Dos lobos y tres grifos combatían codo con codo, bloqueando el camino que trazaba la raíz del gran árbol de Lutnia sobre el agua, deteniendo por la fuerza a las olas de no muertos que llegaban dispersa pero incansablemente desde el puerto. Los fusiles de los lobos hacía tiempo que habían sido desechados, inútiles en el combate cuerpo a cuerpo.
Los gritos y rugidos de los marineros y el ruido de las armas sonaban lejanos a oídos de Aitana y Hope, desvaneciéndose cada vez más ante el creciente viento de la tormenta convocada por Asunrix. El poseído Maestro de la Guerra caminó unos pocos pasos de lado, siempre mirando a sus adversarios, buscando una oportunidad para atacar. Aitana jadeaba, todavía recuperándose del combate singular que mantuvo contra el ciervo y del que a duras penas logró salir con vida, con sus músculos resentidos y tensos por las descargas eléctricas. A su espalda, Hope mantenía un hechizo que hacía que su cuerno brillara débilmente; un simple detector mágico con el que esperaba poder sentir las hebras de la magia de Gaia para poder desviar las invocaciones del druida.
El ciervo caminó de lado, a medida que las nubes ocultaban la luna, sumiendo la zona en la penumbra, haciendo que la magia que teñía sus ojos de verdes brillara con mayor intensidad, solo ofuscada por el resplandor del fuego de la punta de su lanza. Hope tragó saliva, sobrecogido. Aitana no se inmutó.
—Hope, encárgate de detener su magia, yo me encargaré de frenarlo.
—No sé si lo lograré.
—Como no lo hagas moriremos los dos, échale cojones si quieres vivir.
La gran cornamenta de Asunrix se iluminó con un aura verdosa, haciendo que la yegua marrón frente a él se preparara para cualquier ataque. Hope Spell notó las hebras de Gaia extendiéndose desde el druida por el aire, agrandándose en un gran arco que se alzaba hacia el cielo. La tormenta rugió con su trueno, y el mago blanco reaccionó llamando a la magia de forma instintiva, sin pensar en un hechizo concreto. Frente a él escuchó al druida galopar, seguido del repetitivo chocar de las lanzas al intercambiar golpes con Aitana. La magia creció alrededor de los tres cuadrúpedos, mientras Hope se concentraba como jamás lo había hecho, y se preparó para descargar un improvisado hechizo.
El fuego que cubría el arma de Asunrix creó una deflagración de llamas cuando su asta chocó con la lanza de Aitana. La yegua echó el arma de su oponente a un lado y cargó contra el mismo, buscando golpearle en las patas delanteras con los cascos armados que llevaba. Pero, para su sorpresa, el druida saltó hacia atrás, alejándose varios metros de ella. Fue entonces cuando notó que algo iba mal: todo su pelaje y crin se erizaron, alzándose sus puntas hacia arriba, y cuando rozó sus dos pezuñas cubiertas de metal, una chispa eléctrica saltó entre ambas. Un suave resplandor blanco cayó sobre la yegua, incrementándose hasta convertirse en una cegadora luz en un instante. A su espalda, hope gritó, y su cuerno brilló con fuerza.
El rayo surgió de las oscuras nubes, siguiendo la estela de luz que marcaba la senda hacia la yegua que era su objetivo; con una terrorífica explosión la saeta eléctrica detonó apenas a un par de metros sobre la cabeza de Aitana. Un campo de magia se materializó, creando una deflagración de rayos que impactó alrededor de los ponis. Hope gritó cuando las detonaciones finalizaron, sintiéndose aturdido por la intensidad con la que la magia palpitaba en su cuerno.
Aitana vio a su compañero conmocionado por el esfuerzo y no tardó un instante en lanzarse contra Asunrix para ganar tiempo; este la recibió cargando contra ella, pero la yegua esquivó su lanzada y se echó hacia el flanco expuesto del ciervo, pero este había calculado ese movimiento y esquivó el ataque. Aitana no le dio tregua, encadenando lanzada tras lanzada, impidiendo que pudiera atacarla. Pero la cornamenta del druida brilló brevemente y la arqueóloga sintió el suelo moverse bajo sus cascos. Como si de una ola se tratara, la madera se combó, empujando a Aitana lejos del druida y, al instante, un nuevo halo de luz blanca la cubrió, erizando su pelaje. Trató de apartarse, pero el halo la siguió como si de un foco de luz se tratara.
