[Aventura][Oscuro] La guerra en las sombras (cap 13)

Espacio para comentar historias escritas, hacer concursos o compartir nuestros propios fanfics

Re: La guerra en las sombras (cap 6)

Mensaje por Sasir96 » 27 Ago 2016, 09:54

[quote="McDohl";p=327640]Una cosita Sasir... no es McDohl, es Macdolia. McDohl soy yo y no tengo nada q ver con el OC (que lo comparto con Moe) ;)

Y dejo por aquí un poco de side art del capítulo 3 que comisioné :sisi1:
Spoiler:
[/quote]
Jaja, mola.
Y perdona la cobfusion

------Siguiente mensaje escrito en: 27 Ago 2016, 10:00 . Beep!------

[quote="Volgrand";p=327639][quote="Sasir96";p=327632]
Spoiler:
Pues bueno, he leido el 3
La verdad... Bueno, vamos por partes:
-La trama no avanza mal, aunque me gustaria que personajes secundarios tuvieran algo más de relevancia (por ejemplo, que el capitán cebra fuese el que descubriese la ilusión y contase como matar a los zombis en lugar de Aitana, o al menos lo primero)

-Si solo se quedaron una noche en la casa del lobo y otra en el barco... ¿Por qué las tres semanas de plazo hasta el levantamiento de manrhest han pasado a ser 10 dias?

-Honestamente, debo admitir que, como mcdohl, cuando surgio el problema de mear, lo primero en lo que pensé fue en W.C Pones, y fue gracioso... Pero tanto pa descojonarse en una situacion de vida o muerte que si fracasan el mundo será destruido... Estas ponies son mu frívolas ¿eh? :D2

-Si los guardas de la ciudad no habian oido de las brujas ponies al entrar, y evidentemente hay cosas mejores para cotillear ahora mismo en el reino lobo... ¿Por que de pronto todos lo saben, incluida una familia en shock por la muerte de su hijo, y las buscan?

-Honestamente, que aitana estuviera en la casa mucho antes que mcdohl, que la desanimase de buscar pistas, que tenga el espiritu del nigromante, y que sepa tantisimo sobre como funcionan esos simbolos... Se me antoja muy sospechoso, pa mi que el nigro le posee de vez en cuando y le hace ayudarle, y ella lo oculta.
(No creo realmente, pero honestamente, es lo que las pistas apuntan)

-la verdad, me ha fastidiado un poco la actitud de Aitana. Entre dejar el mitico sombrero, y tratar a las victimas de formas que rasgan la sociopatía... No es la heroina que esperaba, la verdad :(

-Y... Le sigo dando vueltas al prologo, no dejo de pensar que adelantó demasiado. Sin el prologo, habria podido pensar, por ejemplo en el capi anterior, que Aitana Pones era una descendiente lejana de Sombra. Magia parecida a él, interés por la reaparición del imperio de cristal, buscadora de reliquias y civilizaciones antiguas... Me hubiese encajado, y este capi habria sido en plan "Oh dios, aitana lleva al nigromante marvao colgado del cuello"
No sé, me molesta saber como va a acabar todo... Que a ver, no es el primer relato que leo que empieza por el final, pero sigo creyendo que en este se contó demasiado.

-No entiendo realmente el rollo de la brujula. Si para que una gema funcione como receptaculo debe tener sangre y almas de un monton de mortales... ¿Por qué la brujula puede servir? Y sí, ya sé que está debilitado, pero aun así... ¿Y durante la lucha contra él, no debió dañar objetos de todo el equipo? ¿No debia haberse llevado cada miembro un nigromante con el? ¿Por qué aitana piensa que romper la brujula reviviría al nigro, si no hay otro objeto con la energía para que vuelva?...
¿Por qué me miras como a Quibble? :/

Y... Iba a hacer una broma sobre el numero de nigromantes menhrar coexistentes igual me hacias spoiler respondiendome, asi que me callo jeje

Nah, pero en fin, eso es todo, creo. No ha sido mi capi favorito, pero mañana leeré el siguiente, a ver si aitana recupera su respeto por los fallecidos y la vida de los demás, o por lo contrario parodia thriller con los cadaveres de una morgue XD
[/quote]

La verdad es que muchas cosas que comentas me llaman la atención como autor. ¡No es una crítica, me encanta que te tomes tanto tiempo en comentar cada capítulo!

Respecto a los personajes secundarios con más protagonismo: Pues depende. Como verás más adelante, no es casualidad que Aitana sea la que sabe tanto de estos temas.
Releyendo lo de las tres semanas, creo que lo narré mal, cierto es.
Los ataques de risa son así de inoportunos :D. Y, además, sentía que era necesario meter un momento de relax después de tanta tensión. Suena raro, pero en mi trabajo (soy enfermero) he visto familiares y compañeros tener ataques de risa en los momentos más inoportunos, así que no creo que sea algo tan raro como imaginas. Aparte tras tres horas de viaje supuse que no era raro que las dos pensaran que ya estaban "a salvo", aunque les dijeron que se callaran hasta que las dejaran salir.

Y ahora lo que me llama la atención: El cómo recibe el lector una omisión adrede de información. Me explico en un spoiler:
Spoiler:
Soy muy proclive a no dar toda la información al lector (lo he hecho en otras historias, y me gusta el resultado). Podría haber puesto una reflexión en voz alta de que el "ritual Resonante" llegaría a Joth-Lambarg antes de que hubiera un anuncio oficial respecto a las "brujas poni", pero no mucho antes. Precisamente con eso juega Macdolia: dejándose ver en el lugar donde ha surgido un lobo, esos rumores de las brujas se vuelven, súbitamente, una realidad para los que la ven (como se suele decir, "el culpable siempre vuelve al lugar del crimen"). Ambas eran conscientes de que, en el momento que las vieran, las señalarían como las brujas y la guardia iría a por ellas.
Respecto al "rollo de la brújula":
Spoiler:
Magic, y esto es literal. Podría darme una parrafada tecnomágica sobre por qué funciona como funciona, pero la auténtica verdad es... ¿Gana algo esta historia si lo hago? Yo creo que no. Uno de los aspectos fundamentales de Aitana en este momento es que lleva consigo esa brújula, y ya. Lo que tú dices de que cada miembro se llevara un nigromante... No es lo que yo tengo en mente, pero sí que podría ser una historia para un spin off :D
No puedo mencionar demasiado respecto al prólogo, porque sería un spoiler muy, muy, muy grande. Pero las cosas son mucho más complejas de lo que tú crees ver ahora mismo ;).

Y respecto a la actitud de Aitana (lo pongo en spoiler, pero esto no es un spoiler de la historia):
Spoiler:
Los personajes absolutamente luminosos que se enfrentan al mal solo se dan en mundos como Dungeons and Dragons.
"Soy un paladín que lucho por el bien, y no me siento mal por haber destripado a ese servidor del mal". Eso, en mi idioma, se llama ser un psicópata. En el de D&D, es ser un paladín. Y Aitana tiene un punto de frialdad psicopática al ser capaz de analizar fríamente las ventajas y desventajas de ir a salvar a alguien en vez de seguir adelante para resolver el problema desde su raíz. Eso unido a su burricia natural hace que haga cosas tan desagradables como frivolizar sobre la posible muerte de toda una familia.

En pocas palabras: Aitana Pones no es una heroína al uso.
Y bueno, ya me errollo demasiado... ¡gracias por comentar, hermoso![/quote]
Ah vale, entiendo
Lo de que cada uno se llevara una copia del nigromante, me referia a que, si uno bloqueo magia suya con, pongamos, una espada, igual la poseia como la brujula
Pero bueno, entiendo lo que me dices en casi todos los apartados.
Que a ver, ya imaginaba que aitana no iba a ser una heroina al uso al leer el prologo, pero de ahi a verla diciendo:
"Ah si, en esta casa vivia una familia, estan todos muertos, el hijo se ahorcó con los intestinos de su padre mientras su madre se abría la cabeza usando la pata fría y dura de su marido como porra" (Dramatizacion, puede que no dijera eso)
Pues... Me ha sorprendido un poco
Eso sí, lo del sombrero no te lo perdono :(

Y respecto a lo del tiempo, yo es que soy asi, siempre comento/pregunto absolutamente TODO lo que me llama la atencion. Algunos profesores me odiaban profundamente por ello :)
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Re: La guerra en las sombras (cap 6)

Mensaje por Sasir96 » 27 Ago 2016, 11:27

He estado a punto de morir por un ataque de risa comiendo pipas, justo el dia que critico que alguien podia morir por un ataque de risa tonto.
Maldita ironía
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Re: La guerra en las sombras (cap 6)

Mensaje por agustin47 » 28 Ago 2016, 13:01

Me cago en tal, no me había dado cuenta de que había capítulos nuevos >.< Leídos ya. Esta saga siempre trae la tensión de una verdadera saga de aventuras, con personajes trepidantes y misterios por todas partes. Tengo muchas ganas de ver toda la saga de Aitana Pones rehecha, sobre todo quiero la continuación de la parte de Hope Spell. Aunque esta parte de la historia también es genial, poder tener a Aitana, Macdolia y Poison en la misma historia es un lujo.
Los milagros no son gratuitos.

La ignorancia a veces puede significar felicidad, y en este caso, la nuestra resulta ser una verdadera bendición.


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Re: La guerra en las sombras (cap 6)

Mensaje por Sasir96 » 23 Sep 2016, 14:20

Hey, he leido el capi 4, he aqui mi opinion:

-Me ha gustado la treta de macdohlia para que los guardias las ayuden sin querer

-No sé si ha sido aposta, pero lo de "el detector apenas emite luz y no hace ruido, asi que no deberian detectarnos" para que, luego, llegada la noche, las dos se pasen todo el rato pegandose gritos de planta a planta,a sido como:
-Recuerda, Mac, debemos ser silenciosos
-¡SÍ, SI NO EL PLAN NO FUNCIONARÁ!
-¡¡¡NO PEGUES GRITOS!!!
-¡¡¡¡¡VALEEEE!!!!


-Luego, no soy un experto, pero yo diria que un arma basada en madera no es lo mejor para zombis de fuego (macdholia deberia haberse quemado las pezuñas y el lomo de tanto embestir y cocear XD)

-Ya por ultimo, lo de macdohlia me ha recordado al juego tomb raider de ps3

Al principio
-oh dios, matar es tan horrible
Esa misma noche
-¡TRAGAD LANZA HIJOS DE PERRA!

Nah, ahora en serio, me esperaba un poco mas de reticencia... Aunque ahora que pienso, a la mayoria no los ha matado, les ha dado de hostias... En fin


Pues bueno, en un rato, o el domingo, leeré más
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Re: La guerra en las sombras (cap 6)

Mensaje por Volgrand » 09 Oct 2016, 21:29

Capítulo 7: ¡Al abordaje!
Spoiler:
La tripulación del Relámpago Negro, bajo el resplandeciente sol de medio día, corría de un lado al otro de su embarcación, mientras los remeros se afanaban en proporcionar el empuje que hiciera justicia al nombre de la nave.

—¡Vamos, escorias! —gritaba el capitán, en idioma lobo— ¡Más brío a esos remos! ¡A todo trapo!

El unicornio azul surgió de la bodega y se dirigió al capitán Argul, el cual seguía rugiendo órdenes. Este se giró y miró, ligeramente inquieto, a su cliente.

—Capitán.
—Dark Art, ¿qué quieres? —repondió en Equestriano.
—Creí que esta nave era la más rápida de los Reinos Lobo —dijo el unicornio sombríamente—. Eso es lo que me prometió cuando le contraté, Argul.

El gran lobo negro resopló entre los belfos, exhasperado.

—ES la más rápida —respondió, antes de puntualizar—, cuando tiene el viento a favor. Pero el viento viene a través y no está hinchando las velas.
—Y esos piratas con los que nos cruzamos deben venir detrás nuestro. Le dije que debíamos enfrentarnos a ellos antes de que se encontraran con Aitana Pones.

El aludido se giró rápidamente hacia Dark Art.

—¡Las órdenes en este barco las doy yo! Sólo un estúpido se enfrentaría a La sirena mutilada. Si quieres tener una oportunidad de llegar tú y tu... monstruo a vuestro destino, harías bien en cerrar la bocaza, poni.

El agresivo lobo, tras mantener la mirada al unicornio, se volvió para seguir impartiendo órdenes a su tripulación. Los grifos seguían trabajando en impulsar las velas, pero estos empezaban a estar agotados. Si la Dama Venenosa decidía ir en su caza, era cuestión de tiempo que les atrapara, a no ser que los vientos cambiaran. Argul se dirigió a su contramaestre.

—Colocad cuatro cañones en popa.
—Sí, capitán.

Mientras tanto, Dark Art se dirigió a esa misma zona. El viento hizo volar los rizos blancos alrededor de su cara. Sentía, ligeramente inquieto, el poder de Manresht filtrarse a través de los maderos de la bodega, incluso estando aislado con un sello de contención. Tenía que volver con la hermandad, era primordial para sus planes... pero no había logrado matar a Aitana. Y de algo estaba seguro: la arqueóloga no se rendiría; le daría caza hasta el fin del mundo si era necesario. Suponía que esa poni debía tener una fortaleza mental excepcional y, según contaban en Taichnitlán, era capaz de hacer algún tipo de magia oscura. Eso había sorprendido a Dark Art, pues no conocía ninguna forma de hacer que un poni de tierra ejecutara alta magia como la que le habían descrito. Lo que es más, si los testigos decían la verdad, Aitana Pones había usado magia negra y nigromántica. ¿Cómo era posible?

Varios piratas llegaron junto a Dark Art portando cañones, los cuales fueron asidos en la popa junto a un pequeño cargamento de pólvora y munición.

—¡Barco a la vista! —gritó el vigía—. ¡Río arriba, velas blancas! ¡Es La sirena mutilada!

La tripulación se puso automáticamente en marcha, tomando posiciones de combate. Dark Art sonrió mirando hacia el barco que se estaba dibujando en la la lejanía.

—Veamos de qué eres capaz, Aitana Pones.

Después, el unicornio se dirigió hacia su camarote. Tenía que prepararse para el combate.


—¡Barco a la vista! ¡Velas grises, es el Relámpago negro!
—¡A por ellos, mis sementales!

La capitana Poison Mermaid se mantenía erguida sobre sus patas traseras, sujeta a un cabo mientras impartía órdenes. Sonreía, emocionada ante el combate que se iba a desarrollar, pues no todos los días le encargaban asaltar un interceptor grifo.

—Esto será interesante, teniente High Tide.
—Defina “interesante”, capitana —solicitó el teniente.
—¿Dios mío, Dios mío, vamos a morir?

Mientras ambos reían la broma, Aitana salió junto a Macdolia de la bodega del barco. El médico del mismo le había vendado las costillas y las múltiples quemaduras que tenía sobre el pelaje. Macdolia también tenía algunos vendajes, pero estaba en mejores condiciones que la arqueóloga. A pesar de que el río estaba tranquilo, la velocidad del navío hacía que este saltara a la menor irregularidad del agua.

—¿Cuál es el plan, Aitana? —preguntó la yegua roja.
—Saltar al barco enemigo cuando empiece el combate y atacar al nigromante directamente. Si le alcanzamos al cuerpo a cuerpo su magia será bastante inútil.
—Estás muy herida...
—Ya me preocuparé por eso después.

Aitana pareció marearse durante un segundo y se llevó una pata a la cabeza. La yegua roja observó cómo la brújula se iluminaba, al igual que los ojos de su amiga, antes de que esta lograra controlar el objeto y rechazar el ataque mental.

—¿Estás bien?
—j*der, no me deja tranquila el muy cabrón.
—No se te ocurra volver a usarlo.
—No lo haré.

Aitana había planteado quitarse la brújula, pero ¿cómo hacerlo y asegurarse de que ningún pirata la tomara? Se hallaba en la misma situación de costumbre: portar ella la brújula con el riesgo que ello implicaba, o arriesgarse a que otro fuera dominado por Kolnarg. No tenía muchas opciones...

Un par de ponis de tierra salieron de la bodega, cargando un cañón ligero hacia la proa. Tras ellos iba un joven unicornio semental, de pelaje anaranjado y crines rojas que, debido a múltiples quemaduras, tenían una longitud irregular y acababan en carbonizadas puntas negras. El extraño poni se movía rápida y nerviosamente mientras ajustaba el cañón. Cuando estuvo satisfecho, se giró hacia la capitana.

—¡Capitana, estamos listos!
—Muy bien Fire Roar. Apunta al timón, pero recuerda que queremos capturar el barco —remarcó—, no hundirlo.
—¡Sí, mi capita...!

Un estruendo de cañones desde el barco enemigo acalló al artillero. Poison Mermaid gritó una orden y el timonel giró el timón a toda velocidad. La nave se inclinó con el giro y varias columnas de agua se alzaron donde habría estado hacía un instante. Un tremendo estrépito resonó en el lado de estribor y una explosión sacudió el barco, mandando una deflagración de astillas en todas direcciones.

—¡Maniobras evasivas! —gritó Poison, que ni siquiera se había intentado proteger del impacto—. ¡Fire Roar, apunta a la cubierta de cañones de popa!
—¡Sí, capitana!

Varias figuras aladas, grifos, se elevaron desde el barco enemigo portando mosquetes entre sus garras. Los unicornios de La sirena Mutilada reaccionaron al instante, creando barreras mágicas frente a las velas y al artillero que apuntaba en proa. Las armas fueron disparadas, teniendo un efecto mínimo sobre la tripulación de Poison. Los ponis de tierra alzaron sus propios mosquetes y dispararon a los enemigos, obligándolos a retroceder por sus vidas.

—¡Capitana, tienen cuatro cañones en popa! —gritó un pegaso que portaba un catalejo— ¡Y la munición está al lado!
—Oh, por el amor de... —murmuró Poison, poniendo los ojos en blanco—. Muy bien, queridos, ya sabéis qué hacer.

El contramaestre asintió y repartió órdenes entre sus hombres. Fire Roar, en proa, disparó, pero la bala ni siquiera impactó al barco enemigo, cayendo en el agua. Una nueva salva de artillería fue disparada desde el Relámpago, pero las maniobras del timonel evitaron las balas. Fire Roar volvió a apuntar y disparó, pero la pequeña bala de cañón hizo blanco en la madera bajo los cañones enemigos, causando un daño mínimo. Aitana, exasperada, se acercó mientras luchaba por no caer ante los violentos vaivenes del barco.

—¿Es que no puedes darles, j*der?

El unicornio respondió con una risa entre maníaca y divertida.

—¿Pero qué dices? ¡Yo no he fallado ningún tiro, estaba ajustando el cañón! ¡Traed el “Infierno Líquido”!

Los marineros que le ayudaban a cargar el arma corrieron a una puerta cercana y sacaron una pequeña bala de cañón, cuya mitad superior estaba hecha de cristal, rellena de un líquido azulado. Una nueva salva de cañonazos fue lanzada por el Relámpago negro. Dos balas hicieron impacto en la cubierta, sacudiendo el barco como una coctelera y lanzando algunos marineros al agua. La capitana Poison se mantuvo firme mientras ordenaba lanzar cabos para ayudar a los caídos.

Fire Roar cargó la extraña bala en su arma y apuntó cuidadosamente. La Sirena Mutilada seguía moviéndose con violencia, sin frenar su velocidad un ápice. Una creciente y desquiciada risa surgió del joven semental, mientras acercaba poco a poco la mecha al cañón antes de dispararlo.

Pasó tan solo un instante tras el disparo hasta que la popa del Relámpago Negro se vio envuelta de pronto en una inmensa deflagración de llamas azules. Se pudo escuchar a los lobos gritar de terror y al capitán rugiendo órdenes. Pero de poco sirvió: Con una impresionante explosión, las pocas cargas de pólvora que tenían en cubierta reventaron, destrozando el castillo de popa.

—¡Qué divertido es cuando ponen la pólvora en cubierta!

Aitana asintió, alucinada, ante la puntería del artillero de La Sirena.

—Aitana, te recuerdo que eres una invitada en esta nave —expuso Poison Mermaid, elegante y amenazadoramente—. No vuelvas a faltar al respeto a mis sementales.

A pesar de que el sistema del timón había sido destruido, el Relámpago Negro empezó a girar hacia la derecha usando los remos para ello, al tiempo que los ventanucos de la cubierta de cañones eran abiertos.


—¡Todo a estribor, marineros de agua dulce! ¿Váis a permitir que una poni se atreva a llamarse “La reina de los mares”? —la tripulación rugió un grito de batalla como respuesta, mientras unos pocos apagaban la llamas de popa—. ¡Cargad los cañones! ¡Preparáos para el abordaje!

En medio de ese caos, Dark Art surgió de la bodega cargando un gran baúl de madera con su magia. El capitán lo miró, exasperado.

—¿Se puede saber qué haces?
—Como usted ha dicho, capitán... prepararme para el abordaje.

El unicornio abrió el mueble, mostrando el contenido a Argul, el cual dudó si debía aceptar la ayuda de su cliente en la batalla.


—¡Cargad los cañones de babor! —gritó Poison— ¡Timonel, a estribor, rodee al enemigo por su proa! ¡Preparáos para el abordaje, mis valientes!

Toda la tripulación se armó con sables, machetes y pistolas; muchos llevaban sus armas en la boca, pero algunos tenían ingeniosos enganches en las patas delanteras, similares a los que la propia Aitana usaba. Alguien gritó “a cubierto” cuando los tiradores lobo dispararon sus mosquetes contra la tripulación poni. Aitana y Macdolia se cubrieron tras la barrera de la borda, los unicornios alzaron sus barreras y el resto de los fieles sementales de Poison respondió al fuego de igual manera. Los ventanucos de los cañones enemigos fueron abiertos, y las mortíferas armas de artillería aparecieron por los mismos.

—¡Ahora, todo a estribor!

El barco se inclinó ante el violento viraje. Por un instante, Aitana y Macdolia no supieron bien qué estaba pasando; los ensordecedores estallidos de los cañones del Relámpago negro precedieron a una serie tremendos impactos y crujidos que sacudieron La sirena mutilada. Cuando ambas yeguas alzaron la vista vieron la proa de la nave enemiga justo a la izquierda de su barco, y a Poison Mermaid en pie en el centro de la cubierta.

—¡Todo a babor, lanzad los ganchos!

El timonel obedeció a la orden girando todo a la izquierda. El barco de Poison se puso paralelo al enemigo, en el lado en el que este último no tenía preparados los cañones. Los ganchos fueron lanzados por toda la tripulación y, cuando ambos barcos estuvieron unidos, los cañones de La sirena abrieron fuego. Los gritos del interior del Relámpago Negro fueron acallados por el retumbar de la artillería de Poison Mermaid. El capitán del mismo gritó órdenes en lobo a sus hombres, y Poison Mermaid hizo lo propio: sacando la cimitarra de su cinturón alzó el vuelo a poca distancia de cubierta y señaló al interceptor grifo.

—¡Al abordaje! —gritó al tiempo que se lanzaba a la cubierta enemiga, seguida por todos sus sementales. La mayoría saltó al otro barco usando cuerdas para columpiarse, mientras que en el aire los pegasos chocaron violentamente contra los piratas grifo.

Se inició una caótica melee sobre el barco enemigo: Las armas cortas fueron disparadas al principio, pero finalmente solo se podía escuchar el entrechocar de metal contra metal y los gritos de dolor y ayuda de lobos, grifos y ponis por igual. Aitana y Macdolia se unieron al combate, luchando por superar a los marineros y encontrar al nigromante.

La fuerza de la carga de la tripulación de Poison hizo que los lobos retrocedieran. El día parecía ganado, pues los enemigos estaban asustados y diezmados. Pero, de pronto, en medio del calor del combate se sintió un frío helador.

—¡Retroceded! —ordenó el capitán Argul.

Los sementales de Poison siguieron a los lobos y grifos, ignorando el extraño helor, sabedores de que estaban ganando esa contienda. Poison en persona lideró el combate, esperando que el capitán Argul gritara su rendición, sin embargo la pegaso pisó algo que la hizo trastabillar. Ante su pezuña vio rodar una calavera de poni, de hecho había toda una alfombra de huesos de distintas criaturas cubriendo gran parte de la cubierta...

