—Arriad las velas —ordenó Poison Mermaid sin alzar la voz—. Haced inventario de la zarzaparrilla, no quiero que nos falte en el siguiente viaje. Contramaestre, dirija el atraque, por favor.
—¡Sí, capitana! —respondió la tripulación.
La Sirena Mutilada llegó, tras más de dos semanas de travesía, al gran puerto de Manehattan. Varios ponis corrieron junto a la embarcación a lo largo del muelle, recogieron los cabos y los ataron a los topes para tal fin. Los sementales de Poison aseguraron los otros extremos y el barco se detuvo suavemente. Antes de que el mismo estuviera asegurado, Aitana y Macdolia saltaron a tierra, deseosas de pisar suelo firme al fin. Pero algo extraño les ocurrió: nada más posar sus pezuñas en el puerto las invadió un fuerte mareo y casi perdieron el equilibrio. La capitana Poison Mermaid aterrizó a su lado y sonrió divertida.
—Estáis sufriendo un mareo de tierra, queridas. Le suele ocurrir a los marineros inexpertos, se os pasará en seguida.
Aitana logró incorporarse y miró, sonriendo ampliamente, a la ciudad que se alzaba frente a ella: estaba de vuelta en casa. Una pasarela fue tendida desde el barco y los marineros empezaron a descargar distintos bienes y metales preciosos. Aitana se acercó a un potro que paseaba por el puerto y le entregó un bit de oro.
—Chico, consígueme un transporte hasta la universidad. Uno grande para llevar algo pesado y delicado.
—¡Sí, señora!
Aitana lo observó alejarse. ¿Señora? ¿Tan mayor parecía? Sin darle más vueltas volvió hacia el barco, del cual vio descender al médico.
—¿Qué tal esas costillas?
—Ya casi no me duelen, doc. Muchas gracias.
Con todo el pecho y el lomo aún vendados, las lesiones que sufrió la arqueóloga habían mejorado muchísimo gracias a los expertos cuidados del doctor. Ahora el dolor era mínimo, podía respirar hondo sin que las costillas se le resintieran, e incluso podía volver a acarrear con sus alforjas. Eso sí, sin ceñirlas demasiado. Todavía iba a necesitar bastante tiempo para recuperarse completamente y poder volver a la acción, si era necesario.
Algo le decía que iba a serlo.
Sobre la cubierta Aitana observó al contramaestre repartir órdenes entre los marinos. Una grúa de carga del barco fue posicionada y, tras manejar sus complicadas poleas, las cuerdas de la misma se perdieron en la trampilla que daba a la bodega.
—Vale, subidla ahora con cuidado —ordenó el contramaestre tras comprobar que todo estuviera en orden.
El pesadísimo sarcófago, cargado por los ponis que operaban la grúa y estabilizado con la magia de los unicornios de Poison, ascendió lentamente. La grúa giró con gran cuidado, llevando el milenario objeto sobre la cubierta del barco hasta situarlo sobre el muelle. Una vez más, el contramaestre comprobó que todo estuviera en orden antes de dar instrucciones para continuar. Las poleas giraron, chirriando por la tensión, y el sarcófago descendio lentamente sobre el puerto, sin ningún problema... hasta que una de las cuerdas que lo sostenían se empezó a desplazar hacia el centro del sarcófago. Sin ese punto de apoyo, la pesada carga empezó a desestabilizarse y a inclinarse peligrosamente.
Alguien gritó la alarma y los unicornios reaccionaron: varios usaron su magia para aguantar el sarcófago y evitar que cayera, mientras el último recolocaba la cuerda en su sitio. Sobre el barco, el contramaestre gritó.
—¡¿Se puede saber quién ha atado ese cabo?! ¡Os tengo dicho que hay que colocar un cabo de través para evitar que pase esto con las cargas pesadas! Disculpenos, capitana, la carga está segura, no se... ¿Capitana?
En tierra, tres yeguas se habían quedado lívidas observando la escena, y tardaron unos segundos en volver a respirar. La pegaso, finalmente, recuperó la compostura sacudiendo elegantemente su melena y adecentándola con una pata.
—Ha sido un placer hacer negocios con vosotras, mas será el último que haga. Aitana, te haré llegar la factura por mis servicios, tal como acordamos; aquí tienes además la receta que te dije.
—Venga ya, Poison, siempre cumplo mi palabra en lo que a pagar se refiere —respondió Aitana mientras tomaba el papel que la capitana le tendió.
—No me has dado razón para pensar lo contrario, querida. Pero debes saber que mi tripulación es lo más importante para mi, y con tu falta de sensatez al informarme de lo que estaba pasando los has puesto a todos en peligro. Oh, y por cierto...
La capitana de La Sirena Mutilada se acercó con un lento caminar a Aitana y una dulcísima sonrisa en sus labios; la arqueóloga se sorprendió ante el cambio de actitud de la pegaso, sin comprender bien qué estaba ocurriendo. Cuando Poison Mermaid se encontró casi rozando el rostro de Aitana, desvió ligeramente la cabeza y le susurró algo en la oreja derecha. Un par de segundos después, Aitana asintió y la elegante pegaso se retiró, sonriendo cordialmente.
—Ha sido un placer. Que los vientos soplen en vuestro favor.
Con esas palabras se retiró, volviendo con su tripulación para coordinar el desembarco de mercancías y su posterior venta. Macdolia esperó un tiempo prudente antes de preguntar.
—¿Qué te ha dicho?
—Que como Manresht se libere en Equestria no habrá lugar en el mundo en el que pueda esconderme de ella.
