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Re: AITANA PONES: "La verdad tras la mentira" (Capítulo 3)

MensajePublicado: 26 Feb 2014, 17:16
por McDohl
[quote="Volgrand";p=152767]Por cierto, he empezado a publicar este fic en Fanfiction.net también. ¡LOS QUE ESCRIBIS COSAS RELACIONADAS CON AITANA! ¡QUIERO VER VUESTROS FICS AHÍ TAMBIÉN! ¡Creemos todo un universo alterno con nuestros pjs :D![/quote]

Dicho y hecho: el fic de Castlemania está subido a fanfiction.net :D

Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 3)

MensajePublicado: 26 Feb 2014, 18:06
por agustin47
Mola, mola mucho. Esperando el siguiente.

Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 3)

MensajePublicado: 27 Mar 2014, 20:19
por Volgrand
CAPITULO 4: La noche del fuego.
Spoiler:
—Bueno, repasemos el plan —comenzó Mcdolia—. Nos escondemos en este edificio y tú despliegas el artefacto.
—Ahham... —murmuró Aitana mientras trabajaba con el mismo.
—Luego esperamos a media noche a que ocurra la “oleada mágica”, y tu artefacto debería detectar la fuente, ¿correcto?

La arqueóloga escupió el destornillador con el que estaba manipulando algunas runas del detector y asintió, al tiempo que se levantaba y se acercaba a varios palos largos que había en el suelo.

—Pero necesitará varios minutos para triangular la posición, ¿verdad? Lo que significa que deberemos protegerlo.
—Muy observadora. Por suerte el detector no hace ruido y apenas emite luz, por lo que deberíamos pasar desapercibidas.

Ambas yeguas se quedaron en silencio.

—Aitana, recuerdas lo que pasó la última vez que dijiste algo como “pasar desapercibidas”, ¿verdad?.
—Sí. Qué p*ta manía tengo con tentar a la suerte.
—Por cierto, ¿qué son esos palos?
—Pronto, armas para defendernos de los zombis de fuego.

La yegua marrón metió una pezuña en el bolsillo dimensional de su chaqueta y sacó varios objetos metálicos. Eran romboides, con una punta mucho más larga que la otra, y muy afilados. En el extremo más corto tenían un anclaje circular.

—Puntas de lanza...
—Sí. Llevar una espada encima llama la atención y pesa, aparte de que no cabe en mi bolsillo dimensional. Suelo llevar pequeños cuchillos y puntas de lanza, por si acaso.
—Aitana, no pienso matar a nadie.

Sorprendida, ésta miró a Mcdolia. ¿Acaso su amiga no era consciente de a qué se enfrentaban?

—¿Qué dices? ¿Eres consciente de que estamos intentando salvar todo un país de ser arrasado, verdad? ¿De que estamos intentando salvar no cientos, sino miles de vidas?
—Lo sé, Aitana, pero yo nunca mato a nadie. Asesinar a alguien es un acto que va en contra de toda mi forma de ser. Si viajo precisamente como... guardaespaldas —la yegua remarcó con un tono distinto aquella palabra—, es porque creo que toda vida puede ser salvada y protegida, aún si se trata de alguien como Nightmare Moon. Una vez muertos, perdemos la oportunidad de redimirnos, y si arrebatamos vidas, dejamos de ser hu... de ser ponis. Se nos dió conocimiento para usarlo como es debido, y no para dilapidarlo empleándolo como si fuesemos animales prehistóricos. No permitiré que nadie caiga mientras esté a mi alcance, sea quien sea y sea lo que sea.

Aitana centró su atención en completar la lanza. Aunque entendía la postura de Mcdolia, para ella había cosas mucho más importantes en juego. Y si matando a alguien se salvaban miles de vidas. Eso sí, respetaría la decisión de su compañera. Asiendo la lanza completada se acercó a Mcdolia.

—Lo respeto, Mcdolia, y que sepas que yo no mataré a nadie a no ser que sea necesario, y mejor no entremos en debate sobre qué significa “necesario”. Pero esta noche necesitaré tu ayuda.
—No voy a coger un arma así, Aitana. Aunque estén afectados por la fiebre infernal, esos lobos son...
—Muertos vivientes.

Mcdolia no respondió. En el fondo lo sabía bien, pero le costaba asimilar que alguien que hacía tan solo unos minutos era una persona viva, con sus esperanzas, sueños y familia, se convirtiera tan rápido en un monstruo.

—Los jodidos zombis ardientes son lobos muertos y poseídos por un demonio menor del fuego. Lo único que se puede hacer por ellos es matarlos. Dar descanso a sus almas.

Resignada, Mcdolia aceptó la lanza.

—¿Sabes su punto débil?
—Una de dos: o la cabeza o la columna vertebral. En el peor de los casos les inutilizamos una pierna y corremos. Si quieres acabar con ellos de un golpe, lo más seguro es atravesarles el cuello para partirles las vértebras.

Sin alterarse lo más mínimo, Aitana volvió a sentarse en el suelo para montar más lanzas. Al contrario que su amiga, que se había quedado chocada por lo que le había dicho. ¿Cómo podía explicar algo tan terrible como la mejor forma de matar algo sin alterarse?

—¿Pero cómo puedes ser tan fría? Acabas de explicarme como quien va a comprar el pan que lo mejor es “partir las vértebras” a los zombis. ¿Cómo puedes seguir tan tranquila?
—Vaya preguntita. Mira, de que mi trabajo salga bien o mal depende la vida de miles de personas inocentes. Y hago esto en cada maldita expedición que va más allá de investigar un nuevo yacimiento: me enfrento a maldiciones, magos y demonios ancestrales. Lo que hago es una mierda, y muchos me considerarían una criminal, pero haciéndolo, Mcdolia, he salvado muchísimas más vidas de las que puedes imaginar.

Mientras hablaba, Aitana terminó de montar su propia lanza. La sopesó en la pezuña, calibrando el equilibrio, antes de lanzarla con ambos cascos contra una pared, donde se quedó clavada. Satisfecha, la recogió.

—¿Y sabes qué es lo “mejor” de mi trabajo? Que el mundo jamás sabrá lo que he hecho. Hay cosas que deben permanecer ocultas, porque pueden llevar a imbéciles sedientos de poder a la locura. No voy a recibir una maldita recompensa, practicamente nadie vendrá a ayudarme, y nunca seré conocida como las portadoras de los elementos. No soy una asesina, pero en ocasiones no hay otro remedio.
—Siempre hay una alternativa, Aitana. Siempre.
—No sabes nada del mundo que hay tras la capa de bondad, amistad y felicidad que cubre Equestria. No tienes ni p*ta idea.
—¡No me digas lo que sé o dejo de saber, Aitana! ¡Si hay algo que sé es que el asesinato es un crimen contra todo lo que significa ser un poni! ¡Contra lo que significa ser un ser vivo con raciocinio! Te equivocas, Aitana Pones. La muerte no es el camino.

Aitana miró en silencio, pero severamente, a su amiga. El detector seguía girando lentamente, con la aguja suspendida en su centro pero sin señalar a nada en concreto.

—Mira, yo funciono así: mi objetivo es detener a Manresht, y nada más me importa. Si quieres irte, hazlo, pero no me toques los cojones. Tengo cosas más importantes por las que preocuparme.

Aitana volvió a sus mapas, intentando buscar alguna pista más en la poca información que tenía. Mcdolia estuvo a punto de gritarle, ¿por qué demonios le faltaba al respeto de esa manera? ¡Si seguía viva, si Kolnarg no la había poseído un par de noches antes era gracias a ella! Estaban metidas en una situación espantosa, en la que las vidas de miles de lobos dependían de lo que hicieran a continuación. El peso de la responsabilidad estaba haciendo que Mcdolia empezara a perder los nervios.

Y Aitana, en ese momento... seguía manteniendo la calma. A pesar de los insultos que había dicho antes, en ningún momento se había alterado. La yegua roja no pudo evitar sorprenderse por ello. Esa arqueóloga no iba tras un tesoro: estaba cazando una maldición. Era consciente de que cada segundo que perdiera estaba costándole la vida a cientos de lobos... y aún así mantenía la calma. Era la fría lógica de un poni que sabía centrar sus objetivos, ignorando el resto de detalles, en pos de un bien mayor. ¿Acaso para la arqueóloga el fin justificaba los medios? Si era así, Mcdolia no la acompañaría. No podía, era algo totalmente contrario a su ética.