Huesos que empezaron a moverse por si mismos.

Cuando se giró vio que, junto a ella, se había formado el esqueleto de un grifo. La criatura alzó su calavera, revelando que como ojos solo tenía un resplandor plateado en sus vacías cuencas oculares. No emitió ningún sonido al lanzar un garrazo contra Poison, excepto el repicar de sus huesos al moverse. La capitana saltó atrás, evitando el ataque, y golpeó al esqueleto con su cimitarra, destrozándolo. Se giró horrorizada al ver docenas de esqueletos alzándose por doquier, apareciendo incluso entre los marineros. Estos gritaron, asustados, y se alejaron de las criaturas. El capitán Argul ordenó cargar, y sus hombres se unieron al combate, haciendo retroceder a la tripulación de La sirena. Por un instante, Poison pensó en ordenar retirada, pero dos yeguas avanzaron entre sus sementales y atacaron a los no-muertos, destruyendo a dos con certeras coces.

—¡Poison, los esqueletos se destruyen de un golpe seco! ¡Macdolia y yo nos encargamos del nigromante!
—¡¿Qué nigromante?! ¡Aitana, te voy a matar! ¡Ya habéis oído, mis sementales! ¿Dejaréis que un montón de huesos os detengan?

El terror, ante las palabras de su capitana, dio lugar a un grito de indignación. La batalla se convirtió en una escaramuza en la cual había grupos de ponis, grifos, lobos y esqueletos combatiendo en pequeños grupos allá donde se mirara. Aitana y Macdolia corrieron a través de los mismos, golpeando algún ocasional no-muerto, en busca de un mismo objetivo.

Lo vieron sobre el castillo de proa: el unicornio azul estaba junto al capitán del Relámpago Negro, el cual seguía impartiendo órdenes. Aitana gritó a Macdolia que la siguiera y escaló una red hasta subir a un mástil. Desde ahí cortó la cuerda con la daga que ya llevaba enganchada, a modo de espolón, en su pezuña derecha. Macdolia comprendió lo que pretendía su amiga y se agarró de otro cabo.

—Aitana, estás loca, ¿lo sabías?
—Qué quieres que te diga, demasiadas novelas de piratas.

Ambas saltaron al mismo tiempo, columpiándose con sus cuerdas hacia el castillo de proa. El unicornio las vio venir y, al tiempo que gritaba, cargó un hechizo en su cuerno; el capitán Argul alzó una pistola. Macdolia fue más rápida, saltando sobre el lobo negro y quitándole el arma con el impacto, antes de iniciar un cerrado combate cuerpo a cuerpo con él.

Aitana saltó un instante después; en el aire llevó una pata a sus alforjas y sintió el látigo asirse en torno a la misma. Con el mismo movimiento de sacarlo, lanzó un latigazo al unicornio; el ensordecedor chasquido sonó junto a la cara del nigromante, sin dañarlo pero desconcentrándolo durante un instante. Aitana cayó sobre la cubierta y rodó, evitando el hechizo, para levantarse y encarar a su enemigo. El nigromante la miraba, con la magia crepitando en su cuerno. Y, al fin, Aitana pudo ver su Cutie Mark: una daga con el reflejo de un ojo verde.

—Aitana Pones... debí haber insistido en que te mataran en el desierto.
—¿Quién eres, nigromante?

El unicornio rió por lo bajo.

—Soy un servidor del verdadero señor del mundo. Pero eso no importa, pues pronto morirás, Arqueóloga.
—¿En serio? —respondió la aludida, poniéndose en guardia—, ¡aquí me tienes, hijo de p*ta!

Dark Art descargó su magia, creando una ola de muerte frente a él la cual se avalanzó sobre la yegua; Aitana corrió a un lado, saltó y rodó por la cubierta para esquivarla. Ignorando el dolor que se iniciaba en sus costillas, se levantó y cargó hacia el unicornio, el cual retrocedió. La arqueóloga, al verlo conjurar, decidió no darle tiempo a seguir con sus ataques, tomando sus propios cuchillos arrojadizos y lanzándoselos. El nigromante se vio obligado a usar su magia para protegerse, lo cual era lo que Aitana pretendía: sabía que si le daba la oportunidad podría matar a todos los presentes con un solo gran conjuro.

Viéndose superado por la poni marrón, Dark Art corrió hacia atrás y saltó a la cubierta inferior, donde la caótica melee entre lobos, grifos, ponis y esqueletos estaba teniendo lugar. Aitana bajó tras él de un salto pero, al aterrizar, dos esqueletos se lanzaron contra ella, portando machetes en sus mandíbulas. La yegua esquivó los ataques rápidamente y despachó a uno de los seres nigrománticos; pudo ver que el nigromante estaba a punto de lanzarle un hechizo, así que ignoró al otro esqueleto y saltó tras un barril cercano. Dark Art no se percató de la maniobra y su hechizo impactó de lleno contra el barril, el cuál explotó en una deflagración de vapor.

Aitana aprovechó la momentanea cobertura para correr hacia su objetivo, preparada para matar al nigromante en una sola puñalada, pero un reflejo a su lado la hizo cambiar su ofensiva a una rápida defensa: Una cimitarra surgió de la nada, lanzándose contra ella. Aitana interpuso su daga en la trayectoria del arma, desviándola en el último segundo, pero sintió cómo las correas que sostenían la suya propia se partían por el impacto. La arqueóloga perdió el equilibrio en el aire, cayendo pesadamente contra el suelo, y gritando al sentir un doloroso crujir en su costado.

Antes de que lograra levantarse, Dark Art soltó la cimitarra de su agarre mágico y cargó nuevamente su magia. La yegua rodó instintivamente hacia un lado, evitando un rayo verdoso que impactó donde hacía un instante habría estado ella. El nigromante lanzó hechizo tras hechizo, sin dar oportunidad a la arqueóloga a recuperarse; la madera donde caían los mismos estallaba en llamas oscuras antes de marchitarse a toda velocidad, como si envejeciera varias décadas en un instante. De pronto se escuchó un gran impacto seguido de una maldición del nigromante, y la mortal lluvia mágica remitió. Aitana no se demoró en ponerse en pie.

Frente a ella, Macdolia, que se había librado de alguna forma del capitán lobo, se hallaba enzarzada en una cerrada lucha con Dark Art. El unicornio retrocedió algunos pasos y su cuerno refulgió con furia; la yegua roja se vio impulsada hacia atrás por una fuerza invisible, cayendo junto a Aitana, a la cual le dedicó una rápida mirada.

—¿Indefenso en el cuerpo a cuerpo, decías?
—Eso esperaba —respondió la arqueóloga, mirando una creciente mancha roja en sus vendajes—. Vamos por los lados, no le demos oportunidad.

Mientras la capitana Poison ordenaba a sus sementales retroceder, al verse superados por los esqueletos y los marineros del Relámpago, Aitana y Macdolia rodearon al nigromante y cargaron contra él. El cuerno de este brilló brevemente y, con una pequeña explosión, se teletransportó a la espalda de las dos yeguas. Volvió a conjurar, sintiendo el oscuro poder de la nigromancia fluir por su cuerpo y escogió a su objetivo.

Aitana se giró a toda velocidad cuando el nigromante desapareció, y lo encontró conjurando contra ella. La magia cubrió su mente, intentando sumirla en la locura. La arqueóloga sacudió la cabeza, intentando no prestar atención a todos los momentos terribles que había vivido y que estaba rememorando en contra de su propia voluntad. Normalmente habría aguantado un conjuro así sin mayores problemas. Normalmente habría seguido su carrera para acabar con el nigromante.

Pero Kolnarg notó el momento de debilidad de su portadora.

Macdolia siguió corriendo hacia el nigromante, pero un lobo se puso en su camino. Logró golpearlo en el costado, sacándolo de enmedio, pero en ese momento notó que estaba sola. Miró hacia atrás y lo que vio la dejó lívida:

Aitana estaba quieta, con los ojos cerrados; la sangre que empapaba sus vendajes goteaba sobre la cubierta, pero esta no parecía percatarse del hecho. Una antinatural y cruel sonrisa cruzó su rostro, y cuando alzó la mirada pudo verse que sus pupilas se habían tornado grises, y el pelaje sobre su cuerpo se oscureció, cubierto por una sombra translúcida. La poseída yegua miró alrededor y empezó a murmurar unas palabras arcanas, al tiempo que un intangible cuerno negro se formaba sobre su cabeza. Dark Art observó el fenómeno, sin entender bien qué estaba presenciando.

—¿Cómo está haciendo eso?

Pero el nigromante se sobresaltó al notar una magia afectar a sus marionetas nigrománticas. Los esqueletos dejaron de luchar, y al poco se giraron contra todo ente viviente del barco. Dark Art se concentró, intentando mantener el control sobre sus no-muertos, sin éxito.

—¡No es posible, una poni de tierra no puede hacer esto! ¡Es imposible!

Macdolia intentó atacar a Dark Art para poder ayudar a su amiga sin otros peligros a la vista. Pero Kolnarg había visto la cercanía de la yegua roja y, tomándola por una amenaza, hizo que varios esqueletos la atacaran a la vez. Macdolia esquivó varios garrazos y golpeó a uno de los seres, destruyéndolo. Pero en muy poco tiempo, los huesos empezaron a reformarse y el esqueleto se alzó nuevamente. Los marineros de ambas tripulaciones, al ver un enemigo común, aunaron fuerzas contra el mismo.

Un grifo vio lo que Aitana estaba haciendo y se lanzó en picado contra ella. La yegua lo vio venir, se giró y alzó una pata al tiempo que el fantasmal cuerno refulgía oscuridad sobre ella. Por alguna razón, el grifo pareció perder el control y cayó con dureza contra la cubierta. Con la cara descoyuntada por la desesperación, se agarró el pecho con una garra, intentando hacer que su corazón volviera a latir.

Macdolia observó aterrorizada a su amiga. Dark Art conjuró una barrera mágica para protegerse. Kolnarg, habiendo tomado el control de su portadora, se volvió hacia los vivos que le rodeaban, dispuesto a dar rienda suelta a todo su poder.
Y aquí, un saludo grandísimo a Pandora Lawliett por haberme prestado a su personaje Poison Mermaid, a su tripulación y su nave "La sirena mutilada"; y un gran "¡HURRA!" porque ha retomado el fic "La dama venenosa".
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Re: [Aventura][Oscuro] La guerra en las sombras (cap 7)

Mensaje por Volgrand » 14 Oct 2016, 18:59

Capítulo 8: El fin del viaje
Spoiler:
La poseída Aitana miró hacia el cielo al tiempo que su fantasmal cuerno se iluminaba. La luz disminuyó, como si el cielo se hubiese encapotado, pero lo que eclipsaba el sol no era una nube.

Primero se escuchó un potente zumbido que creció rápidamente de intensidad. Un enjambre de moscas y tábanos apareció sobre el barco y se lanzó sobre lo marineros. Estos gritaron, aterrorizados, intentando librarse de las dolorosas picaduras. El teniendo High Tide gritó "¡Viento!", y varios pegasos y grifos alzaron el vuelo, creando una ráfaga para repeler a los insectos, pero estos volvían a cerrarse sobre sus objetivos a la menor oportunidad. Los unicornios de Poison se unieron al intento de desviar el enjambre

Dark Art retrocedió y canalizó su magia, lanzando un rayo negro hacia la yegua poseída. Esta no pareció percatarse del ataque, pero cuando iba a impactar una barrera mágica se hizo visible a su alrededor, desviando el proyectil. Aitana se giró hacia el nigromante.

—Kaltig marak matnur? Part, marak KOLNARG marae!


—¿Kolnarg? —repitió Dark Art, al ser la única palabra que había entendido.

El lich que poseía a la arqueóloga empezó a conjurar usando el antiguo idioma, con una voz grave sobreponiéndose a la de Aitana. Esferas negras se formaron de la nada y orbitaron en torno a su conjurador, mientras más y más se unían a la danza. Dark Art conjuró sus defensas, pero no tardó en darse cuenta de que no iba a poder resistir semejante poder.

Las esferas giraron a toda velocidad antes de salir proyectadas hacia el unicornio azul, trazando amplias parábolas que convergían en el mismo punto. Macdolia quiso moverse para sacar a Dark Art de una muerte asegurada, pero ni siquiera ella fue lo bastante rápida para evitar los esqueletos y ayudarle al mismo tiempo; el unicornio azul conjuró en el último instante, y una explosión de muerte cubrió la zona donde estaba. Cuando los restos de la magia se disiparon, del nigromante no quedaba ni rastro.

En medio del combate, Macdolia se vio luchando codo con codo junto a Poison Mermaid.

—¡¿Qué le pasa a Aitana?! ¡¿Está haciendo magia?! ¡¿Y dónde está el nigromante?!

En ese momento, la arqueóloga, todavía poseída, avanzaba con una cruel sonrisa, mientras dirigía a los esqueletos en el combate.

—Está... ¡dominada! —mintió Macdolia—. ¡Dominada por el nigromante!

Un lobo se libró de la pelea contra los esqueletos y cargó contra la yegua marrón. Esta lo miró, sin dejar de sonreír y conjuró. El atacante se detuvo y gritó, derrumbándose al tiempo que el pelaje de su cuerpo se volvía completamente blanco. Una vez en el suelo, su cuerpo se consumió hasta convertirse en cenizas que fueron arrastradas por el viento. Poison observó lo ocurrido, así como la cruel y antinatural sonrisa de la yegua marrón.

—No está dominada, está poseída. ¡Dadme un mosquete, rápido!

Uno de sus sementales obedeció la orden al instante, lanzándole el arma solicitada. La pegaso la atrapó en el aire y voló hasta un mástil de su propio barco. Con calma y destreza sacó una extraña bala de sus zurrones junto a una carga de pólvora. Con ensayada precisión empezó a cargar el arma a toda velocidad.

—¡Pero qué hace!

Macdolia no podía permitir que mataran a Aitana, ¡no era culpa suya! ¡Estaba poseída! Corrió hacia atrás, evitando los esqueletos y saltando al barco de Poison. Durante esos breves segundos la elegante yegua terminó de presionar la pólvora, se posicionó sobre el palo y alzó el mosquete, apartando mechones azules y turquesa de su cara con un movimiento de cabeza. Aitana seguía avanzando hacia los marineros, hablando en un idioma que Poison no entendía, pero que no auguraba nada bueno. Apuntó con cuidado, solo tenía un disparo.

—¡Poison, no lo hagas! ¡Está poseída! ¡No es culpa suya!

La capitana ignoró el ruego de Macdolia. Aitana se acercaba a los marineros, pero el teniente High Tide ordenó retirada, orden que fue obedecida por ambas tripulaciones. Los esqueletos formaron una linea que cargó contra todo ser vivo frente a ellos. Poison ajustó su disparo, corrigiéndolo según los movimientos de los barcos y la fuerza del viento. El enjambre de tábanos volvió a cerrarse sobre los marineros, a pesar de los continuos esfuerzos de pegasos y grifos por repelerlos. Poison agarró con su casco derecho la palanca del disparador, y respiró hondo, calmando el temblor natural de su pulso.

—¡No!

Macdolia observó desde abajo, impotente, cómo la detonación surgía del arma de Poison y, sin embargo, no fue una explosión de sangre cubrió el rostro de la yegua marrón, sino una nube verdosa que envolvió su cabeza por completo. Aitana retrocedió y gruñó por lo bajo, murmurando algo en un idioma ininteligible, después parpadeó un par de veces mirando al infinito... y cayó inconsciente. La sombra que la cubría siguió rodeándola durante unos segundos, pero finalmente se disipó.

Poison Mermaid levantó su arma y observó cómo los esqueletos, tras unos momentos, caían al suelo como pequeñas montañas de huesos de distintos tamaños. Los tábanos, tras un nuevo golpe de viento, se dispersaron y no regresaron. La capitana de La Sirena Mutilada miró sonriente a la alterada yegua roja.

—Vamos, querida, ¿de verdad creíste que iba a matarla? ¿Y quién iba a pagarme mis honorarios, entonces?

—Oh... gracias.

Hubo un repiqueteo de metal sobre madera. Toda la tripulación del Relámpago negro había lanzado sus armas al suelo y el contramaestre, un grifo de plumas doradas y pelaje marrón, gritó:

—¡Capitana Poison Mermaid, nos rendimos!

La aludida saltó del palo y voló hasta la cubierta para empezar a repartir órdenes a sus hombres.

—Buen trabajo, queridos. Atended a los heridos, también a Aitana Pones. Ayudad a los que hayan caído por la borda y recuperad lo que habíamos venido a buscar y cualquier otra cosa de valor.

Macdolia llegó tras la capitana y escuchó la última orden.

—Eh, sí. Es un sarcófago con un símbolo arcano encima, dile a tu tripulación que la traten con cuidado, por favor.

—Claro, querida —dijo Poison con una sonrisa—. Ya habéis oído a nuestra pasajera. Teniente High Tide...

—¿Sí, capitana?

La yegua roja se percató de que algo iba mal al apreciar una extraña sombra en la cordial sonrisa de Poison.

—Apresad a Macdolia.

Antes de que la yegua roja pudiera reaccionar, media docena de ponis se echaron sobre ella y la amarraron de cascos a cabeza.
[center]*-*-*-*-*[/center]

Cuando Aitana despertó pudo jurar que jamás, en toda su vida, se había santido tan mal. Le costaba respirar, y un dolor estaba creciendo en su pecho a cada inspiración; tenía un profundo dolor en el costado derecho y se sentía agotada más allá de lo físico, como si acabara de despertar de un coma profundo. Intentó moverse sin éxito, por lo que por un instane temió esar paralizada. No tardó en sentir el tacto de una cuerda fírmemente amarrada a su alrededor.

—¡Se está despertando!

Escuchó un montón de movimiento frente a ella. Al abrir los ojos, que habían recuperado su color verde natural, el mundo estaba totalmente desenfocado, pero poco a poco pudo ir distinguiendo las figuras de casi veinte ponis frente a ella. Estaban en la cubierta de un barco y el sol brillaba con fuerza. Los sementales de Poison fueron definiéndose a los ojos de Aitana y, entonces, observó que todos ellos portaban mosquetes... y le estaban apuntando. Bajó la vista para ver que estaba atada al mástil principal de La Sirena; frente a ella, en el mástil menor, estaba también Macdolia, atada de igual forma y amordazada. Poison se hallaba al frente de sus sementales, apuntando a la arqueóloga a su vez.

—Poison, ¿qué cojones haces? —jadeó—. ¡Suéltanos!

—Lo siento, querida, pero no voy a correr riesgos —respondió la capitana—. Dime, Aitana, ¿dónde nos conocimos?

—¿A qué viene esa pregunta? ¡Lo sabes perfectamente! ¡Suéltanos!

Poison observó con cierto desdén a la yegua marrón, enfundó su pistola y se acercó a la misma. Sin un ápice de duda o de piedad en su rostro, desenfundó el sable.

—Creo que no lo has entendido, querida. Antes has atacado a mis hombres, y por suerte para ti no tuvimos que lamentar ninguna baja. Sería una capitana pésima si me arriesgara a que algo así ocurriera nuevamente. Según parece estabas poseída, y por eso te voy a dar la oportunidad de demostrar que realmente eres tú.

La yegua de crin turquesa levantó el afilado sable y lo colocó sobre la yugular de la arqueóloga, con la presión exacta para que una minúscula gota de sangre le recorriera el cuello.

—¿Dónde nos conocimos, cuándo, y para qué?

Aitana tragó saliva. Macdolia intentó gritar, aunque sus gritos quedaron en quedos gemidos debido a la mordaza.

—Nos conocimos en Phillidelphia —respondió la arqueóloga rápidamente, aunque tenía que detenerse por momentos porque se quedaba sin aire—, hace unos tres meses. Contacté contigo a través del barman del "Cordero degollado", buscaba alguien para un trabajo y me dijo que tú eras la mejor. Te entregué el mapa para encontrar el Cetro dorado del Alicornio, el cual me entregaste hace un mes y medio en la taberna "El Manehattanés errante", donde tuvimos una pelea contra unos tipos que creyeron que te podían robar. Te pagué exactamente 15215 bits por tus servicios, y cuando me viste dijiste que "vaya cambio de look" porque iba teñida de rojo para que no me reconocieran. Y que el sombrero de paja me quedaba fatal. Y me diste tu polvo alquímico violeta para mandarte un mensaje si tenía otro trabajo.

La capitana mantuvo el arma en su sitio, mirando a Aitana fijamente a los ojos. Finalmente bajó el sable y sentenció:

—Es ella. Soltadlas y atended adecuadamente sus heridas.

Aitana cayó pesadamente al suelo en cuanto las cuerdas que la sostenían fueron retiradas. Se miró el costado y, a pesar de todo lo que había visto en su vida, sintió que se ponía lívida al ver una gran cantidad de sangre empapando el pelaje, y un extraño bulto que no debería estar ahí.

—Sep, tienes tres costillas rotas y una de ellas salió hacia afuera —explicó el médico con parsimonia—. Tendré que ponerte una cataplasma para parar la sangre y bloquear el agujero para que sigas respirando. ¿Cómo pudiste combatir así?

—No... no sé... —respondió la arqueóloga, dejando caer su cabeza sobre la cubierta—. Adrenalina, supongo. No... no puedo respirar.

—Nah, no te preocupes, que esto no es nada.

—¡Aitana!

Macdolia, que había sido liberada, galopó hasta el lado de su amiga.

—¿Cómo estas?

—Bien. Me... ¿me poseyó? j*der... fui una idiota.

—Pero todo está bien. Tenemos el sarcófago.

—Menos mal...¡AARG!

Con un sonoro crujido, el médico recolocó algo en el costado de Aitana, haciendo que esta gritara por el horrendo dolor.

—¡Lista!

—Menos mal... —suspiró Macdolia.

—No, digo que lista la primera costilla. Quedan dos más por recolocar

—¡Es... espera! —suplicó Aitana—. ¡Que alguien me dé ron, j*der!

—¿Ron? No, aquí solo tenemos zarzaparrilla. ¡Traed una botella!

A varios metros de la truculenta escena, el teniente High Tide se acercó a Poison Mermaid.

—Capitana, ¿no debería darle a la pasajera algo para el dolor? Su calmante alquímico es mejor que la caricia de una madre.

La yegua de pelaje añil miró, desde la distancia, cómo Aitana pegaba un buen lingotazo de licor preparándose para afrontar las curas del médico.

—No, déjala, es una yegua dura.

Después se adentró en su camarote, escuchando a la arqueóloga volver a gritar de dolor. Lo llevaba claro si esperaba que malgastara sus caros calmantes después de no haberle advertido que había un nigromante en el Relámpago Negro. Ese abordaje habría sido muy diferente si lo hubiese sabido.
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Un unicornio azul surgió de las aguas del Narval y nadó hasta la orilla. Cuando hizo pie, Dark Art se sacudió las blancas crines que llevaba pegadas a los ojos. Los dos barcos se alejaban río abajo. El combate había terminado hacía unos minutos y, evidentemente, habían logrado detener a Aitana Pones de alguna forma. Él se había visto obligado a teleportarse para huir de su furia, pero calculó mal y acabó cayendo al agua a casi doscientos metros de su barco.

Pero había algo que lo perturbaba: no era el hecho de que Aitana pudiera ejecutar alta magia negra como esa. Ni siquiera que hablara en un idioma muerto: era el nombre que había pronunciado.

—Kolnarg...

En la hermandad se sabía que los arqueólogos, entre ellos Aitana Pones, habían acudido a algún lugar de Egiptrot hacía unos diez años para acabar con el ancestral lich. Pero nadie sabía qué había ocurrido ahí exactamente: solo se sabía que el poder de ese ser desapareció, por lo que supusieron que los Arqueólogos habían tenido éxito en su misión. Pero esto... cambiaba las cosas.

—Así que esto es lo que pasó, Kolnarg está ligado a Aitana Pones.