Mientras hablaban varios comerciantes se acercaron a La Sirena, y fueron recibidos por la misma Poison. Esta mostraba su natural encanto y elegancia, a medio camino entre la negociación y el sutil coqueteo para vender sus productos.
—Parece mentira que esa sea la misma feroz pirata que logró capturar un barco y dejarte fuera de combate.
—Ya ves —respondió la arqueóloga—. Siempre me ha dado curiosidad pensar en los orígenes de esta pegaso. Pero, sinceramente, no voy a preguntarle. No es asunto mío.
El mismo potrillo de antes apareció guiando un gran carro tirado por dos sementales. Tuvieron que pedir ayuda de algunos mozos de cuerdas del puerto para cargar el sarcófago y, una vez la carga estuvo segura, las dos yeguas subieron a los asientos de los pasajeros.
—¿A dónde vamos, señoritas?
—A la universidad, facultad de historia y arqueología.
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Si existiera en el diccionario el concepto “despacho de un profesor de historia y arqueología” en una sola palabra, bajo la definición aparecería, sin duda, una fotografía del despacho del profesor Roy Pones,Era, realmente, uno de los mejores que ofrecía a su profesorado la universidad de Manehattan; tenía una bonita vista al centro del campus, con la gran explanada que se extendía entre los distintos edificios frente a la ventana, y era de un tamaño considerable. Sin embargo todas las paredes estaban cubierta por grandes estanterías y armarios, en su mayoría llenos hasta arriba de pergaminos, libros y artefactos de lo más variopintos.
Si uníamos a estos polvorientos muebles la gran mesa de caoba que se hallaba en el centro del despacho, cubierta a su vez por una infinidad de papeles, se podía asegurar que la estancia era bastante agobiante. Cosa que el unicornio sentado al otro lado de la mesa no parecía notar, mientras leía en voz baja un montón de exámenes que tenía frente a él. Se trataba de un poni en las puertas de la anciandad; su pelaje gris oscuro se complementaba con sus revueltas crines negras, las cuales estaban adornadas por bastantes canas.
—“El Imperio Coltorginés ocupó la totalidad de los actuales Reinos Lobo y llegó a conquistar Egiptrot...”. Ya, y también invadió Equestria, no te fastidia... a ver la siguiente... “Los coltorgineses eran diestros agricultores que cultivaban vegetales para su consumo”. ¿Qué diantres? ¿No sabe este sem... esta yegua que los lobos son carnívoros?
El unicornio levantó la vista y se estiró, preguntándose si sus alumnos eran inútiles o es que él era un mal profesor. Empezó a rodear la mesa acompañado por el ligero chirrido que emitía la silla de ruedas que tenía amarrada a sus cuartos traseros; la silla en sí era de tela y metal, combinando algo de elegancia con comodidad, y sus enganches ocultaban parcialmente su marca: un rayó cuyo final acababa fusionado con la hoja de una espada. El profesor Pones se dirigió a un pequeño mueble del que sacó una botella de sidra “Sweet Apple Acres Especial”. Se sirvió un vaso y conjuró algo de hielo para enfriarlo.
Mirando por la ventana, mientras la bebida alcanzaba una temperatura más óptima, dejó de pensar en los exámenes de sus alumnos... y por ello volvió a sentir la preocupación crecer en su pecho. Hacía casi tres semanas desde que perdió contacto con Aitana; su último mensaje era un recopilatorio de todo lo que había averiguado y lo que pensaba hacer, y llevaba implícitas unas instrucciones muy claras: “Si no lo consigo, que alguien acabe el trabajo por mi”. Por lo que decía el periódico, la Fiebre Infernal remitió tan solo unos pocos días después de que el primer caso se hubiera dado. Sin duda, Aitana había conseguido detenerla... Quizá se había quedado sin pociones de comunicación. Rezaba todos los días porque fuera así, pero...
Intentando calmar los nervios, el profesor observó a los alumnos que iban y venían de distintos puntos del campus. Aunque en su mayoría eran ponis no era extraño observar grifos y, excepcionalmente, algunos ciervos. La primavera acababa de empezar, y como enseñan una gran variedad de dichos populares, se podían ver muchas jóvenes parejas. No pudo evitar sentir algo de añoranza al ver a un joven batpony intercambiar una carantoña con una poni de tierra. Hacía poco que esta raza se había empezado a integrar con la sociedad ecuestre pero parecía estar adaptándose la mar de bien.
El profesor Pones clavó la vista en un carruaje tirado por dos ponis que tierra que apareció por el camino principal. Lo primero que le llamó la atención es que portaba un sarcófago asegurado con multitud de cuerdas. Lo segundo que observó fue el inconfundible brillo de una sello arcano.
Lo tercero, la yegua marrón que saltó del vehículo, corrió hacia la fuente que había frente a la facultad de historia, y sumergió la cabeza en el agua. El profesor dejó caer su vaso, se giró y fue tan rápido como pudo hacia el exterior.
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Aitana permaneció unos segundos con la cabeza bajo el agua antes de sacarla, moviendo su melena hacia atrás y creando un un cascada de gotas sobre ella. Miró hacia el sol, sonriente.
—Nunca te había visto tan radiante, Aitana —sonrió Macdolia a su espalda.
—¿No es genial volver a casa después de haberte jugado el cuello al otro lado del mundo? —respondió la arqueóloga mientras se giraba, sonriente.
Varios alumnos que pasaban por la zona se detuvieron. Hubo algunos que miraron a la arqueóloga, cuchichando en voz baja antes de seguir su camino; otros se acercaron para saludar, pero la gran mayoría observaba curiosa el sarcófago de Manresht. Era obvio que Aitana era bien conocida en el campus de Manehattan, pero le pareció curioso que hubiera tantos ponis que se acercaran a saludarla, a lo que la arqueóloga solía responder algo así como “nos veremos esta noche”. Quizá es que la yegua marrón era mucho más sociable entre conocidos de lo que parecía a primera vista.