Sin embargo... Aitana se había desviado del camino. Había consumido una parte importante de sus recursos y había arriesgado su propia vida sólo para rescatarla. Dos veces, de hecho. A una completa desconocida, sin esperar nada a cambio. Eso no cuadraba con el estilo de alguien que antepone sus objetivos a cualquier otra cosa. Aitana era un misterio para ella. No acababa de comprender totalmente sus motivaciones, quizá porque ambas eran muy diferentes. Pero, considerando la maldición que se estaba echando sobre los Reinos Lobos, algo estaba claro: tenía que ayudarla. Asiendo la lanza avanzó un par de pasos hacia su amiga.

—Te ayudaré a acabar esto, Aitana. Pero ya sabes mi opinión, no me gustaría enfrentarme a ti.
—A ninguna nos gustaría.

Mcdolia no supo si debía interpretar esa respuesta como una amenaza, por lo que prefirió no preguntar. Cuando faltaban un par de horas para el ocaso, la arqueóloga rebuscó en su zurrón y sacó varios rollos de pergamino, un tintero y una pluma, y empezó a escribir algo. Al final, a Mcdolia le pudo la curiosidad y se acercó a mirar. Se dio cuenta que Aitana estaba escribiendo todo lo que había averiguado y lo que pensaba hacer a continuación.

Cuando terminó, la poni marrón enrolló el pergamino y sacó un pequeño bote de su bolsillo. Era de cristal, y dentro tenía algún tipo de sustancia verde y muy brillante. Cuando abrió el bote una llamarada verde surgió del mismo y, sin perder un instante, lanzó el pergamino dentro de esta, reduciéndolo en un instante a cenizas.

—¿Qué has hecho?
—Enviar un mensaje a otros arqueólogos como yo. Si no conseguimos detener esto, alguien tendrá que detener a Manresht.

Pasaron el resto de la tarde en silencio. En la calle, las patrullas seguían buscando a las dos “brujas ponis”, pero nadie parecía haber reparado en dónde se escondían.

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Hacía ya un rato que el sol se había ocultado. Antorchas y farolas iluminaban las calles, patrulladas por numerosos guardias. Salvo por el ruido de los soldados, la ciudad estaba en un completo y tenso silencio. Aitana había subido a la azotea del edificio en el que se habían hecho fuertes y miraba hacia el norte. O mejor dicho, se encaraba en esa dirección, pues mantenía los ojos cerrados.

—¿Qué haces, Aitana?
—Espero a la magia.
—¿Cómo se hace eso?
—Cerrando los ojos y sintiendo. Cállate.

Molesta, Mcdolia guardó silencio. Vale que estuviera concentrada, pero Aitana tenía una habilidad especial para ser desagradable. Se distrajo unos minutos ajustándose el arnés que le había dado su amiga: era un sencillo cinturón con enganches en ambos costados. Estaba pensado para introducir en estos la base de la lanza, para que así un poni pudiera manejarla con una pezuña y resistir embestidas, transfiriendo el impacto a todo su cuerpo sin perder el equilibrio. Aunque nunca había combatido con lanza, Mcdolia había visto a los guardias de Canterlot usar arneses similares en sus armaduras, y esperaba poder hacerlo bastante bien.

Pasaron algo más de una hora. En todo ese rato Aitana a duras penas se movió. Era curioso, cuando la conoció le pareció más bien una yegua de acción poco paciente. Sin embargo ahora estaba dando muestras de una paciencia que estaba enervando a la misma Mcdolia. Se distrajo mirando al cielo nocturno del desierto. El firmamento mostraba una vista espectacular. La luna estaba en cuarto creciente, a poca altura sobre el horizonte. Como siempre, la temperatura había caído con el sol, y en ese momento hacía algo de frío. Se levanto una ligera brisa cálida que movió las crines de las yeguas. Con un sobresalto, la arqueóloga abrió los ojos.

—¡Ahí está!
—¿Qué?

Sin responder, Aitana Pones echó a correr escaleras abajo. La yegua roja se quedó perpleja, ¿qué demonios había pasado? Fue a seguir a su amiga cuando ella también lo sintió: El pelaje sobre su lomo y espalda se había erizado sin razón. Y de pronto una sensación de peligro se disparó en su mente. Se giró en todas direcciones sin ver nada ni sentir otra cosa que no fuera la adrenalina atenazando su estómago.

—Por el amor de Fausticorn, ¿qué diantres?
—¡Es la magia, Mcdolia! ¡Es magia demoníaca, por eso tienes miedo, no le hagas caso!

Al eso, la yegua roja bajó al piso inferior. Aitana estaba trasteando con el detector mágico, mientras murmuraba “vamos, vamos, funciona”. Al cabo de pocos segundos, el artefacto empezó a moverse con más velocidad, y sus runas empezaron a brillar con fuerza. La aguja en el centro rotó sobre su punto medio a toda velocidad, concentrando poco a poco su giro en un amplio cono que apuntaba al noreste.

—¡Sí señor, vamos pequeño, dime dónde está!

Pero el entusiasmado grito de Aitana se vio eclipsado por otros. En la calle varios lobos gritaron justo antes de que hubiera una explosión. Mcdolia miró por la ventana. A dos calles de distancia, una casa había estallado en llamas. Varios lobos corrían por sus vidas... y otros corrían ya muertos. Emanando un fuego imposible de su propia carne, varios zombies perseguían a sus próximas víctimas. Una orden militar precedió a una patrulla que cargó contra los zombies. En el camino abrieron pasillos en la formación para que los ciudadanos pudieran resguardarse tras los soldados.

Por una esquina aparecieron corriendo dos lobos: una madre y su lobezno. Uno de los zombis demoníacos apareció tras ellos, pero al contrario de lo que pensaba Mcdolia, no era lento en absoluto. Galopaba a cuatro patas, rugiendo de forma imposible. No era especialmente veloz, pero sí lo suficiente para obligar a un poni a galopar por su vida.

—¡¡Aitana!! ¡Están apareciendo muchos zombis!
—¡Ya lo oigo! ¡Hago lo que puedo!
—¡Tenemos que ayudarles!
—¡No! ¡Necesitamos saber dónde está Manresht, necesito más tiempo!

Mcdolia galopó hacia la azotea, pero lo que vio la dejó de piedra: había fuego. Mucho fuego por todas partes: más de una docena de casas habían empezado a arder, y en algunas las llamas eran tan violentas que, si quedaba alguien en el interior, no tendría ninguna posibilidad de escapar. Los gritos se sucedían por doquier, y por la calle pudo ver a varios lobos huír de los zombis. Era fácil localizar a los monstruos en la oscuridad, pero ello no hacía que fuese más fácil escapar de ellos. El fuego empezó a crecer de forma imposible en varias calles, cortando las rutas de huida de los ciudadanos.

—¡Aitana, tenemos que ayudar!
—¡Ya está cerca, ya casi lo tengo!
—¡Oh, por todos los demonios!

Mcdolia asió su lanza y la enganchó en el arnés, dispuesta a saltar a la calle para intentar salvar a alguien, a cualquiera. Pronto vio su primer objetivo: había un pequeño grupo de lobos que, huyendo de un zombi, se habían encontrado en un callejón sin salida. Pero antes de que Mcdolia saltara en su ayuda ocurrió algo sorprendente: el zombi ignoró a sus presas. Lo que es más: sin ninguna causa aparente cambió de dirección y se alejó de los civiles.

Extrañada, la poni roja miró en otra dirección. Un grupo de ciudadanos huía, pero ningún lobo ígneo les seguía. Varios zombis avanzaron por una calle, ignorando a una loba anciana que habría sido una presa fácil. Mcdolia observó las trayectorias de todos los monstruos que veía... y entendió qué estaba ocurriendo.

—¡Aitana, vienen hacia aquí!
—¡¿Qué?!
—¡Todos los zombis vienen hacia aquí!

Vio un grupo de cinco de estos seres acercarse. Pero al llegar a un calle transversal una patrulla de guardias apareció, preparada para el combate. Sin embargo, solo dos de los zombis se separaron del grupo, haciendo crecer las llamas sobre su cuerpo y bloqueando el paso a los soldados. Los otros tres siguieron su camino hacia el edificio en el que se refugiaban las ponis sin oposición.

