Fueron los únicos ponis que abordaron el tren.
Unade y Volgrand caminaron dentro de una estación vacía y entraron en su vagón y, por unos minutos pensaron que tal vez todo viaje a Canterlot había sido cancelado. No había un solo pasajero más en el tren, ni esperando para abordarlo.
—Vamos a poder escoger diván —comentó Volgrand.
—Quizás deberíamos ir a hablar con el revisor... bueno, con alguien. Si no llegamos pronto a Canterlot, todo el plan fallará.
Cuando ya se volvía hacia la puerta para volver al andén vieron a alguien caminando por él hacia ellos. Era un poni de tierra color blanco, con las crines recogidas con una calada y enrroscada gorra de maquinista. Su Cutie Mark era de una locomotora. Entró en el vagón y les saludó nerviosamente.
—Hola, hola... Soy Mad Machine. Soy el maquinista de este tren, conductor vaya. Pero bueno, no lo voy a ser más. Sabes, vi cosas de mí, recordé cosas que... que... —súbitamente agarró a Volgrand por el cuello y le gritó—. ¿Por qué nos hiciste recordar? ¿¡Por qué!?
Y luego estalló en sollozos. Volgrand, con un tic en el ojo, le dio unos suaves casquetazos en el lomo.
—Lo siento, pero tenía que salvaros.
El maquinista recuperó de repente su compostura y sonrió.
—Bienvenidos a bordo del expreso hacia Canterlot. El tiempo medio de viaje se ha reducido a tan solo una hora, porque no vamos a hacer paradas. De hecho, no vamos a hacer paradas. Os recomiendo que saltéis en vuestra estación por si acaso.
—Gracias, hombre. Digo, poni.
—Espera, ¿qué es lo último que ha dicho?
—Nada, tranquila Unade —dijo Volgrand tranquilamente, poniéndose cómodo en un diván—. Obviamente está de coña.
Con un tic nervioso, Mad Machine se dirigió hacia la máquina.
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Quince minutos después, varias ponis se reunieron en la biblioteca de Golden Oaks.
—Puessss... chicas... ese es el plan —murmuró Twilight Sparkle sonriendo con los ojos entrecerrados y las pupilas muy dilatadas.
Después señaló en la pizarra a dos ponis pintados esquemáticamente. Uno era azul, el otro de tono melocotón; frente a ella, sus amigas y Spike lidiaban con sus nuevos recuerdos a su manera: Rainbow Dash no podía evitar lanzar indescriptibles miradas a Rarity, aunque se mantenía a distancia de ella, con un evidente gesto de enfado. La unicornio blanca trataba en vano de consolar a una pobre Fluttershy que seguía mirando al infinito, lanzando ligeros gemiditos. Pinkamena Diane Pie mantenía su pelo lacio, murmurando que ella había sido buena y que no entendía por qué quería que la castigaran.
La puerta de la biblioteca se abrió de golpe, dejando entrar por ella una algarabía de gritos histéricos mezclados con una poni naranja con sombrero vaquero. De una contundente patada la cerró a su espalda y gritó:
—¡Vale! ¡Ya t'e fregao los platos, limpiado las ventas y he segao el cé'ped, ¿qué hago ahora?! ¡¿QU'HAGO AHORA?!
En cuanto Applejack, había optado por la hiperactividad.
—Hola Applejack... Sssiéntate y ossh cuento un plan, ¿vale?—murmuró Twilight con una sonrisa bonachona.
—Este... Twilight, querida —inquirió Rarity—, ¿te sientes bien? Pareces un poco...
—¿En la parra? —dijo Rainbow.
—¿Distraída? —susurró de forma casi imperceptible Fluttershy.
—Chicassss.... nada de esso... Es que Zecora me ha dado una bolsa de estas hierbas calmantes que sssson.... ssson...
Twilight se quedó mirando al infinito sin acabar la frase. Todos los presentes, menos Fluttershy que seguía encogida, alargaron la cabeza hacia ella, esperando una conclusión.
