había oído?
Del fondo de la … taberna, empezó a sonar música de género impreciso. Allí, en un estrecho escenario, un grupo de músicos de diversas especies tocaban algo alegre, que iría acorde con un número de circo burlesque interpretado por seres extraplanetarios. El aire se llenó con el sonido de conversaciones a media voz y, a medida que pasaba la vista por la estancia, más grupos de amigos de toda raza imaginable parecían materializarse alrededor de mesas donde hacía un instante no había nadie. Unade se volvió hacia Volgrand, que justo en ese momento había acabado la taza de café.
—¡Bien! —gritó el pegaso azul, girándose rápidamente hacia sus compañeras y mirándolas con una determinación que podría inspirar a un babosa a ganar el Derby de Mónaco—. Tenemos que salir de aquí, chicas.
—Estaría bien saber dónde es “aquí” —murmuró Unade, y buscó con la mirada una puerta de salida.
La encontró de inmediato. Estaba señalizada con un gran cartel verde. Extraño no haberla visto antes. Volgrand prosiguió, contando sus planes a Octavia y Vynil.
—No puedo daros todos los detalles, ya que el Gary Stu…
—¿El qué?
—Magnificum Fornicatum podría saberlo también. Solo necesitáis saber lo más básico, y es que debemos llegar hasta Appleloosa. Allí os contaré el resto, pero sois imprescindibles para el plan.
—¿A Appleloosa? ¿Por qué? A nadie le importa Appleloosa.
—¡Por eso, precísamente!
Hubo un instante de silencio pero, de las dos virtuosas, Vinyl pareció apreciar la lógica tras el plan.
—Entonces usemos mi camión.
Volgrand y Unade la miraron.
—¿Tienes un camión?
—¡Sí, colega! —exclamó la unicornio blanca—. ¡El mejor camión del mundo, tíos! Es la caña, llevo el mejor equipo de sonido y espectáculo de toda Equestria. ¡DJ Pon-3 no necesita un escenario, lo lleva ella misma!
—Y todo el merchandising también —añadió Octavia.
—De acuerdo, pues, entonces tenemos que llegar hasta él.
—Vale Volgrand, pero quizá deberíamos…
—¡Seguidme!
El pegaso azul, habiendo recuperado sus niveles habituales de cafeína por mililitro de sangre, salió por la puerta señalizada en verde. Las tres yeguas miraron hacia la salida abierta durante unos instantes antes de decidirse a seguir a su alocado compañero. Octavia se quedó atrás durante un instante, pues un objeto le llamó la atención:
Junto al escenario, apoyado contra una pared y sin ningún músico que lo acompañara, se hallaba un solitario violoncello. Su cuerpo era de madera barnizada en rojo oscuro, mientras que su mástil era de color negro. Una simple mirada de la virtuosa le bastó para descubrir que las cuerdas eran de una calidad excelente; el arco, que se hallaba apoyado contra el instrumento, era largo, acabado con un suave pulido, y se había utilizado cola de poni -de verdad- para confeccionar sus cerdas.
Una obra de artesanía destinada a crear música.
La poni de tierra miró alrededor un instante y, al cerciorarse de que nadie miraba, lo tomó y siguió a sus compañeros rápidamente. Seguro que el dueño lo comprendería, el universo dependía de que ella contara con un instrumento que hiciera justicia a su arte.
Cuando todos hubieron salido, algo cambió en el bar: Las conversación murieron rápidamente y los grupos multirraciales empezaron a desaparecer uno a uno, como si jamás hubieran estado ahí. Cuando la estancia estuvo en un silencio casi completo, el barman soltó el vaso y el trapo, que se convirtieron en un enjambre de abejas multicolores que salieron zumbando. Tomó, con una garra de grifo, el mando de la pantalla y volvió a ponerla en marcha. Cuatro ponis aparecieron en ella caminando por un oscuro pasillo. Al fondo del mismo había una segunda puerta que abrieron.