—Por todo lo que es.... ¡Son inteligentes! ¡Están usando táctica de grupo, son inteligentes!

En el nivel inferior Aitana estudió el artefacto. Todavía no había detectado el orígen de la magia. Las runas brillaban cada vez con más fuerza, mientras la aguja ajustaba cada vez más su gijo hacia una dirección concreta.

—¡Al piso de abajo! ¡Manresht nos ha detectado, sabe que podemos localizarle! ¡Tenemos que aguantar, no habrá otra oportunidad!
—¡Movámonos a otro sitio!
—¡No! Si muevo el detector tendremos que empezar otra vez. ¡Tenemos que aguantar!

Mcdolia galopó escaleras abajo junto a Aitana. A través de la puerta que daba a la calle ya se podían escuchar los rugidos de los zombis acercarse. Las llamas empezaron a lanzar amenazadores halos de luz a través de los resquicios de puertas y ventanas. Los pocos muebles del edificio estaban amontonados en la puerta principal, pero ambas yeguas sabían que no servirían de mucho. Mcdolia lanzó una risita nerviosa.

—Llevar encima a un peligroso Lich y ser poseída por este, pelearte contra mercenarios, ser acusada de bruja y ahora esto... ¡en solo cuatro días! ¿Cómo lo haces para meterte en estos líos, Aitana?

Aitana apoyó tres de las lanzas que había fabricado contra la pared, y cogió otra. El rugido de los monstruosos lobos era cada vez más fuerte, y pronto se escuchó el primer golpe contra una ventana, mientras el nauseabundo olor a carne quemada invadía la vivienda.

—Sinceramente, Mcdolia...

Con un crujido ensordecedor, la garra llameante de un lobo atravesó la madera de una ventana. Sin perder un instante, Aitana saltó y ensartó al monstruo a través del agujero. El ataque atravesó limpiamente la cabeza del zombi, pero este siguió con vida, obligando a Aitana a recuperar su lanza y retroceder.

—... no tengo ni idea. La cabeza no les mata, apunta al cuello.
—De acuerdo.

Ambas yeguas ajustaron las lanzas en sus respectivos arneses y se prepararon para el combate. Los golpes se sucedieron por todas las entradas posibles, pero no se abrió ninguna. El humo empezó a invadir la estancia cuando la madera de puertas y ventanas empezó a arder. Se hizo un silencio sepulcral, solo roto por el crepitar del fuego y las agitadas respiraciones de las yeguas.

Entonces, todas las entradas estallaron a la vez. Los monsturos las golpearon al mismo tiempo, creando una explosión de trozos de madera y astillas incandescentes, y obligando a las ponis a cubrirse. Se pusieron inmediatamente en guardia... y fue cuando comprendieron el infierno al que iban a hacer frente.

Varios lobos entraron: el fuego emanaba de su carne con una fuerza imposible. Entraron a cuatro patas, pero cuando estuvieron frente a Aitana y Mcdolia se pusieron en pie, sacando las garras. Unas garras que se habían vuelto más grandes y afiladas que las de cualquier lobo con vida. Los ojos de los monstruos brillaban con fuego, ira y sangre. Abrieron sus enormes fauces, mostrando las llamas que ardían en sus gargantas, y rugieron. Un rugido que, más que el de un lobo, parecía el bullir de un volcán en erupción. Mcdolia retrocedió un paso inconscientemente, pero Aitana desobedeció a sus instintos. Escogió un objetivo y, sin dudar, se lanzó contra él. El rugido de un zombi quedó truncado cuando la lanza de la arqueóloga le atravesó la garganta con gran precisión. Esta pudo sentir el crujir de huesos a través de la empuñadura de su arma. El lobo infernal se quedó inmovil, como si no hubiese notado el ataque. Pero, al poco, las llamas que le cubrían se apagaron, y el ser cayó inerte al suelo.

Los otros lobos no tardaron en girarse contra la arqueóloga, la cual se vio obligada a abandonar su lanza y saltar hacia atrás para esquivar garras y llamaradas. Recogiendo otra arma de la pared, gritó:

—¡Ese miedo que sientes no es natural! ¡Es la magia infernal, engaña a los sentidos, aterroriza tu alma! ¡Ignóralo!

Un certero lanzazo de Mcdolia devolvió a otro zombi a la muerte.

—¡Entendido!

Los demonios se lanzaron sobre las ponis a la vez. Ambas aguantaron para ensartar a los dos primeros, soltaron las lanzas y retrocedieron escaleras arriba, recogiendo dos más que tenían preparadas. Los lobos las alcanzaron, pero una soberbia coz de Mcdolia tiró a uno al piso inferior, rodando por las escaleras y llevándose consigo al resto de no muertos. Aitana bajó tras ellos para rematar a los que pudiera, pero lo que encontró en el piso de abajo la hizo cambiar de idea.

Todo el edificio estaba lleno de esas criaturas. No pudo contarlas, porque las violentas llamas le tapaban la vista. Pero eran sencillamente demasiados, y el calor abrasador. Era una suerte que las casas lobas se construyeran con barro y ladrillo. Los lobos frente a la escalera cogieron aire a la vez. Aitana frenó en seco e intentó retroceder demasiado tarde. Las llamas surgieron de las fauces de los lobos, sin dejar ningún resquicio en el que cubrirse. Intentó echarse al suelo, sabiendo que iba a ser en vano, y se preparó para el dolor.

Sin embargo, sintió un tremendo golpe y algo que la agarraba. Al abrir los ojos vio a Mcdolia cargando con ella... ¡y estaban en el piso de arriba! La llamarada que a punto estuvo de calcinarla viva surgió a través del hueco de las escaleras.

—¿Pero qué coj...? ¿Cómo has hecho eso? ¡Estaba abajo y sola!
—¡No preguntes, que llegan los zombis!

La arqueóloga se recuperó de la impresión y, tan rápido como pudo, cogió una pequeña mesa y la tiró escaleras abajo, con la esperanza de que frenara a los monstruos. Miró al artefacto, la aguja del cual giraba cada vez más lentamente, apuntando al norte-noreste.

—¡Ya casi está!
—¡Cuidado!

Un lobo llameante subió la escalera y atacó a Aitana. Esta saltó hacia atrás, y lanzó una coz con todas sus fuerzas, lanzando al monstruo al suelo. Pero en esos escasos segundos varios zombis más entraron en la estancia y se dividieron, cargando directamente contra las ponis. Aitana esquivó varios garrazos a duras penas, viéndose superada e incapaz de contraatacar. De pronto notó un movimiento a su izquierda.

—¡MCDOLIA STRIKE!

Un lobo salió proyectado contra una pared, pero cuando Aitana miró no vio a su amiga. Un movimiento a su derecha, y otro zombi fue lanzado contra otro muro. La arqueóloga, aunque no entendía qué estaba ocurriendo, lo iba a aprovechar. Metió la pezuña en el bolsillo y de él sacó el látigo, lo cogió con la boca y se movió a un lado.

Un movimiento a un lado de los lobos. Esta vez pudo ver a Mcdolia, lanzando una coz con una velocidad casi imposible. Aitana lanzó el látigo antes incluso de que el zombi recibiera el impacto. El monstruo, mientras estaba en el aire, fue atrapado por el látigo de Aitana. Esta hincó las pezuñas y tiró con todas sus fuerzas, cambiando la trayectoria del zombi y lanzándolo contra sus hermanos, que fueron derribados.

—¡Mira! —gritó Mcdolia señalando al artefacto.

La aguja estaba quieta, señalando al nor-noreste. La arqueóloga corrió y leyó las runas, mientras los demonios se levantaban y aún más llegaban al piso superior.

—¡Lo tengo! ¡22 millas, nor-noreste! ¡VAMOS!

Las yeguas subieron las escaleras a toda velocidad, mientras los zombis de fuego se lanzaban tras ellas. Sin detenerse un segundo, Aitana lanzó su látigo para engancharlo a una viga sobresaliente de una casa vecina y usarlo para llegar al tejado de esta. Los zombis intentaron seguirlas, pero solo lograron estrellarse contra la calle. Lejos de detenerse, se levantaron y corrieron al nuevo edificio, derribando la puerta. Aitana y Mcdolia rezaron porque no hubiera nadie en esa casa.

—¿Qué hacemos, Aitana?
—Salir de la ciudad. Por la mañana los imbéciles de la guardia nos darán caza. ¡Vamos!