—¡Aitana!
Un unicornio gris en silla de ruedas surgió del edificio más cercano y corrió hacia la aludida. La misma, al ver de quién se trataba, trotó hacia él y lo abrazó efusivamente, casi tirándolo al suelo.
—¡Papá!
—Hija... hija mía, ¡estás viva!
—Casi no lo cuento —Aitana se separó y señaló a la yegua roja que se estaba acercando a la cálida escena—. Macdolia, este es mi padre, el profesor Pones. Papá, esta es Macdolia, literalmente me ha salvado la vida y... ¡¡EH!! —gritó hacia unos ponis que se acercaban al sarcófago— ¡¡Juro que el que toque eso me pagará TODAS las rondas esta noche!!
Automáticamente se formó un respetuoso círculo de casi dos metros en torno al carro. Macdolia tardó un momento en asimilar la extraña amenaza que había lanzado Aitana.
—Ehm... bueno, sí, ha sido un placer —comentó—. Pero lo cierto es que Aitana me salvó primero, ya que había sido esclavizada. Digamos que... compró mi libertad.
—Ah vale, por eso pediste que te enviara el Cetro Dorado, ¿verdad? Tendréis que contarme todo esto en detalle —dijo el profesor Pones—. Llevemos vuestro... cargamento a un lugar seguro.
Los dos sementales que habían tirado del carro se estaban preparando para descargar el sarcófago, colocando cuerdas estratégicamente para hacerlo de forma segura. Pero, súbitamente, el mismo se vio rodeado por un aura verdosa y empezó a levitar suavemente; el profesor Pones pasó andando tranquilamente junto a Aitana, con el sarcófago siguiéndole de cerca.
—Mira que eres burro, se te va a herniar el cuerno —murmuró Aitana divertida mientras se acercaba a pagar a los estupefactos conductores.
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—...y Poison Mermaid me libró de la posesión de Kolnarg. El resto del viaje fue más bien aburrido.
Cuando Aitana y Macdolia terminaron de contar su historia, ambas con sendas copas de sidra en las pezuñas, el sol estaba empezando a ocultarse. El profesor había escuchado todo el relato sin interrumpirlas más que para preguntar algún detalle en concreto.
—Has tenido muchísima suerte, Aitana. Te advertí acerca de usar tu brújula, que no podrías dominarla siempre. Mira lo que ha pasado al final.
—j*der, papá, no tenía más remedio. ¿Qué querías que hiciera?
—En fin... —continuó el profesor—. Pero hay algo que me inquieta más, ¿quién era ese nigromante que os atacó? ¿Y para qué quería capturar a Manresht?
—Los marineros del Relámpago Negro dijeron que se llamaba Dark Art —informó Macdolia—. Puedo describirlo bastante bien, si os es de ayuda.
—Sí, será útil —respondió Aitana—. Pero el problema es que no nos estamos enfrentando solo a un nigromante.
—¿Qué quieres decir?
La yegua marrón se puso en pie y fue hasta una pizarra donde empezó a hacer un esquema.
—Hace meses dirigí a un grupo de cazarrecompensas para detener una secta que estaba jugando con magia negra y nigromancia. Entre otras cosas habían asaltado bibliotecas, escuelas de magia y algún templo grifo. Fue bastante fácil, pero dentro encontré un mapa que informaba de dónde encontrar el Cetro Dorado del Alicornio. Había que investigar varias islas, y yo soy inútil en alta mar, así que busqué una tripulación acorde.
—¿Y encontraste a Poison Mermaid? —preguntó Macdolia.
—Encontró el objeto —asintió Aitana—, pero me contó que en el camino de vuelta había sido asaltada por siete barcos
corsarios que iban en busca del mismo cetro.
Aitana pasó un rato dibujando un mapa de los Reinos Lobo y marcando todos los lugares donde habían aparecido los zombies ígneos; guiada por los informes que su padre ya había recuperado, pudo establecer bastante bien el orden de aparición de los mismos, y cuántos aparecieron en cada ciudad. Lo cierto es que, solo en la primera noche, habían aparecido unos doscientos monstruos en todo el país; para la segunda ya se contaban por casi un millar.
—Los símbolos que encontró Macdolia eran llamadas demoníacas; por cómo estaban tallados y dónde, no podían tener más de un año de existencia, de otra forma habrían perdido su poder o habrían sido descubiertos por alguien que supiera lo que era. Y, si estoy en lo cierto, cada pueblo donde aparecieron varios de estos seres a la vez había sido marcado.
—Entonces... ¿alguien ayudó a Manresht a volver al mundo?
—Sí, pero me temo algo distinto. Es obvio que su objetivo no era solo ayudarlo a resucitar: era capturarlo y matarme, y para ello contrató un barco de mercenarios. Sabía perfectamente quién soy y lo que estaba haciendo.
El profesor Pones guardó silencio unos segundos, pegando un ligero trago a su bebida mientras llegaba a la misma conclusión que Aitana.
—Te utilizó para llegar a Manresht.
La arqueóloga asintió.
—Pero, ¿cómo puede saber quién eres tú y a qué te dedicas? —preguntó el profesor Pones—. Tu trabajo como cazadora de lo oculto es un absoluto secreto. Solo... nosotros lo sabemos.
Macdolia no comentó nada, a pesar de que había notado que se refería a alguien más aparte de ellos tres.