Dark Art echó a andar río abajo. No sabía cuánto tardaría en llegar a alguna ciudad para encontrar un transporte de vuelta a Equestria. Había perdido a Manresht, pero a cambio tenía localizado al lich más poderoso de todos los tiempos, y esa era una información muy importante. Solo tenía que encargarse de que la Hermandad de la Sombra no supiera de ello... de momento.
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Dos días después, La Sirena Mutilada superó la desembocadura del río, junto a Taichnitlán, y se dirigió sobre aguas tranquilas hacia Manehattan. Tuvieron que sobornar a algunos miembros de la guardia, los cuales se mostraron más que deseosos de librarse de un poco de trabajo para controlar los cientos de refugiados que habían llegado desde el sur. Por lo que pudieron escuchar, la terrible plaga que había asolado los Reinos Lobo estaba remitiendo, y el ejército se estaba encargando de dar caza a los zombis ígneos que habían sobrevivido. Lo cierto es que a Poison no le importaba en absoluto tomar la vía fácil y sobornar a quien fuera necesario, lo cargaría todo en la factura de Aitana.

Llegada la noche, la tripulación se reunió para cenar y abrir unas cuantas botellas de zarzaparrilla. La capitana no acudió, ya que estaba ocupada haciendo cuentas de los daños sufridos para calcular a cuánto ascenderían sus honorarios. Alguien llamó a la puerta de su camarote.

—Adelante.

Aitana Pones entró en la sala, caminando lentamente. Firmes vendajes le cubrían el pecho en su totalidad, limpios de todo resto de sangre. Poison sonrió cortésmente, que no sinceramente.

—Veo que nuestro médico ha hecho un buen trabajo contigo, querida. Me alegra verte caminar por tu propio casco.

—Sí, es bueno el jodío —dijo la yegua marrón, sentándose dolorosamente en una silla—. Pero no veas lo que duele.

—Es lo que tiene correr riesgos innecesarios —respondió la capitana levantando la vista de los papeles que tenía sobre el escritorio—. ¿Podremos tener una noche tranquila, al menos? Tú y tu compañera tenéis que descansar, o no os curaréis en la vida.

—Sinceramente, soy inútil en alta mar. De tener una noche tranquila tendrás que encargarte tú.

Aitana paseó la vista por la estancia, deteniéndose en un enorme arcón que había en la misma. En un principio no era lo bastante grande para guardar el sarcófago de Manresht, pero la magia a veces creaba artefactos así de curiosos.

—¿El sarcófago está seguro? Es primordial que no se abra, ni se altere el símbolo arcano que tiene encima.

Poison se levantó de la silla y paseó por la habitación hasta el mismo arcón.

—Tendrían que pasar por encima de mi cadáver —dijo, acariciando la tapa del mueble—. Y ni aún así conseguirían encontrarlo.

—No me engañaron cuando me dijeron que eras la mejor —sonrió la yegua marrón—. Si no llegas a venir habría sido un desastre que ni te imaginas.

Poison resopló visiblemente, levantando su flequillo bicolor, y caminó de vuelta a su silla.

—Pues claro que soy la mejor. No todos los piratas ganamos nuestra fama por habladurías, los hay que lo hacemos por méritos propios.

—No hace falta que lo jures, Poison. Ahora solo espero que no me lleves a la ruina con tu factura —añadió Aitana, bromeando.

—Ya veremos... Puede que te haga el descuento para amigos y familiares si llegamos todos de una pieza a casa. Y tú entras en el paquete de "todos".

—Bueno, no creo que pase nada más durante el camino, no creo que nadie sepa lo que ha ocurrido realmente —la arqueóloga se estiró ligeramente y se levantó—. Ah bueno, creo que me iré a dormir. En otra ocasión quizá buscaría compañía con alguno de tus sementales, pero hoy no me veo en condiciones —Aitana parpadeó un par de veces—. Jamás creí que diría algo así...

La poni se dirigió a la puerta. Antes de que llegara, Poison se levantó rápidamente y se interpuso en su camino, mirándola seriamente.

—Antes de irte, querida... Me gustaría saber qué demonios ha pasado ahí fuera contigo. Y no me digas "nada" o "estaba siendo controlada por el nigromante" porque sé perfectamente que estabas poseída

—No lo entenderías, Poison —respondió, ligeramente inquieta—. Es un efecto secundario de una... expedición, por así decirlo.

Poison Mermaid rió con sorna.

—De efectos secundarios de expediciones también puedo hablarte yo, querida —dijo, girando la cabeza y mostrando su oreja izquierda, rota y mutilada—. Has estado jugando con magia oscura, ¿no? Una magia antigua y oscura...

—¡Qué co*o dices! Yo no he jugado con las artes prohibidas de la magia.

—Querida, no intentes engañarme. Si no fuera eso, las balas especiales que usé contra ti no te habrían afectado en absoluto; estaban hechas con un producto alquímico que afecta a la conexión de los espíritus con este mundo.

Aitana se sorprendió, ya que no esperaba que una capitana pirata supiera tanto sobre posesiones, y menos aún sobre cómo contrarrestarlas con tanta efectividad.

—No, no he estado "jugando" con magia oscura, ¿es que tengo cara de loca? ¡Vale, no respondas a eso! —añadió rápidamente—. Lo que pasa es que... me dedico a... cazar magos oscuros, por así decirlo.

Poison ató cabos rápidamente.

—Entonces... ¿la fiebre infernal de los Reinos Lobo...?

—Sí. Nosotras la hemos detenido.

Ambas se quedaron en silencio y, muy lentamente, Poison giró la cabeza y miró directamente al arcón mágico bajo el cual descansaba el sarcófago. "Es primordial que no se abra, ni se altere el símbolo arcano que tiene encima".

—¿Qué... demonio hay en ese sarcófago?

Aitana sintió el nerviosismo en la boca del estómago; sin darse cuenta había revelado a Poison lo que llevaba realmente.

—¿Qué sabes de los demonios, Poison?

La aludida volvió a mirar a Aitana, con una mezcla de miedo y enfado en el rostro.

—Que podría tirar el sarcófago por la borda y olvidarme de todo esto.

—¿Puedes asegurar que no se abrirá? ¿Que el que hizo el pacto que desató la Fiebre Infernal no escapará tarde o temprano, Poison?

—¿Encerrado en un sarcófago sellado por una runa? ¿Cómo va a escapar de eso?

—De la misma forma que el muy cabrón ha sobrevivido en su tumba durante unos quince siglos.

Poison miró a Aitana y al arcón alternativamente, maldiciendo a la yegua marrón. ¿Qué había metido en su barco? ¿A qué había expuesto si tripulación? ¿Y para qué quería llevarlo esa loca a Manehattan?

—No pienses estupideces sobre qué hacer y escúchame, Poison: Puedo matarlo.

—¿Cómo piensas hacerlo, querida? —esa última palabra la dijo más por costumbre y educación que otra cosa, y la ironía de haberlo hecho hizo que le diera una entonación extraña—. Lo estás llevando a Manehattan, ¡hay casi un millón de ponis en esa ciudad!

—Porque ahí tengo mis... contactos para seguir conteniéndolo hasta llevarlo a un lugar seguro. Un lugar donde podamos matarlo para siempre, sin riesgo a que se libere.

—¿Cómo puedes estar tú tan segura?

—j*der, Poison, ¿acaso tienes un plan b? ¿Una idea de qué hacer con este bicho?

—¿Cómo voy a tener una idea, Aitana, si jamás me dijiste qué pretendías subir a este barco? —exclamó—. Has puesto en peligro a mi tripulación, ¡son mi familia! Primero no me adviertes de que había un nigromante, y ahora embarcas un demonio.

Con la calma que precede a una tormenta, Poison caminó lentamente hasta detrás de su escritorio; se agachó ligeramente y sacó del mismo una pistola de yesca que posó sobre la mesa.

—Dame un solo motivo, Aitana Pones, por el que no deba considerar que mi tripulación estaría más segura sin ti a bordo.

La yegua marrón se quedó quieta, recordando por qué odiaba tanto viajar en barco. En cualquier otra situación podría pensar en correr, aún herida, o intentar alguna treta para recuperar el arma... pero seguía atrapada en un barco.

—j*der, ¿es que nada puede salir bien? —murmuró por lo bajo antes de responder—. Cojones, Poison, ¡porque quiero matar a ese monstruo! ¿Qué parte de eso no entiendes? ¿Qué parte de que llegué a los Reinos, descubrí la conexión entre Manresht y la Fiebre Infernal, y corrí al sur para detenerlo antes de que el Tártaro se desatara sobre la tierra?

—¿Así que se llama Manresht? —respondió la capitana señalando al arcón—. No me suena el nombre. Pero eso aún nos deja a ti, Aitana; fuiste poseída y creo que ahora ya sé quién lo hizo. ¿Cómo sé que no va a volver a ocurrir?

—No fue Manresht.

Aitana se llevó un casco a la cadenita que siempre colgaba de su cuello; ahora mismo no llevaba sus alforjas, de forma que llevaba la brújula parcialmente cubierta bajo los vendajes de su costado. La sacó y la levantó, mostrándole a Poison el destrozado artefacto.

—¿Qué es eso?

—Algo que no puedo matar. Lo mismo que aprovechó mi momento de debilidad para dominarme.

—¿Y por qué lo llevas encima? Hay cosas con las que no hay que jugar.

La arqueóloga caminó lentamente hacia una de las ventanas del camarote, y se quedó mirando a la negrura del mar.

—Ya me he dado cuenta. Tengo la cabeza jodidamente dura, ¿sabes? Puedo aguantar casi cualquier ataque a mi mente, por eso llevo esto. Pero me vi obligada a usarlo en mi favor y... salió mal. Jamás había perdido el control de esa forma.

—Deshazte de ella, entonces.

—¿Te crees que no lo he pensado desde que estamos en alta mar? —preguntó Aitana con cierto deje de ofensa—. ¿Lanzarla por la borda? j*der, claro que sí, aunque te cueste creerlo quiero destruir esta cosa. ¿Pero cómo sabes que no se liberará? ¿Que tarde o temprano no la encontrará alguien que será poseído? Es una mierda, pero me toca a mi cargar con ella.

La capitana del La Sirena Mutilada no pareció completamente convencida. Aitana suspiró.

—Ah, j*der. Mira, si no te fías ordena a tus hombres que si me ven poseída de nuevo me vuelen la cabeza directamente, ¿vale? Y el demonio del sarcófago, mientras nadie toque las runas que lo sellan no podrá escapar, en teoría.

Poison se levantó y, al hacerlo, enfundó la pistola.

—Te vi luchar, en el Relámpago, contra el nigromante. No luchabas como una simple poni de tierra bien entrenada, si no como alguien que sabía perfectamente a qué se enfrentaba. Créeme, querida, que preferiría decir que no te creo y arrojar tu cuerpo por la borda, me quitaría un peso de encima el resto del viaje. Pero te advierto que no dudaré en hacerlo si en algún momento veo a mi tripulación en peligro.

Aitana asintió; la yegua de añil se acercó a una mesa secundaria que tenía llena de cachivaches y empezó a sacar una gran variedad de productos y matraces. La arqueóloga recordó que, cuando le recomendaron contratar a Poison, también le dijeron que era una gran alquimista.

—Si eso que llevas al cuello es lo que te poseyó vas a necesitar un poco de ayuda. Espera un momento, voy a preparar algo.

—Eh... vale, cojonudo.

La pegaso empezó a trabajar rápidamente, pasando de una pequeña mesa de alquimia a distintos cajones de los cuales sacaba ingredientes a cada cual más pintoresco que el anterior. Aitana no pudo entender qué hacía, solo la vio mezclar mil cosas diferentes en un frasco de cristal y ponerlo sobre unas velas. La mezcla empezó a hervir, adquiriendo un tono violáceo. La exploradora se sorprendió al ver cómo el líquido empezaba a brillar ligeramente. Poison retiró el frasco del fuego y vertió el contenido en un pequeño bote que cerró antes de dárselo a Aitana.

—Este brebaje me enseñaron a prepararlo unos grifos a los que les devolví un tótem sagrado que les habían robado. Sirve para proteger la mente y el cuerpo en una posesión; en otras palabras, te hace consciente de que estás siendo poseída. Nunca he tenido que usarla para mí misma

—Hostia. Muchas gracias, Poison —respondió Aitana mientras guardaba el bote—. Me será muy útil.

—Cuando lleguemos a puerto te daré la receta para que puedas prepararte más, aunque los ingredientes son muy escasos. Vete a descansar, Aitana, todavía nos quedan dos semanas de viaje hasta Manehattan.

La capitana volvió a su escritorio y se sentó, sin embargo pareció algo incómoda. Con algo de fastidio se llevó un casco a un flanco, desenfundó el arma y la dejó en un cajón a su lado. Después empezó a hacer cuentas de nuevo, invitando con su indiferencia a que Aitana abandonara el camarote. Esta lo hizo, suspirando porque Poison no hubiera tomado la vía fácil y equívoca.

Optó por hacer caso y regresar a la cubierta de las hamacas para descansar; bajo una de las mismas encontró sus alforja, identificando la que iba a ser su cama el resto del viaje. Alguien se revolvió en la hamaca contigua al escuchar a Aitana acercarse.

—¿Todo bien?

—Perfectamente. Tuve que hablar un poco con Poison, pero al final todo ha salido de p*ta madre.

La yegua roja se incorporó. Tenía varias vendas sobre sus patas y cabeza, y un montón de apósitos que tapaban distintas heridas leves en todo su cuerpo. Pero, en general, estaba en buenas condiciones.

—¿Qué piensas hacer con Manresht?

—Mi padre me ayudará. Llevaremos el sarcófago a un lugar seguro, y ahí lo abriremos dentro de un círculo de contención para acabar con él.

—¿De verdad hay que... matarlo, Aitana? —preguntó Macdolia en voz baja—. ¿No hay ninguna otra posibilidad?

La yegua marrón se tumbó, no sin dificultades, en su hamaca y se preparó para dormir.

—No. Solo los dioses y semidioses pueden vivir eternamente. Cualquier otro que lo haga sencillamente es un ser malvado por naturaleza.

—Todo el mundo puede cambiar.

—Aj, j*der Macdolia, mira que eres idealista. Incluso aunque así fuera, Manresht debería haber muerto hace más de mil años. No hay nada que hacer por él, solo dejar que el señor de las estrellas juzgue su alma cuando muera.

Macdolia guardó silencio durante unos minutos, apenada porque Aitana tenía razón en que no había nada que hacer por Manresht. Pero algo le había llamado la atención.

—¿Eres religiosa? No me lo pareciste cuando te conocí.

—Je, religiosa no es la palabra —Aitana miró a su amiga con media sonrisa—. No lucho por ningún dios, pero sí que creo que los titanes, los creadores del mundo, existen. Hay demasiados detalles como para que crea otra cosa.

—¿Qué cosas?

—Bueno, para empezar la magia rúnica: si no invocas las bendiciones de Imperator Stellarum, Mater Luminis, y Pte Ska Win, los sellos de contención sencillamente no funcionan, a no ser que seas un unicornio y los alimentes con tu propia magia. Aparte de que todas las religiones existentes...

—¡Eh, princesitas! —gritó un semental—. ¡A hablar de teología os vais a cubierta, que intentamos dormir!

Macdolia se disculpó y volvió a tumbarse. Aitana se cubrió el rostro con una pata. Por primera vez en más de una semana pudo dormir relajada, sin el enorme peso de la responsabilidad recayendo sobre sus hombros.

—Oye Aitana.

—Dime.

—¿Qué representa tu cutie mark? ¿Cuál es tu talento?

—Protección —explicó la yegua marrón antes de dormirse—. Protección a cualquier coste.

[center]*-*-*-*-*[/center]
[center]*-*-*-*-*[/center]

NOTA DEL AUTOR:
(copiada directamente de la nota de ff.net)

Bueno, ya estamos por llegar al final de la primera parte de "La guerra en las sombras". Hasta el momento solo han rascado la superficie de una gran trama que va a empezar a desarrollarse. ¡No os lo podéis perder!

Un gran saludo a 'Anon' y a Atomo por darme ánimos recordándome que este fic merece más atención de la que recibe. Es el mundo del fanfiction, todos sabemos que es así. Pero si tú me estás leyendo y te ha gustado la historia, hazme el favor de dejarme un review. Así sabré que hay al menos alguien interesado en que siga escribiendo :).

Un saludo y gracias por leerme.
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Re: [Aventura][Oscuro] La guerra en las sombras (cap 7)

Mensaje por agustin47 » 14 Oct 2016, 22:41

Ahi va, se me había pasado el capítulo 7... Lo bueno de ello es que se acumulan dos, ¡Doble lectura! Bueno, vaya combate más épico, muy piratesco, y aquel salto al mástil estilo piratas del caribe... Genial el detallito. Como siempre, es un placer ver a Poison Mermaid, aun fuera de su fic. La historia se está poniendo cada vez más interesante con el nigromante escapado y toda la pesca. Ansioso por el siguiente.
Los milagros no son gratuitos.

La ignorancia a veces puede significar felicidad, y en este caso, la nuestra resulta ser una verdadera bendición.


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Re: [Aventura][Oscuro] La guerra en las sombras (cap 7)

Mensaje por Volgrand » 24 Nov 2016, 20:05

Capítulo 9: "Hasta pronto"
Spoiler:
—Arriad las velas —ordenó Poison Mermaid sin alzar la voz—. Haced inventario de la zarzaparrilla, no quiero que nos falte en el siguiente viaje. Contramaestre, dirija el atraque, por favor.
—¡Sí, capitana! —respondió la tripulación.

La Sirena Mutilada llegó, tras más de dos semanas de travesía, al gran puerto de Manehattan. Varios ponis corrieron junto a la embarcación a lo largo del muelle, recogieron los cabos y los ataron a los topes para tal fin. Los sementales de Poison aseguraron los otros extremos y el barco se detuvo suavemente. Antes de que el mismo estuviera asegurado, Aitana y Macdolia saltaron a tierra, deseosas de pisar suelo firme al fin. Pero algo extraño les ocurrió: nada más posar sus pezuñas en el puerto las invadió un fuerte mareo y casi perdieron el equilibrio. La capitana Poison Mermaid aterrizó a su lado y sonrió divertida.

—Estáis sufriendo un mareo de tierra, queridas. Le suele ocurrir a los marineros inexpertos, se os pasará en seguida.

Aitana logró incorporarse y miró, sonriendo ampliamente, a la ciudad que se alzaba frente a ella: estaba de vuelta en casa. Una pasarela fue tendida desde el barco y los marineros empezaron a descargar distintos bienes y metales preciosos. Aitana se acercó a un potro que paseaba por el puerto y le entregó un bit de oro.

—Chico, consígueme un transporte hasta la universidad. Uno grande para llevar algo pesado y delicado.
—¡Sí, señora!

Aitana lo observó alejarse. ¿Señora? ¿Tan mayor parecía? Sin darle más vueltas volvió hacia el barco, del cual vio descender al médico.

—¿Qué tal esas costillas?
—Ya casi no me duelen, doc. Muchas gracias.

Con todo el pecho y el lomo aún vendados, las lesiones que sufrió la arqueóloga habían mejorado muchísimo gracias a los expertos cuidados del doctor. Ahora el dolor era mínimo, podía respirar hondo sin que las costillas se le resintieran, e incluso podía volver a acarrear con sus alforjas. Eso sí, sin ceñirlas demasiado. Todavía iba a necesitar bastante tiempo para recuperarse completamente y poder volver a la acción, si era necesario.

Algo le decía que iba a serlo.

Sobre la cubierta Aitana observó al contramaestre repartir órdenes entre los marinos. Una grúa de carga del barco fue posicionada y, tras manejar sus complicadas poleas, las cuerdas de la misma se perdieron en la trampilla que daba a la bodega.

—Vale, subidla ahora con cuidado —ordenó el contramaestre tras comprobar que todo estuviera en orden.

El pesadísimo sarcófago, cargado por los ponis que operaban la grúa y estabilizado con la magia de los unicornios de Poison, ascendió lentamente. La grúa giró con gran cuidado, llevando el milenario objeto sobre la cubierta del barco hasta situarlo sobre el muelle. Una vez más, el contramaestre comprobó que todo estuviera en orden antes de dar instrucciones para continuar. Las poleas giraron, chirriando por la tensión, y el sarcófago descendio lentamente sobre el puerto, sin ningún problema... hasta que una de las cuerdas que lo sostenían se empezó a desplazar hacia el centro del sarcófago. Sin ese punto de apoyo, la pesada carga empezó a desestabilizarse y a inclinarse peligrosamente.

Alguien gritó la alarma y los unicornios reaccionaron: varios usaron su magia para aguantar el sarcófago y evitar que cayera, mientras el último recolocaba la cuerda en su sitio. Sobre el barco, el contramaestre gritó.

—¡¿Se puede saber quién ha atado ese cabo?! ¡Os tengo dicho que hay que colocar un cabo de través para evitar que pase esto con las cargas pesadas! Disculpenos, capitana, la carga está segura, no se... ¿Capitana?

En tierra, tres yeguas se habían quedado lívidas observando la escena, y tardaron unos segundos en volver a respirar. La pegaso, finalmente, recuperó la compostura sacudiendo elegantemente su melena y adecentándola con una pata.

—Ha sido un placer hacer negocios con vosotras, mas será el último que haga. Aitana, te haré llegar la factura por mis servicios, tal como acordamos; aquí tienes además la receta que te dije.
—Venga ya, Poison, siempre cumplo mi palabra en lo que a pagar se refiere —respondió Aitana mientras tomaba el papel que la capitana le tendió.
—No me has dado razón para pensar lo contrario, querida. Pero debes saber que mi tripulación es lo más importante para mi, y con tu falta de sensatez al informarme de lo que estaba pasando los has puesto a todos en peligro. Oh, y por cierto...

La capitana de La Sirena Mutilada se acercó con un lento caminar a Aitana y una dulcísima sonrisa en sus labios; la arqueóloga se sorprendió ante el cambio de actitud de la pegaso, sin comprender bien qué estaba ocurriendo. Cuando Poison Mermaid se encontró casi rozando el rostro de Aitana, desvió ligeramente la cabeza y le susurró algo en la oreja derecha. Un par de segundos después, Aitana asintió y la elegante pegaso se retiró, sonriendo cordialmente.

—Ha sido un placer. Que los vientos soplen en vuestro favor.

Con esas palabras se retiró, volviendo con su tripulación para coordinar el desembarco de mercancías y su posterior venta. Macdolia esperó un tiempo prudente antes de preguntar.

—¿Qué te ha dicho?
—Que como Manresht se libere en Equestria no habrá lugar en el mundo en el que pueda esconderme de ella.

Mientras hablaban varios comerciantes se acercaron a La Sirena, y fueron recibidos por la misma Poison. Esta mostraba su natural encanto y elegancia, a medio camino entre la negociación y el sutil coqueteo para vender sus productos.

—Parece mentira que esa sea la misma feroz pirata que logró capturar un barco y dejarte fuera de combate.
—Ya ves —respondió la arqueóloga—. Siempre me ha dado curiosidad pensar en los orígenes de esta pegaso. Pero, sinceramente, no voy a preguntarle. No es asunto mío.

El mismo potrillo de antes apareció guiando un gran carro tirado por dos sementales. Tuvieron que pedir ayuda de algunos mozos de cuerdas del puerto para cargar el sarcófago y, una vez la carga estuvo segura, las dos yeguas subieron a los asientos de los pasajeros.

—¿A dónde vamos, señoritas?
—A la universidad, facultad de historia y arqueología.

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Si existiera en el diccionario el concepto “despacho de un profesor de historia y arqueología” en una sola palabra, bajo la definición aparecería, sin duda, una fotografía del despacho del profesor Roy Pones,Era, realmente, uno de los mejores que ofrecía a su profesorado la universidad de Manehattan; tenía una bonita vista al centro del campus, con la gran explanada que se extendía entre los distintos edificios frente a la ventana, y era de un tamaño considerable. Sin embargo todas las paredes estaban cubierta por grandes estanterías y armarios, en su mayoría llenos hasta arriba de pergaminos, libros y artefactos de lo más variopintos.