Una vez más, un potente rayó cayó sobre la yegua y detonó sobre esta, siendo desviada por la magia de Hope que había logrado enfocar su mente lo suficiente para conjurar. Volvió a gritar, mientras los rayos impactaban a su alrededor y, durante un instante, sus patas se negaron a sostenerle. Aún así, luchó por mantener su mente enfocada, desviando la atención del combate cerrado que volvían a librar Aitana y Asunrix. No podría resistir otro impacto así, tenía que pensar en otra solución; buscó a su alrededor algo, cualquier cosa que le inspirara una idea... cuando su vista se centró en una cercana nave de los reinos lobo. Hope se teletransportó, desapareciendo del muelle y dejando a Aitana sola.
La yegua marrón había mantenido el empuje durante varios segundos, pero su ventaja había muerto con las hábiles fintas de Asunrix; el druida pasó al ataque, obligando a su oponente a retroceder, lanzando rápidos tajos que apuntaban a los órganos vitales de la poni. Un potente golpe arrancó la lanza de la pata de Aitana, lo que la obligó a desviar el siguiente ataque con las pezuñas armadas. Trató de avanzar para eliminar la ventaja que la lanza le concedía al ciervo, pero este retrocedió sin darle oportunidad completar la maniobra. Jadeando, Aitana se preparó para esquivar una nueva lanzada cuando una voz sonó por encima del ruido del viento y la lucha: un lobo gritando en su idioma natal.
—¡Oye, escoria!
El ciervo se giró para ver al capitán del navío lobo alzando una pistola hacia él y, al instante, la pólvora detonó, propulsando el proyectil. La fuerza del impacto hizo que una de las patas delanteras del ciervo se moviera violentamente hacia atrás, obligándole a soltar la lanza cuyo fuego se apagó al hacerlo, y abriendo una profunda herida justo bajo la articulación del hombro. Aitana galopó hacia él y, haciendo una finta, giró sobre sus patas delanteras para cocearlo con las traseras. Asunrix, a causa de su pata herida, no pudo reaccionar a tiempo y recibió el golpe de pleno en las costillas. Dolorido, siguió retrocediendo, pero la arqueóloga poni no le dio tregua, persiguiéndolo sin descanso, la cual se permitió sonreír al ver finalmente las tornas cambiadas y llevar ella la ventaja en ese combate.
Pronto supo que creer que el druida ya estaba derrotado era un error: la cornamenta del mismo brilló y Aitana sintió cómo sus patas traseras eran atrapadas por plantas que habían crecido sobre el muelle. Varios gritos a su espalda le indicaron que el hechizo había afectado también a los lobos y grifos que detenían a los no muertos. Asunrix miró al cielo, llamando a los elementales del aire, y la tormenta tronó como respuesta; dos haces de luz blanca cayeron sobre Aitana y el capitán lobo, que también estaba atrapado. La yegua miró alrededor, buscando a Hope Spell, pero no pudo verlo por ninguna parte.
Los haces de luz se incrementaron y, cuando el rayo iba a descargar, Aitana se preparó para el impacto. Sin embargo, dos rayos surgieron al mismo tiempo de las nubes y convergieron sobre un mismo punto en el aire, desviándose a continuación con una ensordecedora detonación hasta el mar. Todo se fundió en blanco y en un agudo pitido en los oídos que le duró un par de segundos; cuando pudo mirar hacia arriba, Aitana vio un resplandor verde flotando en el aire: un arpón sostenido levitado por un aura mágica, del cual colgaba una cuerda mojada que descendía hacia las aguas del puerto. Y, sobre el navío lobo, Hope Spell se asomó, su cuerno brillando con el mismo tono que el aura que sostenía el improvisado pararrayos.
—¡En ocasiones la ciencia vence a la magia!
Aitana aprovechó ese instante para sacar una daga de su chaleco con los dientes y usarla para liberarse de las ramas que la aprisionaban. Asunrix cojeó hacia un lado, viendo su principal ataque mágico inutilizado. Tras los marineros que seguían combatiendo contra los no muertos, en el puerto, se pudieron apreciar varias deflagraciones de llamas, seguidas por el rugir de grandes animales.
—Hope, cuando lleguen los druidas explícales lo que ocurre —ordenó Aitana.
—¡De acuerdo!
Hope mantuvo el arpón en el aire, asegurándose de que Asunrix no pudiera volver a usar la tormenta en el combate. Aitana recogió una lanza del suelo, sabiendo que ahora su oponente no podría hacer lo mismo con una pata herida. El druida volvió a conjurar, y la madera del muelle crujió a causa de la magia; la gran raíz formó puntas de lo que parecían lanzas, apuntando directamente a la yegua marrón. Ella soltó su arma, sabiendo que iba a necesitar sus cuatro patas.