El camarero, se bajó las gafas y miró por encima de las mismas con sus ojos heterócromos.
— Esto va a ser... muy divertido.
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Volgrand observó con prudencia el exterior. Habían regresado al concierto, y de alguna manera estaban saliendo por la puerta de camerinos.
-- ¿A qué estamos esperando? ¡Vamos! -- apremió Vynil.
Más allá de la puerta, estaba el exterior y la posible libertad hacia una horda de ponis
descerebrados que se lanzarían en un frenesí contra cualquiera que hubiese podido estar en contacto con su héroe y salvador.
—¡Esperad! —Volgrand se plantó delante de Vinyl y Octavia —Esos ponis, ya no son como los conocéis, son unas bestias sedientas de reconocimiento, sexo y proximidad con su líder, Magníficum Fornicatum. Vosotras habéis sido sus teloneras, por lo que estáis en grave peligro. Hemos de buscar otra manera de sacaros de aquí. ¿Quizá disfrazándoos?
—Mi equipo de sonido está en el escenario.
Unade, desde la puerta le hizo una señal a Volgrand.
—No va a hacer falta, Volgrand, venid a ver esto.
Todos los ponis alzaban su mirada a lo alto y contenían la respiración. Algunos se desmayaban por la falta de oxígeno. En los cielos, su único héroe y salvador interpretaba un combate aéreo contra los Wonderbolts. Era el recuerdo de la gran batalla que enfrentó a Magníficum contra las hordas de dragones hacía un mes y que había salvado a Equestria (sí, la historia acababa de cambiar, otra vez).
Entre los humanos se contaban grandes conocedores del arte del duelo aéreo: veteranos pilotos de las Grandes Guerras, pilotos acróbatas, estudiosos de la aerodinámica o, sencillamente, historiadores apasionados en esta materia. Todos ellos ejemplos de carreras en las que la pasión, la dedicación y el estudio los habían hecho llegar a lo más alto, siendo considerados unos eruditos en la materia que les apasionaba.
Luego estaba Volgrand, que era un viciado al War Thunder.
—¡Guau! Tía, mira eso.
—¿La formación?
—¡Están haciendo un Immelmann inverso en doble formación de cuña! ¡La hostia! Pero Spitfire está subiendo demasiado… ¡Hostias, ha entrado en pérdida, va a por Magnificum! ¡De esa no se escapa!
La situación parecía mala para “el único salvador de Equestria”: Con dos grupos de Wonderbolts lanzándose contra él desde los flancos, y la capitana de los mismos cayendo a toda velocidad sobre él, no parecía haber escapatoria posible. Mas de um poderozo haleteo de zus jermosaz ahlas ze haparto del ataque i los wonderbolts se extreyaron entre si.
En tierra, Volgrand bajó la vista con cara de circunstancias.
—Por un momento olvidé que es un Gary Stú. ¿Dónde está ese camión?
Al fondo del gentío (¿ponitío?) del lugar sobresalía el inmenso escenario en el que Sombra Discordante había hecho su aparición estelar. Todavía había parte del attrezzo representando un cementerio que utilizó, lo cual dejaba claro que Sombra no había mentido: Literalmente habían pasado solo unos minutos en el exterior, mientras que en su dimensión habían transcurrido horas.
—Allí está, a la derecha —señaló Vinyl.
Justo detrás del escenario, pero sobresaliendo ligeramente, pudieron ver lo que parecía una pantalla de altavoces. Pero, tras una mejor inspección pudieron ver que no era tal. Se trataba, probablemente, del camión más guay y estrafalario que habían visto en sus vidas: de color blanco con reflejos eléctricos y descapotable, dos grandes altavoces se situaban donde normalmente debería ir el radiador. Tras la cabina, una enorme plataforma transportaba decenas de bafles, todo construido en torno a un escenario móvil, con su juego de luces incluído.
—¡La hostia!
—De verdad, Vinyl, tienes que limpiar las banderas, están hechas un asco —objetó la virtuosa gris.