Si uníamos a estos polvorientos muebles la gran mesa de caoba que se hallaba en el centro del despacho, cubierta a su vez por una infinidad de papeles, se podía asegurar que la estancia era bastante agobiante. Cosa que el unicornio sentado al otro lado de la mesa no parecía notar, mientras leía en voz baja un montón de exámenes que tenía frente a él. Se trataba de un poni en las puertas de la anciandad; su pelaje gris oscuro se complementaba con sus revueltas crines negras, las cuales estaban adornadas por bastantes canas.

—“El Imperio Coltorginés ocupó la totalidad de los actuales Reinos Lobo y llegó a conquistar Egiptrot...”. Ya, y también invadió Equestria, no te fastidia... a ver la siguiente... “Los coltorgineses eran diestros agricultores que cultivaban vegetales para su consumo”. ¿Qué diantres? ¿No sabe este sem... esta yegua que los lobos son carnívoros?

El unicornio levantó la vista y se estiró, preguntándose si sus alumnos eran inútiles o es que él era un mal profesor. Empezó a rodear la mesa acompañado por el ligero chirrido que emitía la silla de ruedas que tenía amarrada a sus cuartos traseros; la silla en sí era de tela y metal, combinando algo de elegancia con comodidad, y sus enganches ocultaban parcialmente su marca: un rayó cuyo final acababa fusionado con la hoja de una espada. El profesor Pones se dirigió a un pequeño mueble del que sacó una botella de sidra “Sweet Apple Acres Especial”. Se sirvió un vaso y conjuró algo de hielo para enfriarlo.

Mirando por la ventana, mientras la bebida alcanzaba una temperatura más óptima, dejó de pensar en los exámenes de sus alumnos... y por ello volvió a sentir la preocupación crecer en su pecho. Hacía casi tres semanas desde que perdió contacto con Aitana; su último mensaje era un recopilatorio de todo lo que había averiguado y lo que pensaba hacer, y llevaba implícitas unas instrucciones muy claras: “Si no lo consigo, que alguien acabe el trabajo por mi”. Por lo que decía el periódico, la Fiebre Infernal remitió tan solo unos pocos días después de que el primer caso se hubiera dado. Sin duda, Aitana había conseguido detenerla... Quizá se había quedado sin pociones de comunicación. Rezaba todos los días porque fuera así, pero...

Intentando calmar los nervios, el profesor observó a los alumnos que iban y venían de distintos puntos del campus. Aunque en su mayoría eran ponis no era extraño observar grifos y, excepcionalmente, algunos ciervos. La primavera acababa de empezar, y como enseñan una gran variedad de dichos populares, se podían ver muchas jóvenes parejas. No pudo evitar sentir algo de añoranza al ver a un joven batpony intercambiar una carantoña con una poni de tierra. Hacía poco que esta raza se había empezado a integrar con la sociedad ecuestre pero parecía estar adaptándose la mar de bien.

El profesor Pones clavó la vista en un carruaje tirado por dos ponis que tierra que apareció por el camino principal. Lo primero que le llamó la atención es que portaba un sarcófago asegurado con multitud de cuerdas. Lo segundo que observó fue el inconfundible brillo de una sello arcano.

Lo tercero, la yegua marrón que saltó del vehículo, corrió hacia la fuente que había frente a la facultad de historia, y sumergió la cabeza en el agua. El profesor dejó caer su vaso, se giró y fue tan rápido como pudo hacia el exterior.

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Aitana permaneció unos segundos con la cabeza bajo el agua antes de sacarla, moviendo su melena hacia atrás y creando un un cascada de gotas sobre ella. Miró hacia el sol, sonriente.

—Nunca te había visto tan radiante, Aitana —sonrió Macdolia a su espalda.
—¿No es genial volver a casa después de haberte jugado el cuello al otro lado del mundo? —respondió la arqueóloga mientras se giraba, sonriente.

Varios alumnos que pasaban por la zona se detuvieron. Hubo algunos que miraron a la arqueóloga, cuchichando en voz baja antes de seguir su camino; otros se acercaron para saludar, pero la gran mayoría observaba curiosa el sarcófago de Manresht. Era obvio que Aitana era bien conocida en el campus de Manehattan, pero le pareció curioso que hubiera tantos ponis que se acercaran a saludarla, a lo que la arqueóloga solía responder algo así como “nos veremos esta noche”. Quizá es que la yegua marrón era mucho más sociable entre conocidos de lo que parecía a primera vista.

—¡Aitana!

Un unicornio gris en silla de ruedas surgió del edificio más cercano y corrió hacia la aludida. La misma, al ver de quién se trataba, trotó hacia él y lo abrazó efusivamente, casi tirándolo al suelo.

—¡Papá!
—Hija... hija mía, ¡estás viva!
—Casi no lo cuento —Aitana se separó y señaló a la yegua roja que se estaba acercando a la cálida escena—. Macdolia, este es mi padre, el profesor Pones. Papá, esta es Macdolia, literalmente me ha salvado la vida y... ¡¡EH!! —gritó hacia unos ponis que se acercaban al sarcófago— ¡¡Juro que el que toque eso me pagará TODAS las rondas esta noche!!

Automáticamente se formó un respetuoso círculo de casi dos metros en torno al carro. Macdolia tardó un momento en asimilar la extraña amenaza que había lanzado Aitana.

—Ehm... bueno, sí, ha sido un placer —comentó—. Pero lo cierto es que Aitana me salvó primero, ya que había sido esclavizada. Digamos que... compró mi libertad.
—Ah vale, por eso pediste que te enviara el Cetro Dorado, ¿verdad? Tendréis que contarme todo esto en detalle —dijo el profesor Pones—. Llevemos vuestro... cargamento a un lugar seguro.

Los dos sementales que habían tirado del carro se estaban preparando para descargar el sarcófago, colocando cuerdas estratégicamente para hacerlo de forma segura. Pero, súbitamente, el mismo se vio rodeado por un aura verdosa y empezó a levitar suavemente; el profesor Pones pasó andando tranquilamente junto a Aitana, con el sarcófago siguiéndole de cerca.

—Mira que eres burro, se te va a herniar el cuerno —murmuró Aitana divertida mientras se acercaba a pagar a los estupefactos conductores.

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—...y Poison Mermaid me libró de la posesión de Kolnarg. El resto del viaje fue más bien aburrido.

Cuando Aitana y Macdolia terminaron de contar su historia, ambas con sendas copas de sidra en las pezuñas, el sol estaba empezando a ocultarse. El profesor había escuchado todo el relato sin interrumpirlas más que para preguntar algún detalle en concreto.

—Has tenido muchísima suerte, Aitana. Te advertí acerca de usar tu brújula, que no podrías dominarla siempre. Mira lo que ha pasado al final.
—j*der, papá, no tenía más remedio. ¿Qué querías que hiciera?
—En fin... —continuó el profesor—. Pero hay algo que me inquieta más, ¿quién era ese nigromante que os atacó? ¿Y para qué quería capturar a Manresht?
—Los marineros del Relámpago Negro dijeron que se llamaba Dark Art —informó Macdolia—. Puedo describirlo bastante bien, si os es de ayuda.
—Sí, será útil —respondió Aitana—. Pero el problema es que no nos estamos enfrentando solo a un nigromante.
—¿Qué quieres decir?

La yegua marrón se puso en pie y fue hasta una pizarra donde empezó a hacer un esquema.

—Hace meses dirigí a un grupo de cazarrecompensas para detener una secta que estaba jugando con magia negra y nigromancia. Entre otras cosas habían asaltado bibliotecas, escuelas de magia y algún templo grifo. Fue bastante fácil, pero dentro encontré un mapa que informaba de dónde encontrar el Cetro Dorado del Alicornio. Había que investigar varias islas, y yo soy inútil en alta mar, así que busqué una tripulación acorde.
—¿Y encontraste a Poison Mermaid? —preguntó Macdolia.
—Encontró el objeto —asintió Aitana—, pero me contó que en el camino de vuelta había sido asaltada por siete barcos
corsarios que iban en busca del mismo cetro.

Aitana pasó un rato dibujando un mapa de los Reinos Lobo y marcando todos los lugares donde habían aparecido los zombies ígneos; guiada por los informes que su padre ya había recuperado, pudo establecer bastante bien el orden de aparición de los mismos, y cuántos aparecieron en cada ciudad. Lo cierto es que, solo en la primera noche, habían aparecido unos doscientos monstruos en todo el país; para la segunda ya se contaban por casi un millar.

—Los símbolos que encontró Macdolia eran llamadas demoníacas; por cómo estaban tallados y dónde, no podían tener más de un año de existencia, de otra forma habrían perdido su poder o habrían sido descubiertos por alguien que supiera lo que era. Y, si estoy en lo cierto, cada pueblo donde aparecieron varios de estos seres a la vez había sido marcado.
—Entonces... ¿alguien ayudó a Manresht a volver al mundo?
—Sí, pero me temo algo distinto. Es obvio que su objetivo no era solo ayudarlo a resucitar: era capturarlo y matarme, y para ello contrató un barco de mercenarios. Sabía perfectamente quién soy y lo que estaba haciendo.

El profesor Pones guardó silencio unos segundos, pegando un ligero trago a su bebida mientras llegaba a la misma conclusión que Aitana.

—Te utilizó para llegar a Manresht.

La arqueóloga asintió.

—Pero, ¿cómo puede saber quién eres tú y a qué te dedicas? —preguntó el profesor Pones—. Tu trabajo como cazadora de lo oculto es un absoluto secreto. Solo... nosotros lo sabemos.

Macdolia no comentó nada, a pesar de que había notado que se refería a alguien más aparte de ellos tres.

—No lo sé, papá. Pero sospecho que esto no es un solo unicornio: hay toda una organización tras estos eventos. De alguna forma, el Cetro Dorado del Alicornio y el intento de capturar a Manresht están relacionados.
—Perdonad la pregunta, pero estoy perdida —interrumpió Macdolia—. ¿Qué es ese cetro del que habláis?
—En resumen, es un artefacto que se creía una leyenda, un cuento para potrillos: Un cetro ancestral capaz de aumentar los poderes del mago que lo posea. Aunque los estúpidos solo verán en él enorme cetro oro macizo.

El profesor Pones bebió un largo trago mientras su hija explicaba esto a Macdolia.

—Hija, ya he enviado el cetro. Alib lo recibirá en unos pocos días.
—Maldita sea, si lo hubiésemos sabido antes... ¿Lo sabe alguien más?
—Solo DD. Es la única a la que informé. Podría pedir que cancelen el pedido y lo devuelvan...
—No, no lo hagas, es mejor que crean que no nos hemos dado cuenta —añadió Aitana—. Si creen que no lo sabemos quizá cometan un error. Alib ib Massan es un pedazo de idiota, no sospechará que lo estamos utilizando.

Macdolia empezó a sobreentender ciertas implicaciones en ese críptico diálogo que la pusieron muy nerviosa.

—No sé si quiero saberlo...
—Habíamos pensado en usar el cetro para tender una trampa, pero no esperábamos que fuese una organización semejante —respondió Aitana—. Hay más cosas que me preocupan. j*der, si han sido capaces de liar semejante historia en los reinos...
—Ahora no importa, hija —la interrumpió el profesor—. Habéis tenido las dos un viaje demasiado movido, incluso para tus estándares, Aitana. Merecéis una noche tranquila, ya no preocuparemos mañana.

La yegua marrón, tras unos momentos, asintió. Es cierto que ya la estarían esperando, como siempre.

—¿El sarcófago está seguro?
—Como nunca. Lo tengo con mis habituales protecciones, si lograra tan solo dañar el sello que hiciste me enteraré. Ya me encargo yo, vosotras merecéis un descanso.
—Genial. Nos vemos mañana, entonces.
—Tened cuidado.

Se despidieron y ambas yeguas salieron del edificio, dirigiéndose a algún lugar del campus. Ya era de noche y el lugar se hallaba prácticamente vacío, solo viéndose a algún ocasional estudiante que había acabado una práctica demasiado tarde. Macdolia no tardó demasiado en hacer la pregunta obvia.

—¿Dónde vamos, Aitana?
—A ver, Macdolia, cabamos de salvar todo un reino, capturado un hechicero milenario y salido vivas de milagro. ¿Dónde te crees que vamos?

Justo antes de salir del campus universitario se encontraba el edificio principal de Biología y Ciencias arcanas; lo rodearon hasta llegar a una puerta que se encontraba bajando una escaleras, justo bajo la esquina contraria desde la que se habían acercado. No había indicación alguna de qué era ese lugar salvo un cartel que rezaba “Descuento en los combinados para estudiantes y profesores”. Desde el interior se escuchaba buena música, así como las voces de muchos ponis. Aitana abrió la puerta de un empujón y gritó:

—¡¡Una ronda para todos, invito yo!!

Todos los presentes, sementales, yeguas y grifos, gritaron una ovación al mismo tiempo. Puede que Aitana fuera una arqueóloga caída en desgracia, que sus teorías fueran absurdas, y que no supiera mantener la compostura durante la evaluación de su tesis doctoral... pero nadie hacía fiesta como ella.

Aitana Pones había vuelto a la universidad.

La banda de Lovely Rock -una joven yegua que había ganado hacía poco un concurso de jóvenes talentos- animó la noche con canciones marchosas y bailables. La bebida empezó a correr a raudales; la mayor parte de los jóvenes bailaba sin cesar, mientras que algunos se sentaban en mesas hablando de sus propios asuntos. Macdolia observó cómo Aitana parecía tener un estómago sin fin cuando se trataba de ingerir bebidas alcohólicas, uniéndose tanto a la pisa de baile como a distintos grupos de ponis. Sería una borde y una asocial, pero en ese ambiente estaba como en casa.

En algún momento de la noche, mientras Aitana tomaba algo en la barra, un trío de sementales se acercó a ella. Su aspecto era el de alguien que encontraba relajante enfrentarse a mantíoras a casco plano, lo cual se reforzaba con los tatuajes que llevaban en sus patas delanteras. Uno de ellos se apoyó amenazadoramente en la barra, y clavó la vista en Aitana. Macdolia se puso tensa, pero su amiga marrón le hizo un gesto para que se tranquilizase.

—Eh, Pones. Todavía no hemos olvidado lo que hiciste la última vez.
—Ah, mierda, Steady Rock, ahora no. Hace poco me rompí las costillas y aún me estoy recuperando.

El gran semental miró a sus compañeros con cara de frustración. Luego pareció tener una idea.

—Oh, así que la señorita nos tiene miedo, ¿no?
—Steady, no me provoques —amenazó Aitana—, que no estoy en condiciones.

Pero el mismo semental, viendo que su primera táctica no funcionaba, se acercó y le susurró al oído:

—El que pierda invita al otro a un “levanta muertos”.

La yegua marrón apuró su sidra hasta el fondo.

—¿Hace una ronda completa? Nada de aplastar o golpes en el flanco. ¿Tus condiciones?
—Sin golpes bajos. Oh, y Heavy Cargo se ha hecho un esguince en las pata trasera derecha, no se la retuerzas.

Aitana dejó el vaso sobre la mesa con un sonoro golpe y gritó:

—¡Trato hecho!

Se giró rápidamente y propinó un soberbio casquetazo a Steady Rock en el morro, con tanta fuerza que puso a prueba su buen nombre. Toda la taberna gritó de júbilo y empezaron a hacer apuestas. Los otros dos ponis que acompañaban a Steady se lanzaron contra la arqueóloga. Macdolia se giró al barman.

—¿Esto es normal?
—¡Uh, ni te lo imaginas, joven! Aquí tenemos un dicho: “No vale la pena festejar si no hay una pelea en la que apostar”. Las únicas normas son... ¡¡EH!!

La pelea se detuvo y los cuatro contendientes miraron al dueño de la taberna.

—¡Soltad las sillas, conocéis las reglas!

Disculpándose, dejaron los muebles en su sitio antes de volver a enzarzarse en una ensalada de mamporrazos. El barman sacó un papel y se acercó a Macdolia.

—Por cierto, ¿quieres apostar? Vamos cinco a tres a favor de Aitana.

Uno de los sementales salió volando, proyectado por una coz, hacia la salida. Cuando se giró, Macdolia vio a su amiga agarrada del cuello de uno de sus adversarios mientras le pegaba coces al otro.

—Nah, creo que paso.

La yegua roja se abstuvo un poco del ambiente al notar un picazón en su cutie mark. Sabía bien que eso significaba, pero tenía ganas de quedarse un rato más y, dicho sea de paso, asegurarse que Aitana volvía de una pieza a su casa. Entonces escuchó una conversación en una mesa cercana que le llamó la atención.

—...ni idea. No se puede viajar en el tiempo sin causar una paradoja temporal.
—Según las teorías de Blackstephen Holekins, sería posible en un plano multidimensional, justificable según la teoría de cuerdas.
—Claro, una teoría que predice la existencia de diez a la quinientas potencia universos, ¡no me hagas reír!
—Amigos, si me permitís —interrumpió Macdolia mientras se sentaba con su bebida—, creo que tengo que discrepar...

Así, la yegua roja de las coletas pasó varios minutos debatiendo sobre física cuántica y viajes temporales con esos estudiantes. Se hallaba entrando de lleno en el punto central de su argumento acerca de cómo se pueden evitar las paradojas temporales, cuando escuchó que la pelea parecía haber parado a su espalda. Cuando se giró se encontró con que Aitana había sido placada contra el suelo, con dos de sus contrincantes haciendo pila sobre ella; se fue a levantar para ayudarla pero, al hacerlo, se dio cuenta de que Steady Rock estaba aguantando a su compañero para no aplastar a la yegua marrón, cumpliendo con las condiciones del combate. Finalmente, Aitana consiguió sacar una pata y golpear el suelo tres veces.

—¡Vale, me rindo! —los dos sementales se levantaron y Steady Rock tendió una pata a la yegua para ayudarla—. j*der, ya podréis los tres contra una dama indefensa.
—¡¿Indefensa?! —gritó el poni que todavía estaba fuera de combate, cubriéndose el morro.
—¡¿DAMA?! —gritó toda la taberna.

El dinero de las apuestas fue repartido, y la banda liderada por Lovely Rock continuó su concierto. El alcohol, financiado por Aitana, siguió corriendo con más ritmo que antes. Todavía quedaba mucha noche por delante.

[center]*-*-*-*-*[/center][/b]

La sala estaba en la absoluta penumbra; sobre el lecho que había en el centro de la misma, una poni aparentemente moribunda yacía inerte, salvo por el pausado movimiento de su respiración. Una figura se deslizó sin tratar de pasar desapercibida por el lugar, caminó hasta una ventana... y abrió las cortinas de golpe. La luz del maravilloso sol de Celestia inundó la estancia, y Aitana Pones dio un respingo sobre la cama.

—¡¡OH DIOS!! ¡Mi cabeza! ¡ARG!
—¡Buenos días, Aitana! —saludó Macdolia jovialmente.
—¡No grites, por lo que más quieras! —respondió esta con la voz ronca.
—Venga, arriba que te he preparado café. Mucho café.

Aitana se sentó en la cama como buenamente pudo, intentando no vomitar.

—Oh mierda, no está bien abusar de una yegua enferma...
—Querrás decir “borracha”.
—No, no, enferma. Borracha estaba anoche, hoy estoy enferma.

Tras un buen vaso de agua -seguido de un rápido viaje al baño-, dos cafés y un analgésico, la arqueóloga volvió a ser capaz de abrir los ojos sin sentirse morir en el intento. A Macdolia se le hacía raro ver a su amiga en un ambiente tan distendido como una universidad. Y aún más el hecho de que no llevara sus eternas alforjas, ya que estas descansaban en un soporte para tal fin cerca de la entrada. La casa de Aitana era sencilla: un pequeño chalet con un jardín bastante descuidado, cercano al campus universitario pero en el exterior de la ciudad. Tenía pocos vecinos y el lugar parecía bastante pacífico. Desde el exterior la casa parecía parcialmente en ruinas: la pintura estaba desconchada, la hierba mal cuidada, y las ventanas tan sucias que costaba ver el interior.... y lo cierto es que el mismo no era mucho mejor: Cachivaches que se amontonaban por todo, artefactos extraños, mapas, libros que iban desde modernos tratados de historia hasta pergaminos ancestrales... Lo único que parecía mantener un mínimo orden era la cocina en si, por lo que Macdolia no tuvo demasiados problemas para encontrar el café.

Pero había algo que le llamó la atención desde que entró en el edificio de madrugada, cargando con Aitana: un ligero ruido, como el chirrido de un enjambre de chicharras pero muy débil, que sonaba continuamente.

—Aitana, ¿qué es ese ruido?
—¿El qué? Ah, claro —sonrió ella—. Unos bichos que me traje de una expedición a Egiptrot llamados “canturos”. Son unos insectos que se comen el polvo y las arañas, y no les gusta salir a la luz. Están debajo del entarimado.
—¿Y para qué los tienes? Son bastante molestos, ¿no crees?
—Nah, me he acostumbrado. Pero mira, intenta caminar sin hacer ningún ruido.
—¿Qué?
—Pues eso, que intentes caminar en silencio.

Macdolia hizo lo que le pedía, aunque no entendía nada. Cuando dio unos pocos pasos tan sigilosamente como pudo, ocurrió algo sorprendente: Los canturos dejaron de cantar y la casa quedó en completo silencio. Era un sistema de alarma. Aitana se sirvió un tercer vaso de café.

—Unos bichos cojonudos, ¿no crees?

El ruido del correo depositado en el buzón hizo que Macdolia fuera a por el mismo. Aitana todavía tenía un dolor de cabeza horrible y no se sentía en condiciones de intentar algo tan arriesgado como caminar.

—Es un mensaje de tu padre, Aitana —dijo la yegua roja—. Dice que quiere verte “cuando te recuperes” en la sala de entrenamiento mágico.
—Vale. ¿Vienes, verdad?
—No, creo que no iré —respondió Macdolia con una sonrisa.

Aitana miró a su amiga, extrañada, la cual seguía junto a la entrada.

—Hace mucho que me fui. Tengo que volver ya.
—Macdolia, nunca me has contado de dónde eres ni a qué te dedicas. Porque las dos sabemos que lo de “guardaespaldas” no es ni la mitad de la verdad.
—Desde luego —rió la poni roja—. No esperaría que lo creyeras. A ver cómo te lo explico...

La yegua de las coletas se sentó frente a su amiga con una críptica sonrisa.

—¿Y si te dijera que soy la creación de una yegua que lanzó un hechizo a dos yeguas para fusionarlas temporalmente, que una novela de viajes en el tiempo escrita por mi padre acabó incluida en el hechizo por error, y que así nací yo? ¿Y si además te dijera que me dedico a viajar por el tiempo y las dimensiones ayudando a todo aquel que puedo, y que esta ha sido una de mis primeras aventuras?

Aitana miró fijamente a Macdolia, apuró su nuevo vaso de café de un solo trago, y respondió.

—Pues te diría que no sé qué mierda te has fumado, pero que yo quiero un poco.

Macdolia soltó una alegre carcajada.

—Ya lo suponía yo.
—Venga, va —añadió la yegua marrón con una risa—. Entonces, ¿qué me depara el futuro, oh viajera temporal?
—La verdad no lo sé seguro, hay muchos futuros distintos. Y si te lo dijera cambiaría la historia en si.

Aitana estaba a punto de bromear una vez más, pero la expresión de Macdolia la hizo callarse. La yegua roja había bajado la vista, seria y con la boca entreabierta, como si buscara cómo decir lo que tenía en mente.

—Aitana... busca ayuda cuando ocurra.
—¿Qué? ¿Cuando ocurra el qué?
—Cuando despiertes.

Ambas yeguas se miraron a los ojos en silencio.

—Macdolia, como broma está bien pero esto ha sido muy turbio.
—Por desgracia no puedo decirte más —dijo la aludida dirigiéndose a la puerta—. Ya es hora de que vuelva. Cuídate, doctora Pones.
—¿Doctora? Se te va la pinza, Macdolia. Yo solo soy una diplomada en historia y arqueología.
—De momento. Nos volveremos a ver, amiga mía.

