Una súbita sacudida me despierta y, antes de abrir los ojos, puedo notar que algo no está bien: el ambiente es frío y seco, no puedo escuchar a ningún animal, aunque quizás están asustados por el extraño ruido rítmico que no reconozco, y no noto hierba o tierra debajo de mí. Es una superficie fría y lisa, lo cual hace que la siguiente sacudida me desplace hasta hacerme chocar contra algo que, con toda seguridad, no es ni un arbusto ni unas ramas. Al ponerme en pie, mis pasos resuenan con un eco extraño que no se parece a ninguna cueva que haya visitado jamás. Finalmente abro los ojos y mi pequeño corazón se detiene por un momento al verme atrapada en una jaula.
He visto a los adultos usar jaulas para atrapar animales peligrosos que rondan cerca de la aldea, pero mi jaula es bastante diferente de cualquier otra jaula que haya visto antes. En lugar de troncos y lianas, unos lisos y finos cilindros, del mismo material que el suelo y el techo, hacen de paredes.
No entiendo nada. Hace solo un momento estaba jugando al escondite con mis amigos. Luego escuché un ruido, como un géiser y después, oscuridad. Sacudo la cabeza y lo primero que pienso es en escapar; no sé por qué me han enjaulado pero no puede ser bueno. Me preparo para golpear uno de esos cilindros cuando una dulce voz me sobresalta y me hace perder el equilibrio.
- Yo de ti no haría eso, pequeña. Podrías lastimarte.
Detrás de mi, fuera de la jaula, veo aterrizar a una pegaso. Nunca había visto una pegaso, solo había oído hablar de ellos en los cuentos del anciano, pero esas historias no le hacen justicia. Su larga crin le cae como una cascada de oro, su pelaje, rojo como el fuego, brilla con la misma intensidad. La cola parece descuidada, pero encierra una belleza salvaje. Unos cristales reposan sobre su hocico. Tras ellos puedo ver que sus ojos, negros como el carbón, desprenden un aura bondadosa. Por un momento, me olvido de mi situación y solo puedo mirarle, entre fascinada y confusa.
- Me alegra verte despierta. ¿Tienes hambre o sed?
Tras un minuto de incómodo silencio y observación mutua, vuelvo a recordar mi cautiverio.
- ¿Do... Donde estoy? ¿Por qué estoy encerrada?
De todas las reacciones, no esperaba que la pegaso respondiera con... entusiasmo.
- ¡Oh, Celestia! ¡Puedes hablar! ¡Mis compañeros de investigación no se lo creerán! Sabía que los “ponis de jungla” erais inteligentes, pero que sepas hablar supera TODAS mis expectativas. Espera, si sabes hablar... -entonces la pegaso cambia su expresión, de agitada excitación a terrible remordimiento- ¡Oh, Luna! ¿Qué debes pensar, encerrada como una criminal? Espera, que te saco de ahí.
Acto seguido, la pegaso se saca de las alas un pequeño objeto que introduce en un cilindro algo más grueso que el resto. Tras unos segundos, oigo un “clic” y una parte de los cilindros se abre, como si fuera una puerta. A pesar de ello, no me atrevo a salir. Por un lado, apenas he entendido lo que ha dicho. Por el otro, no dejo de temblar. La pegaso nota mi nerviosismo y se sienta, con una sonrisa en el rostro y las alas extendidas, invitándome a salir.
- Vamos, no tengas miedo. Ven conmigo y te contaré por qué estás aquí.
Aunque con recelo, hago lo que me pide y, en cuanto estoy a su alcance, me abraza con fuerza y me rodea con sus alas, como si de una cálida manta se tratase. Tras un rato, dejo de temblar y, con un suave gesto de una de sus alas, inclina mi cabeza hacia arriba, mirándonos a los ojos. Entonces empieza a hablar, aún con la sonrisa en el rostro, pero con algo de tristeza en sus ojos.
- Antes de nada, quiero pedirte mis más sinceras disculpas. Verás, ahora mismo estás en un tren que... -la pegaso se detiene al ver mi confusión-. Oh, claro, no sabes qué es un tren. Hmmm...
Entonces la pegaso me explica todo: estamos viajando hacia “Manehattan”, una “ciudad” que es grande como mi jungla, con casas tan altas como los más altos árboles y muchos, muchos ponis. Al parecer, la pegaso está llevando a cabo una “investigación” sobre mi pueblo, a quienes llama “ponis de jungla”. En su lugar natal, somos una especia de leyenda, como los pegasos o los unicornios para nosotros. Por ello decidió capturar a uno de nosotros, para “estudiarnos”. Lo que no esperaba era que fuéramos tan inteligentes como ella. Se pensaba que somos un pueblo de salvajes, por eso me había puesto en aquella jaula. Tras un rato de charla interrumpida por explicaciones sobre lo que no entendía, la pegaso se detiene a media explicación sobre el material de mi jaula, con una expresión de fastidio en el rostro.
- Oh, ¿pero donde están mis modales? Mi nombre es Fierce Mind, pero puedes llamarme Fierce. ¿Tienes nombre, pequeña?
- Sí... me llamo Nature
- Un placer conocerte, Nature -dice Fierce con una sonrisa. Pero dicha sonrisa cae al instante-. ¿Qué voy a hacer contigo?
- ¿Uh?
- Quiero decir... eres una poni muy inteligente, Nature... no eres para nada la criatura salvaje que todos piensan que eres... no creo que esté bien sacarte de tu entorno, y mucho menos como lo he hecho...
En cierto modo, Fierce Mind está en lo cierto: apenas hace unos minutos que me he despertado en esa jaula y ya echo de menos mi hogar. Pero todo lo que me ha contado ha despertado en mí mucha curiosidad.
- Hagamos una cosa. Voy contigo y cuando me hayas enseñado todas esas cosas que me has contado, me llevas a casa. ¿Te parece bien?
- Trato hecho -dice Fierce Mind, cogiendo una de mis pezuñas y sacudiéndola. La miro extrañada por ese gesto y veo como se ríe ligeramente.- Tengo muchas cosas que enseñarte, Nature...