—¿Qué es lo que son?
—¿Eh? —respondió la alicornio—. ¿El qué?
—Las hierbas —aclaró Rarity.
—¿Qué hierbas?
—¡Las que estás comiendo, por los sagrados flancos de Celestia! —gritó Rainbow.
—¡ARG!¡¿QUÉ IMPORTA?! —exclamó Applejack—. ¡¿Quieres ir al plan de una vez?! ¡Necesito hacer algo!
—Bueeeeeeeeeeno, chiiiiiiicas —dijo con voz arrastrada—, Volgrand y Unade están de camino a Canterlot para traer con ellos a Vinyl Scratch y, probablemente, Octavia.
Applejack se levantó de golpe.
—Pero, ¡¿cómo van a llegar hasta allí?! ¡No son capaces ni de caminar veinte pasos rectos! ¡Ya está, los llevo yo en la carreta!
—¡Este plan ya falla! —gritó Rainbow exhasperada—. ¡¿Cómo quieres que vayan allá?!
—Je... ¿Sabes que eshtass muy mona enfadada, Rainbow?
—¡¡TWILIGHT!! —gritaron las cuatro. Fluttershy seguía mirando a la pizarra con la mirada perdida.
—Que sssí, es cierto.... Veréis, el expreso a Canterlot ya ha, o sea, como salido, ¿vale? Con elloss, ¿vale? Ya eshtán embarcadosss, ¿vale?
Tras esa declaración hubo un larguísimo silencio en el que Twilight se limitó a sonreir hacia el infinito.
Applejack intervino de nuevo. La hiperactividad era lo que la mantenía cuerda.
—¡Vamos! ¡Dinos, el resto del plan! ¡Es urgente! Volgrand y Unade ya están en marcha, ¿qué hacemos el resto? ¡¿QUÉ HACEMOS?!
—¡Ah, sssssí!
Twilight señaló en la pizarra otro dibujo esquemático que era seis borrones de diversos colores y una flecha. En algún punto la flecha se habia convertido en un corazón y luego en flores y después en una serie de decoraciones geométricas.
—Me gusssta esta parte del plan —dijo Twilight acariciando con la pezuña los burratachos.
Rarity carraspeó. De todos los presentes parecía la más cuerda... si no fuera porque llevaba su hermosa crin recogida en un tenso y horrendo moño.
—Twilight, cariño, eso no se entiende nada. ¿Podrías explicárnoslo un poco?
Twilight se volvió hacia su amiga.
—He tratado de representar el concepto de la infinidad del tiempo y de... algo...
Applejack gritó de frustración.
— ¡¡AAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHH!! ¡MALDITA ALICORNIA EMPORRADA, DAME ALGO QUE HACER!
— Twilight, creo que deberías centrarte en el plan. El resto del plan —intervino Rarity.
— Claro. El resto, evacuaremos a Pony Ville hasta Appleloosa, ¿vale? Debemos poner en marcha el tren hacia Appleloosa. Pero eshhh que... no tiene locomotora, ¿vale?
—¡¿POR QUÉ DIANTRES NO TIENE LOCOMOTORA?! ¡¿CÓMO VAMOS A IR?! —gritó Rainbow.
—¡Puedo construír una! —añadió Applejack—. ¡¡MÁNDAME CONSTRUIR UNA!!
Cuando Applejack acabó de sacudirla como una coctelera, Twilight se quedó mirando a su amiga con unas dilatadísimas pupilas y una nirvanesca sonrisa. Después se giró hacia Rainbow, y su voz fue todo buen rollo.
—Rainbow Dash, reúne un grupo de maquinistas, lo bastante fuertes como para tirar del tren, ¿vale?
—¿De verdad crees que será un problema? ¡Con lo traumatizado que está Snow Flake será capaz de sacar el tren de las vías!
Twilight asintió y siguió repartiendo instrucciones.
