La lluvia y el frío sobre Canterlot hacían que muy pocos ponies se atreviesen a salir con ese tiempo, parecía casi que ya era de noche, debido a las nubes tan oscuras que tapaban el astro luminoso sin apenas permitir que este pudiese hacer su función correctamente. A pesar del clima, un pony estaba allí, aunque no se podía ver bien debido a que este estaba encapuchado, pero si algún pony observador lo viese, podría identificar con facilidad que se trataba de un unicornio.
Este se encontraba delante de una lujosa mansión que, gracias a la iluminación que había por las calles, se podía observar que era blanca, teniendo algunos toques dorados y decorada con varias columnas haciendo mucho más antiguo de lo que era al edificio. El unicornio tocó a la puerta y respiró hondo. Él había estado con anterioridad en esa mansión y, en todas las veces estaba igual de nervioso. Pero esta vez lo estaba por un doble motivo, y uno de ellos no lo desvelaría jamás.
El ruido de la puerta abriéndose interrumpió sus pensamientos y una de las empleadas de la mansión, una unicornio de color lima y melena castaña, no tuvo problemas en identificar al visitante.
—¿Señorito Te...?— antes de que pudiese terminar la frase, el aludido la interrumpió
— Buenas tardes y perdón por importunarla,me gustaría hablar con el señor Harver si no es molestia.
La empleada le dedicó una mirada extraña, para luego mirarle con desaprobación, una mirada que el pony entendió bien, que agacho la suya al instante.
—Espere aquí-murmuró, dejando la puerta abierta para que entrase al recibidor y, mientras la empleada se marchaba, él entró y cerró la puerta, y los recuerdos lo empezaron a invadir. Recuerdos hermosos, pero a la vez dolorosos. Intentó no pensar en ellos pues, ya era cosa del pasado, y no valía la pena rescatarlos de las profundidades de su memoria.
Para distraerse, se puso a contemplar el recibidor, que no había cambiado en nada en absoluto. Seguía siendo bastante amplio, con el típico perchero para dejar los abrigos de los visitantes (en caso de que llevasen alguno), un gran espejo y un reloj de pared que él conocía bien, ya que había sido fabricado por uno de los hijos del señor Harver.
Poco después, la criada volvió, haciendole una señal para que lo siguiese. Este asintió y, tras mover la cabeza levemente, comenzó a seguirla.
Tuvieron que subir por unas escaleras, ya que en la planta baja de la mansión y, según sus recuerdos, se encontraban las áreas comunes; cocina, baño, sala de estar, etc
Tras subir las escaleras, y recorrer el largo pasillo lleno de habitaciones, llegaron a una habitación que tenía una placa en ella: “Rizotti Harver”. Había llegado a su destino, la sirvienta se marchó tras hacer una reverencia y él tocó a la puerta.
—Adelante—se escuchó, hacía tiempo que no escuchaba esa voz, pero se seguía acordando a la perfección de ese tono.
Tras tomar aire y abrir la puerta, el unicornio se pudo encontrar con un despacho más bien simple, con una de las paredes decoradas con dibujos y escritos (seguramente, regalos de sus hijos) y con la otra teniendo algún cuadro que otro que él, al no tener un buen sentido del arte, no podía admirar con toda plenitud. Dirigió su mirada hacia al frente, donde detrás del escritorio, unos ojos color miel le miraban con rostro serio.
El señor Rizotti era un unicornio al que, a pesar de su edad (unos cinquenta y cinco diría él), se conservaba bastante bien. Su melena rojiza tenía algunas mechas plateadas y, a pesar de que ahora estaba oculto por el traje que llevaba, tenía una leve cicatriz en la zona del corazón debido a problemas con este, que ya le habían llevado más de un susto. A pesar de que pudiese parecer fiero o implacable, como el unicornio pensaba que sería antes de su primer encuentro, Rizotti había resultado ser un pony bastante agradable. Nunca le había visto enfaado y era bastante generoso. Este tan solo sonrió levemente al verlo, mientras le indicaba que se sentase, mientras el encapuchado tan solo asentía y cumplía la sugerencia.
—Ha pasado tiempo desde la última vez
Era cierto, hacía tiempo que no se pasaba por allí, y más desde lo que paso, el tenía un leve pánico al rechazo y por eso no se había atrevido a venir antes.
—He...estado ocupado—mintió, aunque Rizotti lo pudo notar en seguida, ya que no mentía bien, pero lo pasó por alto, girando levemente la cabeza
—¿Y porque has venido? Te recuerdo que ella se fue y no sigue viviendo aquí
Agachó levemente la mirada, no había venido aquí por ella, sino a hablar con él
—He venido por negocios—murmuró, mientras Rizotti lo miraba extrañado, pero no le interrumpió—quiero crear una organización para defender Equestria y no depender siempre de las princesas. Quiero crear...a los mercenarios.