La yegua roja abrió la puerta y desapareció tras el brillante halo del sol. Aitana se levantó y corrió como pudo tras ella.

—¡Eh, Macdolia, espera! Al menos dime...

Cuando salió al exterior, la arqueóloga se encontró mirando al vacío y caótico jardín delantero de su casa. Escudriñó los alrededores, buscando a su amiga sin éxito.

—...dónde vives... ¿Pero qué diantres?

Tras asegurarse de que Macdolia no se había escondido en los alrededores para darle un susto, Aitana decidió refugiarse del deslumbrante día. O eso era una broma muy bien preparada... o bien acababa de rozar otro misterio del universo. En cualquier caso sentía que, como había dicho Macdolia, volverían a verse tarde o temprano.

No pudo evitar pensar, riendo para sí misma, que quizá el destino le había preparado la mayor resaca de la historia universal.

[center]*-*-*-*-*[/center][/b]

Unas horas más tardes, Aitana atravesó una puerta y entró en una gran sala en la que se hallaba su padre.

—Hola hija, ¿ya te has recuperado? ¿Macdolia no ha venido?
—Por orden: “más o menos” y “no”, papá.

La sala de entrenamiento mágico era una gran estancia rectangular con montón de ventanas, las cuales estaban actualmente cubiertas por grandes cortinas. Las paredes, completamente lisas, contrastaban con el suelo, en el cual se había dibujado un enorme entramado ritual. Se trataba de tres círculos concéntricos; dentro de los mismos había un pentagrama cuyos vórtices coincidían con el círculo exterior. Entre línea y línea había una gran sucesión de runas de distintos tipos, algunas de las cuales brillaban ligeramente. En el centro del círculo ritual reposaba el sarcófago de Manresht.

—Veo que has trabajado duro —comentó Aitana mientras inspeccionaba los dibujos en busca de errores—. Debería haberte echado un casco.
—Hija, casi te matas para detener la fiebre infernal. Al menos tenía que dejarte tener una noche en paz.
—¿Ha intentado liberarse durante la noche?
—Logró debilitar ligeramente el sello arcano, pero nada grave. Con el círculo podemos estar bastante tranquilos de que no escapará sin que nos enteremos.
—Vale, pero no podrás tener la sala de entrenamiento mágico reservada mucho tiempo, papá.
—No hará falta —respondió el unicornio gris—. Ya he contactado con Gilderald, y hemos quedado en un lugar abandonado en medio de ninguna parte. Ahí podremos abrir el sarcófago y contener a Manresht hasta que se agote la magia que lo mantiene vivo.

Aitana paseó un poco alrededor del circo, buscando cualquier detalle que se les pudiera escapar.

—¿No ha habido ningún flujo de energía demoníaca? ¿Cualquier cosa que le pueda servir de alimento?
—No, y aunque así fuera Gilderald es un experto en campos de contención. Podrá aislarlo el tiempo suficiente.
—Bueno.... parece un buen plan, desde luego.

Padre e hija fueron a una mesa en una esquina donde había dos vasos, una botella de brandy y otra de zumo de frutas. El profesor Pones tuvo la delicadeza de servirse él un brandy, y darle a su Aitana un vaso de zumo, la cual lo agradeció.

—¿Cuándo partimos? —preguntó esta tras beber un trago.
—Esta tarde. Ya he contratado un transporte, mañana por la mañana llegaremos al lugar.
—Papá, hay algo que me preocupa.

El semental miró a su hija, interesado, cuando esta empezó a explicar.

—Es obvio que nos enfrentamos a un grupo bien organizado y poderoso. Han conseguido organizar una invasión demoníaca en silencio en los Reinos Lobo, y ayudar al regreso de Manresht sin llamar la atención. Y si a eso unimos la recompensa que ofrecieron por el cetro, y el que me utilizaran para llegar a Manresht...
—Sí, creo que veo por dónde vas. Ellos verían las mismas señales que localizaste tú, pero no supieron encontrar su tumba. Tuvieron que usar a una experta en esa materia para localizarlo.

El profesor bebió un trago de su licor.

—Solo se me ocurre una opción por la que quisieran capturar a Manresht con vida: querían ofrecer su alma a otro señor del Tártaro.
—Pero, ¿por qué enviaron un nigromante? —inquirió Aitana—. Los cultos diabolistas son muy cerrados, y raramente admiten a otros practicamentes de las artes prohibidas. j*der, además los cultistas suelen ser prepotentes y orgullosos; habría ido el culto en persona y habría competido por ver quién servía al señor más poderoso. En su lugar han sido...
—Inteligentes —completó el profesor—. Han sido muy inteligentes.
—Y nosotros les hemos entregado el Cetro Dorado del Alicornio.

Aitana se levantó, caminando en círculos mientras razonaba.

—Entonces tenemos al menos a dos señores del Tártaro compitiendo, con sus cultistas mortales; un nigromante que, por alguna razón, está ayudándoles... Solo falta que también tengan magos negros manipulando mentes como los cerdos que son.
—Es un poco pronto para asegurarlo, hija.
—¡j*der, ¿pues cuál es la opción?! —exclamó Aitana—. ¡Sabían dónde encontrarme! Sabían lo que estaba haciendo realmente, y el nigromante jamás me tomó como una simple arqueóloga. No me subestimó, me atacó con todo lo que tuvo a su alcance. Si no llega a estar Macdolia conmigo me habría matado en el barco. Nos estamos enfrentando a algo muy grande.

El profesor Pones se quedó en silencio, sin poder rebatir a su hija. Todo apuntaba a que sus suposiciones eran ciertas: fuera quien fuera realmente su enemigo u objetivos, les llevaba ventaja. De alguna forma había descubierto a qué se dedicaba Aitana, y lo había aprovechado. Si habían descubierto eso, ¿qué más podían saber?

—Pero esto no es lo más jodido —añadió la yegua marrón—. Los lobos no tienen magia como nosotros, pero tienen una ventaja: Conocen a los demonios. Sus leyendas hablan de ellos, y sus soldados entrenan para detectar cualquier indicio del Tártaro y en cómo combatir a sus criaturas. La segunda noche de la Fiebre vi a los guardias adaptarse a las tácticas de los zombies ígneos, y sabían bien cómo combatirlos y cómo derrotarlos. Son una raza acostumbrada a la guerra, de no haber detenido la Fiebre Infernal hoy se habrían retirado al norte, habrían reorganizado su ejército y estarían combatiendo a Manresht.
—Hija, ¿a dónde quieres llegar?
—¿Qué pasará cuando desaten una maldición similar en Equestria?

Aitana se levantó y caminó unos pasos antes de detenerse y terminar su razonamiento con un aspaviento.

—¡Somos los últimos! Desde que Celestia intentó eliminar las artes de la magia prohibidas, también desaparecieron todas las órdenes que podían combatirlas. ¡Solo quedamos nosotros! ¡No hay nadie más! La Guardia Solar no sabe cómo enfrentarse al demonio más simple, y la Guardia Lunar no sabe hacer mucho más. Si esta organización desata el poder del Tártaro en Equestria...

El anciano semental dejó con su magia el vaso sobre la mesa, quedando mirando al suelo, pensativo.

—Quizá sea hora de organizar... algo para sacar a la luz este tipo de conocimientos. Forzar a la guardia a reconocer que existen estos peligros en la sombra. Pero no sé cómo....

El profesor se vio interrumpido por el golpe de una puerta al abrirse violentamente.

—¡Vaya, si aquí está la mayor farsante de la universidad de Manehattan!

Aitana y el profesor Pones reconocieron la irritante voz del semental que había entrado sin ser invitado; tras él llegó un grupo de de ponis armados con cámaras de fotos, libretas y bolígrafos. Aitana sintió una creciente tentación de sacar una daga y hacer una locura, pero luego recordó que asesinar por un arranque de mala leche no está bien. Incluso en su esquema de valores.

—Doctor Trottinghoof... ¿se puede saber qué quieres?

El doctor, un pegaso entrado en años, se plantó altivamente ante la familia Pones, encarando directamente a la arqueóloga.

—Nada, Aitana Pones —respondió, con su aguda voz que parecía gritar “pégame”—. He estado escuchando las cosas que mencionaste anoche. Como tonterías acerca de que la Fiebre Infernal había sido causada por un hechicero de leyenda... ¿te suena el nombre Manresht?
—¡Me voy a cagar en todo! ¿Es que no puedes dejarme tranquila desde que te llamé “inepto”?
—¿Ahora cambias lo ocurrido? ¡Te atreviste a poner en duda mi tesis doctoral, Aitana Pones, y ahora surges con una increíble historia acerca de la existencia de Manresht! He venido a que la justifiques y demuestres... si es que no te has inventado todo esto...

El profesor Pones vio cómo la ceja de su hija empezaba a temblar con un tic nervioso. Intentó decirle que se relajara, sabía bien que ese tic no auguraba nada bueno. Pero no le dio tiempo.

—¡¡Oh, claro!! ¡Discúlpame, doctor "cojo-todo-lo-que-escribió-un-eminente-arqueólogo-y-encuentro-más-pruebas-que-demuestren-su-teoría-sin-mover-el-p*to-CULO-de-mi-despacho"! ¡Tú te atreves a llamarte arqueólogo, cuando no pasas de ser una RATA DE BIBLIOTECA!
—Mi tesis doctoral fue validada por eminentes doctores de...
—¡Doctores que no hacen más que lamerse el culo mutuamente! Conserváis una verdad FALSA a base de buscar pruebas que justifiquen su versión de la historia y de rechazar toda aquella que la contradiga. Os traje pruebas, Trottinghoof, de todo lo que expuse.
—Pruebas que podrías haber obtenido de cualquier lugar, Aitana Pones, y haber creado tu propia teoría sobre una inexistente guerra entre Unicornia y Cebrania.

Aitana dio un fuerte golpe con sus cascos al suelo y se acercó al doctor. Los periodistas tomaban nota como locos, al tiempo que sacaban fotos.

—¡¡No sólo os traje pruebas, pedazo de gilipollas!! ¡Os dí la localización exacta de las ruinas, os traje algunas armaduras del ducado de Unicornia y de los guerreros cebra! ¡Y lo rechazasteis, ni siquiera enviasteis a nadie a comprobar si las ruinas existían!
—¿Para qué íbamos a enviar a nadie, Aitana Pones? Si hubiera existido una guerra entre Equestria y Cebrania habríamos encontrado registros o pruebas en nuestro propio reino. Eso aparte de que la propia princesa Celestia ha negado dicha confrontación.
—Ella tendrá sus motivos para hacerlo, Trottinghoof, ¡pero yo encontré pruebas que vosotros os negasteis a considerar!
—¡No nos hacen falta pruebas, Aitana Pones, para poder decir bien claro que como arqueóloga eres un FRAUDE!

La sala se quedó en silencio tras esa afirmación, ya que Aitana no respondió durante unos segundos. La yegua giró la cabeza lentamente, clavando la mirada en su padre durante un instante. Con la furia en su mirada, echó a caminar lentamente hacia una pared... y golpeó el botón de la alarma de incendios. El agudo sonido de la misma pronto llenó todo el edificio, acompañado por el trotar de cientos de estudiantes abandonándolo. Los periodistas observaron la escenas alucinados, pero sin dejar de sacar fotografías y tomar notas.

—¿Ahora estás saboteando el campus? ¡Esto no quedará así...!

Pero el doctor Trottinghoof se calló al observar que Aitana asía un hacha del equipo anti-incendios y se acercaba al sarcófago que había en el centro del círculo ritual. A decir verdad, había estado tan ofuscado en humillar a la arqueóloga que ni había reparado en el mismo.

—Aitana —intentó su padre—, ¿no estarás pensando en...?
—Papá, empieza a correr.

Cualquiera que hubiera imaginado lo que Aitana estaba pensando la habría intentado detener; quizá razonando sobre lo inconveniente de sus acciones o, de tener la habilidad suficiente, usando la fuerza bruta. Sin embargo no había nadie en el mundo que conociera a Aitana Pones tan bien como lo hacía su padre, el cual optó por la única opción lógica: Obedecer. Jamás nadie habría imaginado que un semental paralítico pudiera alcanzar semejante velocidad impulsándose solo con sus patas delanteras. Aitana esperó unos pocos segundos antes de continuar, con cierta sorna en su tono de voz.

—Señoras y señores, bienvenidos a la demostración de que esta arqueóloga jamás miente —expuso Aitana imitando la voz de una azafata—. Lo que están a punto de presenciar es el alzamiento del gran hechicero demoníaco Manresht, causante de la Fiebre Infernal, y que yo misma capturé en los Reinos lobo. Permítanme recordarles que estamos en un primer piso: Si saltan por la ventana deberían llegar al exterior relativamente intactos.

Después levantó el hacha y golpeó la tapa del sarcófago, rompiendo todos los sellos con imprensionantes chisporroteos acanos. A continuación echó a correr pero, antes de abandonar la sala, se giró y gritó:

—¡¡MANRESHT, BONITO, QUE DICEN QUE NO ERES DE VERDAD!!

Aitana Pones, la arqueóloga con la peor reputación de la universidad de Manehattan, galopó a toda velocidad. A su espalda se desató el infierno.
Creo que a Mcdohl le gustarán un par de cambios que he metido en las escenas de Macdolia :).

Y muchas gracias por los comentarios, Agus :).
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Re: [Aventura][Oscuro] La guerra en las sombras (cap 9)

Mensaje por agustin47 » 25 Nov 2016, 00:46

¿Qué hay más peligroso que un legendario hechicero inmortal? Cabrear al que lo tiene encerrado en un sarcófago :qmeparto: :qmeparto:
Los milagros no son gratuitos.

La ignorancia a veces puede significar felicidad, y en este caso, la nuestra resulta ser una verdadera bendición.


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Re: [Aventura][Oscuro] La guerra en las sombras (cap 9)

Mensaje por McDohl » 05 Dic 2016, 00:53

Releido todo hasta aquí. Me encantan los nuevos detalles que has introducido, incluida la extensión de la despedida de Macdolia, la cual has clavado en todos sus aspectos :D Ganas de ver como se cierra esta primera parte (aunque ya se sepa, pero aun así me encanta lo que se avecina :) )
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Re: [Aventura][Oscuro] La guerra en las sombras (cap 9)

Mensaje por Volgrand » 05 Dic 2016, 19:37

Capítulo 10: "Despierta, mundo"
Spoiler:
La clase magistral de Biología Aplicada transcurría con normalidad en otro edificio del campus. Los alumnos se afanaban en tomar apuntes cuando uno de ellos alzó la cabeza y miró alrededor, extrañado al sentir un hormigueo en la nuca. Una yegua cercana hizo lo mismo instantes después, seguida al poco por el resto de la clase. La profesora se percató del extraño comportamiento de sus alumnos.

—¿Qué les ocurre, jóvenes?

Y entonces ella lo notó también: el corazón se le desbocó sin razón, y el pelaje de su nuca y espalda se erizó. Un miedo irracional la invadió... y entonces se escuchó el aullido.

Los estudiantes abandonaron la facultad de historia y arqueología, siguiendo las instrucciones de evacuación al sonar la alarma de incendios. Todo parecía en calma y no se veía fuego por ninguna parte. Algunos empezaron a augurar que se había tratado de una falsa alarma cuando se escuchó un grito desde el primer piso.

—¡Manresht, bonito, que dicen que no eres de verdad!

Un par de segundos después, el profesor Pones salió del edificio galopando sin prestar atención a los congregados, seguido de cerca por su hija. Tras las ventanas de la sala de entrenamiento mágico se escucharon varios gritos histéricos... y el aullido más terrorífico que habían escuchado jamás. Los alumnos echaron a correr, alejándose del fenómeno, y las ventanas estallaron cuando el doctor Trottinghoof y los periodistas saltaron por estas, algunos de ellos envueltos en las cortinas que no se habían molestado en apartar.

Y el infierno se desató.

Las llamas aparecieron de la nada, girando dentro de la estancia como un torbellino. Las ventanas que seguían intactas no se rompieron, sino que sus cristales se tornaron rojos antes de fundirse y caer por su propio peso. Los presentes huyeron por sus vidas, sin entender qué estaba pasando, mientras el torbellino crecía en fuerza y velocidad. Y, cuando parecía que no podía volverse más violento, hubo una deflagración de llamas a través de la cual apareció una criatura cuadrúpeda.

La imponente figura de Manresht saltó desde la ventana y, cuando estuvo en el suelo, se alzó sobre sus patas traseras, aullando. Alto como el más grande entre los de su raza, su musculatura era un fiel reflejo del poder demoníaco que le había sido concedido. El pelaje, negro como la noche, se agitaba violentamente con las ráfagas de fuego que iban surgiendo a su alrededor; frente a él, los ponis echaron a correr, alejándose de la monstruosidad.

Hubo gritos en el aire cuando algunos estudiantes pegaso vieron a una patrulla de guardias en la distancia; un grupo de tres soldados, uno por cada raza poni, llegó al campus y corrió en contra de la corriente de estudiantes. Durante un instante se quedaron parados, sin saber bien cómo actuar; no era común ver lobos de Los Reinos en Equestria, y mucho menos verlos utilizar una magia como aquella. El unicornio tomó el mando y repartió instrucciones entre sus compañeros; a continuación lanzó un hechizo al aire para pedir refuerzos, antes de interponerse entre Manresht y los estudiantes, preparado para rechazar cualquier ataque. El pegaso y el poni de tierra guiaron una apresurada evacuación del campus, que solo fue ignorada por aquellos que se escondieron donde pudieron y por los periodistas que esperaban redactar la noticia del año.

Mientras tanto, Aitana llegó a la taberna y, tras unos segundos, salió de la misma con una sidra en la pezuña. Su padre seguía observando la escena, resollando.

—¿Hace un trago, papá?

—Hija... ¿eres consciente de que vas a ir a la cárcel, verdad?

—Sí. Por eso disfruto de mi última sidra en mucho tiempo.

Manresht avanzó unos pasos. El guardia unicornio se puso frente a él y le ordenó que se rindiera. El milenario hechicero conjuró varias saetas de fuego impío que lanzó contra el guardia; este se defendió con una barrera que a duras penas logró desviar el ataque, recibiendo alguna quemadura. Rapidamente respondió lanzando un rayo mágico que el lobo atrapó con una garra.

—Ese guardia no tiene ni p*ta idea de lo que hace —comentó Aitana—. Manresht le está robando la energía.

—Vaya, eso suelen hacerlo los demonios, no los diabolistas.

—Debe ser un poder que le ha otorgado su señor...

Padre e hija se miraron durante un instante al caer en la cuenta a la vez.

—¡Tirek! —exclamaron.

—Je, tantos siglos y el condenado sigue intentando escapar del Tártaro.

Se escuchó el inequívoco sonido explosivo de varios conjuros de teletransporte. Junto a la taberna apareció una falange de unos treinta soldados, divididos a en números iguales entre pegasos, ponis de tierra y unicornios. Estos últimos habían ejecutado el teletransporte, portando cada uno a dos de sus compañeros. El capitán, un unicornio plateado de crines blancas, apareció y observó la escena.

—Equipo pegaso, ayuden con la evacuación. Soldados, tomen posiciones, escudos al frente, eviten que ese lobo escape. Magos, prepárense para conjurar sus barreras, no sabemos a qué nos enfrentamos.

Aitana alzó una ceja, ¿de verdad ese guardia no veía que se trataba de un hechicero diabolista? De todas formas Manresht, aunque seguía siendo poderoso, estaba muy debilitado. Probablemente encontraran ellos mismos la forma de vencerlo.

La falange avanzó hacia el lobo, siguiendo las órdenes de su capitán. Los ponis de tierra abrieron la formación, rodeando la zona en un amplio semicírculo; el guardia unicornio, que tan valientemente había frenado a Manresht en solitario, fue reemplazado por el equipo de magos de combate de la guardia solar. El lobo miró a los ponis que le rodeaban y, sacando pecho con las garras a los lados, rugió.

—¡Lobo, estás rodeado! —gritó el capitán—. ¡Ríndete!

—¡Patéticos herbívoros! —respondió Manresht en lobo antiguo—. ¡Soy el señor de las huestes infernales en la tierra, y pronto os uniréis a ellas para alimentarme!

—Claro, los zombies ígneos eran sus primeros soldados —comentó Aitana—. Luego llamaría al resto de demonios desde el Tártaro; una invasión demoníaca en toda regla.

—Anda, dame un trago, hija.

El hechicero no esperó a saber si el líder de los ponis le había entendido: trazando símbolos arcanos de fuego en el aire, convocó una marea de llamas que avanzó hacia los soldados. Los unicornios respondieron a una rápida orden y convocaron barreras de energía que protegieron a sus compañeros. Con una nueva orden, una andanada de brillantes proyectiles mágicos fue lanzada contra Manresht. Este reaccionó alzando las patas delanteras hacia los lados y rugiendo: todos los conjuros se desviaron de su curso e impactaron contra las garras del hechicero, sin dañarlo. Sus ojos brillaron con más fuerza que antes al hacerlo y, literalmente, su cuerpo ganó masa muscular de forma notoria.

—¡Pero qué demonios hacen!

—Dales un momento hija, seguro que ven el truco en seguida.

La escena frente a ellos se repitió: Manresht lanzó un ataque, más poderoso que el anterior, que los unicornios detuvieron, apoyados por los escudos de sus compañeros ponis de tierra. Después conjuraron contra el lobo, el cual volvió a absorber su magia.

—¡Esto tiene que ser una broma! —exclamó Aitana.

—Esto es peor de lo que creía... —murmuró el profesor Pones—. Realmente no tienen ni idea...

Manresht cogió aire, hinchando el pecho, y exhaló una lengua de fuego que, como una onda de choque, impactó contra las barreras de los unicornios, las cuales se rompieron. El hechizo golpeó a los ponis de tierra con toda su fuerza, lanzándolos al suelo, quedando la formación rota y el capitán aturdido. El caos cundió en la unidad hasta que una voz femenina se alzó sobre los rugidos de Manresht.

—¡Magos, barrera fragmentada! ¡Soldados, rehaced la formación! ¡Pegasos, hostigad al enemigo!

La yegua unicornio que había lanzado la orden portaba una armadura dorada con emblemas que la identificaban como cabo. Su pelaje era rosa blanquecino y sus crines, que sobresalían ligeramente por debajo del casco, de un brillante tono rojo. Incluso en la distancia Aitana apreció el profundo tono azul de sus ojos.

El resto de la unidad respondió a las órdenes: Manresht volvió a convocar un muro de llamas; los unicornios, en vez de tratar de detenerlo, lo desviaron en todas direcciones. Los pegasos, haciendo rápidas pasadas, lanzaron una lluvia de virotes de ballesta sobre el lobo, obligándolo a usar su magia para defenderse, y los ponis de tierra retomaron posiciones.

—¡Esa yegua sabe! —exclamó Aitana, alzando la sidra—. Menos mal, ya me estaba preocupando y todo.

La sonrisa de Aitana murió cuando el capitán se recuperó y ordenó lanzar una andanada de hechizos contra Manresht. El profesor Pones y su hija se llevaron una pata a la cara. Una vez más, el diabolista detuvo los conjuros, alimentándose con su poder, y lo utilizó para crear llamas que tomaron forma de reptil frente a los mortales.

Los reptiles ígneos avanzaron hacia los ponis de tierra, lanzando saetas de fuego que obligaron a los soldados a parapetarse tras sus escudos. Los unicornios pasaron a intentar contener a esas violentas criaturas con su magia. El capitán lanzó un poderoso rayo mágico, el cual fue atrapado por Manresht de igual forma que antes.

—¡Que lo estáis alimentando, pedazo de subnormal! Te lo dije, papá, ¡te lo dije! ¡Te dije que la guardia no sabría enfrentarse a esto!

—Aitana, creo que vas a tener que hacer algo.

La arqueóloga asintió y trotó hacia los soldados que, incapaces de detener ni a los reptiles ni al lobo, retrocedían siguiendo las órdenes de su capitán.

