No me explico cómo aún no las he comentado, pero... DEBÉIS ver Rashomon (1950), de Akira Kurosawa, y Harakiri (Seppuku, 1962), de Masaki Kobayashi. Tras consultarlo con la almohada (y el blog del difunto Roger Ebert), concluyo que son las dos mejores
jidaigeki que se han hecho nunca.
Rashômon es, con toda seguridad, una de las mejores obras del gran Kurosawa, uno de los mejores y más geniales directores de cine de todos los tiempos y, discutiblemente, su obra cumbre. En ella, dos hombres esperan bajo Rashômon, la destruida y quemada puerta sur de Kyoto, a que amaine la lluvia. Se trata de un monje budista y un leñador, quien parece consternado. Luego se les une un campesino, a quien predominantemente el leñador explica los eventos que le han llevado a él y al cura allí.
Un samurai ha muerto y su mujer ha sido violada. El sospechoso es un conocido bandido, Tajômaru, encarnado por el siempre magnífico Toshiro Mifune. Tres días después tiene lugar el juicio. El leñador y el monje han sido llamados a declarar como testigos, y ahí presencian como cada uno de los implicados cuenta su versión del crimen...
Maravillosa por su cinematografía, la soberbia actuación del reparto y un uso inédito de los recursos narrativos, Rashômon se llevó el León de Oro del Festival de Venecia y luego ganó el Oscar a Mejor Película de Habla No Inglesa. descubrió el cine japonés al mundo occidental y sobretodo dio a conocer a Kurosawa y su actor fetiche, Mifune. De visión obligada para aquellos que gustan del séptimo arte. El mejor jidaigeki que he visto (aunque debo reconocer que han sido más bien pocos, todos ellos gozan de gran renombre)

Muy a mi pesar, dada mi apreciación por el trabajo de Kurosawa, debo decir que ésta es posiblemente la mejor película del período Edo. Tsuguro Hanshiro, antiguo samurai del daimyo Goshin, quien fue desposeído de sus tierras once años antes por el shogun, se presenta a las puertas del castillo de Hikune, hogar del poderoso clan Ii, vasallos y hombres de confianza de los Tokugawa. Él, al igual que los 11.000 samurai del clan Goshin, sobrevive como puede en la miseria más absoluta. Para resarcirse honorablemente de tal vergüenza, pide que se le permita ejecutar el ritual del seppuku (harakiri) en un patio del castillo.
Le recibe Saito Kageyo, castellano del hikune en ausencia del daimyo y de su heredero. Saito intenta disuadirle contando una historia. Apenas unos meses antes, un antiguo samurai de Goshin, de nombre Chijiwa Motome, se presentó en el castillo con la misma petición. En aquella época, muchos eran los samurai que por desesperación recurrían a ello con el fin de conseguir una limosna o hasta un empleo del clan. Escarmentados de tantos que tuvieron éxito con semejante artimaña, la petición le fue concedida, y fue obligado a hacerse el seppuku con su propia espada que, al haber tenido que vender la hoja para sobrevivir, era de bambú. Mientras se ultiman los preparativos para la ceremonia y se busca un ayudante para decapitar a Hanshiro tras rajarse el vientre, Hanshiro pide contar su propia historia.
Una historia conmovedora, acción debidamente tensa y excelentemente filmada, unas actuaciones de expresividad contenida como corresponde a los reprimidos samurai de rígida disciplina del clan Ii, y una demoledora crítica a la sociedad hacen de este filme una de las mejores experiencias que pueden proyectarse sobre una pantalla. Premio Especial del Jurado en Cannes 1963, esta película figura, al igual que Rashômon, en el selecto grupo de "Grandes Películas" del mítico crítico Roger Ebert, recientemente fallecido. Ambas son, sencillamente, imprescindibles.