—Esto será... interesante —murmuró antes de sacar su látigo y asirlo con los dientes.
Para cuando el primer proyectil fue propulsado por la magia de Gaia, Aitana ya estaba saltando a un lado, evitándolo; luego cayó al suelo y rodó sobre sí misma, dejando atrás el segundo ataque. La arqueóloga siguió corriendo y esquivando, acercándose cada vez más al druida, denotando con cada movimiento los años de experiencia evitando trampas y hechizos oscuros. Un crujido frente a ella le llamó la atención hacia una punta que apuntaba a su cabeza, por lo que se agachó para esquivarla; un movimiento que notó de reojo le indicó que otro proyectil se dirigía a su costado derecho, por lo que rodó a la izquierda, apartándose de su trayectoria... La yegua marrón mantuvo esta danza hasta que se encontró con Asunrix justo frente a ella, el cual estaba apuntando personalmente tres lanzas de madera con su magia. Aitana desenrolló su látigo con un ensayado movimiento de cabeza y calculó distancias hasta una farola que se alzaba entre ella y su oponente.
La arqueóloga saltó, esquivando una de las armas lanzadas por el druida, enarbolando su látigo. Con un poderoso chasquido, este se enrolló, permitiendo a Aitana columpiarse del mismo. Otro proyectil pasó junto a ella, fallando por pocos centímetros; la yegua calculó la inercia que llevaba en el movimiento para soltar el látigo en el momento exacto, proyectándose por el aire para caer sobre su enemigo.
Asunrix siguió a Aitana con la vista, disparando la lanza de madera con su magia. A pesar de ello, la arqueóloga cayó sobre él con toda la fuerza que le confirió la velocidad unida a sus pezuñas armadas. El druida cayó al suelo, sintiendo como algo crujía en sus costillas y, antes de que pudiera hacer nada más, la yegua marrón lo golpeó en la cabeza, aturdiéndolo.
Aitana se mantuvo sobre él unos instantes, asegurándose de que su oponente estaba fuera de combate antes de permitir que sus patas traseras le fallaran. Miró hacia atrás para analizar el dolor que sentía: la última lanza de Asunrix le atravesaba el muslo trasero izquierdo. Apretó los dientes, maldiciendo para sus adentros; sabía lo suficiente de primeros auxilios para saber que no debía arrancarse el asta para no provocar una hemorragia. Necesitaba un médico. Miró de nuevo a Asunrix, que balbuceaba algo en el suelo, en un estado de semi-inconsciencia.
—Si no estuvieras poseído... te juro que te mataba ahora mismo...
Pudiendo tomar al fin un respiro, la adrenalina empezó a abandonar su cuerpo; fue cuando Aitana fue consciente del estado en el que se encontraba. Sus músculos estaban entumecidos por las descargas que recibió antes, y empezó a notar cientos de golpes en distintas zonas de todo su cuerpo. Las patas le dolían muchísimo y, aparte de la -evidente- lanza en los cuartos traseros, estaba bastante segura de que tenía un esguince en una de las patas delanteras.
La yegua miró alrededor, pero no pudo ver a Hope Spell. Desde el muelle se acercaban cada vez más los druidas, a juzgar por las explosiones y los rugidos de los animales. El combate duró un par de minutos más antes de terminar y, al poco, el retumbar de varias decenas de pezuñas trotando hacia ella se hizo más evidente.
Lo primero que apareció en su campo de visión fue una pareja de enormes osos pardo. Estos olisquearon el aire clavaron sus ojos inyectados en sangre en Aitana pero, para tranquilidad de la misma, no la atacaron. Se quedaron quietos y dejaron que sus hermanos ciervo les adelantaran; los guerreros druida formaron una perfecta línea de combate, deteniéndose a pocos metros de Aitana. El maestro de la guerra Solnes avanzó: Su arma estaba cubierta por el enfermizo icor que los necrófagos tenían por sangre, y su armadura de madera viva tenía varios golpes y arañazos. Aitana imaginó que la línea de combate debió romperse para abarcar el inmenso puerto de Lutnia. Solnes observó a Aitana y se adelantó enarbolando su lanza hacia ella.
—¿Qué has hecho, poni?
—Está inconsciente —jadeó Aitana—, nos atacó, está...
—¡¿Has osado atacar a un maestro de la guerra, maestra arqueóloga, tras traer la muerte a este lugar?!
—¿Pero qué... cojones... dices?
—Maestro de la guerra, ¡espere!