—¡Que un pegaso lleve un mensaje al cuartel! ¡Necesitamos refuerzos!

—A ver... este, sargento, ¿no?

El capitán se giró hacia la civil que le molestaba: una yegua marrón que portaba largas alforjas bien ajustadas a ambos lados de su cuerpo.

—Capitán Clear Order, y ahora no tengo tiempo para ti, yegua.

—Bueno, capitán, escucha, ¿sabes combatir contra ese hechicero? Porque yo sí.

Irritado, Clear Order se giró a uno de sus soldados.

—Starbright, evacúe a esta civil —un poni de tierra color café y con crines negras se acercó para cumplir la orden.

—¿Tú eres tonto o qué te pasa? ¡Te digo que sé cómo vencerlo! Es un hechicero diabolista que ya debería estar muerto, está lejos de su fuente de poder. Basta con contenerlo.

El soldado que iba a arrestarla se detuvo al oír esas palabras y miró a su capitán. El unicornio se giró hacia Aitana.

—¿Y se puede saber cómo sabes tú eso?

—Lo sé porque yo lo contuve, lo alejé de su fuente de poder y lo liberé.

—¡¿QUÉ?!

—Ya me detendrás luego, pero ahora hazme caso si no quieres que alguno de tus hombres muera.

Hubo varios gritos en la primera línea cuando los seres ígneos lanzaron una enorme llamarada hacia los ponis de tierra . Manresht conjuró una auténtica tormenta de proyectiles infernales que los unicornios se afanaron en detener.

—Esos reptiles son salamandras, unos demonios menores del fuego. Que tus pegasos traigan nubes y las descarguen sobre ellas. Despliega a tus unicornios y que solo se defiendan, cada vez que lo atacáis absorbe vuestra magia para mantenerse con vida.

El capitán pareció dudar si hacer caso a esa desconocida. A su lado, la cabo que antes asumió momentáneamente el mando retrocedió desviando varios ataques con su magia.

—Capitán, creo que esta yegua tiene razón.

—¿Cabo Violet?

—Se está volviendo más poderoso cada vez, no podremos resistir mucho más.

Finalmente, Clear Order asintió y repartió instrucciones entre sus soldados. Los pegasos provocaron una inmensa lluvia sobre Manresht que tuvo el efecto esperado: las salamandras se apagaron poco a poco hasta desaparecer. Aitana avanzó, recogiendo el escudo de un soldado herido.

—Haz que tus unicornios lo rodeen —después miró alrededor y gritó—. ¿Algún unicornio aquí conoce la magia rúnica, aunque sea un poco?

—¡Yo!

Aitana se acercó al mago que había respondido y trazó varias runas en el suelo.

—Voy a distraerlo. Necesito que traces con tu magia un círculo a su alrededor, bastante grande, siguiendo este patrón.

—Tra, mag, mau, tei... —murmuró el unicornio mientras leía las runas—. Entendido.

La arqueóloga se ajustó el escudo y avanzó hacia Manresht, superando la linea que formaban los ponis de tierra y los unicornios. El lobo milenario, al verla avanzar, se giró hacia ella.

—¡Eh, hijo de p*ta! —gritó apartando el escudo—. ¡Soy yo, la zorra que te ha alejado de tu madriguera!

Manresht, viendo a la insolente mortal que se había atrevido a atraparlo, rugió y llamó a todo el poder que el Tártaro le pudo proporcionar. Una inmensa bola de fuego se formó frente a él, y la lanzó contra Aitana; esta, en vez de esquivarla, cargó contra la misma con el escudo por delante. La explosión cubrió de llamas toda la zona pero, cuando estas empezaron a extinguirse, la yegua marrón ya estaba saltando sobre Manresht.

Los soldados que rodeaban la zona observaron impresionados como esa yegua se enzarzaba en un hábil combate cuerpo a cuerpo contra Manresht; se mantenía siempre fuera del alcance de sus garras y encontraba contínuamente huecos en la defensa del lobo; sin embargo las fracturas que sufriera hacía apenas una semana le pasaron factura, y el gran lobo estuvo a punto de atraparla en varias ocasiones. Finalmente el unicornio encargado de las runas gritó:

—¡Ya está!

—¡Todos los unicornios, concentrad vuestra magia en las runas, vamos! —gritó Aitana mientras retrocedía. Asediada por una lluvia de hechizos tuvo que recuperar el escudo para protegerse.

Las runas trazadas en el suelo empezaron a brillar, alimentadas por la magia de los soldados. Manresht, dándose cuenta de su error, corrió para intentar escapar de la encerrona, pero nada más acercarse al linde del círculo se detuvo, protegiéndose la cara. Rugiendo, conjuró una violenta ola de llamas contra los ponis frente a él. Los unicornios conjuraron una barrera que no llegó a ser necesaria: el fuego infernal se detuvo antes de llegar a tocar el círculo rúnico.

—Dile a tus hombres que mantengan el círculo —murmuró Aitana—. Pronto se quedará sin magia y morirá.

Manresht trató de conjurar varias veces más, debilitándose rápidamente. Sabiéndose derrotado, retrocedió hasta el centro del círculo. El brillo de sus ojos empezó a perder fuerza, y su cuerpo perdió masa rápidamente y cayó de rodillas al suelo, languideciendo. En ese momento, Aitana avanzó, superando el círculo rúnico, y se acercó al diabolista, lanzando el escudo a un lado.

—Se acabó, Manresht —dijo en lobo antiguo—. Ha llegado tu hora.

—Aitana Pones... —la voz de Manresht, oscura y antinatural, provocó un escalofrío en los presentes. Aitana se mantuvo impasible—. Desconoces a qué fuerzas te enfrentas, poni. El señor de la sombra regresará, y tú pronto conocerás la muerte.

—No es la primera vez que predicen mi muerte, diabolista.

—No, arqueóloga, tú vivirás. Aquello que sostienes como cierto se mostrará falso, aquellos que estuvieron a tu lado se tornarán contra ti, y tu mundo se desmoronará. Traerás la muerte a quienes trates de proteger, y traicionarás a quien ames y te corresponda. Traidora, traicionada, asesina. Ese es tu destino, mortal, ese es tu destino.

Esas últimas palabras se perdieron mientras Manresht caía sobre las cuatro patas. Se quedó completamente inmóvil, su pelaje cayó y fue arrastrado por el viento. Finalmente su carne se marchitó, convirtiéndose en cenizas que se mezclaron con la tierra aún humedecida por la lluvia que provocaron los pegasos.

La maldición que había lanzado Manresht no inquietaba en absoluto a Aitana. Sin embargo, lo de "el señor de la sombra"...

El ruido de las cámaras de fotos la sacó de su ensimismamiento; los periodistas habían fotografiado toda la escena y cómo Aitana había plantado cara al hechicero lobo antes de que este muriera. La yegua se giró hacia los guardias: ahora ya había mostrado todo, no había vuelta atrás. Y si iba a ir a la cárcel, al menos se daría el gustazo de decir cuatro cosas bien dichas.

—¿Dónde está el doctor Trottinghoof?

—Aitana Pones —comenzó Clear Order—, quedas detenida por...

—¡Ya sé que estoy detenida, j*der! No voy a huir, dame un minuto para encontrar a ese doctor de pacotilla. ¡¿Dónde está?!

Periodistas y estudiantes abrieron un pasillo al final del cual se encontraba el pegaso en cuestión. Este, al verse descubierto, alzó una acusadora pezuña hacia Aitana y gritó:

—¡Loca! ¡Asesina, ha intentado matarme!

—¿Matarte? —respondió, acercándose—. Tú eres idiota, Trottinghoof. Si hubiera intentado matarte te aseguro que estarías muerto. ¡¿Has visto ese hechicero?! ¡Ese de ahí era Manresht, el diabolista lobo milenario!

—¡Pero... eso no es posible!

—¡¿Estás ciego o te niegas a verlo, Trottinghoof?! ¡¿Cuántos lobos diabolistas conoces?! Si no entiendes lo que ha ocurrido pregunta a cualquier estudiante de magia antigua y te lo explicará.

Aitana, sin dar tregua al doctor, siguió acercándose hasta él, el cual ni siquiera atinó a salir volando para huir de la yegua. Un par de guardias se interpusieron en el camino, temerosos de que fuera a agredir a Trottinghoof.

—¿Quieres saber por qué lo he hecho, doctor de pacotilla? ¡¿Quieres saberlo?! ¡Lo he hecho para demostrarte a ti y a tu panda de lameculos que hay verdades ahí fuera que os negáis a ver; que el diabolismo, la nigromancia y la magia negra son reales! Has jurado mil veces que yo soy un fraude como arqueóloga. Pues si ser arqueóloga significa conformarme con una verdad falsa para conseguir fama y notoriedad, ¡me niego a seguir vuestros pasos!

Con un gesto involuntariamente dramático, Aitana se giró y señaló al montón de cenizas que servían como única evidencia del paso de Manresht por Equestria.

—Lo que has visto ahí es solo una muestra de lo que yo he vivido. Liches, magos negros, demonios, diabolistas, nigromantes, no muertos, espectros, maldiciones... ¡esas mierdas existen, Trottinghoof, por más que os neguéis a verlo! Un arqueólogo investiga, documenta y saca conclusiones. ¡Tienes razón, yo no soy una arqueóloga, porque yo actúo! Yo investigo, documento, saco conclusiones, y actúo para evitar el mal, para que payasos como tú puedan seguir viviendo ajenos a la verdad que les rodea. No, Trottinghoof, yo no soy una simple arqueóloga...

Quizá se trató de la liberación de hacer algo que, intrínsecamente, había asumido que jamás haría cuando decidió combatir en las sombras contra los practicantes de las artes prohibidas. O quizá fue el placer de poder hacer saber al mundo, por primera vez, cuál era su auténtica misión en la vida, y que quizá alguien llegara a imaginar todo lo que sacrificaba por ello. Fuera cual fuera la razón, Aitana disfrutó al pronunciar claramente sus siguientes palabras.

—Yo soy una cazadora de demonios.

NOTA DEL AUTOR:

Bueno, a un paso estamos del final de la primera parte de este fic... y todavía queda mucho. A decir verdad creo que hice muy bien reescribiéndolo, cuadrando mejor la historia y la mitología de fondo.

Para los que ya conocíais a Aitana Pones, os informo de que el siguiente capítulo es totalmente inédito. Nos moveremos a una nueva zona del mundo, y varios personajes canon empezarán a actuar directamente.

Mcdohl: Me alegro mucho de que te gusten los cambios en la actitud de Macdolia, y que haya clavado su personalidad :).
Agustin47: Uh, hay muchas más cosas más peligrosas, créeme. Y no estoy incluyendo a Aitana :P.
Volgrand: Junta de Iberbronies, vocal
¿A que soy mono?
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Re: [Aventura][Oscuro] La guerra en las sombras (cap 9)

Mensaje por Volgrand » 20 Feb 2017, 20:35

¡Joñe! Me había dejado un capítulo sin publicar aquí! Tengo otro listo para publicar, pero necesito que alguien escriba un comentario antes para que me separe los dos mensajes :P.

Capítulo 11: "El Imperio de Cristal"
Spoiler:
Dos meses después.

El Imperio de Cristal amanecía esplendoroso ese día; el escudo protector del Corazón de Cristal mantenía un clima agradable en la ciudad, el sol parecía ignorar las nubes y refulgía en las brillantes paredes de los edificios y, en especial, del palacio real. El juego de luces era, en una simple palabra, espectacular, bañando la ciudad en un mar de colores y juegos cromáticos, motivo por el cual la princesa Mi Amore de Cadenza había adquirido la costumbre de despertar poco antes del amanecer.

Cadence disfrutaba de los últimos momentos de paz que iba a tener ese día desde su balcón; a su espalda, Shining Armor se removió en la cama y bostezó ruidosamente.

—Buenos días cariño —saludó somnoliento—. ¿Tan pronto y ya despierta?

Sonriendo, Cadence caminó hasta su marido y le besó en los labios.

—No entiendo cómo puedes dormir tan profundamente, Shining. Tenemos todo un reino en nuestras pezuñas.
—Exagerada. Habré dormido media hora más que tú —el fuerte unicornio blanco miró a su esposa y frunció el ceño—. ¿Estás bien? Pareces nerviosa.
—No es nada, cariño —respondió esta negando con la cabeza—. Es... creo que es el Corazón de Cristal; según parece puede comunicarse conmigo, creo que eso me está afectando un poco. Todavía no sé interpretar sus señales.
—¿No vino con un manual de instrucciones?

Riendo divertida, Cadence salió de la habitación y se dirigió al vestíbulo anexo a la misma, mientras que Shining tardó un poco en seguirla. Los dos guardias, ponis de cristal, que custodiaban la puerta saludaron a sus regentes, y uno de ellos partió a avisar al servicio de que sus Majestades habían despertado.

No pasó más de un minuto antes de que un elegante unicornio, acompañado dos asistentes y por dos doncellas entraran. El unicornio tenía el pelaje púrpura muy claro y crines naranjas, con una marca compuesta por una pluma escribiendo sobre un libro. Llevaba también un montón de papeles en las alforjas que colgaban a ambos lados de su grupa. A Shining Armor siempre le sorprendía ver que su consejero jamás perdía su elegante y delicado caminar a pesar de cargar con semejante montón de papeles.

Por su parte, las doncellas ofrecieron una silla a la reina, la cual aceptó, dejando que las diligentes yeguas empezaran a trabajar laboriosamente en la crin de la alicornio. Mientras tanto, Shining empezó a sufrir las atenciones de sus asistentes, ya que éstos tenían la tarea de escoger el vestuario del príncipe. Si por él fuera, llevaría siempre su fiel atuendo militar, pero la propia Cadence le había convencido de lo inconveniente que sería hacerlo.

—Buenos días, Zaphire —saludó Cadence.
—Buenos días, sus majestades Cadence y Shining Armor , hoy tienen una agenda apretada. Primero se abrirá la corte a las peticiones de los ciudadanos. Si mis contactos no erran en sus informes, la familia Diamond intentará de nuevo convencerles para que se les otorgue a ellos el control de las minas.
—¿En qué se basan tus contactos? —inquirió Shining Armor.
—Oh, es sencillo, los sirvientes de la casa Diamond llevan aguardando en la cola desde antes del amanecer.

Cadence emitió una risa suspirada, entre divertida y resignada.

—Ah, los Diamond —Cadence habló mientras echaba la cabeza hacia atrás y dejaba que sus doncellas le acicalaran la crin—. No sé para qué lo intentan. Ya decreté que los recursos del imperio serían gestionados por y para los ciudadanos.
—Basan su petición en unos derechos de propiedad milenarios. Estos fueron concedidos por... un momento —Zaphire rebuscó entre sus papeles— … por el gran capitán Crystal Feather, al cual se lo concedió el comandante Urgus, al cual...
—¡¿Qué?! —exclamó Shining Armor al reconocer los dos nombres— ¿De verdad están reclamando unos derechos que les concedió un subalterno del Rey Sombra? ¿Es una broma?
—Me temo que no, su majestad —aclaró Zaphire—. El Rey Sombra no llegó al poder en solitario, al contrario de lo que dice la leyenda. Su reino se basó en el terror, cierto, pero también concedió muchos privilegios a las casas nobles que le apoyaron, destruyó a las que no lo hicieron y colocó en posiciones de poder a aquellos que le sirvieron bien.
—¿Y en qué grupo están los Diamond?
—En el primero. Se sospecha, aunque no se ha podido demostrar, que fueron los mismos Diamond los que explotaron las minas durante el reinado del Rey Sombra, su Majestad.
—Deberíamos enviar a la guardia a registrar sus bienes.
—Sabes que sin pruebas es una terrible idea, mi amor —respondió Cadence con calma.

Aún enfadado, Shining Armor dejó que sus sastres siguieran con la tarea. El rey sombra, durante su reinado, instauró una sociedad esclavista en la cual sólo los nobles veían su libertad garantizada hasta cierto punto. El resto de ponis eran esclavizados sin piedad; los más afortunados eran condenados a trabajar construyendo edificios, armas, máquinas de guerra y demás, pero la mayoría eran destinados a las minas de cristal y hierro de las afueras de la ciudad. Cristal mágico que era muy preciado por su capacidad de potenciar hechizos y encantar objetos, y que el Rey Sombra se había encargado de extraer a cualquier precio.

Ese precio, normalmente, eran las vidas de sus ciudadanos. Las historias que Cadence y Shining habían escuchado de boca de algunos supervivientes a las minas eran estremecedoras: Trabajaban casi sin luz, y no recibían prácticamente agua ni comida. Derrumbamientos, emisiones de gas tóxico, partículas de cristal en el aire... Los que sobrevivieron se llevaron consigo graves secuelas tanto físicas como psicológicas. Solo habían pasado dos meses desde la expulsión del Rey Sombra, y todavía quedaba demasiado por hacer.

—Me encargaré de ello en la corte, Zaphire —sentenció Cadence—. ¿Qué más se presenta hoy?
—Hay nuevos informes de actividad criminal en varios distritos, sus majestades. Se sabe que anoche fueron saqueados varios comercios, así como al menos dos orfanatos.
—¿Qué? —exclamó Cadence, alzándose ligeramente—. ¿Por qué iban a asaltar un orfanato? ¡No tienen casi dinero!
—Tienen poco dinero y mucho que perder —explicó Shining Armor con enfado—. Ningún trabajador entregado de un orfanato arriesgaría la vida de los potros por no entregar unas pocas monedas. Son objetivos fáciles y con poco riesgo.
—Hay que poner freno a esto, Shining.
—Me encargaré.

Zaphire Assistant observó a los regentes unos segundos por si tenían alguna otra pregunta; finalmente hizo una pronunciada reverencia y se retiró.

—Ordenaré que se les prepare el desayuno, sus majestades. La corte se abrirá dentro de una hora.

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Con la usual puntualidad que mostraban los horarios preparados por el consejero real, la corte fue abierta exactamente sesenta minutos después. La cola, que había empezado a formarse antes del amanecer, abarcaba cientos de metros, lo cual auguraba unas buenas tres o cuatro horas para atender a todo el mundo. Tradicionalmente, antes de que el Rey Sombra cerrara la corte pública, esta se había reservado solamente a familias nobles y a grandes burgueses. Sin embargo, Cadence dejó claro que ella recibiría todos los ciudadanos del imperio, sin importar su clase social. Así, la reina esperaba no sólo ganarse la confianza de sus súbditos, sino además conocer de primera mano las necesidades que éstos tuvieran y poder atajarlas directamente. Consideraba que debía evitar intermediarios en ciertos quehaceres, aunque ello ocupara una buena parte de su tiempo.

El imperio de Cristal tuvo, antaño, muchas casas nobles. La gran mayoría de ellas fueron erradicadas durante el reinado de Sombra, pero unas pocas sobrevivieron, y ahora ansiaban mantener o acrecentar el poder que una vez ostentaron. Desgraciadamente, Candence y Shining Armor tenían pocas posibilidades de discernir qué casas apoyaron directamente a Sombra o cuáles fingieron su sumisión para sobrevivir.

Las horas transcurrieron en la corte, mientras Cadence y Shining atendían con paciencia todo tipo de peticiones. La gran mayoría eran representantes de distintos barrios de la ciudad, pidiendo ayuda con varias cuestiones sociales y económicas. Una de las principales, actualmente, era el grandísimo número de potrillos huérfanos; aunque nadie había sabido dar con una teoría convincente sobre el objetivo que perseguía con ello, era sabido que el Rey Sombra asesinó en complejos rituales a todo potrillo que cayó en sus garras. Las familias, desesperadas, escondieron a los potros supervivientes con la esperanza de que un milagro los salvara. Hoy, habiendo sobrevivido los pequeños, quedaba el problema de proveerles un hogar. Cadence había destinado una buena parte de los recursos de la corona a acondicionar nuevos orfanatos y a crear campañas de adopción a lo largo del Imperio y de la propia Equestria. Aunque había dado buenos frutos, la corona dedicaba buena parte de los recursos en solventar esta situación.

Otro gran problema era la cantidad de ponis demasiado enfermos para trabajar. La mayor parte habían sido trabajadores en las minas, y habían adquirido una enfermedad llamada “Pulmón de Cristal”. Tras unos meses aspirando polvo de las minas, los pulmones de los afectados quedaban muy dañados, impidiéndoles con el tiempo ejercer cualquier tipo de esfuerzo físico, lo cual requirió una gran inversión en tratamientos médicos y centros de acogida. Una inversión que Shining Armor no dudó en conseguir por la vía rápida: Instaurando una tasa especial a las mayores fortunas del imperio.

Evidentemente, esta imposición no sentó nada bien a las casas nobles. Aún menos cuando Shining envió a los cobradores de impuestos acompañados por la guardia real a “visitar” a aquellos que no habían pagado su parte. Shining no era, precisamente, un regente que se ganara a sus súbditos con buenas palabras y grandes muestras de afecto y preocupación, pero sí que era el encargado de hacer cumplir la ley. Esto, unido a que él mismo había dirigido a los guardias en persecución de criminales a lo largo del imperio en varias ocasiones, estaba haciendo que ganara una buena reputación rápidamente entre las clases más necesitadas de la sociedad. Pero, por desgracia, el resurgimiento del debilitado Imperio de Cristal había sido aprovechado por una gran cantidad de criminales. Como estaba demostrando la yegua que hablaba en ese momento en el centro de la corte.

—Amenazaron con dañar a los potrillos, sus majestades —explicó, afligida, la yegua de cristal. Su marca era de un biberón y una cuna—. Nos amenazaron con que si no les dábamos todo lo que tuviéramos, harían daño a los pequeños. Y yo… les di los pocos bits que teníamos, pero no les pareció suficiente.
—¿Qué ocurrió entonces? —preguntó Shining.

La yegua, cuyo rostro quedaba parcialmente cubierto por la melena, levantó la vista y descubrió el ojo. Tenía un tremendo golpe en el mismo, que lo había dejado morado y terriblemente hinchado. Por su forma de mirar y andar, los más observadores supieron que ese ojo era solo la punta del iceberg. Cadence inspiró ruidosamente, alarmada. Shining, aunque se mostró firme, apretó los dientes con fuerza, se levantó y preguntó:

—¿Quiénes fueron?¿Quiénes atacaron el orfanato?
—Eran… ponis de cristal y de tierra, y había un unicornio. No pude ver su rostro. Y… todos ocultaban sus marcas.
—¿Dijeron algo, algún nombre?¿Cualquier cosa?
—No, su majestad Shining Armor, no dijeron nada más.

Shining miró a su esposa durante un momento. A pesar de que antes se sobresaltó, ahora volvía a mostrarse con su porte de reina bondadosa. Pero Shining la conocía: estaba temblando por dentro. Ella no podía concebir que alguien fuera tan cruel de atacar a una yegua cuyo único delito fue cuidar de treinta potrillos en un orfanato. Por desgracia, en todos sus años en la guardia, Shining había aprendido cuán bajo podían caer algunos ponis en ocasiones.

—Clarisse —ordenó Cadence dirigiéndose a una de sus doncellas—, por favor acompaña a esta joven al médico de palacio. Que se envíe también la ayuda que sea necesaria al orfanato.
—¡Capitán! —exclamó Shining Armor. Un poni de cristal embutido en una armadura, aparentemente hecha de algún tipo de diamante, se cuadró frente al rey—. Envíe un escuadrón al Barrio de Cuarzo inmediatamente y refuerce la seguridad. Tome las medidas necesarias para que este hecho no se repita. Quiero patrullas cerca de todos los orfanatos instauradas a partir de esta misma noche.
—Así se hará, mi rey.

El sargento se retiró, mientras la joven yegua era acompañada a la enfermería del palacio de cristal. Shining miró a su esposa, la cual cerró los ojos, tratando de calmar los nervios que le había provocado la historia de la joven cuidadora. Al poco los abrió e hizo un gesto a los guardias para que dejaran pasar al siguiente solicitante.