—No lo sé, papá. Pero sospecho que esto no es un solo unicornio: hay toda una organización tras estos eventos. De alguna forma, el Cetro Dorado del Alicornio y el intento de capturar a Manresht están relacionados.
—Perdonad la pregunta, pero estoy perdida —interrumpió Macdolia—. ¿Qué es ese cetro del que habláis?
—En resumen, es un artefacto que se creía una leyenda, un cuento para potrillos: Un cetro ancestral capaz de aumentar los poderes del mago que lo posea. Aunque los estúpidos solo verán en él enorme cetro oro macizo.
El profesor Pones bebió un largo trago mientras su hija explicaba esto a Macdolia.
—Hija, ya he enviado el cetro. Alib lo recibirá en unos pocos días.
—Maldita sea, si lo hubiésemos sabido antes... ¿Lo sabe alguien más?
—Solo DD. Es la única a la que informé. Podría pedir que cancelen el pedido y lo devuelvan...
—No, no lo hagas, es mejor que crean que no nos hemos dado cuenta —añadió Aitana—. Si creen que no lo sabemos quizá cometan un error. Alib ib Massan es un pedazo de idiota, no sospechará que lo estamos utilizando.
Macdolia empezó a sobreentender ciertas implicaciones en ese críptico diálogo que la pusieron muy nerviosa.
—No sé si quiero saberlo...
—Habíamos pensado en usar el cetro para tender una trampa, pero no esperábamos que fuese una organización semejante —respondió Aitana—. Hay más cosas que me preocupan. j*der, si han sido capaces de liar semejante historia en los reinos...
—Ahora no importa, hija —la interrumpió el profesor—. Habéis tenido las dos un viaje demasiado movido, incluso para tus estándares, Aitana. Merecéis una noche tranquila, ya no preocuparemos mañana.
La yegua marrón, tras unos momentos, asintió. Es cierto que ya la estarían esperando, como siempre.
—¿El sarcófago está seguro?
—Como nunca. Lo tengo con mis habituales protecciones, si lograra tan solo dañar el sello que hiciste me enteraré. Ya me encargo yo, vosotras merecéis un descanso.
—Genial. Nos vemos mañana, entonces.
—Tened cuidado.
Se despidieron y ambas yeguas salieron del edificio, dirigiéndose a algún lugar del campus. Ya era de noche y el lugar se hallaba prácticamente vacío, solo viéndose a algún ocasional estudiante que había acabado una práctica demasiado tarde. Macdolia no tardó demasiado en hacer la pregunta obvia.
—¿Dónde vamos, Aitana?
—A ver, Macdolia, cabamos de salvar todo un reino, capturado un hechicero milenario y salido vivas de milagro. ¿Dónde te crees que vamos?
Justo antes de salir del campus universitario se encontraba el edificio principal de Biología y Ciencias arcanas; lo rodearon hasta llegar a una puerta que se encontraba bajando una escaleras, justo bajo la esquina contraria desde la que se habían acercado. No había indicación alguna de qué era ese lugar salvo un cartel que rezaba “Descuento en los combinados para estudiantes y profesores”. Desde el interior se escuchaba buena música, así como las voces de muchos ponis. Aitana abrió la puerta de un empujón y gritó:
—¡¡Una ronda para todos, invito yo!!
Todos los presentes, sementales, yeguas y grifos, gritaron una ovación al mismo tiempo. Puede que Aitana fuera una arqueóloga caída en desgracia, que sus teorías fueran absurdas, y que no supiera mantener la compostura durante la evaluación de su tesis doctoral... pero nadie hacía fiesta como ella.
Aitana Pones había vuelto a la universidad.
La banda de Lovely Rock -una joven yegua que había ganado hacía poco un concurso de jóvenes talentos- animó la noche con canciones marchosas y bailables. La bebida empezó a correr a raudales; la mayor parte de los jóvenes bailaba sin cesar, mientras que algunos se sentaban en mesas hablando de sus propios asuntos. Macdolia observó cómo Aitana parecía tener un estómago sin fin cuando se trataba de ingerir bebidas alcohólicas, uniéndose tanto a la pisa de baile como a distintos grupos de ponis. Sería una borde y una asocial, pero en ese ambiente estaba como en casa.
En algún momento de la noche, mientras Aitana tomaba algo en la barra, un trío de sementales se acercó a ella. Su aspecto era el de alguien que encontraba relajante enfrentarse a mantíoras a casco plano, lo cual se reforzaba con los tatuajes que llevaban en sus patas delanteras. Uno de ellos se apoyó amenazadoramente en la barra, y clavó la vista en Aitana. Macdolia se puso tensa, pero su amiga marrón le hizo un gesto para que se tranquilizase.
—Eh, Pones. Todavía no hemos olvidado lo que hiciste la última vez.
—Ah, mierda, Steady Rock, ahora no. Hace poco me rompí las costillas y aún me estoy recuperando.
El gran semental miró a sus compañeros con cara de frustración. Luego pareció tener una idea.
—Oh, así que la señorita nos tiene miedo, ¿no?
—Steady, no me provoques —amenazó Aitana—, que no estoy en condiciones.
Pero el mismo semental, viendo que su primera táctica no funcionaba, se acercó y le susurró al oído:
—El que pierda invita al otro a un “levanta muertos”.
La yegua marrón apuró su sidra hasta el fondo.
—¿Hace una ronda completa? Nada de aplastar o golpes en el flanco. ¿Tus condiciones?
—Sin golpes bajos. Oh, y Heavy Cargo se ha hecho un esguince en las pata trasera derecha, no se la retuerzas.
Aitana dejó el vaso sobre la mesa con un sonoro golpe y gritó:
—¡Trato hecho!