—Applejack y Fluttershy, reunid a todo Pony Ville en la estación, ¿vale?. Rarity y Pinkie, modificad el tren para que quepan todos, ¿vale?
Hubo un asentimiento colectivo. Applejack soltó a la alicornio.
—¿Y yo no hago nada? —preguntó Spike.
Twilight lo enfocó como si lo viese por primera vez y tras unos segundos de intensa observación soltó una risita.
— ¡Qué mono eres! — dijo.
— ¡Twilight! — protestó el dragoncito—. ¡Céntrate!
— ¿Que me centre en qué?
— ¿Qué hago yo?
—Ah, sí. Tú... no... haces... nada... —dijo jugando con las palabras—. El Gary Sssstú t'a'ignorado, que siga así, ¿vale?. Y no envíes ningún mensaje a Celestia, por favor, ¿vale?. ¿Alguna pregunta?
Nuevo silencio colectivo.
—¡¡PUES VAMOS DE UNA VEZ!!
Applejack salió corriendo, abriendo la puerta sin ni siquiera detener su carrera, y se unió a la neurosis que estaba sucediendo en el exterior.
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El último expreso hacia Canterlot antes del gran concierto de Magnificum Fornicatum recorría las vías a toda velocidad, apurándose para no llegar tarde al que sería el mayor evento de la historia de Equestria. Su locomotora, potente a pesar de su reducido tamaño en comparación con sus hermanas que portaban vagones de mercancías, usaba toda la fuerza del vapor en alcanzar su máxima velocidad.
Era de esperar que ese tren, y debido a las circunstancias, se hallase repleto de ponis ansiosos por ver y escuchar a su ídolo y, quizás con un poco de suerte, recibir su justa dosis del Látigo del Amour. Mas, por contra, solo arrastraba un vagón. Los asientos, vacíos, solo servían como lugar de reposo a un vaso de plástico que rodaba de un lado a otro debido a los vaivenes del tren.
Solo dos divanes estaban ocupados.
—Te dije que no sabías lo que...
—Cállate —respondió Volgrand secamente.
Unade dio una nueva calada al cigarro, apurándolo y lanzándolo por la ventanilla.
—Tuvimos que huir. Otra vez.
—¡Era necesario!
—Sin duda. Por cierto, ¿qué más me has echado en la mochila?
La mochila de Unade estaba ligeramente más abultada que antes; en el rato que llevaban en el tren la había modificado para poder atársela a la barriga y así poder volar con más comodidad.
—Cosas muy importantes, ¡y no puedo decírtelo!
—¿Por qué, si puede saberse?
—Porque Magnificum es casi omnisciente. Cuanto menos sepas mejor.
Hubo un minuto de silencio en el que ambos miraron el paisaje pasando a gran y coloreada velocidad. Unade señaló por la ventana de repente.
—¡¡Volgrand, mira!!
Y allí estaba. Donde debería haber estado una de las montañas, multicolor y feliz, solo quedaba un vacío. Al mirarlo ambos tuvieron la sensación, durante un instante, de quedarse ciegos. Un sudor helado cayó por los flancos de Volgrand.
—La Nada está avanzando, Unade. Más gente está leyendo el fic y dejando de verle sentido al mundo.
Unade observó en silencio unos instantes y luego se puso en pie.
—¿Dónde vas?
—Voy a ver si todo va bien en la máquina.
—¿Qué?
La despelechada poni rosita melocotón se dirigió hasta la puerta del vagón y agarrando el tirador, la abrió. Una ventolera entró en el mismo, y el traqueteo de las ruedas se hizo ensordecedor.
—Unade, ¿qué demonios haces?
—Tengo una horrible sospecha, Volgrand.
La poni se asomó tratando de ver la ventana de la locomotora.
— ¿Cuál es tu sospecha?
— Que no llevamos conductor. Nos dijo que no habría paradas, no he notado un solo cambio de velocidad, ha pillado algunas curvas tan rápido que casi descarrilamos...