Las enormes puertas se abrieron, y tras ellas apareció un poni de cristal ataviado en un sofisticado traje, seguido de media docena de ayudantes. Su pelaje, brillante por el influjo del Corazón de Cristal, era de color turquesa. Su crin, amarilla, iba recortada con estilo y recogida elegantemente a lo largo del cuello del semental. Shining Armor contuvo el suspiro que amenazaba con escapar de su boca: tras la tragedia expuesta por la cuidadora del orfanato, ahora les tocaba lidiar con nada menos que el líder de la casa Diamond: Noble Path.

El noble, andando con la prepotencia que da haber nacido en la familia más poderosa del Imperio de Cristal, avanzó hasta el inicio de la alfombra roja que ascendía los pocos escalones sobre los que se alzaba el trono en el que se sentaban Cadence y Shining Armor. Doblando ligeramente su pata delantera derecha hizo una reverencia: lo suficientemente pronunciada para no faltar al respeto a los regentes, pero ligeramente altiva, denotando así de forma sutil que la familia Diamond no reconocía a la corona.

—Sus majestades Mi Amore de Cadenza y Shining Armor —inició su diálogo Noble Path, con un grave y bien modulado tono de voz—, es un honor hallarme ante ustedes. Las largas horas de espera junto a los pueblerinos se han visto, sin duda, recompensadas.
—Habrá sido una espera incómoda, señor Noble Path de la familia Diamond, debo reconocerlo. En especial para sus sirvientes, los cuales llegaron antes del amanecer. Me extrañó, sin embargo, no verle con ellos, aunque supongo que un noble de su posición tendría otros asuntos entre cascos.

El noble alzó la vista, aún sonriente, sin dejar que la velada puñalada de Shining Armor le afectara. El rey despreciaba a los nobles que proferían quejas insulsas cuando sus sirvientes les procuraban una vida sencilla, especialmente si esas quejas iban destinadas a atacar las resoluciones de Cadence. Fue ésta la que, con una cordial sonrisa, puso fin a la situación.

—Las esperas son largas, sir Noble Path. Sin embargo es necesario que la corona conozca de primera mano las necesidades del pueblo, especialmente tras haber pasado un periodo tan terrible como el reinado del Rey Sombra —la reina guardó unos segundos de silencio, antes de lanzar la pregunta que hacía a todo aquel que se personaba en la corte, sin alterar ni una sola palabra en la misma—. Dígame, ¿en qué podemos ayudarle?

El noble miró a la reina y, en un ensayadísimo gesto, hizo una reverencia a la vez que empezaba su larga petición.

—Agradezco a su majestad la atención. Comparezco ante ustedes en virtud del beneficio y la prosperidad del Imperio de Cristal. Libre ya de la, ah, tiranía, del Rey Sombra, ustedes han emprendido el camino para retornar este Imperio a su auténtico esplendor.

Cadence no mostró cambio alguno en su afable expresión mientras hablaba Noble Path. Pero sí que notó la sutil ironía con la que éste se refirió a la tiranía de Sombra.

—Pero no puedo evitar observar ciertos aspectos erróneos en su gestión, su excelencia. Seamos sensatos: no sólo de buenas intenciones se puede reflotar la economía de toda una nación. Desde siempre, el mayor motor económico del imperio ha sido la exportación de cristal de las minas. Y, aunque la corona, con sabiduría, ha dedicado recursos a reabastecer y renovar el material de minería, a la par que mejorar las condiciones de trabajo de los mineros, obviar ciertos deslices en la gestión de pérdidas y beneficios podría llevar al fracaso vuestra empresa, majestad.

—Espero, señor Noble Path, que dicha afirmación venga sustentada por un estudio fehaciente. Hay muchos ponis esperando y no es propio de una persona de su linaje hacer perder tiempo a la corona.

Cadence dedicó una disimulada mirada de reproche a su marido. Una vez más éste no sabía ocultar el desagrado que sentía por la casa Diamond. Por supuesto, el líder de la misma no se dejó amilanar. Sus ayudantes sacaron un sinfín de carteles de papel de cristal llenos de datos, gráficos, y demás parafernalia económica; y procedió a hacer un perfecto estudio económico de la gestión del gremio de mineros y comerciantes.

Ambos regentes no pudieron evitar apreciar que Noble Path parecía tener razón. Sus datos eran fehacientes y su análisis económico, en el peor de los casos, parecía correcto. Por suerte para Cadence, su consejero, Zaphire Assistant, no tardó en darse cuenta de la trampa.

—Es por ello, su majestad, que propongo que la gestión de la mina sea transferida a un comerciante con grandes dotes de organización. Sugiero, pues, que dicha gestión sea transferida a la dama Emerald Wright.

Zaphire sonrió ligeramente, mirando al suelo y negando con la cabeza.

Concluyendo su exposición, el noble plegó el ornamentado palo que había usado para ir señalando los distintos esquemas. Shining se sorprendió, ¿de verdad Noble Path no había señalado a un miembro de su propia familia para el puesto? Cadence, por contra, esbozó una ligera sonrisa de soslayo. La dama Emerald Wright, si bien no era parte de la familia Diamond, debía su actual posición a la misma. Concederle los derechos sobre la mina a ella era concederlos, indirectamente, a la familia Diamond en sí.

Antes de que sus majestades se pronunciaran al respecto, Zaphire Assistant dio un paso al frente desde un costado del trono, con una ligera sonrisa en sus labios, e hizo una reverencia.

—Sus majestades, si ustedes lo permiten, me gustaría decir que sir Noble Path es acertado en su análisis.

Cadence un tanto sorprendida, dio permiso a Zaphire para que expusiera su argumento. Éste alzó la cabeza y, desde el lado del trono, miró alternativamente a la reina y a Noble Path mientras hablaba.

—Es imposible negar que su planteamiento inicial es perfecto, sir Noble Path. Algunos de los puntos que usted ha señalado, como las deficiencias en el proceso de refinado y almacenamiento de los nuevos cristales, ya eran conocidos por la corona. Sin embargo, aspectos como la errónea equivalencia entre los precios de venta del material, los defectos en el producto final, y la incompleta cadena de transferencia desde la mina a los comercios, sin duda, son aspectos a solucionar ipso-facto.

Shining miró incrédulo a su consejero. ¿Realmente estaba dando la razón a ese noble? ¿Cómo era posible? Estaba planteándose detener aquel sinsentido, pero una simple mirada de su esposa bastó para que el semental abandonara la idea.

—Mas debo decir que su solución me parece errónea, Noble path —continuó Zaphire—. Propone usted transferir la gestión de la mina a Emerald Wright: Una dama conocida por su elegancia, su lealtad absoluta a aquellos que la han favorecido en el pasado… y por haber llevado a la ruina a su familia, antes del alzamiento del Rey Sombra, por unas gestiones que cualquier estudiante de ciencias económicas habría detectado como… catastróficas.

—Señor Zaphire, debería usted saber que dicho evento ocurrió hace más de mil años. Si pretende usted aplicar su conocimiento a una época que usted es incapaz de comprender, le deseo buena suerte, joven.

En la sala de la corte se guardó un tenso silencio. Shining miró duramente a Noble Path, pero Cadence se mantuvo tranquila.

—Sin duda lleva usted razón, señor Path. Un joven como yo, formado en las ciencias económicas modernas no puede entender completamente el funcionamiento social y económico de hace mil años. Pero permítame hacerle una pregunta: ¿Una noble que fue incapaz de gestionar correctamente sus propios negocios hace un milenio está ahora preparada para gestionar correctamente el principal motor económico de todo un imperio?

—Majestades, debo solicitar que la información que reciba su consejero sea actualizada de inmediato. Es sabido que la ruina de la dama Emerald Wright fue causada por la desleal competencia de la casa Ruby.

Zaphire Assistant sonrió ligeramente, respondiendo con palabras lentas y bien comedidas.

—Oh, esa información debe haberse perdido. Desgraciadamente, la casa Ruby fue destruida por el Rey Sombra, en la noche de “la gran purga”, como por algunos ha sido tildada. Afortunadamente, algunas casas nobles sobrevivieron a tan nefasto y terrible acontecimiento.

Por primera vez, Noble Path mostró una notable alteración en su expresión.

—¡Señor Zaphire! Le recuerdo que fueron, precísamente, los actos y sacrificios de notables miembros de mi familia los que permitieron que cientos de ciudadanos escaparan de la barbarie de Sombra. Como sir Flying Diamond, que dirigió activamente la resistencia, luchando contra las demoníacas fuerzas del rey. O Silent Whispers, cuya red de contactos permitió mantener informadas a las princesas Luna y Celestia de lo que ocurría tras los muros del Imperio de Cristal.

Hubo algunos quietos murmullos entre los asistentes a la corte, y no era para menos. La heroicidad de esos miembros de la familia Diamond era bien conocida, al haber ido estos algunos de los miembros más notables de la resistencia del imperio. Una discussión susurrada se formó entre los presentes, divididos en dos posturas opuestas respecto a la casa Diamond.

Mi Amore de Cadenza se levantó del trono y avanzó unos pasos. Los presentes guardaron silencio, y Zaphire Assistant, al ver a la Princesa de Cristal en pie, hizo una pronunciada reverencia y retrocedió a su posición inicial. La alicornio del amor inició su discurso con una voz suave y afable.

—Sir Noble Path, no dude usted que la corona respeta la memoria de aquellos que fallecieron luchando heroicamente contra las fuerzas de Sombra. Un miembro de la resistencia nos explicó, en esta misma sala, cómo Flying Diamond permaneció en retaguardia, frenando el ejército del Rey Sombra para que pudieran evacuar un grupo de refugiados. Y mi propia tía, la princesa Celestia, me contó que Silent Whispers escapó del Imperio, terriblemente malherido cuando su red de contactos cayó, para poder informarle de los planes de Sombra.

Las palabras de la princesa de Cristal tuvieron un efecto inmediato, haciendo que todos los presentes guardaran silencio.

—Son gracias a éstos y otros actos por los que las dos Princesas Alicornio pudieron poner freno a la tiranía del Rey Sombra hace mil años, a pesar de que nadie pudo anticipar la maldición que éste había conjurado sobre el Imperio de Cristal. Sir Path, sepa usted que la memoria de sus familiares será recordada, y sus actos narrados en todas las ferias de Cristal.

—Su majestad Mi amore de Cadenza, agradezco enormemente su generosidad —dijo Noble Path haciendo una reverencia.

—Volviendo al tema que le ha traído a esta corte, quiero agradecer su detallado análisis de la gestión de las minas. Son fallos que requieren de inmediata solución, sin duda, y la corona tomará las medidas necesarias para ello. Sin embargo, me veo obligada a coincidir con mi consejero: No creo que la dama Emerald Wright esté preparada para un puesto de una importancia tal como gestionar la producción y comercialización de las minas de cristal.

—Su majestad, si usted me permite…

—No obstante —le interrumpió Cadence—, ordenaré de inmediato un detallado estudio de los puntos señalados por usted. La corona agradece su servicio al imperio, sir Noble Path. Si en el futuro requiere usted de nuestra asistencia, tenga por seguro que recordaré sus actos en el día de hoy.

Noble Path permaneció quieto, sosteniendo la mirada a Cadence. Durante un breve instante, la sombra de una expresión truncada por la ira atravesó su rostro pero, finalmente, sonrió y le dedicó una ligeramente altiva reverencia a la alicornio de amor.

—Es un placer ayudar al Imperio, su majestad.

Tras ciertas formalidades, Noble Path procedió a abandonar la sala del trono. Shining y Cadence lo observaron alejarse entre su marabunta de ayudantes. Nadie estaba engañado en cuanto a lo ocurrido ahí: Los príncipes sabían perfectamente que la familia Diamond despreciaba a la corona y había apoyado activamente la dictadura del Rey Sombra. Sin embargo, no era el momento de iniciar actos contra los Diamond. Todavía no.

Con un gesto del príncipe Shining Armor, los guardias abrieron las puertas permitiendo que entrara el siguiente solicitante. Cuando éste hizo la pertinente reverencia, Shining dio permiso para que expusiera su petición con la pregunta de costumbre:

—Bienvenido a palacio. Dígame, ¿en qué podemos ayudarle?

[center]*-*-*-*-*[/center][/b]

Menos de una hora después, Noble Path llegó a la mansión de la familia Diamond. Era una inmensa construcción de cristal muy cerca del corazón de la ciudad. Sus paredes habían sido talladas por los mejores artesanos del imperio, cubriéndolas de símbolos, runas y otros ornamentos. Finas estatuas talladas en grandes bloques de esmeralda se situaban a intervalos regulares sobre el muro: la gran mayoría de ellas representaban los ancestros de la familia, todos ellos armados con lanzas y armaduras, en actitud vigilante. Un símbolo del poder de la familia Diamond: siempre alerta, siempre preparada. Un poder que se estaba viendo amenazado.

En cuanto el carruaje llegó al patio interior, Noble Path descendió y, sin dirigirse a sus súbditos, se encaminó hacia sus aposentos. La mansión era extremadamente luminosa: Aunque desde el exterior no dejaba ver el interior, lo cierto es que los muros dejaban pasar los rayos del sol con la misma facilidad que el aire. Pero aún más, accionando un simple mecanismo cualquiera era capaz de tornarlos opacos, manteniendo la casa fresca en verano. Era un arte que sólo los ponis de cristal habían logrado dominar, y no era barato: el material y la mano de obra para construir sólo una pared así podía costar cientos, sino miles de bits.

Un mayordomo salió al paso del noble e hizo una pronunciada reverencia. Sin detenerse, Noble Path se deshizo de su traje y se lo entregó.

—Informe a lady Sparkling Destiny que me hallaré en el salón de mis aposentos.
—Por supuesto, sir Noble Path.

Éste subió las escaleras y, tras recorrer un ornamentado pasillo, atravesó unas puertas dobles. Tras ellas, su salón privado le recibió: una inmaculada estancia donde dos mullidos sofás se erguían junto a la chimenea. Unos pocos muebles y cuadros decoraban el lugar: estanterías con libros por los que la propia biblioteca del imperio pagaría una millonada, una mesa de madera de importación, y dos muebles bar.

A uno de estos últimos se dirigió el noble. Escogió un “licor de cereza cristalina” y se sirvió una copa, bebiéndola lentamente tras sentarse en un diván. Poco tardó en escuchar unos pasos en el pasillo que fueron seguidos por el sonido de las puertas al abrirse. Lady Sparkling Destiny hizo acto de presencia.

La sofisticada esposa de Noble Path portaba, como siempre, un vestido que se ajustaba perfectamente a su figura. A pesar de ser una yegua ya entrada en años, mantenía un aspecto físico intachable. Su crin, de color azul oscuro, estaba recogida delicadamente sobre su frente formando un curioso y, en cierta medida, estrafalario moño. Su pelaje, brillante y ligeramente anaranjado, estaba cepillado de forma exquisita. Y su voz, cuando habló, era firme, delicada y autoritaria.

—¿Han aceptado?
—No.

Sparkling Destiny caminó con gracia a través de la estancia y se sentó en el sofá frente a su esposo. Éste bebió otro trago antes de seguir hablando.

—Zaphire Assistant se encargó de desmontar nuestro argumento. Maldito el momento en que fue designado como consejero real.
—La propia princesa Celestia recomendó al mejor para el puesto. Y no se equivocó, de eso no hay duda.
—¿No te sirves una copa, esposa? Está mal visto beber a solas.

Sin una sonrisa o gesto de conciliación alguno, la yegua miró hacia el mueble bar. Un aura turquesa lo rodeó. Pronto una botella levitó y se inclinó, llenando un vaso con su licor. Éste voló por la habitación hasta situarse frente a Sparkling Destiny, cuyo cuerno, oculto bajo el laborioso peinado, brillaba. Noble Path sonrió levemente.

—A veces olvido que eres una unicornio, Sparkling Destiny.
—No quedan muchos unicornios de cristal desde que Sombra purgó todo el imperio.

Noble Path aún recordaba el día en que recibió la orden del Rey Sombra: “Localizad a todos los unicornios y entregadlos a la guardia”. Supieron en seguida que Sombra se estaba asegurando su posición en base a eliminar a cualquiera con potencial mágico en su reino. Sparkling Destiny no perdió la calma: simplemente ocultó su cuerno, hizo desaparecer a todo aquel que pudiera delatarla, y pasó desapercibida bajo el la constante vigilancia del Rey Sombra. Cuando este descubrió el engaño, la familia Diamond ya había demostrado ser fiel aliada de la oscura corona.

—Elijah pretende entregarnos —dijo la yegua con calma.
—¿A qué se debe eso?
—Según mis informadores, cree que es cuestión de tiempo el que se descubra nuestro papel durante el reinado de Sombra. Pretende protegerse entregando al resto de la familia.
—¿Elijah, precísamente? No me sorprende, siempre ha sido un bastardo capaz de cualquier cosa por protegerse —Noble Path bebió un trago entre frase y frase—. Yo mismo le vi degollar a un potrillo unicornio para probar su lealtad a Sombra.

Sparkling Destiny observó la interrogante mirada de su marido, intuyendo lo que iba a preguntar.

—Sabes que no puedo modificar su memoria. Antes del reinado de Sombra fui duelista, no mentalista.
—Eso solo nos deja una opción, entonces.
—El asesinato sólo dejaría una huella directa apuntando en nuestra dirección, esposo. Sería la excusa ideal para que Shining Armor nos investigue.
—Si no hacemos nada, nuestra familia está condenada. Si lo hacemos, también.

Ambos nobles quedaron en silencio. Sparkling Destiny removió la copa frente a ella con su magia antes de mojar delicadamente sus labios con el licor.

—Elijah no atenderá a razones —señaló la yegua—. Traicionará a la familia creyendo que así asegura su bienestar.
—Imbécil iluso. Piensa que ayudando a la corona podrá redimirse por sus crímenes, no es consciente de quién es Shinning Armor: Un guardia real por vocación. El que sea regente no cambiará jamás ese hecho.
—Estamos a tiempo huir. Podemos llegar a Cebrania, podríamos mantener parte del...

La yegua se quedó en silencio, sin escuchar a su marido preguntar llamarla. Los pelillos de su nuca y alrededor de su cuerno se erizaron; alzó la vista, confundida, pues no había visto ni oído nada. Lentamente recorrió la estancia con la mirada, y la extraña sensación se acrecentó. Pero no eran sólo los vellos de su nuca: era una vibración que empezaba en la base misma de su columna vertebral. El vaso perdió su mágico agarre y Sparkling Destiny se levantó rápidamente.

—¿Qué ocurre? —preguntó Noble Path.
—Hay magia en esta habitación.

Noble Path se levantó y se acercó a su esposa. Al ver la alarma en la cara de ésta, no dudó un instante:

—¡GUARDIAS!

Pero el grito sonó… apagado. Como si las paredes hubieran absorbido el sonido en sí.

—Guarda el aliento. Estamos dentro de un círculo de silencio.

Noble se situó tras su esposa. Aún recordaba cuando ella, siendo joven, luchaba en las justas que se celebraban en cada feria de cristal antes de la llegada del rey Sombra. O cuando ganó el torneo real de esgrima mágico. Quizá habían pasado muchos años, pero sabía que ella había mantenido su habilidad siempre a punto.

La unicornio recorrió la estancia con la mirada poco a poco. El peinado sobre su cabeza se desmoronó, mostrando su cuerno que brillaba ligeramente con un aura turquesa. La luz en la estancia se atenuó, ofuscada por un manto invisible. Y pronto incluso el propio Noble Path empezó a sentir la magia erizándole el pelaje del lomo.

Sin previo aviso, la yegua saltó y encaró una esquina de la habitación. La oscuridad se concentró en ese lugar. Sparkling Destiny se alzó sobre dos patas y, mientras golpeaba el suelo con las pezuñas delanteras, su cuerno brilló con furia. Los cristales del suelo se combaron, alzándose afiladas garras de cristal orientadas hacia adelante. Las últimas de éstas, punzantes como la mejor de las espadas, se detuvieron frente a la nube de oscuridad, apuntando a donde debería estar el cuello del poni que se ocultaba tras ella.

Una tenebrosa risa resonó en la estancia.

—Nuestros informes acerca de sus capacidades son correctos, lady Sparkling Destiny.

La oscura nube bajó, como si una invisible brisa la aplastara contra el suelo. De ella surgió el intruso: era un unicornio, negro como la noche. Sus ojos, inyectados en sangre, destilaban la furia de la locura. Su cuerno estaba retorcido, y acababa en una punta anaranjada que recordaba a una llama, y en su flanco un símbolo inconfundible destacaba: una nube retorcida en forma de espiral. El símbolo de los demonios de la oscuridad y el dolor.

Las dos afiladas puntas conjuradas por Sparkling se sostenían a pocos milímetros de la yugular del unicornio. Pero este no retrocedió un ápice, ni mostró inquietud alguna ante la amenaza de muerte que se cernía sobre él. Su sonrisa, propia de un demente, mostraba unos dientes afilados y despiadados. Aunque quizá, lo más inquietante de ese unicornio era el aura de su cuerno: negra como una noche sin luna ni estrellas.

—¿Quién eres? —pregunto Sparkling Destiny.
—Soy la respuesta a los problemas de la familia Diamond.

La voz del intruso era siniestra, violenta y raspada.

—No te atrevas a intentar engañarme —espetó Sparkling sin alzar la voz. Las dos estalagmitas de cristal crecieron unos milímetros, pegándose al cuello del intruso—. Te has infiltrado en la casa Diamond, ¿qué me impide matarte y hacerte desaparecer? Nadie sabrá que estuviste aquí.

Por toda respuesta, el oscuro unicornio rió. Una risa despreocupada, regodeándose en el miedo que inspiraba a los dos nobles, por más palabras que dijera la duelista.

—Lady Spakling Diamond, si quisiera mataros ya estaríais muertos. No he venido a acabar con vuestra vida, he venido a proponeros una… colaboración.
—¿Qué colaboración?
—La que permitirá que la familia Diamond recupere la posición que le corresponde. La que derrocará la falsa corona de la “Princesa de Cristal” y el príncipe consorte.

Noble Path se atrevió a avanzar un paso. Entendía lo que quería decir ese poni pero… no era posible.

—El Rey Sombra fue destruído. Fue asesinado por el Corazón de Cristal.
—Hay muchas cosas que desconoces, Noble Path —susurró el unicornio con una tenebrosa expresión—. Hay fuerzas más poderosas de lo que tú puedes imaginar. La corona de cristal caerá, así como todo aquel que intente apoyarla, y por eso os doy la oportunidad de escoger vuestro puesto en el nuevo orden del mundo.

Ambos nobles intercambiaron miradas durante un instante.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Sparkling Destiny.
—Tengo muchos nombres, “milady” —el unicornio acentuó la palabra con sorna—. Soy el portador de la plaga. La muerte reptante. La oscuridad de la locura. La pesadilla del mundo…

Sin previo aviso, el unicornio dio un paso al frente. Sparkling no tuvo tiempo a retirar los cristales y observó con horror cómo éstos se clavaban en el cuello del intruso... sin dañarlo. Como si fuera un espejismo hecho con sombras, las afiladas puntas lo atravesaron como si no hubiese nada ahí. Siguió avanzando hasta situarse frente a los dos nobles, los cuales no se convencieron de que era un poni de carne y hueso hasta que pudieron apreciar su antinaturalmente fría respiración en el pelaje.

—Vosotros, podéis llamarme “Hellfire”. Y os recomiendo que os déis prisa en escuchar mi oferta y tomar una decisión.
—No creo que... haya necesidad de amenazar —balbuceó Noble Path.
—No es una amenaza: El Corazón de Cristal ha notado mi presencia. La guardia viene hacia aquí.

Como si hubiera sido una premonición, un crepitar mágico sonó por todo el Imperio, y la cúpula que lo protegía adquirió un tono rojizo.
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Re: [Aventura][Oscuro] La guerra en las sombras (cap 11)

Mensaje por Sasir96 » 20 Feb 2017, 22:19

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Si te aburres, puedes mirar mis fics y tal
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Re: [Aventura][Oscuro] La guerra en las sombras (cap 11)

Mensaje por Volgrand » 21 Feb 2017, 00:13

Capítulo 12: "El ataque al Imperio"
Spoiler:
Shining Armor observó seriamente, pero sin severidad a las yeguas que se hallaban frente al trono tras exponer su caso.