Se giró rápidamente y propinó un soberbio casquetazo a Steady Rock en el morro, con tanta fuerza que puso a prueba su buen nombre. Toda la taberna gritó de júbilo y empezaron a hacer apuestas. Los otros dos ponis que acompañaban a Steady se lanzaron contra la arqueóloga. Macdolia se giró al barman.
—¿Esto es normal?
—¡Uh, ni te lo imaginas, joven! Aquí tenemos un dicho: “No vale la pena festejar si no hay una pelea en la que apostar”. Las únicas normas son... ¡¡EH!!
La pelea se detuvo y los cuatro contendientes miraron al dueño de la taberna.
—¡Soltad las sillas, conocéis las reglas!
Disculpándose, dejaron los muebles en su sitio antes de volver a enzarzarse en una ensalada de mamporrazos. El barman sacó un papel y se acercó a Macdolia.
—Por cierto, ¿quieres apostar? Vamos cinco a tres a favor de Aitana.
Uno de los sementales salió volando, proyectado por una coz, hacia la salida. Cuando se giró, Macdolia vio a su amiga agarrada del cuello de uno de sus adversarios mientras le pegaba coces al otro.
—Nah, creo que paso.
La yegua roja se abstuvo un poco del ambiente al notar un picazón en su cutie mark. Sabía bien que eso significaba, pero tenía ganas de quedarse un rato más y, dicho sea de paso, asegurarse que Aitana volvía de una pieza a su casa. Entonces escuchó una conversación en una mesa cercana que le llamó la atención.
—...ni idea. No se puede viajar en el tiempo sin causar una paradoja temporal.
—Según las teorías de Blackstephen Holekins, sería posible en un plano multidimensional, justificable según la teoría de cuerdas.
—Claro, una teoría que predice la existencia de diez a la quinientas potencia universos, ¡no me hagas reír!
—Amigos, si me permitís —interrumpió Macdolia mientras se sentaba con su bebida—, creo que tengo que discrepar...
Así, la yegua roja de las coletas pasó varios minutos debatiendo sobre física cuántica y viajes temporales con esos estudiantes. Se hallaba entrando de lleno en el punto central de su argumento acerca de cómo se pueden evitar las paradojas temporales, cuando escuchó que la pelea parecía haber parado a su espalda. Cuando se giró se encontró con que Aitana había sido placada contra el suelo, con dos de sus contrincantes haciendo pila sobre ella; se fue a levantar para ayudarla pero, al hacerlo, se dio cuenta de que Steady Rock estaba aguantando a su compañero para no aplastar a la yegua marrón, cumpliendo con las condiciones del combate. Finalmente, Aitana consiguió sacar una pata y golpear el suelo tres veces.
—¡Vale, me rindo! —los dos sementales se levantaron y Steady Rock tendió una pata a la yegua para ayudarla—. j*der, ya podréis los tres contra una dama indefensa.
—¡¿Indefensa?! —gritó el poni que todavía estaba fuera de combate, cubriéndose el morro.
—¡¿DAMA?! —gritó toda la taberna.
El dinero de las apuestas fue repartido, y la banda liderada por Lovely Rock continuó su concierto. El alcohol, financiado por Aitana, siguió corriendo con más ritmo que antes. Todavía quedaba mucha noche por delante.
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La sala estaba en la absoluta penumbra; sobre el lecho que había en el centro de la misma, una poni aparentemente moribunda yacía inerte, salvo por el pausado movimiento de su respiración. Una figura se deslizó sin tratar de pasar desapercibida por el lugar, caminó hasta una ventana... y abrió las cortinas de golpe. La luz del maravilloso sol de Celestia inundó la estancia, y Aitana Pones dio un respingo sobre la cama.
—¡¡OH DIOS!! ¡Mi cabeza! ¡ARG!
—¡Buenos días, Aitana! —saludó Macdolia jovialmente.
—¡No grites, por lo que más quieras! —respondió esta con la voz ronca.
—Venga, arriba que te he preparado café. Mucho café.
Aitana se sentó en la cama como buenamente pudo, intentando no vomitar.
—Oh mierda, no está bien abusar de una yegua enferma...
—Querrás decir “borracha”.
—No, no, enferma. Borracha estaba anoche, hoy estoy enferma.
Tras un buen vaso de agua -seguido de un rápido viaje al baño-, dos cafés y un analgésico, la arqueóloga volvió a ser capaz de abrir los ojos sin sentirse morir en el intento. A Macdolia se le hacía raro ver a su amiga en un ambiente tan distendido como una universidad. Y aún más el hecho de que no llevara sus eternas alforjas, ya que estas descansaban en un soporte para tal fin cerca de la entrada. La casa de Aitana era sencilla: un pequeño chalet con un jardín bastante descuidado, cercano al campus universitario pero en el exterior de la ciudad. Tenía pocos vecinos y el lugar parecía bastante pacífico. Desde el exterior la casa parecía parcialmente en ruinas: la pintura estaba desconchada, la hierba mal cuidada, y las ventanas tan sucias que costaba ver el interior.... y lo cierto es que el mismo no era mucho mejor: Cachivaches que se amontonaban por todo, artefactos extraños, mapas, libros que iban desde modernos tratados de historia hasta pergaminos ancestrales... Lo único que parecía mantener un mínimo orden era la cocina en si, por lo que Macdolia no tuvo demasiados problemas para encontrar el café.
Pero había algo que le llamó la atención desde que entró en el edificio de madrugada, cargando con Aitana: un ligero ruido, como el chirrido de un enjambre de chicharras pero muy débil, que sonaba continuamente.
—Aitana, ¿qué es ese ruido?