—¿Pero cuántas torres de bafles tiene ese trasto? —exclamó Unade—. ¿Cuatrocientas?
—¿Y para qué llevas una jaula en el escenario?
—Para las hijas del alcalde.
Los dos ex-humanos se giraron hacia Vinyl y Octavia, esperando una aclaración.
—Es una larga historia —respondió esta última, acomodando su recién adquirido cello sobre su grupa.
En ese preciso instante hubo un cambio en el silencio del público idiotizado de Magnificum, como un grupo de bebés que dejaran de sorber sus chupetes al mismo tiempo por ver cómo les acercaban su papilla favorita. Sobre el gran estadio pudo verse que el combate no había acabado: Unos pocos Wonderbolts habían sobrevivido al choque, y seguían atacando al alicornio cuatrialado con veloces piruetas.
—Vale, vamos a pasar ahora —declaró Unade—. Es la mejor oportunidad que tenemos.
—¡¡Uala!! ¡¡Vaya maniobra!!
—¡Volgrand!
—Sí, sí, voy…
Los cuatro ponis pusieron un casco fuera, prudentemente. El silencio en tierra era atronador, y en el aire se oían los silbidos sónicos de los pegasos cortando el aire, en una lucha fingida cada vez más apasionada.
Con Unade liderando el grupo, caminaron agachados por debajo de las líneas de visión de los ponis. Despacio, una pezuña a cada vez. Torciéndose entre ellos, empujando suavemente para pedir un paso lateral a algún poni, lentamente, se acercaron al escenario. Volgrand echó una mirada tras él, para ver cómo iba la batalla.
En esos momentos, Magnificum estaba enfrascado en una dogfight con Soarin. Este último fruncía el cejo y sus ataques eran auténticos gritos de ira contra Magníficum. Aquello no era una representación, había auténtica rabia y agresividad en los ataques de Soarin. Volgrand abrió mucho los ojos, esperanzado. ¿Era posible que Soarin no estuviese bajo el influjo de Magníficum?
Tras un pasada con los cascos por delante que Magníficum esquivó sin problemas, Soarin remontó y, con un retorcimiento de sus alas y cuerpo, giró en redondo y cayó hacia él de nuevo.
Magnificum: porrké me hatakas ?
—¡Acabaré contigo!
La pose era perfecta, la velocidad de vértigo, la esquiva imposible... Y Magnificum de repente ya no estaba ante él. Soarin se estrelló contra una columna (sí, había una columna a trescientos metros de altura) y empezó a caer en barrena. Magnificum se lanzó para agarrarlo.
Magnificum: porke isiste halgo tam ezhtupidó ?
Soarin volvió la mirada hacia su único héroe y salvador y las lágrimas cayeron por sus quijadas.
—Porque te amo, Magnificum, pero tú solo haces caso a las yeguas.
Con una mirada compungida, Magnificum declaró algo.
Magnificum: ezo boi ah arrejlarlo aora mysmo.
Magnificum besó a Soarin, y acto seguido, sin dejar de volar, Soarin le ofreció sus cuartos traseros y levantó la cola.
Volgrand lanzó un grito de horror.
—¡¡Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!!
Los ponis que había a su alrededor se volvieron hacia él.
—¡¡Es el pipa de Magnificum!! —chilló una yegua.
—Mieeeeerda —murmuró Volgrand.
—¡La madre que te parió, Volgrand! ¿No podías estarte calladito y seguirnos?
Y Unade hizo lo único que se le ocurrió en ese momento. Agarró a Volgrand del cuello con una pata y con la otra sacó una ballesta de su mochila y le apuntó a la cabeza.
—¡Atrás, cuadrúpedos idiotas! ¡O le abro un tercer ojo en la sien a vuestro pipa favorito!
Los ponis se detuvieron con los ojos como platos, tratando de asimilar algo incompatible con su mundo.
—¿Llevabas una ballesta en la mochila?
—Cállate, Volgrand.