—¿Quieres decir que no estaba de coña?
—Quiero ir a comprobarlo.
Unade tomó su mochila y empezó a revolver en ella. Unos instantes más tarde se volvió hacia Volgrand con una cuerda de seguridad en la pezuña, pero este ya no estaba allí. Unade, conociendo la torpeza natural de su amigo, se temió lo peor: había caído del tren. Soltó todo y corrió a asomarse, pero, tras ellos, no había rastro de ningún poni esmorroñado al lado de la vía.
Volvió la cabeza y vio que Volgrand estaba agarrado como una lapa al lateral del vagón y avanzando lentamente hacia la locomotora, con la melena afro agitándose salvajemente como una enorme oveja verde con tembleques. Unade no quiso ni preguntarse cómo se estaba agarrando con pezuñas, la duda, en esa situación, podía significar la muerte.
Dentro de la locomotora, Mad Machine mantenía una mirada fija en su objetivo, y las patas sobre los controles. Una locomotora no necesita de correcciones de rumbo, pero Mad Mach (como lo llamaban sus amigos) necesitaba sentirse en control de aquella bestia de acero y colorines. Su gorra había volado, revelando su cabeza rapada, y una fuga de carbonilla de la caldera, que golpeaba la parte superior de su rostro, le había dejado una sombra oscura sobre los ojos y la frente. Mad Mach tenía un objetivo en mente... e iba hacia él.
Una cabeza azul, coronada por un pelo afro que se agitaba al viento, se asomó por la ventanilla lateral.
— Disculpe, señor Mad Machine, pero hemos notado que el tren ha tomado un par de curvas algo más rápido de lo que sería conveniente, nos preguntábamos si todo está bien.
Mad Mach, con los ojos fijos en su objetivo dijo:
— Estoy tomando un atajo.
— ¡Ah, vale!
La cabeza afro desapareció.
Unade, conteniendo la respiración, vio a Volgrand aferrarse a los laterales del vagón hasta entrar por la puerta de nuevo.
— Sí que tenemos conductor. Dice que está tomando un atajo. Así que tranquila.
Unade lo miró con cara de circunstancias.
— Volgrand, estamos en un TREN!! No se pueden tomar atajos.
— Ostras, es verdad.
Antes de que Unade pudiese aferrarlo, volvió a salir.
Sala de máquinas. Un resuelto conductor de tren mantiene la mirada fija en su objetivo, porque su carga es lo más importante del mundo. Va a devolverle a Magnificum lo que le pertenece. Va a traer y arrojar a sus pies a los dos ponis que han osado robarle a todo Poni Ville, y así podrá entrar a su servicio con su tren todo bello y cromado.
— Disculpe, señor Mad Machine, pero mi compañera duda de que podamos tomar atajos en un tren. ¿Qué técnica usa para ello?
Por toda respuesta, Mad Mach frunció el cejo y gritó a pleno pulmón:
— ¡¡YA VOY, AMO Y SEÑOR!! ¡¡SED MIS TESTIGOS!!
Volgrand asimiló de repente la velocidad, su precaria situación, y que ese p*to tren no iba a parar. Y, como todo humano racional metido en el cuerpo de un estúpido poni de colores con alas, hizo lo más sabio que se le ocurrió para salvarse: agarrarse a la ventanilla de la cabina y gritar como una cabra neurótica.
—¡¡BAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAARGH!!
— ¡¡Volgrand!! ¡¡Salta!!
El aludido se volvió hacia Unade que se asomaba agarrada con un casco, sin plantearse cómo podía hacerlo, del marco de la puerta. Llevaba la mochila atada frente a ella, formando un enorme bulto en su barriga.
—¡¿PERO QUÉ co*o DICES?!
— ¡No va a parar, Volgrand! ¡Hemos entrado en el área de influjo del Gary Stú, está corriendo al encuentro de su ídolo a bordo de una máquina de varias toneladas!