—¿El qué? Ah, claro —sonrió ella—. Unos bichos que me traje de una expedición a Egiptrot llamados “canturos”. Son unos insectos que se comen el polvo y las arañas, y no les gusta salir a la luz. Están debajo del entarimado.
—¿Y para qué los tienes? Son bastante molestos, ¿no crees?
—Nah, me he acostumbrado. Pero mira, intenta caminar sin hacer ningún ruido.
—¿Qué?
—Pues eso, que intentes caminar en silencio.
Macdolia hizo lo que le pedía, aunque no entendía nada. Cuando dio unos pocos pasos tan sigilosamente como pudo, ocurrió algo sorprendente: Los canturos dejaron de cantar y la casa quedó en completo silencio. Era un sistema de alarma. Aitana se sirvió un tercer vaso de café.
—Unos bichos cojonudos, ¿no crees?
El ruido del correo depositado en el buzón hizo que Macdolia fuera a por el mismo. Aitana todavía tenía un dolor de cabeza horrible y no se sentía en condiciones de intentar algo tan arriesgado como caminar.
—Es un mensaje de tu padre, Aitana —dijo la yegua roja—. Dice que quiere verte “cuando te recuperes” en la sala de entrenamiento mágico.
—Vale. ¿Vienes, verdad?
—No, creo que no iré —respondió Macdolia con una sonrisa.
Aitana miró a su amiga, extrañada, la cual seguía junto a la entrada.
—Hace mucho que me fui. Tengo que volver ya.
—Macdolia, nunca me has contado de dónde eres ni a qué te dedicas. Porque las dos sabemos que lo de “guardaespaldas” no es ni la mitad de la verdad.
—Desde luego —rió la poni roja—. No esperaría que lo creyeras. A ver cómo te lo explico...
La yegua de las coletas se sentó frente a su amiga con una críptica sonrisa.
—¿Y si te dijera que soy la creación de una yegua que lanzó un hechizo a dos yeguas para fusionarlas temporalmente, que una novela de viajes en el tiempo escrita por mi padre acabó incluida en el hechizo por error, y que así nací yo? ¿Y si además te dijera que me dedico a viajar por el tiempo y las dimensiones ayudando a todo aquel que puedo, y que esta ha sido una de mis primeras aventuras?
Aitana miró fijamente a Macdolia, apuró su nuevo vaso de café de un solo trago, y respondió.
—Pues te diría que no sé qué mierda te has fumado, pero que yo quiero un poco.
Macdolia soltó una alegre carcajada.
—Ya lo suponía yo.
—Venga, va —añadió la yegua marrón con una risa—. Entonces, ¿qué me depara el futuro, oh viajera temporal?
—La verdad no lo sé seguro, hay muchos futuros distintos. Y si te lo dijera cambiaría la historia en si.
Aitana estaba a punto de bromear una vez más, pero la expresión de Macdolia la hizo callarse. La yegua roja había bajado la vista, seria y con la boca entreabierta, como si buscara cómo decir lo que tenía en mente.
—Aitana... busca ayuda cuando ocurra.
—¿Qué? ¿Cuando ocurra el qué?
—Cuando despiertes.
Ambas yeguas se miraron a los ojos en silencio.
—Macdolia, como broma está bien pero esto ha sido muy turbio.
—Por desgracia no puedo decirte más —dijo la aludida dirigiéndose a la puerta—. Ya es hora de que vuelva. Cuídate, doctora Pones.
—¿Doctora? Se te va la pinza, Macdolia. Yo solo soy una diplomada en historia y arqueología.
—De momento. Nos volveremos a ver, amiga mía.
La yegua roja abrió la puerta y desapareció tras el brillante halo del sol. Aitana se levantó y corrió como pudo tras ella.
—¡Eh, Macdolia, espera! Al menos dime...
Cuando salió al exterior, la arqueóloga se encontró mirando al vacío y caótico jardín delantero de su casa. Escudriñó los alrededores, buscando a su amiga sin éxito.
—...dónde vives... ¿Pero qué diantres?
Tras asegurarse de que Macdolia no se había escondido en los alrededores para darle un susto, Aitana decidió refugiarse del deslumbrante día. O eso era una broma muy bien preparada... o bien acababa de rozar otro misterio del universo. En cualquier caso sentía que, como había dicho Macdolia, volverían a verse tarde o temprano.
No pudo evitar pensar, riendo para sí misma, que quizá el destino le había preparado la mayor resaca de la historia universal.
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Unas horas más tardes, Aitana atravesó una puerta y entró en una gran sala en la que se hallaba su padre.
—Hola hija, ¿ya te has recuperado? ¿Macdolia no ha venido?
—Por orden: “más o menos” y “no”, papá.
La sala de entrenamiento mágico era una gran estancia rectangular con montón de ventanas, las cuales estaban actualmente cubiertas por grandes cortinas. Las paredes, completamente lisas, contrastaban con el suelo, en el cual se había dibujado un enorme entramado ritual. Se trataba de tres círculos concéntricos; dentro de los mismos había un pentagrama cuyos vórtices coincidían con el círculo exterior. Entre línea y línea había una gran sucesión de runas de distintos tipos, algunas de las cuales brillaban ligeramente. En el centro del círculo ritual reposaba el sarcófago de Manresht.
—Veo que has trabajado duro —comentó Aitana mientras inspeccionaba los dibujos en busca de errores—. Debería haberte echado un casco.
—Hija, casi te matas para detener la fiebre infernal. Al menos tenía que dejarte tener una noche en paz.
—¿Ha intentado liberarse durante la noche?
—Logró debilitar ligeramente el sello arcano, pero nada grave. Con el círculo podemos estar bastante tranquilos de que no escapará sin que nos enteremos.
