Tras el reflote del plato de macarrones con queso, Lyra se puso unos pantalones azules iridiscentes y estroboscópicos que recordaban a un limón fluorescente con rayos láser. Bon Bon en cambio, hizo las maletas y marchó a hablar con ajolotes bajo el efecto de los muffins. Jamás habría pensado que fuese cancerígeno porque Peter Griffin había confundido la mayonesa caducada con un cactus subsahariano, también conocido como pinchus dolorius mortem. Cuando se enteró de que Heisemberg había hecho metanfetamina no pudo evitar abrazar una columna, pero ésta era un holograma cutre de estilo rococó. Se vió obligada a vender su Harley rosa vieja para poder pagar mil macetas personalizadas para regalárselas a un Bulbasaur que tenía antojo de melón con jamón.
Mientras tanto, Derpy, que había logrado reunir todos los cerditos de la tienda de muffins, intentó ponerles nombre, pero no se dejaban que les llamaran de extrañas maneras, sino sólo cerditos. Los cerditos alicornios se acercaron a los cerditos terrestres para pedirles que adoraran a Pingas, pero no quisieron porque sus primos eran más listos y ya les habían advertido de que Pingas era un astuto hechicero con una varita hecha con metal sacado del fondo del orificio maligno, situado en Mordor. Los asustados cerditos se rieron de la situación nerviosamente y salieron huyendo directos al acantilado que no existia en ningún mapa. Repentinamente, un temblor venido del inframundo despertó al rey tiranico subterraneo Hades. Muy enfadado él, soltó un bramido que se oyó en otros Universos trayendo a Tomoko. Los cerditos, asombradisimos, aceleraron el paso