—¡¡NO ME DIGAS, CAPITÁN OBVIO!!
Frente ellos apareció el primer cruce a nivel que daba la entrada a Canterlot. Sirenas de alarma, una barrera bajando... Y ni el más minimo asomo de frenada. La voz de Unade llegó de nuevo a Volgrand.
— ¡¡SALTA, VOLGRAND!! ¡NOS VAMOS A ESTRELLAR!
—¿Cómo quieres que salte? ¡Estás loca! ¡¡Nos vamos a matar!!
— ¡Tienes alas! ¡Úsalas!
Y por fin Volgrand adquirió conciencia de los emplumados apéndices que ahora adornaban su fisionomía; con un sobresalto los extendió, y el resultado fue inmediato. El viento llenó toda su cavidad, provocando la sustentación necesaria para elevarlo hacia la salvación...
¡PLONC PLONC PLONC PLONC PLONC...!
—¡PERO SUÉLTATE DE LA VENTANILLA, IDIOTA!
—¡No... —PLONC—... pue... —PLONC— do!
Unade ya no podía esperar más, así que, su instinto de supervivencia tomo el control y saltó. Encogió las patas contra la mochila y agitó las alas. Dio varios tumbos en el aire hasta que logró estabilizarse. Mareada alzó la mirada hacia el tren y trató de volar tras él sabiendo a pesar de eso que jamás lo alcanzaría a tiempo.
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Mientras tanto, haciendo gala de una proeza superior de aprovechamiento espacial, todo Ponyville había sido encajado en los escasos siete vagones del último tren hacia Appleloosa. Twilight observó la histeria contenida -en los vagones- con una beatífica sonrisa.
— Twilight, querida, ya hemos logrado encajar a todo el mundo. Creo que estamos listos para partir.
—Por suerte jugué bastante al Tetris —añadió Pinkamena con cara de ajo—. Es un juego horrible.
—¿Qué es el Tetris?
Pero la pregunta de Rarity quedó sin respuesta, ya que Applejack llegó a toda velocidad.
—¡Sí, está todo hecho! —gritó Applejack, que llegó corriendo y quedó frente a la alicornio trotando en el sitio—. El tren está arreglado, todos los ponis dentro, los pegasos listos para seguirnos, y los ponis que no cabían o no se podían controlar están atados al techo.
Encima de los vagones, decenas de ponis se hallaban pegados a los mismos cinta de embalar, y a algunos de ellos les habían añadido una camisa de fuerza a la indumentaria. Por seguridad. En conjunto parecían pequeñas, vociferantes e histerizantes montañas multicolor.
Rainbow Dash llegó volando junto a sus amigas.
—¡Los tiradores están listos! —gritó. Tenía melena alborotada y algún golpe aquí y allá—. He tenido que... convencer a Bulk Biceps y a Big Mac para que tiren del tren hasta Appleloosa.
—¿Convencer? ¿Cómo?
Rainbow echó una mirada a Applejack que bastó para convencer a la vaquera de que no quería saber nada más.
—Y... este... —añadió Fluttershy, la cual caminaba muy cabizbaja—, hemos revisado, no queda ningún poni fuera del tren.
Al instante Angel apareció entre las patas de la pegaso amarilla y alzó un enorme tarro de helado de fresa y chocolate.
—Gracias, Angel.
Twilight miró a sus amigas y asintió.
—Aham... Hace un día preciooooso, para viajar.
—Tendría que probar esas hierbas... Este cabreo me empieza a resultar incómodo —murmuró Rainbow—. ¿Te quedan algunas?
Rarity carraspeó avanzando elegantemente. Había envuelto su enorme y tenso moño con un trozo de tela atada con un lacito a la base del mismo.
—Hablando de viajar, Twilight, me he dado cuenta de algo inquietante. En cuanto uno de nosotros se acerque al... ¿Cual es el nombre horrendo de dicha criatura?