Hubo dos desmayos y Unade retrocedió lentamente hacia Vinyl y Octavia arrastrando a Volgrand con él.
—Oye, ¿has pensado en hacerte atracadora de bancos? —preguntó Volgrand —Creo que se te daría bien.
—Cállate, Volgrand.
—Es que es increíble que los hayas asustado tanto si no tienes virote en la ballesta.
Hubo un segundo de silencio reflexivo mientras los ponis que los rodeaban se fijaban en el detalle.
—Es verdad —dijo uno—no tiene el palo ese que se clava.
—¡Se llama virote!
—De verdad, Volgrand, tu madre fue una santa al parirte.
Los ponis cargaron hacia ellos entre chillidos de entusiasmo.
En ese momento, hubo dos explosiones, la primera fue de sonido: Vinyl Scratch había puesto en marcha su equipo y una onda de choque plegó todas las crines hacia atrás con la primera nota de Octavia (sol sostenido).
La segunda vino de la puerta de camerinos. Cuando la nota todavía no se había extinguido, la puerta se abrió de par en par. Las sombras y la visión de una perspectiva imposible tomó la realidad, acto seguido se derramaron de ella una horda de vamponis de sombra.
Levitando lentamente hasta posarse sobre un bafle, con su larga capa de flecos aleteando tras él, Sombra Discordante dirigió su mirada ribeteada de purpurina a Volgrand.
—Atrapadlos —dijo con tono aburrido.
Los vamponis de sombra se lanzaron hacia Volgrand y Unade, planeando como trapos de negrura. Actuando cual moiseses espectrales, el mar de ponis se abrió ante ellos entre chillidos histéricos revelando un pasillo.
Unade frunció el ceño, lanzó la inútil ballesta y echó a correr hacia los vamponis aprovechando el pasillo que habían abierto. Por inercia, Volgrand la siguió.
—Estás locaaaaaaaaaaaa… ¿Qué haces cargando contra ellos?
No, Unade no estaba loca, estaba muy asustada, pero no tendrían otra oportunidad de alcanzar la máquina de Vynil. No volvería a abrírseles un pasillo como aquel. El primer vamponi se les echaba encima con un siseo y el grito histérico de Volgrand sonó por encima de los chillidos de los ponis que huían.
—j*der, j*der, j*der… ¡UNADEEEEEEEE!
Entonces la yegua melocotón dribló hacia la izquierda y se metió entre la horda de ponis… que huyeron del espectro. Y Volgrand, haciendo gala de su impresionante agilidad y coordinación, al tratar de seguirla, enredó sus patas sobre sí mismas y se fue de bruces al suelo.
Y llegó la tercera onda de choque: ¡Do sostenido!
Unade se agachó y rogó por que Volgrand hubiese hecho lo mismo a tiempo. Las crines volaron hacia atrás, las gorras fueron arrancadas de las cabezas, los vamponis fueron empujados por la onda de choque.
—¡Volgrand!
—Estoy aquí —respondió el poni azul desde el suelo.
—Buenos reflejos. ¡Vamos!
—En realidad he tropezado.
Volgrand y Unade corrieron (o trastabillaron) hacia el equipo de sonido de Vynil. Mientras los ponis a su alrededor reaccionaban lentamente, aturdidos por el choque sónico. Pudieron ver con horror cómo un poni se encaramaba a la máquina, tratando de alcanzar a Octavia cantando algo así como: “Me gustaría ser todo lo que deseas. Ey, chica, déjame hablar contigo…”
—For f*ck sake!! —protestó Octavia con gesto de fastidio.
Con un salto en el aire para tomar impulso Octavia bateó agarrando a dos cascos su violoncelo. Los restos de un pretendiente pasaron volando sobre Volgrand y Unade. Esta última subió de un ágil aleteo al vehículo, pero Volgrand hizo gala de su agilidad natural chocándose contra el lado del mismo y buscando patéticamente una forma para subir. Subitamente, junto a él, un casco salvador apareció: Octavia se había descolgado por el lateral, usando el arco de su instrumento como pivote.