Esa última voz, Equestriana, sonó desde una nave cercana. Un instante después hubo una explosión de luz cuando Hope se teletransportó frente a su malherida compañera. Solnes convocó a Gaia, haciendo que varias ramas atraparan las patas del unicornio verde. Este no trató de resistirse.
—Maestro de la guerra, me llamo Hope Spell, y soy un maestro de la magia. El maestro de la guerra Asunrix me acogió en su hogar, no ha sido nuestra intención herirlo, pero no pudimos evitar el combate contra él.
—El maestro de la guerra Asunrix es un fiel servidor de Gaia y de Cérvidas, si os atacó debió tener una buena razón.
Mientras esta conversación tenía lugar, varios guerreros ciervo salieron de la linea: Dos de ellos apartaron a Aitana a un lado, dejándola después en el suelo sin preocuparse por sus heridas, amenazándola con sus armas si hacía el menor movimiento. Otros dos druidas empezaron a atender las heridas de Asunrix.
—Existe una buena razón, Maestro de la guerra —expuso Hope Spell tan claramente como pudo—. Se han infiltrado magos negros en Lutnia, uno de ellos logró dominar a Asunrix. Su misión era recuperar un antiguo pergamino ciervo que... la maestra investigadora Sinveria estaba traduciendo. Este ataque era solo una distracción.
Hubo algunos murmuros entre lo soldados ciervo, mientras los dos curanderos se encargaban de usar su magia para sanar las costillas de Asunrix.
—¿Cómo sabes tú eso, maestro de la magia? —preguntó Solnes— ¿Has tenido algo que ver con este ataque?.
—Lo sé porque yo le proporcioné el pergamino a Sinveria y la ayudé a traducirlo. Porque esta noche me encontré cara a cara con el mago negro y... porque...
Hope sintió un nudo en la boca del estómago al rememorar lo que había visto en la casa de Sinveria. Ese instante de duda bastó para que las plantas que le atrapaban se cerraran con más fuerza en torno a sus patas.
—Habla —ordenó Solnes.
—Porque... Sinveria ha muerto en cascos del propio Maestro de la guerra, Asunrix.
Hubo un instante de silencio antes de que la disciplinada línea de guerreros druida lo rompiera en gritos de indignación. Aunque gritaron en ciervo, no hacía falta hablar el idioma para saber que estaban exclamando que era mentira, culpando a los ponis de lo ocurrido.
—¡¡Asunrix estaba poseído, todavía lo está!! —gritó Hope por encima de las acusaciones—. ¡He intentado liberarlo, pero no lo logré, por eso tuvimos que enfrentarnos a él! ¡Él no es el culpable, no era dueño de sus acciones!
—¡Ese ciervo que protegéis es un asesino!
Desde una nave cercana, un grifo habló. Era uno de los marineros que había hecho frente a los no muertos hasta la llegada del ejército de Lutnia, y su cuerpo mostraba algunas heridas todavía sangrantes.
—¡Llegó aquí, escoltado por los no muertos! Le vi hablar con un unicornio anciano de color rojo y después empezó a atacar a todo el que vio. ¡Ha asesinado a casi toda mi tripulación sin ninguna razón!
—¡Es cierto! —rugió el capitán lobo, que trató de abrirse paso a través de la linea de ciervos antes de ser detenido por una docena de guerreros armados—. ¡Nos atacó sin motivo, y cuando estos ponis llegaron hizo lo mismo! ¡Estáis defendiendo a un asesino, ciervos!
Los guerreros ciervo volvieron a discutir, repitiendo que eso no era posible, hasta que Solnes hizo un gesto para que sus druidas guardaran silencio. Dio orden a los curanderos para que despertaran a Asunrix.
—Que sea él mismo quien lo explique.
—Me atacará directamente, Solnes, está...
Aitana no pudo acabar esa frase: uno de los ciervos que la vigilaba posó la punta de la lanza sobre su garganta.
—Silencio, bruja, puedo sentir la muerte en ti.
Poco después la magia de los curanderos hizo efecto. Asunrix despertó, tosiendo repetidas veces hasta que logró ponerse en pie, tambaleante, ayudado por los dos druidas. El Maestro de la guerra Solnes hizo un gesto a un pequeño grupo de sus hombres y después se puso frente a Asunrix.
—Asunrix, ¿qué ha ocurrido? —preguntó en ciervo.
Este miró a su compañero, confundido, y después recorrió la zona con la vista hasta que sus ojos se posaron sobre Aitana. Al instante, el blanco de los mismos se tornó verde y un aura púrpura surgió de los mismos.
—¿Asunrix?