Recorrieron parte de la ciudad saltando de tejado en tejado. Los zombis, desde la calle, las perseguían incansablemente. Decenas de edificos estaban en llamas, iluminando la noche con el calor de la muerte. Los gritos de ayuda y las llamadas a familiares y amigos desaparecidos se confundían con las ordenes de los soldados que intentaban en vano frenar la fiebre infernal. Las ponis siguieron recorriendo los tejados en dirección a la muralla hasta que llegaron a una zona que ya no era más que un montón de ruinas incandescentes. No tuvieron otra alternativa que descender a la calle.

En cuanto la pisaron, tuvieron que hacerse a un lado para esquivar a un grupo de aterrorizados civiles que huían por sus vidas. Tras ellos aparecieron los monstruos, con sus ojos imposibles fijos en Aitana y Mcdolia.

—Mierda, ¡pensé que sólo seguían el rastro del detector!
—¡Mejor que nos intenten atrapar, así dejarán al resto en paz! ¡Corre!

Jadeando, siguieron a los civiles hacia el este, para después tomar una calle al norte. Los zombis ardientes no eran más rápidos que un poni al galope, pero eran muchos e incansables. El agotamiento hacía mella en las dos ponis, y las distancias se acortaban. Dos zombis surgieron de un callejón, cortándoles la retirada. Aitana reaccionó al instante: cogió su látigo con los dientes, saltó tan alto como pudo y lo enganchó a una farola. Aprovechó la inercia que ganó para golpear a su enemigo con todas sus fuerzas, lanzándolo varios metros hacia atrás.

Mcdolia simplemente embistió al otro ser, sin detenerse en su carrera. Sin embargo, el lobo lanzó una lengua de llamas. La yegua roja siguió corriendo unos metros antes de darse cuenta de que el pelaje sobre su lobo estaba ardiendo. Por puro instinto, se lanzó al suelo para sofocar las llamas. Cuando se puso en pie de un salto, el demonio se había abalanzado sobre ella. Antes de que pudiera reaccionar, escuchó una voz a su espalda.

—¡Agáchate!

Mcdolia lo hizo. Aitana, todavía columpiándose con su látigo, pasó a toda velocidad sobre la yegua roja, pateando al monstruo con una fuerza increíble. Aterrizó al momento y desenganchó su improvisado columpio. No hizo falta que dijera nada para que Mcdolia la siguiera a través de las calles de Joth-Lambarg.

El mundo de las dos yeguas se convirtió en un caótico mosaico de gritos, llamas y garras. Los mosntruos surgían de todas partes, la guardia los combatía y trataba en vano de salvar a los civiles. Muchos estaban cayendo esa noche, demasiados, y Mcdolia lo sabía. Luchó con todas sus fuerzas por abrirse paso a la muralla, sintiendo la impotencia de no poder detenerse a ayudar. Por primera vez comprendió cuánta razón llevaba Aitana: tenían que llegar al fondo de esa maldición para detenerla.

Y tenían que hacerlo cuanto antes.

Varios monstruos surgieron de entre las casas en llamas. Mcdolia galopó hacia el primero y lo pateó con todas sus fuerzas, partiéndole una pierna. Recogió la lanza de un soldado muerto del suelo y, con ambas pezuñas, la usó para atravesar el cuello de un segundo zombi. Se lanzó contra un tercero, girando sobre sus patas delanteras y golpeándolo con las traseras, lanzándolo contra una pared con tanta fuerza que esta se agrietó.

Cuando volvió a correr junto a Aitana, su amiga la miraba con los ojos como platos.

—¡¿Cómo cojones has hecho eso?! ¡Nadie se mueve tan rápido!

Mcdolia no comprendió a qué se refería su amiga hasta que miró atrás. Los tres lobos que había derribado estaban separados más de diez metros entre ellos.

—Llámalo adrenalina. ¡Ahí está la muralla, vamos!

Las casas de la periferia de la ciudad eran más pobres y bajas, lo que les permitió usarlas para trepar a la muralla. Solo había un aterrado guardia novato guardándola, el resto estaban combatiendo a los zombis. No llegó a ver a las ponis, sólo escuchó su galopar antes de recibir un golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente. Para cuando se recuperó, solo alcanzó a ver a las dos “brujas” galopar hacia el noreste, dejando un sendero de pisadas sobre la arena del desierto.

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Pa que sos quejéis, que me saco tiempo para vosotros, pillastres.
Gracias a Mcdohl por rolear conmigo las escenas de Mcdola. Como véis, esta y Aitana son muy diferentes y, a la par, muy similares.
Creo que este fic será más corto de lo que había vaticinado, pero todo está por ver.

Ya sabéis, ¡REVIEWS O NO HAY UPDATE!

Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 3)

MensajePublicado: 27 Mar 2014, 21:06
por horwaith
Buena comparación entre Aitana del bien mayor y Macdolia de ayudar a todos, para empezar; es algo que no se suele dar en muchas historias, pero que ciertamente puede (y debería en muchos casos) suceder.
2º -- Cuando Macdolia quiere ayudar y Aitana le dice que espere y después se ve que ha acertado al hacerlo así cuando los zombis van a por ellas, si se hubiese movido Macdolia habrían tenido problemas. Buena acción y salvamento por parte de las dos, me dejan con las ganas de más.
3º -- Bonita "velocidad" la de macdolia, debe ser rápida pero creo que su CM tiene algo que ver con ella, pese a no usarla tantas veces.
4º -- ¿Acaso Aitana tiene una maldición? Es que imagina que les van a perseguir los guardias y cuando corren hacía donde esta el ser que controla a los zombis, justo les ve un guardia. Si no es eso, que me lo expliquen xD

No se me ocurre nada más, pero es que no suelo despellejar los fics xD

Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 3)

MensajePublicado: 27 Mar 2014, 21:24
por Volgrand
[quote="horwaith";p=162140]Buena comparación entre Aitana del bien mayor y Macdolia de ayudar a todos, para empezar; es algo que no se suele dar en muchas historias, pero que ciertamente puede (y debería en muchos casos) suceder.
2º -- Cuando Macdolia quiere ayudar y Aitana le dice que espere y después se ve que ha acertado al hacerlo así cuando los zombis van a por ellas, si se hubiese movido Macdolia habrían tenido problemas. Buena acción y salvamento por parte de las dos, me dejan con las ganas de más.
3º -- Bonita "velocidad" la de macdolia, debe ser rápida pero creo que su CM tiene algo que ver con ella, pese a no usarla tantas veces.
4º -- ¿Acaso Aitana tiene una maldición? Es que imagina que les van a perseguir los guardias y cuando corren hacía donde esta el ser que controla a los zombis, justo les ve un guardia. Si no es eso, que me lo expliquen xD

No se me ocurre nada más, pero es que no suelo despellejar los fics xD[/quote]

Jaja gracias por el review :D.

Aitana no es que tenga una maldición, es que tiene una habilidad especial para meterse en problemas. Fijate: Se enfrenta a los mercenarios -> Los mercenarios vienen a vengarse -> Casi matan a mcdolia -> Usa la brújula -> Es acusada de brujería.

Es su don especial xD.

Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 4)

MensajePublicado: 28 Mar 2014, 18:36
por McDohl
Spoiler:
Un placer ayudarte con las partes de Macdolia, Volgrand. Y me encanta no solo como la estás enfocando a ella sino también como la contrapones a Aitana y la actitud de la misma. Creo que en cierta medida, ambas tienen que aprender la una de la otra. La tensión cada vez va a más en este conflicto siniestro, así que no puedo sino desear seguir leyendo las continuaciones que hagas :3

Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 4)

MensajePublicado: 28 Mar 2014, 23:18
por Volgrand
[quote="McDohl";p=162333]
Spoiler:
Un placer ayudarte con las partes de Macdolia, Volgrand. Y me encanta no solo como la estás enfocando a ella sino también como la contrapones a Aitana y la actitud de la misma. Creo que en cierta medida, ambas tienen que aprender la una de la otra. La tensión cada vez va a más en este conflicto siniestro, así que no puedo sino desear seguir leyendo las continuaciones que hagas :3
[/quote]

Gracias Mcdohl. Espero conseguir mantener el nivel, al menos hasta el final de lo de Manresht. Tengo que escribir una escena que tengo en mente para el segundo libro antes de que se me olvide... disculpadme.

Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 4)

MensajePublicado: 29 Mar 2014, 12:56
por Sr_Atomo
Realmente maravilloso. No hay palabras para definir algo así de alucinante.

Quiero más, anhelo más, necesito más...

Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 4)

MensajePublicado: 08 Abr 2014, 13:08
por Volgrand
Capítulo 5: Las ruinas junto al Narval

Spoiler:
La claridad del nuevo día precedió al sol de la princesa Celestia, el cual se preparaba para mostrarse, implacable e inmisericorde, sobre el desierto. El relente de la noche empezó a retirarse y en pocos minutos dejaría paso al insoportable calor característico de los Reinos Lobos. Sobre el horizonte, hacia el suroeste, varias columnas de humo se alzaban. No se podía ver de dónde surgían exactamente, pero las dos yeguas que caminaban por la arena sabían bien que eran restos del desastre de Joth-Lambarg.

—¿Falta mucho, Aitana?

—Oh, por todo lo que... Mcdolia, te juro que si lo vuelves a preguntar te quito tu ración de agua.

—Pero en serio, llevamos la mitad de la noche caminando. ¿Cuánto puede faltar?

—Probablemente un par de horas. Tendremos que buscar un refugio pronto.

—Sí, quizás lanzarnos al desierto sin pensar una ruta no fue una gran idea...

La arqueóloga se detuvo, mirando a su amiga con una ceja levantada..

—¿Lo estás diciendo en serio?

—En parte, supongo —contestó Mcdolia—. Aunque creo que estoy... tratando de...

—¿Qué?

Mcdolia se quedó unos segundos en silencio, con una expresión de dolor que incluso Aitana logró captar.

—Aitana, si mi trabajo es proteger ponis es porque siempre he tenido... el don de la oportunidad. Siempre conseguía aparecer en el momento oportuno para salvar a aquel que lo necesitase y nunca nadie había tenido que... —la yegua bajó la vista—. Pero esto... esto ha sido distinto. Tantísimas vidas consumidas por esa maldición... y yo no he podido hacer nada por ellas... nada. Salvo ahorrarles una existencia cruel dándoles el golpe de gracia... Me siento tan...

Macdolia no acabó la frase, sino que cerró los ojos con fuerza y apretó los dientes con rabia. Culpa, remordimientos, vergüenza... ella misma no sabía bien cómo sentirse. Sin poder evitarlo revivió varios momentos de la noche anterior: los gritos de terror, las caras de angustia, los cuerpos inertes en el suelo...

Sintió el contacto de Aitana contra su flanco, como un suave empujón.

—Escucha, Mcdolia. Lo que has vivido es una mierda, algo que pocos ponis podrían superar. Si quieres llorar hazlo, si quieres gritar hazlo... pero ahora no. Ahora necesito... necesitamos que te centres, ¿de acuerdo? Vamos a seguir adelante, vamos a encontrar a Manresht y acabaremos con esta matanza.

—¿Y qué pasa si no lo conseguimos? —respondió entre dientes.

—Envié un mensaje anoche. Si no lo conseguimos, otro arqueólogo acabará con esto.

Mcdolia abrió los ojos de golpe, se separó de su amiga y la encaró, con lágrimas luchando por escapar de sus ojos.

—¡¿Y por qué no han venido a ayudar?! ¡Esto nos viene grande, Aitana! ¡Miles de personas inocentes están muriendo, ¿y tus compañeros esperan que lo resuelvas o mueras antes de mover un dedo?!

—No han venido porque somos muy pocos lo que investigamos lo oculto, y cada cual tiene sus propios asuntos entre pezuñas. El arqueólogo más cercano está a varias semanas de viaje de aquí. No pueden ayudarnos, ¡deja de una vez de desesperar y culpar a otros de lo ocurrido, j*der! Todas las personas de las que hablas dependen de nosotras, y no vas a arreglarlo gritando y llorando en medio del desierto.

—¡Podrías decir lo que sabes a la guardia loba! ¡Alguien nos ayudaría!

—¡No digas gilipolleces! En los Reinos Lobos sólo los más ambiciosos y crueles llegan a ser alguien en el ejército, y los mercenarios luchan por dinero. ¿De verdad quieres acercar a alguien así a una fuente demoníaca?

—¡Dices eso para sentirte bien! Empiezo a creer que haces esto solo por la aventura, o quizá por las riquezas. ¡Eres una hipócrita!

Cuando Mcdolia dijo eso, algo cambió en Aitana. La arqueóloga, con una mezcla de rabia e indignación en la cara, se agachó ligeramente y cargó contra su amiga, buscando empujarla con el flanco y derribarla. Pero Mcdolia hizo gala de su gran velocidad una vez más, apartándose del camino de la arqueóloga y poniéndose a su espalda. Aitana rodó por el suelo, evitando la embestida de la yegua roja y se puso en pie.

—¡Eres una hipócrita! ¡Me pides que te ayude, cuando es evidente que no confías en nadie!

—¡¿Y qué cojones esperas?! ¡Claro que no confío en nadie!

—Te equivocas, Aitana. Porque si algo sé, es que hay que confiar.

Aitana lanzó una amarga carcajada al aire.

—¡No tienes ni p*ta idea! Me he enfrentado a demonios de todos los tipos, ¡no puedes contar con el primer idiota bienintencionado que se te ponga por delante para ayudarte! ¡Pocos están preparados para enfrentarse a los horrores del Tártaro!

—¡¿Y de verdad esperas luchar sola?! ¡Eso es muy prepotente por tu parte!

—¡Por supuesto que lucho sola! ¿Crees que los demonios son solo sangre, fuego y destrucción? No tienes ni p*ta idea. Los demonios corrompen, seducen y engañan. Engañan a imbéciles ambiciosos para condenar sus almas por toda la eternidad y así poder poner sus garras en este mundo.

Aitana avanzó unos pasos.

—Los soldados lobos luchan por la gloria o por el poder. Los mercenarios por el oro. ¡Y los demonios lo usarán para seducirles, para poseerlos! ¡Cualquier aliado que lleve a enfrentarse a Manresht podría volverse contra mi! Dime, ¿en quién cojones quieres confiar para esto, Mcdolia? ¡Dímelo, estoy deseando escucharlo!

Tras el arrebato de la arqueóloga, la aludida se quedó en silencio. Buscó una repuesta, alguien en quien confiar. Pero, por más que pensara, no conocía a nadie dispuesto a hacerlo.

—Ti... tiene que haber alguien, Aitana.

Esta no respondió mientras el sol se alzaba sobre el horizonte. El calor empezó a dejarse notar con intensidad. Aitana rebuscó en su bolsillo y sacó los dos trajes del desierto, tirándole uno a Mcdolia a continuación.

—Póntelo, aquí es cuestión de vida o muerte.

Sin esperar repuesta, la arqueóloga se puso en camino. Tras unos segundos, Mcdolia logró preguntar:

—Pero entonces... ¿por qué confías en mi?

—Porque buscas salvar a la gente sin pedir nada a cambio. Solo puedo confiar en personas como tú.

Mcdolia se quedó quieta, mirando cómo la otra yegua se alejaba poco a poco. Estaban solas en el desierto, y con el peso de toda una nación sobre los hombros. ¿Y Aitana se dedicaba a hacer esto, día sí y día también? ¿Cómo podía soportarlo? Tras unos segundos se echó el traje encima y seguir a su amiga. Le ayudaría a detener al diabolista, por todos aquellos que aún vivían, y por todos a los que no había podido salvar.

Mientras trazaban su camino hacia el noreste, las dos yeguas se cruzaron con una caravana de lobos. Se escondieron, temiendo que fueran grupos de guardias que las buscaban. Pero la realidad era mucho más terrible: eran ciudadanos, trabajadores y familias completas. Lobos que, en su desesperación por escapar de la maldición de la fiebre infernal, prefirieron probar suerte atravesando el desierto. Todos en la caravana mostraban el cansancio y el miedo en sus rostros. Algunos estaban malheridos, otros habían perdido gran parte del pelaje por las quemaduras. Los más fuertes arrastraban trineos de arena sobre los que descansaban los lobos más heridos y los lobeznos.

—En fin, mejor que sigamos y... ¿Mcdolia?