—¡Sube si quieres vivir!
Usando ese apoyo, Volgrand logró alcanzar la seguridad del camión. Sin embargo, no tardaron en descubrir que esta era bastante relativa: Una manada de ponis empezaba a agolparse a los pies del vehículo, como zombies idiotizados; los pegasos, más afectados por la onda de sonido, se estaban recuperando y avanzaban para asaltar el camión. Y, por otro lado, los vamponis de sombra se preparaban para iniciar su asalto.
—¿Y ahora qué?
—Ahora, os agarráis fuerte —contestó Octavia—. ¡Vinyl, dame un acorde!
—Re bemol, tecno blues.
La yegua gris saltó al centro del escenario y tomó su cello con maestría. El ritmo de una percusión electronica empezó a sonar por los bafles, al tiempo que una progresión de acordes se hacía cada vez más poderosa. Octavia tomó el arco y un poderoso arpegio se alzó e hizo vibrar el equipo de sonido.
Al instante siguiente, Volgrand y Unade se agarraban a sendos bafles mientras aquella máquina infernal, se lanzaba hacia adelante y, tras echar abajo las barreras y atravesar el escenario como un rompehielos, se abría paso a toda velocidad hacia la salida.
—¡¡¡Por el amor del cielo!!! ¿Qué demonios mueve a esta cosa?
—¡La música!
Sombra Discordante observó los bandazos de la máquina. Se dirigían hacia la salida con una conducción más que caótica seguidos por sus vamponis y los pegasos enloquecidos por Magnificum. El señor de la sombra y el mal rollo se llevó una mano humana a la barbilla con gesto interesado.
Octavia, impasible cual musa griega, se alzaba sobre sus patas traseras encima de los baffles tocando el chelo con gesto impertérrito. Vynil, concentrada en sus discos y mesa de mezclas añadía la percusión. Sobre la máquina, los dos ex-humanos trataban de hacer su parte. Unade había tomado su mochila y, volteándola sobre su cabeza, golpeaba a todo vamponi que se les acercaba, mientras Volgrand rebuscaba entre los aparatos de Vinyl.
—Me gusta —murmuró Sombra Discordante—. Vamos a hacerlo más divertido.
Sus ojos brillaron en un tono verdoso, fijándose en los restos del destrozado escenario. Estos vibraron ligeramente y, finalmente, cobraron vida, emulando los movimientos de grandes tentáculos de escombros. Fueron atrapando a los ponis más cercanos, los cuales no tuvieron oportunidad de escapar cuando maderas, engranajes y trozos de metal los cubrieron, creando grandes máquinas motorizadas a su alrededor, a cada cual más desquiciada que la anterior. Los mortales atrapados dentro de las monstruosidades mecánicas, privados de sus propias voluntades, alzaron sus caras hacia su Sombra Discordante, esperando sus órdenes con devoción. Este los observó durante un instante y, con la gracia de una bailarina exótica, giró sobre sí mismo y señaló hacia el bólido blanco que se alejaba a toda velocidad.
—¡Traédmelos!
Las máquinas rugieron en respuesta, y los ponis atrapados en su interior se calaron los cascos y lanzaron gritos de caza. Como una jauría de hienas motorizadas, los bólidos iniciaron la persecución… pero hubo algo que se escapó del control de Sombra Discordante, algo que pasó junto a él a toda velocidad:
Una locomotora cromada.
Esta no tardó en alcanzar a las monstruosidades mecánicas, uniéndose a la partida de caza. El brillo de las lentejuelas del maquillaje de Sombra Discordante quedó eclipsado en comparación con el de sus ojos.
—Esto no me lo esperaba… ¡Me encanta!
—¡Sé mi testigo, amo y señor! —gritó Mad Machine a los mandos — ¡Alcanzaré tu gloria, todo bello y cromado!
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Obsérvese en este vídeo el virtuosismo de Octavia con el cello. :P
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