“Hazlo.”
Por la pacífica cabaña cercana al bosque, construída en el interior de un árbol vivo pero hueco, se deslizó una silenciosa figura amparada en el manto de la noche. Una gran multitud de animales dormía en todo el hogar, siendo sus respiraciones lo único que rompía el silencio de la noche.
Sorteando los distintos animales, la figura pasó frente a una ventana. La luz de la luna la iluminó durante un instante: se trataba de un ser cuadrúpedo, de pelaje amarillo, casi rozando el color marfil, y de crines negras.
“No lo dudes. Hazlo.”
Avanzó escaleras arriba, sorteando los roedores que dormían en cada peldaño. A pesar de los duros cascos en los que acababan sus patas, su caminar era silencioso como una brisa de verano, y su respiración tan pausada que habría sido imposible notarla aún en el más absoluto silencio. Pero, al llegar al nivel superior estaba la puerta cuyo crujido conocía demasiado bien. De nada sirvió que en todos esos meses hubiera insistido a su anfitriona para que la arreglara: “No es necesario”, decía siempre, “no te preocupes, Evilette, eres muy amable”... Si tan solo le hubiera dejado…
“¡Vamos!”
Cuando se halló frente a la puerta, la poni se detuvo mirándola fijamente. Un aura carmesí iluminó el pomo de la misma, que giró en casi total silencio y, a continuación, la puerta se abrió con un largo y suave crujido.
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—Oh, ¡dioses! ¿Qué te ha pasado?
—Me he… perdido —dijo la desaliñada poni—. En el bosque y…
—Pero… ¡ah! —exclamó la pegaso amarilla, alterada—. ¡Estás herida!
La joven yegua de tierra trató de protegerse cuando la pegaso se acercó, temiendo que fuera a herirla. Fluttershy retrocedió, sabía bien que tratar con un poni herido y asustado no era tan diferente de hacerlo con cualquier otro animal.
—Pobre, ¡pobre criaturita! —exclamó con un hilo de voz—. No debes haber comido bien en varios días. Espera, tengo algo.
Fluttershy giró la cabeza, abrió una de sus alforjas con un ala y rebuscó en el interior. Un instante después sacó una galleta que le tendió a la desconocida; esta dudó un poco, pero solo un minuto después ya estaba devorando el dulce.
—Me llamo Fluttershy. ¿Cómo te llamas?
—Me llamo….
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La puerta daba acceso a una habitación de planta circular; junto a una pared, marcando casi exactamente el radio de la circunferencia, se hallaba una cama cuyas sábanas subían y bajaban suavemente con la respiración de su moradora. Evilette observó que, junto a esta, una pequeña cabecita blanca se levantaba.
Angel al principio solo pareció sorprendido pero, en seguida, algo cambió. Fue como si el conejito blanco hubiera notado que algo no iba bien, que la que creía que era una miembro más de su camada era en realidad un depredador. Se levantó de un salto, a punto de golpear a Fluttershy para despertarla… cuando un aura verdosa rodeó su cabeza.
Tan rápido como se había despertado, Angel cerró los ojos y cayó profundamente dormido.
“Llevas meses preparándote. Puedes hacerlo, la conoces, nadie sospechará de ti. ¡Hazlo!”
Evilette se acercó, preparada para servir a sus hermanos.
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Llevaba un buen rato observando a su anfitriona. El verano había sido especialmente caluroso, provocando una sequía en buena parte del principado. Muchos animales habían migrado a las zonas menos afectadas, entre ellas el bosque Everfree. Aunque abundante, la comida no bastaba para alimentar a una población tan grande, y el calor seguía causando estragos.
Fluttershy caminaba, sudorosa, de un lado a otro. Había ido varias veces al río cercano a buscar grandes capazos de agua con los que dar de beber a los animales cuya debilidad les impedía llegar por sí mismos. No eran pocas las criaturas que habían fallecido, y ello había afligido fuertemente a la pegaso amarilla. Y, a pesar de ello, seguía haciéndolo.
No podía comprenderlo.
—Fluttershy… ¿por qué lo haces?
La pegaso detuvo un instante su incansable labor para atender a Evilette.
—Porque alguien tiene que ayudar a estos animalitos.
—Pero no entiendo, no pareces ganar nada ayudándolos. ¿Qué esperas conseguir?
Los ojos azules de Fluttershy mostraron su confusión, pero esta, cansada y paciente, negó con la cabeza; una dulce sonrisa precedió su explicación.
—No espero nada, Evilette. A veces hay que mostrar un poco de amor por quienes necesitan ayuda. Como cuando te encontré en el bosque, ¿recuerdas?
Esta asintió, notando que había recibido una lección muy importante por parte de su anfitriona… si bien no alcanzaba a comprenderla.
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“Hazlo.”
Evilette notó la magia de sus hermanos fluir a través de ella. Sería fácil, su objetivo dormía.
“¡Hazlo!”
La presión en su mente era demasiado poderosa. Sabía lo que tenía que hacer, sabía que cumpliría sus objetivos sin problema, sabía que pronto alcanzarían la venganza. Pero… no conseguía llamar a la magia.
Me recogió.
Me alimentó.
Curó mis heridas.
Jamás me pidió nada…
“¿Qué estás diciendo? ¡Hazlo ahora!”
Esa no era la voz de sus hermanos, sino la de su reina. En ese instante, Evilette supo que no tenía elección.
Fluttershy se despertó al escuchar un fuerte golpe. Al alzar la cabeza vio que la ventana de la habitación estaba abierta de par en par.
Minutos después de un rápido y desesperado galope, Evilette se permitió parar, resoplando. Todavía escuchaba a sus hermanos en su mente, pero hacía lo posible por acallarlos. Avanzó a través de la penumbra del bosque y, tras la sombra de un árbol, un destello verdoso la rodeó. Al salir de nuevo a la luz de la luna, un irregular cuerno adornaba su frente; su cuerpo se había vuelto negro y dos alas semi transparentes surgían de su lomo. Sus ojos plateados se alzaron, mirando directamente a la luna.
No había podido hacerlo… no podía hacerlo. Se había acercado a ella para comprenderla antes de reemplazarla… y la había comprendido. ¿Cómo iba a matar a Fluttershy? ¿Cómo, cuando había conocido, finalmente, qué era el amor? ¿Cómo, tras solo vislumbrar lo que hacía que una yegua como Fluttershy pudiera darlo todo… sin esperar nada a cambio?