—Vale, pero no podrás tener la sala de entrenamiento mágico reservada mucho tiempo, papá.
—No hará falta —respondió el unicornio gris—. Ya he contactado con Gilderald, y hemos quedado en un lugar abandonado en medio de ninguna parte. Ahí podremos abrir el sarcófago y contener a Manresht hasta que se agote la magia que lo mantiene vivo.
Aitana paseó un poco alrededor del circo, buscando cualquier detalle que se les pudiera escapar.
—¿No ha habido ningún flujo de energía demoníaca? ¿Cualquier cosa que le pueda servir de alimento?
—No, y aunque así fuera Gilderald es un experto en campos de contención. Podrá aislarlo el tiempo suficiente.
—Bueno.... parece un buen plan, desde luego.
Padre e hija fueron a una mesa en una esquina donde había dos vasos, una botella de brandy y otra de zumo de frutas. El profesor Pones tuvo la delicadeza de servirse él un brandy, y darle a su Aitana un vaso de zumo, la cual lo agradeció.
—¿Cuándo partimos? —preguntó esta tras beber un trago.
—Esta tarde. Ya he contratado un transporte, mañana por la mañana llegaremos al lugar.
—Papá, hay algo que me preocupa.
El semental miró a su hija, interesado, cuando esta empezó a explicar.
—Es obvio que nos enfrentamos a un grupo bien organizado y poderoso. Han conseguido organizar una invasión demoníaca en silencio en los Reinos Lobo, y ayudar al regreso de Manresht sin llamar la atención. Y si a eso unimos la recompensa que ofrecieron por el cetro, y el que me utilizaran para llegar a Manresht...
—Sí, creo que veo por dónde vas. Ellos verían las mismas señales que localizaste tú, pero no supieron encontrar su tumba. Tuvieron que usar a una experta en esa materia para localizarlo.
El profesor bebió un trago de su licor.
—Solo se me ocurre una opción por la que quisieran capturar a Manresht con vida: querían ofrecer su alma a otro señor del Tártaro.
—Pero, ¿por qué enviaron un nigromante? —inquirió Aitana—. Los cultos diabolistas son muy cerrados, y raramente admiten a otros practicamentes de las artes prohibidas. j*der, además los cultistas suelen ser prepotentes y orgullosos; habría ido el culto en persona y habría competido por ver quién servía al señor más poderoso. En su lugar han sido...
—Inteligentes —completó el profesor—. Han sido muy inteligentes.
—Y nosotros les hemos entregado el Cetro Dorado del Alicornio.
Aitana se levantó, caminando en círculos mientras razonaba.
—Entonces tenemos al menos a dos señores del Tártaro compitiendo, con sus cultistas mortales; un nigromante que, por alguna razón, está ayudándoles... Solo falta que también tengan magos negros manipulando mentes como los cerdos que son.
—Es un poco pronto para asegurarlo, hija.
—¡j*der, ¿pues cuál es la opción?! —exclamó Aitana—. ¡Sabían dónde encontrarme! Sabían lo que estaba haciendo realmente, y el nigromante jamás me tomó como una simple arqueóloga. No me subestimó, me atacó con todo lo que tuvo a su alcance. Si no llega a estar Macdolia conmigo me habría matado en el barco. Nos estamos enfrentando a algo muy grande.
El profesor Pones se quedó en silencio, sin poder rebatir a su hija. Todo apuntaba a que sus suposiciones eran ciertas: fuera quien fuera realmente su enemigo u objetivos, les llevaba ventaja. De alguna forma había descubierto a qué se dedicaba Aitana, y lo había aprovechado. Si habían descubierto eso, ¿qué más podían saber?
—Pero esto no es lo más jodido —añadió la yegua marrón—. Los lobos no tienen magia como nosotros, pero tienen una ventaja: Conocen a los demonios. Sus leyendas hablan de ellos, y sus soldados entrenan para detectar cualquier indicio del Tártaro y en cómo combatir a sus criaturas. La segunda noche de la Fiebre vi a los guardias adaptarse a las tácticas de los zombies ígneos, y sabían bien cómo combatirlos y cómo derrotarlos. Son una raza acostumbrada a la guerra, de no haber detenido la Fiebre Infernal hoy se habrían retirado al norte, habrían reorganizado su ejército y estarían combatiendo a Manresht.
—Hija, ¿a dónde quieres llegar?
—¿Qué pasará cuando desaten una maldición similar en Equestria?
Aitana se levantó y caminó unos pasos antes de detenerse y terminar su razonamiento con un aspaviento.
—¡Somos los últimos! Desde que Celestia intentó eliminar las artes de la magia prohibidas, también desaparecieron todas las órdenes que podían combatirlas. ¡Solo quedamos nosotros! ¡No hay nadie más! La Guardia Solar no sabe cómo enfrentarse al demonio más simple, y la Guardia Lunar no sabe hacer mucho más. Si esta organización desata el poder del Tártaro en Equestria...
El anciano semental dejó con su magia el vaso sobre la mesa, quedando mirando al suelo, pensativo.
—Quizá sea hora de organizar... algo para sacar a la luz este tipo de conocimientos. Forzar a la guardia a reconocer que existen estos peligros en la sombra. Pero no sé cómo....
El profesor se vio interrumpido por el golpe de una puerta al abrirse violentamente.
—¡Vaya, si aquí está la mayor farsante de la universidad de Manehattan!
Aitana y el profesor Pones reconocieron la irritante voz del semental que había entrado sin ser invitado; tras él llegó un grupo de de ponis armados con cámaras de fotos, libretas y bolígrafos. Aitana sintió una creciente tentación de sacar una daga y hacer una locura, pero luego recordó que asesinar por un arranque de mala leche no está bien. Incluso en su esquema de valores.