—¿Por qué no se nos informó antes de este problema? Nuestros consejeros creían que el problema era la falta de personal, no de equipo médico, doctora Bismuth.

—Es... meister, majestad.

—¿Disculpe?

—Meister, majestad —explicó la aludida—. Hace mil años no había doctores, había meisters.

Cadence disfrutó de esa pequeña pausa observando a su marido inspirar lentamente. Sabía lo que irritaba a Shining Armor que alguien se andara por las ramas.

—Bien, meister Bismuth, ¿por qué no se nos informó antes?

—Fue... una imprudencia, majestad —reconoció otra yegua, una enfermera—. Creímos tener bastante, pero las necesidades de los habitantes han sido demasiado para nuestros recursos. Incluso con los suministros extra que trajeron de Equestria.

Cadence empezó a escuchar la respuesta de su marido pero, poco a poco, su atención dribló hacia algo que solo ella percibía. Los sonidos en la sala se apagaron a sus oídos, y sintió la punzada de un incipiente pánico atenazarle la boca del estómago. Miró alrededor, confundida.

—Majestad, ¿está bien? —susurró Zaphire Assistant.

—No... estoy segura.

La sala empezó a quedarse en silencio, primero por observar el extraño comportamiento de la Princesa de Cristal, y segundo porque casi todos los presentes reconocieron una sensación que hacía demasiados años que no experimentaban, desde antes de la llegada del Rey Sombra: Una alarma lanzada por el propio Corazón de Cristal.

Cadence gritó cuando sintió una súbita punzada en la sien, como si alguien intentara entrar por la fuerza en sus pensamientos; cayó del trono sobre sus cuatro patas, sujetándose la cabeza con un casco y mirando al suelo.

—¡Cadence!

—¡Majestad, es el corazón! —gritó el capitán—. ¿Dónde está el peligro? ¡Guíenos!

La alicornio rosada perdió contacto con la realidad durante un instante mientras una sucesión de imágenes pasaba frente a sus ojos. La zona este de la ciudad, sector Diamante; una gran mansión de cristal pulido, y una sombra en el interior. Se concentró en la misma, intentando averiguar qué había detectado el Corazón... y unos ojos antiguos como la existencia misma le devolvieron la mirada, y con ella llegaron el horror y la locura.

El grito de la alicornio sonó por la sala del trono, a pesar de los intentos de Shining por calmarla.

—¡Meister Bismuth, atienda a la princesa!

—¡No! —gritó Cadence, luchando por mantenerse en el mundo real—. ¡Barrio Diamante, residencia de los Diamond! ¡Demonio, hay un demonio!

—¡Envíen un mensaje a las patrullas cercanas, que cerquen la zona! —ordenó el capitán—. Su majestad Shining Armor, nos encargamos de... ¿Majestad?

Nadie tuvo tiempo de nada más que gritarle que no lo hiciera. El cuerno del semental se iluminó e, inmediatamente, la indumentaria que sus ayudantes tanto habían trabajado para ajustar aquella mañana se rompió en girones; un nuevo hechizo y la armadura dorada de Shining Armor levitó a toda velocidad desde la parte trasera de su trono, ajustándose sobre su cuerpo a la perfección en un instante.

Un tercer hechizo y el príncipe regente y General de los Caballeros de Cristal se teleportó.

—¡Envíe ayuda! —ordenó Cadence—. ¡Es más poderoso de lo que piensa!

[center]*-*-*-*-*[/center]

Shining se apareció en el barrio Diamante, pero a algo de distancia de la casa de los Diamond; no iba a cometer la novatez de teleportarse directamente a la boca del lobo. La cúpula que protegía el Imperio de Cristal se había tornado rojiza, avisando a los habitantes de que un gran peligro se había desatado contra ellos. Los ponis de cristal corrían, huyendo del corazón del barrio Diamante, indicando a Shining Armor sin pretenderlo dónde debía dirigirse. Al hacerlo empezó a sentir un extraño temor, una sensación de peligro constante, como si su propia alma le gritara que se alejara de aquel lugar.

—Celestia bendita... ¿esto es lo que sentían los soldados al combatir contra Manresht?

Galopó en contra de la marea de histéricos ponis y, al girar por una calle principal lo vio:

Una inmensa nube negra y opaca surgía de la mansión de los Diamond y se expandía por la calle. Rayos rojos la recorrían por momentos, como hebras de energía. El antinatural fenómeno expandía sus tentáculos para atrapar a los civiles cercanos que todavía intentaban escapar. Un semental, súbitamente, cayó al suelo y se llevó los cascos a la cabeza, gritando aterrorizado ante un peligro que solo se hallaba en su mente. Una yegua se quedó paralizada por el pánico, apoyada contra una pared y observando el muro de sombras infernales que se echaba sobre ella.

Shining observó durante un instante el fenómeno y no tardó en reconocer de lo que se trataba en realidad, trazando su estrategia en un instante. Primero conjuró una barrera para separar a los dos civiles del peligro que se echaba sobre ellos; un segundo hechizo hizo que una gran bola, como un sol en miniatura, se formara sobre la nube y proyectara su luz sobre la misma. Al instante las sombras parecieron encogerse contra el suelo y, en su lugar, solo quedó un poni negro como la noche.

—¡Corred! —gritó Shining Armor al tiempo que desenfundaba su espada.

Galopó hacia la barrera, calculando la distancia que le separaba del infernal ser que se estaba preparando para recibirlo; en el último instante se teletransportó para caer justo frente al mismo, cargando sin dudar. El oscuro poni parecía desarmado pero, en el último instante, conjuró un filo negro translúcido y el ataque del unicornio blanco fue detenido. Los golpes se sucedieron a toda velocidad; Shining parecía llevar la ventaja pero, cuando estaba a punto de dar el golpe final a su enemigo este se transformó en una nube de sombras y se reformó a distancia del unicornio. Un rayo rojo fue lanzado contra el príncipe regente y estalló contra las defensas de este último, el cual no dudó en devolverle un rayo de pura energía. Sin embargo, el mismo atravesó limpiamente al poni negro sin llegar a dañarlo.

Shining, jadeando, lo observó con atención. Era un unicornio negro como la noche; sus ojos eran rojos y brillantes, y su cuerno acababa en una punta anaranjada. Le recordaba demasiado a...

—Tú no eres Sombra. ¿Quién eres?

—La muerte reptante, oh Majestad —respondió con sorna.

Se escuchó el redoble del galopar de una unidad militar; al poco una veintena de Caballeros de Cristal apareció por las calles cercanas, cerrando la ruta de escape del demonologista.

—No tienes escapatoria. ¡Quedas detenido en nombre de la Corona de Cristal!

—Oh, ¿en serio?

Las sombras volvieron a cubrir al unicornio negro, llegando a apagar la luz que antes convocara Shining. La antinatural sensación de miedo se incrementó hasta niveles difícilmente soportables y el aire pareció enrarecerse, temblando frente a los ojos de los mortales presentes. Hubo gritos confusos entre los soldados, y el propio Shining Armor retrocedió sin saber qué estaba ocurriendo.

El velo de la realidad se rasgó.

Con un golpe tan fuerte que agrietó el suelo con el impacto, el brazo rojizo de una criatura gigantesca surgió del enjambre de sombras. A medida que avanzaba hacia Shining Armor mostró el resto de su cuerpo: una cara como de dragón, acabada en grandes colmillos y ojos desiguales, patas acabadas en pezuñas sobre las que se sostenía como un bípedo. Sus garras delanteras eran afiladas e increíblemente grandes, y el fuego acudía a sus fauces cada vez que respiraba.

—No es posible... —murmuró Shining Armor.

El demonio de la destrucción cargó contra el príncipe regente, trazando una amplia parábola con su garra delantera. Shining acertó a teleportarse fuera del peligro; cuando notó de nuevo el suelo bajo sus cascos tomó el escudo que colgaba de su armadura y se preparó para el combate.

Tras la monstruosidad podía escuchar los gritos de terror de los Caballeros de Cristal.

[center]*-*-*-*-*[/center]

En la sala del trono alguien había traído agua a la princesa Mi Amore de Candenza para ayudarla a recuperarse de la experiencia. Esta seguía sintiendo el corazón en su mente, como un grito de ayuda... y su propio espíritu le gritaba que Shining Armor estaba en peligro, que necesitaba ayuda.

—¿Hay alguna noticia? —gimió ella.

—No, princesa.

—No... no sé qué hacer, Zaphire. Siento que el corazón me pide ayuda, pero no sé cómo...

—Princesa —respondió el consejero—, déjese guiar por este.

—¿Cómo lo hago?

—No lo sé.

La sinceridad de la respuesta casi hizo que Cadence sintiera ganas de reír. ¿Dejarse guiar? ¿Cómo? La alicornio optó por lo más básico que aprendían todos los potrillos unicornio cuando se trataba de sentir las hebras de la magia: cerró los ojos. Al hacerlo sintió con más intensidad que antes la llamada del Corazón de Cristal.

Por favor, guíame. ¿Qué necesitas?

La respuesta llegó tan clara como la luz del medio día y, al instante, Cadence sintió cómo su voluntad era arrastrada a otro lugar. Sintió lo que estaba percibiendo en Corazón de Cristal: Pudo sentir la misma sombra que había visto antes, cargada de terror y locura. Y había otras dos presencias cercanas: una dorada, irradiando orden, bien y justicia; la otra era roja como la sangre, e irradiaba muerte y destrucción.

A ese. Hazlo, ¡a ese!

Pero el corazón volvió a responderle, necesitaba algo más. ¿A qué se refería? "Por favor, dime qué necesitas". En aquella ocasión fueron una serie de imágenes las que vio Cadence, todas ellas mostrando a los habitantes del Imperio de Cristal huyendo aterrorizados, con sus pelajes apagados y las melenas caídas.

La Princesa de Cristal comprendió.

[center]*-*-*-*-*[/center]

Shining detuvo un nuevo impacto con su escudo de metal, tan violento que lo hizo saltar varios metros hacia atrás. Conjuró varios proyectiles mágicos contra el demonio de la destrucción que volvía a avanzar contra él, pero estos no fueron suficiente para detenerlo. En esta ocasión el monstruo extendió sus garras hacia Shining Armor y un violento mar de llamas surgió de las mismas; el unicornio, demasiado agotado para volver a teleportarse, conjuró una barrera mágica frente a él. La fuerza del fuego infernal lo obligó a clavar las patas en el suelo para no ser arrastrado hacia atrás, usando toda su fuerza mágica en mantener la única protección que le estaba salvando la vida. Pero ese ser no daba muestras de menguar la fuerza de su ataque, rugiendo y manteniéndolo constante en todo momento.

Hubo un violento crujido cuando el terreno, no muy lejos de Shining, empezó a combarse hacia arriba a toda velocidad, avanzando la ruptura hacia el demonio. Cristales de un puro tono turquesa surgieron del suelo, combándose hacia adelante como afiladas garras, las cuales acabaron haciendo impacto contra el demonio de la destrucción. Este gritó por el dolor y la sorpresa y retrocedió, cortando el torrente de llamas contra el que Shining Armor estaba luchando.

Junto al unicornio apareció una yegua de cristal de pelaje anaranjado y crines azul oscuro, vistiendo con un elegante vestido. El único signo de alteración alguna en la noble era el hecho de que estaba despeinada, mostrando el cuerno que ocultaba bajo sus elaborados peinados.

—¿Lady Sparkling Destiny? —preguntó Shining, confundido.

—Ese es un señor del Fuego y la Destrucción, Majestad. Si no lo detenemos ahora se volverá más poderoso cuanto más daño haga.

El demonio no les dio más tregua, saltando hacia ambos magos. Sparkling Destiny fue rápida en apartarse de la trayectoria; Shining por contra, esquivó el ataque por muy poco, galopando luego bajo el demonio para atacarlo directamente con su espada.

Y entonces se escuchó una voz, amplificada por todo el Imperio de Cristal.

—¡Mis pequeños ponis! ¡Escuchadme! ¡Estamos siendo atacados! ¡Pero podemos defendernos todos juntos! Al igual que cuando me conocisteis, os pido ayuda otra vez!

En el barrio de Cuarzo, una yegua que se afanaba en poner a salvo a los huérfanos de los que cuidaba, se detuvo al escuchar la voz de la bondadosa yegua que la había recibido aquella mañana. Los pequeños hicieron lo mismo.

Desde el hospital del Imperio, médicos, enfermeros y pacientes por igual se asomaron a ventanas y puertas o salieron al exterior para encararse al haz de luz que proyectaba el Corazón de Cristal.

En las calles más lejanas al peligro inmediato los ponis de cristal alzaron las cabezas a la cúpula que los protegía y cerraron los ojos.

—¡Ayudad al Corazón de Cristal, vuestras esperanzas le dan la fuerza para protegernos a todos!

A medida que Cadence hablaba el haz de energía que emitía el susodicho artefacto se volvió más luminoso y violento; la cúpula, ahora rojiza que cubría el Imperio brilló con fuerza, y una serie de arcos energéticos la recorrió, concentrándose sobre un punto concreto.

Desde tierra, Shining lanzó varios cortes a las patas traseras del monstruo contra el que combatía, mientras Sparkling Destiny lo atacaba a distancia con sus afilados cristales convertidos en proyectiles. A pesar de ello, el demonio se apartó y lanzó un garrazo contra el unicornio blanco; este no logró evitarlo o protegerse, recibiendo de lleno el impactó que lo lanzó a varios metros de distancia. Solo su armadura, una de las mejores que proveía el ejército de Equestria evitó que sufriera heridas de mayor gravedad.

Rodando sobre sí mismo para absorber el violento impacto contra el impacto contra el suelo, Shining logró ponerse en pie rápidamente, resintiendo un profundo dolor en una de sus patas traseras. El demonio volvía a cargar contra él para rematarlo pero, para su sorpresa, vio cómo un haz de energía se estaba formando sobre el monstruo, surgido directamente de la cúpula que protegía el Imperio.

Y entonces escuchó la voz de su esposa en su mente: "¡Aléjate!"

Haciendo un último esfuerzo mágico, Shining Armor se teleportó fuera del peligro.

Durante un instante, el mundo se tornó rojo y los sonidos se apagaron; la detonación obligó a Sparkling Destiny a echarse al suelo, y todos tuvieron que cerrar los ojos ante la potente la intensidad de la descarga energética. El gran demonio rugió de dolor, cayendo al suelo y sosteniéndose con tres patas. Su brazo derecho había sido arrancado de cuajo por las defensas de Imperio de Cristal. Lady Sparkling Destiny no perdió tiempo en conjurar, haciendo que los cristales que conjuraba se clavaran en el monstruoso ser, evitando que volviera a levantarse.

Shining Armor se levantó y galopó ignorando el dolor de su pata sobre los cristales de la Lady Diamond, para saltar directamente sobre la cabeza del demonio. En el aire dejó caer su escudo, giró la espada y la liberó de su agarre mágico para asirla con ambos cascos, apuntando a la nuca de la criatura infernal. Un espasmo recorrió a la misma y, al momento, cayó interte al suelo

Un instante después, el cuerpo del demonio fue consumido por llamas que surgieron de ninguna parte. Shining Armor gritó por la sorpresa cuando sintió que el ser bajo sus cascos desaparecía, haciéndolo caer al suelo. Absolutamente agotado por el combate, el príncipe regente alzó la vista para ver al unicornio negro volar al frente de un enjambre de sombras hacia Lady Sparkling Destiny; esta se alzó sobre sus patas traseras y golpeó el suelo al tiempo que conjuraba, volviendo a levantar un bosque de agujas de cristal hacia su enemigo. El ataque no pareció afectarlo, y el demonologista pasó volando junto a Sparkling Destiny, lanzándola al suelo con un violento impacto.

Shining intentó por todos los medios levantarse y correr tras el negro unicornio, pero a duras penas se vio capaz de ponerse en pie. Pocos segundos después escuchó el inconfundible pesado galopar de una formación de Caballeros de Cristal acercándose a toda velocidad.

—¡Aquí! —gritó, jadeando— ¡Id tras él, atrapadlo!

[center]*-*-*-*-*[/center]

La oscura sombra que era Hellfire recorrió el barrio diamante a toda velocidad hasta alcanzar los barrios más pobres de la periferia. Ahí se arremolinó por un callejón hasta solidificarse en la forma del unicornio negro que siguió galopando, perdiéndose por los rincones más inhóspitos del Imperio de Cristal. Su aura demoníaca seguía activa, y podía escuchar gritos de los vecinos al sentirla demasiado cerca. El linde de la cúpula que proyectaba el Corazón de Cristal podía divisarse a algo menos de un kilómetro en la dirección hacia la que iba. La magia acudió a su cuerno, preparándose para teleportarse al lugar...

...cuando un agudo dolor atravesó un lateral de su cuello.

El negro demonologista gritó, sin haber previsto ese ataque. De su propia piel sobresalía el grueso virote de madera de una ballesta que, inexplicablemente, había conseguido herirlo. Maldiciendo usó su magia para extraerlo y, nada más hacerlo, un aura violácea cubrió la herida, sanándola al instante.

Frente a él, sosteniendo una ballesta, se encontró con una yegua: De pelaje amarillo oscuro y crines grises, llevaba un chal púrpura que la cubría desde el cuello a las patas traseras, cuyo vuelo caía a ras de suelo tras ella; a lo largo del cuello de la prenda había un bordado en hilo blanco que, más que adornar, tornaba el conjunto en algo estrafalario. El sombrero gris azulado que llevaba en la cabeza no ayudaba a paliar el aspecto de anciana descarriada que transmitía. Hellfire la observó, incrédulo, y después miró el virote, cuya punta brillaba a causa de la magia que la imbuía.

—¿Qué clase de broma es esta?

—Lo siento, muchacho, pero cuando se trata de bastardos que juegan con el Tártaro, no me ando con bromas. Normalmente peleo sin armas, pero hoy haré una excepción.

—¡Vas a alimentar mi poder, anciana!

Con ese grito, Hellfire concentró la magia en su cuerno y la liberó en la forma de un torrente de llamas negras hacia la impertinente yegua; esta, en lugar de apartarse, galopó hacia las mismas y, en el último instante, algo se rasgó en su traje. El unicornio negro no llegó a ver qué pasaba hasta que la anciana voló por encima de su conjuro; atinó a notar el brillo del metal, forzándolo a rodar por el suelo para evitar el ataque. Cuando se puso en pie invocó su propio filo de sombra, deteniendo en el movimiento una de las espadas de su adversaria; dos afiladas cuchillas, sostenidas con algún tipo de mecanismo y correas, sobresalían de las patas delanteras de la yegua. Habiéndose desprendido de su traje pudo apreciar que, en realidad, se trataba de una pegaso. Sus crines, de varias tonalidades de gris, caían a lo largo de su cuello, y portaba un chaleco verde. Ambos contendientes intercambiaron varios golpes antes de que la pegaso decidiera retroceder para reconsiderar su ataque.

Al posarse en el suelo, un inconfundible sombrero salacot cayó sobre su cabeza.

—¡¿Daring Do?! ¿Es una broma?

—Te repites bastante, demonologista —respondió la yegua famosa por las novelas de las que era protagonista—. ¿Quién eres y qué haces aquí?

—¡Ja! —rió el demonologista—. ¿Por qué iba a responderte a ti, potra? ¡Esta no es una de tus novelas baratas!

—¿Todos los demonologistas sois igual de estúpidos? Si leyeras mis novelas sabrías que todo lo que cuento en ellas ocurre de verdad.

—¿Crees que vas a poder matarme? Otros lo han intentado antes, y uno llegó a conseguirlo... por un tiempo.

—Oh, ¡gran genio maquiavélico que eres! —respondió Daring Do con sarcasmo—. Dime, mientras hacías tu espectáculo en el centro, ¿qué estaban buscando tus hombres en la biblioteca?

Con cierta satisfacción, la yegua caminó frente al demonologista mientras narraba.

—Un plan brillante: montar tal escándalo en el centro que tus hombres tuvieran vía libre para ir a la biblioteca y acceder a los archivos protegidos... ¿Buscabas esto, por casualidad?

Con esas palabras, Daring Do sacó dos pergaminos protegidos en bloques de cristal de algún bolsillo de su chaleco. El unicornio negro no respondió: la magia acudió a su cuerno y, rápidamente, las sombras rodearon a Daring Do. Esta miró alrededor, guardando los pergaminos y desplegando nuevamente sus armas; al instante notó el grito espiritual que precedía a la llegada de un demonio al mundo físico. La pegaso, de un fuerte aleteo, salió volando en vertical hacia arriba, localizó a su enemigo y giró, cayendo casi en picado sobre él. El demonologista le lanzó una lluvia de proyectiles negros que esta que esta evitó con rápidos giros, y se preparo para enzarzarse cuerpo a cuerpo con el...

—¡Agh!

Un lacerante dolor en el pecho hizo que Daring Do retrocediera a toda velocidad; la espada de Hellfire estaba manchada de sangre, pero esta no goteó, sino que fue absorbida con ansia por la oscura arma. A un lado de Daring Do, la nube de sombras desapareció, mostrando bajo ella a varias criaturas demoníacas: pequeños, deformes, rápidos y alados, los diablillos alzaron el vuelo y se lanzaron contra la mortal. Hellfire, por su parte, adoptó de nuevo la forma de un enjambre de sombras y rodeó a la arqueóloga.

Daring se lanzó hacia adelante, sobreponiéndose al dolor en el pectoral, y cargó contra los diablillos; tres de estos cayeron rápidamente ante la acometida de la exploradora, pero el resto la evitaron, lanzando pequeñas llamaradas hacia ella. Daring Do las esquivó y se preparó para eliminar a los últimos... cuando observó que, del enjambre de sombras que era el unicornio negro, más diablillos estaban surgiendo. Diez, veinte se habían formado ya y estaban cargando contra ella. La pegaso giró rápidamente y sobrevoló un edificio cercano para evitar la carga de los demonios... pero la herida en el pecho le estaba pasando factura, no podía mantener la velocidad el tiempo suficiente, y sentía poco a poco la presencia de los diablillos cada vez más cercana a su espalda. Pero, súbitamente, notó un resplandor a su izquierda; una serie de proyectiles mágicos de un brillante color rosáceo pasaron volando junto a ella e impactaron contra las pequeñas monstruosidades a su espalda. Daring Do pudo apreciar un escuadrón de los caballeros de cristal y, tras los mismos, la imponente figura alada de la alicornio Cadence. La pegaso no perdió un instante en volar en dirección contraria, perdiéndose entre varios edificios y, finalmente, posándose sobre el tejado de uno de los mismos. Tras asegurarse de que nadie la seguía sacó varios trapos limpios de sus alforjas y se tapó la herida.

Sacó a continuación los dos pergaminos que había recuperado de la biblioteca, asegurándose de que seguían intactos. Sobre ella la cúpula del corazón mantenía un tono rojizo, y podía escuchar las explosiones y los gritos del combate que estaban librando contra ese demonologista. Con lo poco que había visto, Daring Do tenía algo claro: no iban a poder contra él. Ella misma habría esperado poder acabar con él cuando llegaran los Caballeros de Cristal y Cadence pero, viendo la facilidad con la que llamaba al Tártaro quedaba claro que se trataba de un gran demonologista. Uno capaz de controlar a los grandes señores del Tártaro. ¿Quién era ese unicornio?
—Tengo que hacer llegar esto al profesor... Si lo que dice es cierto es demasiado importante para que caiga en manos de la corona.

Tras vendarse la herida del pecho, Daring Do sacó un nuevo disfraz de A.K. Yearling de su chaleco y se vistió para la ocasión, bajando a la calle y encaminándose a la estación de tren a continuación. Antes de llegar a su destino la cúpula del Corazón de Cristal recuperó su aspecto normal: el peligro había abandonado el Imperio.

Pero era cuestión de tiempo que volviera a aparecer.

—Maldita sea, Aitana, va a ser cierto lo de la organización...
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