Sin escucharla, la yegua roja se puso en pie y se acercó sin esconderse a la caravana. Aitana maldijo para sí misma y la siguió. Estúpida y sentimental yegua, no deberían perder el tiempo con esto, no podían arriesgarse a que la guardia les siguiera la pista. Como si lo hubiese dicho en voz alta, un gran lobo gris oscuro surgió del grupo. Portaba una armadura de cuero y una inmensa alabarda. De su cinto colgaba una cimitarra, y a la espalda llevaba un escudo de madera.

—¡No os acerquéis, brujas, sé quiénes sois! —farfulló en lobo, poniéndose en guardia. Los civiles retrocedieron, alejándose de las ponis.

—¡Tranquilos! Me llamo Mcdolia. Sé lo que habéis oído, pero sabed que es mentira. No somos brujas, nosotras no hemos creado esto. Estamos intentando ayudar.

—¡Mentís! ¡Queréis extender la maldición entre esta gente, malditas!

Mcdolia, en vez de responder, se quitó el traje y se giró para mostrar su lomo. El pelaje ennegrecido del mismo era un silencioso testimonio del enfrentamiento que tuvo contra los demonios la noche anterior.

—A nosotras también nos han atacado. Estamos intentando encontrar el origen de todo esto y detenerlo cuanto antes. Pero os podemos ayudar, tenemos agua y... eh... —Mcdolia se dirigió a Aitana—. Oye, ¿tienes vendas?

Poniendo los ojos en blanco, la arqueóloga asintió. .

—Tenemos agua y algunas vendas —concluyó Mcdolia—. Dejad que os ayudemos, por favor.

Algunos de los civiles se miraron entre ellos, sin saber bien cómo reaccionar. Fue una loba joven la que se atrevió, finalmente, a hablar.

—Mi hijo... mi hijo está herido.

Cogiendo las vendas que le dió Aitana, Mcdolia avanzó hacia la madre. La arqueóloga la siguió, pero de pronto se encontró con una alabarda cortándole el paso.

—Suelta las armas, poni.

La aludida miró al soldado con cara de cruz. Evidentemente, todavía portaba una lanza que había conseguido en algún momento durante su huída de Joth-Lambarg. No es que le gustara cargar con ella, pero la noche anterior había demostrado ser un arma muy efectiva contra los zombis de fuego.

—¿Las vas a soltar tú, lobo? —el soldado, tenso, no respondió, implicando el "no" con su silencio—. Entonces yo tampoco. No hagamos gestos violentos y todo irá bien.

Aitana rodeó la alabarda, se acercó a un carro y sacó su cantimplora, dispuesta a compartir parte de su ración. Al ver las miradas sospechosas que le lanzaron los que la rodeaban, suspiró y pegó un largo trago.

—¿Os basta para convenceros de que no estoy intentando envenenaros? j*der, si esto me pasa por ayudar.

Mcdolia, mientras tanto, se dedicó a ayudar a los heridos, vendando quemaduras y heridas. No era una experta en ello, pero sabía que cubrir una quemadura evitaría que esta se infectara y que el herido perdiera agua a través de ella. Mientras lo hacía, pudo averiguar que esa caravana la formaban los supervivientes de media docena de pueblos... y no eran más que treinta lobos. Los pocos guardias apostados en cada asentamiento habían muerto a los pocos minutos de empezar el ataque. A diferencia de lo que decía la leyenda, los afectados por la fiebre infernal no mostraron ningún síntoma hasta apenas una hora antes de morir. No pudieron aislar a los afectados.

—¿Y cómo conseguísteis escapar, si puede saberse? —preguntó Aitana sin ningún tacto—. Los zombis de fuego son muy rápidos, y me sorprende que tantos heridos y niños lograran escapar con vida.

—Nadie escapó, poni. Los demonios se fueron.

—¿Cómo?

El soldado que había respondido seguía en pie cerca de Aitana. Aunque no empuñaba su arma con intenciones de usarla, vigilaba de cerca cualquier movimiento de las equinas.

—Poco antes del amanecer, los zombis dejaron de atacar y abandonaron el pueblo. Entonces ordené a los supervivientes formar una caravana e ir hacia el norte.

—¿Por qué hacia el norte?

—Para llegar cuanto antes al río Narval. Así tendríamos agua para seguir el viaje hacia Joth-Lambarg.

—Olvidad la capital loba. La maldición también la ha afectado, nosotras venimos de ahí.

Aitana no había calibrado bien sus palabras. Los murmuros entre los lobos crecieron de intensidad, hasta que se convirtieron en una desesperada discusión. Las acusaciones se cruzaron, culpando al soldado de haberlos llevado al desierto para nada. Otros inquierieron a las ponis sobre conocidos y familiares... pero la mayoría simplemente se dejó caer, pensando que no había salvación posible. Mcdolia, de repente, alzó la voz y gritó:

—¡BASTA! —cuando le prestaron atención, continuó—. Escuchad, Joth-Lambarg no es un buen destino, pero la idea de ir al río es la mejor que podíais tener. Si seguís el Narval llegaréis al principal río del país, el Filho. Seguidlo hacia el norte, con suerte la maldición no habrá afectado a ciudades costeras como Taichnitlán.

El razonamiento de la poni roja bastó para calmar a los civiles, los cuales vieron un atisbo de esperanza en su huída. Todos se prepararon para continuar la marcha, cada grupo por su propio camino, cuando Aitana tuvo una herida. Alzando la voz, preguntó:

—¿Alguien vió a dónde se dirigían los zombis de fuego? Al amanecer, cuando se fueron, ¿alguien lo vió?

Hubo varias respuestas afirmativas, y todos los lobos contaron lo mismo: Cerca del amanecer, los lobos abandonaron los pueblos y se dirigieron hacia el desierto.

—Es cierto, los ví partir hacia el este.

—Yo, desde mi pueblo, los vi ir al norte.

—¡Pero es que apagaron las llamas!

Aitana, interesada, inquirió a este último testigo.

—¿Cómo que apagaron las llamas?

—Al amanecer, en cuanto salió el sol, los lobos dejaron de arder. Lo sé porque yo estaba fuera de la ciudad y había un lobo cerca de mi cuando ocurrió. Pero siguió caminando hacia... creo que era el noroeste.

La arqueóloga sacó sus mapas y pidió a todos los presentes que localizaran sus pueblos en los mismos e indicaran hacia donde vieron partir a los zombis. Poco a poco, dintintas rayas fueron trazadas en el pergamino. Cuando todos acabaron, Aitana trazó la propia linea que le había indicado el detector, saliendo de Joth-Lambarg... y coincidió con bastante exactitud en el mismo punto que el resto. Un punto, cercano al río Narval, en medio del desierto, donde en teoría no había absolutamente nada. Cuando levantó la cabeza, se encontró con una sonriente Mcdolia frente a ella.

—Al final esto te ha sido útil, ¿no?

—Que no se te suba a la cabeza.

Tardaron poco tiempo ya en despedirse y cada grupo siguió su camino. Mcdolia sonreía, por primera vez, por haber podido ayudar de primera mano a un grupo de gente. Sabía que, comparado al objetivo de Aitana, no era demasiada cosa. Pero hacer este tipo de actos era lo que movía a la yegua roja.

Tras varias millas de caminata hacia el noreste, lograron ver el gran río Narval. Este discurría de este a oeste, y acababa uniéndose al Filho unos kilómetros al norte de Joth-Lambarg. Ambas respiraron aliviadas al saber que ya no iban a tener problemas con el agua.

—Aitana, allí hay unos edificios. Deben estar a un kilómetro del río.

—Parecen unas ruinas. Vamos allá, siempre pasaremos mejor el día a la sombra.

Hicieron un pequeño desvío hasta el río para llenar sus cantimploras antes de dirigirse a las mismas. Evidentemente, de los edificios originales actualmente no quedaban más que unas pocas piedras y muros casi completamente enterrados por la arena. Aitana reconoció en seguida el estilo arquitectónico del imperio Coltorginés.

Sin embargo, por más que buscaron y miraron alrededor, no encontraron nada que les indicara dónde podía esconderse Manresht. Aitana maldijo en voz alta.

—j*der, esperaba encontrar un templo, o un edificio más entero.

—Sí, es como buscar una aguja en un pajar.

—Más bien, una momia en el desierto.

Las dos yeguas se sentaron sobre unas rocas a la sombra de un pequeño muro. El calor era insoportable, aunque los trajes ayudaban. Compartieron agua y algunos frutos que llevaban.