—Es un Gary Stu.
—Gracias... Cuando uno de nosotros se acerque al Gary Stu, su voluntad se evaporará y correrá a adularlo. Y... creo que Volgrand y Unade están viajando hacia el epicentro del poder de dicha criatura, a bordo de un tren conducido por alguien que no es inmune.
—Tienes razón —murmuró Twilight—. Ya sabemos lo peligrosas que pueden ser las fans. Un fan que ha perdido la cordura, a los mandos de una locomotora puede ser... una mala idea. Jijijijiji... jejejejeje... ¡jaaaajajajajaja! ¡Jijijijiji!
Todos observaron a Twilight extrañados.
— Twilight, querida, no le veo la gracia a la situación.
— Sí que la tiene. El tren lleva el combustible justo para llegar hasta los límites de Canterlot ¿vale?. Ahí se detendrá. Y lo conduce un maquinissssta que sse ha ssacrificado por la causa, ¿vale?
Todas abrieron los ojos como platos, inspirando ruidosamente por la impresión; excepto Pinkamena Diane Pie, la cual pareció indiferente al hecho.
—Mad Machine se ha presentado como, o sea, voluntario, ¿vale? para la misión. Y no ha merendado.
Hubo una exclamación de horror. Solo Pinkamena soltó un indiferente “meh”.
—¡No es posible! —dijo Rarity
—Pero si no come nada... ¡No tendrá fuerzas para correr! —concluyó Rainbow Dash.
Twilight asintió.
—Possss.... sí. No podrá correr hacia sssu ídolo, ¿vale?
Hubo un respetuoso silencio... roto por Rarity.
—Va a ser muy humillante. ¡¡Es un héroe!!
— ¿Lo saben Volgrand y Unade?
— No —respondió Twilight.
Hubo un instante de silencio en el que todas comprendieron lo que eso implicaba, y empezaron a reír como posesas.
—Nos ha hecho recordar —concluyó entre apacibles risas la alicornio.
—Me parece justo, querida.
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Una carrera hacia una muerte segura, aferrado a un monstruo de acero y colorines. Su vida desapareciendo en cada infinita milésima de segundo y sus manos … pezuñas... aferradas a aquella ventanilla cabezotamente, incapaces de dejarla ir. Y un grito sostenido que seguía surgiendo de su garganta.
—¡…AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHH...!
Unade movía sus alas con toda la torpe coordinación que podía siguiendo la vía. Finalmente, el esfuerzo de mantenerse en el aire fue demasiado para ella, posó los cascos en el suelo y caminó tranquilamente hasta la ventanilla de la que se aferraba Volgrand.
—¡…AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHH...!
—Volgrand, puedes dejar de gritar, el tren ha parado.
— …. Unade?
— Sí, abre los ojos.
Volgrand lo hizo mientras la locomotora apuraba el último trocito de carbón que quedaba en su caldera con un tosido que sonó a “... tojíííííííííí.... fuuuuu...”. Se había detenido justo delante del primer paso a nivel que señalaba la entrada a Canterlot.
Volgrand, miró hacia el suelo. Estaba quieto bajo él y no demasiado lejos. Y, por fin, recuperó el control sobre sus manos... cascos delanteros. Se soltó y cayó de pie. En serio.
— ¿Cómo? ¿Qué ha pasado? —dijo mirando a los lados.
—Creo que no llevábamos suficiente carbón para llegar a la estación.
—Ha sido una suerte.
—Sip.
Ambos rodearon la máquina y encontraron a Mad Mach al otro lado de la misma, tendido en el suelo. Trataba de arrastrarse mientras un rugido de hambre surgía de su estómago.
Volgrand y Unade lo esquivaron de puntillas y se alejaron tratando de no llamar su atención. Su último lamento llenó el aire.
— ¿Por qué? ¿Por qué no he merendado? ¡¡Malditos seáis todos!!