—Doctor Trottinghoof... ¿se puede saber qué quieres?
El doctor, un pegaso entrado en años, se plantó altivamente ante la familia Pones, encarando directamente a la arqueóloga.
—Nada, Aitana Pones —respondió, con su aguda voz que parecía gritar “pégame”—. He estado escuchando las cosas que mencionaste anoche. Como tonterías acerca de que la Fiebre Infernal había sido causada por un hechicero de leyenda... ¿te suena el nombre Manresht?
—¡Me voy a cagar en todo! ¿Es que no puedes dejarme tranquila desde que te llamé “inepto”?
—¿Ahora cambias lo ocurrido? ¡Te atreviste a poner en duda mi tesis doctoral, Aitana Pones, y ahora surges con una increíble historia acerca de la existencia de Manresht! He venido a que la justifiques y demuestres... si es que no te has inventado todo esto...
El profesor Pones vio cómo la ceja de su hija empezaba a temblar con un tic nervioso. Intentó decirle que se relajara, sabía bien que ese tic no auguraba nada bueno. Pero no le dio tiempo.
—¡¡Oh, claro!! ¡Discúlpame, doctor "cojo-todo-lo-que-escribió-un-eminente-arqueólogo-y-encuentro-más-pruebas-que-demuestren-su-teoría-sin-mover-el-p*to-CULO-de-mi-despacho"! ¡Tú te atreves a llamarte arqueólogo, cuando no pasas de ser una RATA DE BIBLIOTECA!
—Mi tesis doctoral fue validada por eminentes doctores de...
—¡Doctores que no hacen más que lamerse el culo mutuamente! Conserváis una verdad FALSA a base de buscar pruebas que justifiquen su versión de la historia y de rechazar toda aquella que la contradiga. Os traje pruebas, Trottinghoof, de todo lo que expuse.
—Pruebas que podrías haber obtenido de cualquier lugar, Aitana Pones, y haber creado tu propia teoría sobre una inexistente guerra entre Unicornia y Cebrania.
Aitana dio un fuerte golpe con sus cascos al suelo y se acercó al doctor. Los periodistas tomaban nota como locos, al tiempo que sacaban fotos.
—¡¡No sólo os traje pruebas, pedazo de gilipollas!! ¡Os dí la localización exacta de las ruinas, os traje algunas armaduras del ducado de Unicornia y de los guerreros cebra! ¡Y lo rechazasteis, ni siquiera enviasteis a nadie a comprobar si las ruinas existían!
—¿Para qué íbamos a enviar a nadie, Aitana Pones? Si hubiera existido una guerra entre Equestria y Cebrania habríamos encontrado registros o pruebas en nuestro propio reino. Eso aparte de que la propia princesa Celestia ha negado dicha confrontación.
—Ella tendrá sus motivos para hacerlo, Trottinghoof, ¡pero yo encontré pruebas que vosotros os negasteis a considerar!
—¡No nos hacen falta pruebas, Aitana Pones, para poder decir bien claro que como arqueóloga eres un FRAUDE!
La sala se quedó en silencio tras esa afirmación, ya que Aitana no respondió durante unos segundos. La yegua giró la cabeza lentamente, clavando la mirada en su padre durante un instante. Con la furia en su mirada, echó a caminar lentamente hacia una pared... y golpeó el botón de la alarma de incendios. El agudo sonido de la misma pronto llenó todo el edificio, acompañado por el trotar de cientos de estudiantes abandonándolo. Los periodistas observaron la escenas alucinados, pero sin dejar de sacar fotografías y tomar notas.
—¿Ahora estás saboteando el campus? ¡Esto no quedará así...!
Pero el doctor Trottinghoof se calló al observar que Aitana asía un hacha del equipo anti-incendios y se acercaba al sarcófago que había en el centro del círculo ritual. A decir verdad, había estado tan ofuscado en humillar a la arqueóloga que ni había reparado en el mismo.
—Aitana —intentó su padre—, ¿no estarás pensando en...?
—Papá, empieza a correr.
Cualquiera que hubiera imaginado lo que Aitana estaba pensando la habría intentado detener; quizá razonando sobre lo inconveniente de sus acciones o, de tener la habilidad suficiente, usando la fuerza bruta. Sin embargo no había nadie en el mundo que conociera a Aitana Pones tan bien como lo hacía su padre, el cual optó por la única opción lógica: Obedecer. Jamás nadie habría imaginado que un semental paralítico pudiera alcanzar semejante velocidad impulsándose solo con sus patas delanteras. Aitana esperó unos pocos segundos antes de continuar, con cierta sorna en su tono de voz.
—Señoras y señores, bienvenidos a la demostración de que esta arqueóloga jamás miente —expuso Aitana imitando la voz de una azafata—. Lo que están a punto de presenciar es el alzamiento del gran hechicero demoníaco Manresht, causante de la Fiebre Infernal, y que yo misma capturé en los Reinos lobo. Permítanme recordarles que estamos en un primer piso: Si saltan por la ventana deberían llegar al exterior relativamente intactos.
Después levantó el hacha y golpeó la tapa del sarcófago, rompiendo todos los sellos con imprensionantes chisporroteos acanos. A continuación echó a correr pero, antes de abandonar la sala, se giró y gritó:
—¡¡MANRESHT, BONITO, QUE DICEN QUE NO ERES DE VERDAD!!
Aitana Pones, la arqueóloga con la peor reputación de la universidad de Manehattan, galopó a toda velocidad. A su espalda se desató el infierno.