—Mira, es que ya sólo nos queda ver si por la noche vemos algún zombi de fuego —razonó Aitana—. Quizá Manresht los esté reuniendo y podamos descubrirlo así.

—Eso suponiendo que realmente lo esté reuniendo. Esperar tanto sólo provocará más muertos, Aitana.

—Ya lo sé, pero... ¿tienes alguna idea? En serio, no pretendo ser borde, pero si tienes alguna idea me encantaría oírla.

Mcdolia se dejó caer contra el muro. Pues claro que no tenía ninguna idea, si la hubiera tenido ya la habría propuesto. Maldición, otra vez esperando, más vidas que no podría salvar. Se empezaba a desesperar, pero recordó las palabras de Aitana: "Si quieres llorar hazlo, si quieres gritar hazlo, pero todavía no". Miró alrededor, buscando distraerse con cualquier cosa. Vio una especie de columna rodeada de piedras que sobresalía de la arena. Se acercó para examinarla y observó que varios jeroglíficos estaban tallados en la misma. Se dedicó a intentar deducir su significado, aunque no tenía ni idea de cómo leerlos.

Aitana, frustrada, se quedó sentada. Pero pronto sintió una extraña vibración en su bolsillo dimensional. Sabiendo de qué se trataba, no tardó nada en sacar un pequeño frasco verde. Lo abrió y de él surgió una llamarada del mismo color, de la cual se materializó un pergamino. Lo recogió en el aire y lo leyó en silencio.

"""

A.P.:

Tras leer mis tratados y tus descubrimientos, estoy de acuerdo con tu hipótesis: La fiebre infernal tiene que ser un efecto de la comunión de Manresht con el Tártaro. Otra cosa es si es un efecto secundario, o realmente Manresht está reuniendo un ejército de zombis. Veo más probable la segunda opción.

Pero hay algo que no has tenido en cuenta: Manresht era un hechicero. Uno muy poderoso, pero sólo era un hechicero. NADIE puede tener tanto poder como para controlar a tantísimos demonios del fuego. Y ningún hechicero puede vencer a la muerte como lo ha hecho él. Es, sencillamente, imposible.

En mi opinión, Manresht debe haber encontrado un acceso directo al Tártaro. Esa debe ser su fuente de poder, y para usarla debe haber hecho un trato muy bueno con un gran demonio del fuego. Esto significa algo que no te va a gustar: mientras esté apoyado por el demonio, nunca podrás matar a Manresht. Al menos, no mientras esté cerca de su fuente de poder.

Creo que tu mejor opción es sacar al diabolista de su madriguera y llevarlo lejos de los Reinos Lobos. Fuera de su area de influencia, perderá su poder en poco tiempo y volverá a ser un mortal. Espero que tengas una caja a mano cuando recibas este mensaje, porque tendrás que usar un Sello Arcano para contenerlo el tiempo suficiente.

Buena suerte, compañera.

G.A.


"""

Aitana se leyó un par de veces el mensaje antes de enrollarlo y guardarlo. No dudaba en la teoría de su compañero -nadie sabía más de estas cosas que él-. Sin embargo, esto acababa de complicarle mucho el trabajo. Una cosa era matar a un antiguo hechicero. Otra cosa era sacar a un hechicero inmortal de los Reinos Lobos sin ningún tipo de transporte, caja o equipo de contención. Sus cabilaciones quedaron interrumpidas por una pregunta:

—Oye Aitana, ¿sabes leer jeroglíficos?

—Sí, aunque "leer" un jeroglífico es un poco sui generis.

Curiosa, la arqueóloga dejó de lado el problema y se acercó a examinar la roca.

—Este símbolo es "la guerra", y este señala "el fin". Entonces, acabó una guerra —de su chaleco sacó un suave pincel con el que fue limpiando los jeroglíficos—. Mira, esto es un amanecer, creo, aunque no queda nada de la pintura original. Suerte que lo tallaron en la roca.

—¿Qué significa? ¿El día siguiente al fin de una guerra?

—Sí, pero es un sol saliendo, no ocultándose. Entonces, fuera cual fuera esa guerra, esta gente la ganó.

Aitana, movida por su pasión como historiadora y arqueóloga, examinó otras rocas que rodeaban la columna, descubriendo nuevos símbolos y dibujos tallados.

—¡Anda, mira! Esto representa la constelación del escorpión antes de que la explosión de una estrella la transformara. Entonces estas ruinas tienen más de... ¡dosmil años! Increíble. Entonces, por aquí tiene que estar... ¡Mcdolia! Busca una pieza de la columna grande, con un montón de lobos tallados en ella.

Tras un par de minutos, la encontraron.

—¿Qué es esto?

—Es la "Piedra real", como la llaman los arqueólogos de despacho. Es una representación de la familia real en el momento en que se talló y de sus antepasados. Este de aquí era Ob-nirval, el arquitecto, cuyo hijo fue...

Aitana, a los pocos minutos, se perdió en una sucesión interminable de nombres de antiguos reyes que la arqueóloga relataba con pasión, entremezclándolos con detalles históricos sobre su reinado. Lo único que le quedó claro a la yegua roja es que todos los nombres empezaban por "Ob" por algún tipo de tradición.

—… y así, Ob-kaltreg revolucionó los campos de cultivo de su época. Y mira, el último de la lista, cuando se talló esta piedra es...

Mcdolia, luchando por no mostrar cuán aburrida estaba, se esforzo en fijarse en el tallado. Aunque estaba destrozado en parte, algunos detalles se habían salvado: la posición del cuerpo, erguido y en tensión. El brazo derecho doblado hacia atrás, con la garra sobre su pecho. El brazo izquierdo estaba extendido hacia adelante, sosteniendo un enorme arco.

—El cazador... —murmuró Aitana. Ambas yeguas se miraron.

—¡Ob-nikoón. el cazador!

La arqueóloga miró las rocas del suelo con otros ojos, fijándose en su forma y no en sus inscripciones. Talladas con forma ligeramente trapezoidal, con una exactitud matemática. Se agrupaban todas junto a la misma columna, pero formaban un camino hacia el sur. Aitana las siguió hasta donde calculó que acababa el reguero y se puso a excavar como una posesa. Mcdolia la observó, alucinada, ¿qué diantres estaba haciendo su amiga? Tras un par de minutos una carcajada de victoria salió de la yegua marrón.

—¡Es esto! ¡Este es el arco de Ob-nikoón! ¡Como decía tu canción, Mcdolia!

Cuando Aitana se movió, Mcdolia pudo ver lo que había encontrado: era otra columna. Pero, viéndolo en conjunto, no era lo que parecía. Lo que ella había creído que eran unas columnas eran, en realidad, los dos brazos de un ancestral y derruido arco del triunfo.

—Estamos cerca, ¡estamos muy cerca! —exclamó Aitana—. Tendremos que esperar, Mcdolia, y que los propios demonios nos guíen. Esta noche encontraremos a Manresht y acabaremos con esto.

Mcdolia asintió, sintiendo esperanza. Tendrían que esperar, habría más muertes esa noche... pero estaban a punto de conseguirlo. La pesadilla estaba a punto de acabar. Aitana la llamó y, a la sombra de un muro, sacó la carta y se la dio. Cuando terminó de leerla, la yegua roja se quedó lívida.

—Por el amor de... ¿cómo vamos a hacer esto, Aitana?

—Primero, necesitaremos un transporte. Y por suerte, vi a una vieja amiga en Taichnitlán.

Aitana rebuscó en su chaleco y sacó un pequeño recipiente de barro. Le quitó la tela que lo cubría, revelando un extraño polvo púrpura en el interior. Tras prender un poco de fuego con yesca y pedernal, la arqueóloga hizo arder la sustancia. Esta empezó a soltar un humo de color lila, pero extrañamente, se quedó flotando sobre el recipiente, formando una esfera casi perfecta. Aitana, sin mirar a su compañera, empezó a hablar.

—Poison Mermaid, espero que estés cerca cuando recibas este mensaje. Necesito una misión de rescate muy urgente. Estoy en unas ruinas que se pueden ver desde la orilla del río Narval, a doce millas al este del pueblo pesquuero Kilnat. Necesitaré ayuda para llevar una caja muy grande y pesada. El precio será el que tú decidas. Date prisa, por favor.

Cuando terminó el mensaje, Aitana sopló, dispersando la nube lila. Pero esta se reagrupó en el aire y, sin ningún viento que la empujara, voló directamente hacia el noroeste. La yegua marrón, después, empezó a dibujar una serie de símbolos en la arena.

—Bueno, Mcdolia, ahora presta atención. Te voy a enseñar lo más básico de la magia rúnica: los símbolos arcanos de contención.

El sol seguía alto, mientras ambas amigas discutían las estrategias a seguir contra un diabolista que llevaba un milenio preparando su regreso.

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Horas después, río abajo, un desesperado grito rompió la paz del desierto.

—¡Mi hijo! ¡Por favor, os lo diré todo, haré lo que queráis, pero dejad a mi hijo!

—Eso me gusta más, p*ta. Empieza a hablar.

Dos grifos, sujetaban a la desesperada madre. El lobezno, apenas un bebé, lloraba a gritos mientras un lobo negro lo sostenía cabeza abajo, agarrándolo por sus patas traseras. Lo mantenía sobre la corriente del río, amenazando con soltarlo en cualquier momento.

Los miembros de la caravana que habían sido ayudados por Mcdolia y Aitana se encogían atemorizados, rodeados por una veintena de grifos y lobos armados. El soldado que dirigía la caravana yacía agonizante en el suelo. Flotando en el río, una embarcación de maderas oscuras aguardaba mecida por el vaivén de las corrientas fluviales. Sus velas grises denotaban la manufactura militar de Griffonia, pero su bandera no dejaba lugar a dudas: era un barco mercenario. Se podían contar un total de quince cañones por banda, aunque en ese momento los ventanucos estaban cerrados. Pocos navegantes quedaban a bordo, pues un buen número había descendido para detener la caravana.

Desde estribor, un unicornio observaba impasible cómo los mercenarios interrogaban a los aterrorizados civiles. Su pelaje, azul oscuro, hacía resaltar su crin totalmente blanca, a igual que su cola. Su Cutie Mark era una daga en la que se reflejaba un ojo verde. Los mercenarios, tras devolverle el bebé a su madre -y haber asesinado a todo aquel que intentó huír o resistirse- embarcaron en sus botes para regresar al barco. Los grifos hicieron lo propio, aunque volando. El lobo negro que amenazó a la madre se dirigió directamente al poni en cuanto pisó cubierta.

—Las han visto. Se dirigían a un punto a unas cuarenta millas de aquí. Tenemos el viento a favor, pero vamos contracorriente. Deberíamos alcanzarlas de madrugada.

—Bien —sonrió el unicornio—. Partamos inmediatamente, capitán Argul. Ya conoce el trabajo.

—¿Qué quiere que hagamos con las dos ponis?

El cuadrúpedo se giró y encaró a su interlocutor. El capitán, aunque no lo mostraba en su rostro, se sentía intimidado por el extraño unicornio. Había algo en sus ojos plateados que le inquietaba, que le decía que debería tirar a su cliente por la borda. Pero la paga era lo bastante buena como para ignorar a sus instintos.

—Matad a Aitana Pones. Con la otra, la esclava liberada, haced lo que os plazca.

Argul asintió y se dirigió hacia el puente de mando mientras rugía órdenes.

—¡Izad la mayor, marineros! ¡Timonel, encara el centro del río! ¡Sacad los remos! ¡Si alguno de vosotros, escorias, mancilla el buen nombre del Relámpago negro, lo pasaré por la quilla!

Las velas grises de la embarcación fueron alzadas a toda velocidad, mientras el viento las hinchaba. La fuerza del mismo fue aumentada por el trabajo de los grifos que, al igual que los pegasos, controlaban las corrientes de aire. El Relámpago negro superó la fuerza del río Narval incluso antes de que los remeros empezaran a hacer su trabajo. En la proa, el unicornio miraba hacia el horizonte, mientras el sol recortaba la sombra del barco contra las aguas anaranjadas por el atardecer.

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NOTA DEL AUTOR:

Muchísimas gracias a mis beta-readers Mcdohl y Pandora, sus observaciones me han ayudado a cuadrar mejor este capítulo.

Estoy teniendo la increíble suerte de que la historia de Aitana Pones está inspirando a otros escritores. Y de hecho, hablando con uno de estos, ha nacido el personaje "Poison Mermaid". Será presentada pronto, pero deciros que el personaje es de mi amiga Pandora. ¡Espero que pronto empiece a publicar su historia, porque gracias a ella el mundo de Aitana Pones se ha hecho muchísimo más grande!

Y bueeeeno... parece que las dos salvadoras de los reinos lobos va a tener más problemas de los que habían previsto... por si no tuvieran ya bastantes.

Espero que hayáis disfrutado del capítulo. Ya sabéis: si os ha gustado, hacédmelo saber, que así escribo más rápido. Y por supuesto, críticas constructivas son muy bien recibidas :).
Un saludo y hasta la próxima :).

Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 5)

MensajePublicado: 08 Abr 2014, 14:14
por McDohl
Encantado de haber ayudado :)

Y si, las cosas se están poniendo peliagudas... tengo curiosidad por saber quien es el misterioso nuevo enemigo :O

Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 5)

MensajePublicado: 08 Abr 2014, 20:20
por horwaith
Bonita explicación la historia de ese reino y ciertamente Mcdolia se parece al doctor who (dado que es lo que veo) en demasiadas cosas, no le gusta la historia solo por ella misma; se aburre con ella xD
2 - ¿No te cebas un poco con la "habilidad" de Aitana?, ayudan a una caravana donde no tienen problemas y de repente aparece un unicornio azul oscuro con ojos plateados que quiere matarla a ella y le da igual lo que hagan con la otra, que captura justo a los que han ayudado.
3 -- Miedo me da el barco cuando escapen ellas dos xD. Bueno no, imagino que se ensaña bastante con la tripulación, solo por el hecho de desquitarse
4 -- Me quedo con las ganas de saber quien llegará antes, si Poison mermaid o el Relámpago negro xD (creo que lo segundo, pero quiero leerlo)

Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 5)

MensajePublicado: 08 Abr 2014, 21:36
por Volgrand
[quote="McDohl";p=165362]Encantado de haber ayudado :)

Y si, las cosas se están poniendo peliagudas... tengo curiosidad por saber quien es el misterioso nuevo enemigo :O[/quote]
Yo también :O

[quote="horwaith";p=165529]Bonita explicación la historia de ese reino y ciertamente Mcdolia se parece al doctor who (dado que es lo que veo) en demasiadas cosas, no le gusta la historia solo por ella misma; se aburre con ella xD
2 - ¿No te cebas un poco con la "habilidad" de Aitana?, ayudan a una caravana donde no tienen problemas y de repente aparece un unicornio azul oscuro con ojos plateados que quiere matarla a ella y le da igual lo que hagan con la otra, que captura justo a los que han ayudado.
3 -- Miedo me da el barco cuando escapen ellas dos xD. Bueno no, imagino que se ensaña bastante con la tripulación, solo por el hecho de desquitarse
4 -- Me quedo con las ganas de saber quien llegará antes, si Poison mermaid o el Relámpago negro xD (creo que lo segundo, pero quiero leerlo)[/quote]

Sí, Mcdolia se parece "algo" al doctor Whooves. Pregúntale a Mcdohl, que es el responsable :D.

Hombre, si te fijas friamente, esto no es habilidad de Aitana: Esto ha sido que Mcdolia, al ayudar, ha puesto a los villanos sobre la pista. Aunque si no lo hubiera hecho, probablemente, muchos lobos habrían muerto durante el viaje.

Respecto a tres y cuatro... habrá que esperar, amigo mío :D. Aunque ya sé bastante bien cómo ocurrirá todo.

Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 5)

MensajePublicado: 09 Abr 2014, 08:59
por agustin47
Esperando el siguiente.

Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 5)

MensajePublicado: 09 Abr 2014, 15:56
por Volgrand
Mcdohl, mira el review que me han dejado en Fanfiction.net. Seguro que te agrada :D
Spoiler:
Parece ser que Mcdolia tiene algún tipo de relación con los Galafrays, digo, en el momento en el que le explica a Aitana sobre sí misma, no solo casi se compara con un ser humano, sino que su actitud hacia la vida me recordó al Dr. Whooves, lo cual explica un poco su comportamiento en situaciones como cuando era esclava.