Pero el poseído druida no escuchó a su amigo: lo empujó a un lado y cargó directamente contra Aitana, recogiendo una lanza en el camino. Hope gritó, y los dos guardias que vigilaban a la poni no supieron qué hacer al ver a su superior cargar contra ellos.
Los druidas a los que Solnes había dado una orden con gestos antes, por el contrario, sabían bien qué hacer. Conjuraron al mismo tiempo, sus cornamentas volviéndose de un brillante color verde. La raíz bajo las patas de Asunrix crujió cuando un montón de enormes ramas surgieron de la misma, rodeando a Asunrix a una velocidad imposible e inmovilizándolo. Este no se rindió, llamando a la magia él mismo para liberarse, pero el poder combinado de los guerreros druida era superior al del maestro de la guerra. Solnes se acercó a su compañero y conjuró, cerrando las ramas en torno al mismo para detenerlo completamente.
—Dicen la verdad —sentenció tras unos segundos.
Tras repartir órdenes, los druidas coordinaron sus esfuerzos: mientras cinco de ellos mantenían a Asunrix inmovilizado, el resto canalizó su magia a través del maestro de la guerra Solnes, el cual guió a Gaia para liberar a su compañero. Poco a poco, un aura de un brillante color amarillo rodeó al gran ciervo; durante unos instantes este luchó con más fuerza por liberarse, pero no tardó en tranquilizarse a medida que la voluntad de Gaia ganaba fuerza sobre la magia negra de Sharp Mind. La sombra púrpura que rodeaba sus ojos se difuminó como simple humo, y estos últimos, finalmente, recuperaron su color natural. Asunrix miró alrededor, confundido, y trató de moverse sin darse cuenta de que estaba atrapado. Solnes se puso frente a él.
—Amigo mío, ¿cómo te encuentras?
—¿Solnes? ¿Dónde estoy, qué ha pasado?
Los guerreros liberaron a Asunrix, el cual seguía mirando a todos los presentes totalmente desorientado.
—¿Qué es lo último que recuerdas?
—Estaba con la maestra investigadora Sinveria... ella estaba traduciendo un pergamino y me pidió que la vigilara. Y luego yo... yo...
La expresión de confusión de Asunrix se transformó en una de auténtico pavor.
—No, no es posible —murmuró—. Es una pesadilla, yo jamás...
—Asunrix...
El aludido se giró hacia Hope Spell. El poni se acercó un par de pasos, compungido, pues se sentía en la obligación de decirlo.
—No te culpes por Sinveria, no fue culpa tuya. Estabas poseído, no eras dueño de tus actos.
Asunrix alzó la vista poco a poco, mirando al infinito. Retrocedió unos pasos, rememorando unos recuerdos que deseaba con todas sus fuerzas que no fueran ciertos. Pero... recordaba haber llamado a Gaia, la cara de terror de Sinveria, sus ojos cuando trató de hablar con él, los zorros mordiéndole en las patas...
Se giró para ver sus propias pezuñas traseras y, en su pelaje, vio la inconfundible marca de las mandíbulas de un zorro.
—No... ¡No! ¡No!
Asunrix intentó correr hacia el centro de la ciudad, hacia el Bosque de la Sabiduría. Tenía que ser un error, no podía ser cierto. Pero los guerreros druida soltaron sus armas y lo detuvieron por la fuerza.
—¡No es posible! ¡No, no puedo haber hecho eso, no puedo haberla matado!
—No fue culpa tuya, amigo mío —dijo Solnes.
—¡Yo debía protegerla! ¡Me pidió que la protegiera, no puedo haberla matado! ¡¡SINVERIA!!
Los gritos incansables del gran maestro de la guerra resonaron por todo el puerto, llenando a los ciervos presentes con un sentimiento de tristeza e ira. Solnes repartió órdenes.
—Llevadlo al gran árbol. Tratad las heridas de los ponis y encerradlos en el calabozo, vamos a llegar al fondo de todo este asunto. Quien sea el responsable pagará por cada muerte que ha causado.
Hope fue inmediatamente escoltado por dos guerreros ciervo, mientras que Aitana fue levantada a la fuerza y llevada hacia el gran árbol. Esta no se resistió, mientras se fijaba en algo que solo ella había notado: dos cornamentas que no habían conjurado junto al resto.
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NOTA DEL AUTOR:
Me ha costado. Me ha costado mucho, pero al fin he logrado que la musa vuelva a soplarme.
Este combate ha sido todo un reto para mi: Era combinar el describir un tipo distinto de magia y meter en combate a tres personajes con niveles de habilidad muy dispares: Un pro (Asunrix), una experta (Aitana) y un novato (Hope Spell). Lograr llevar el combate de forma que cada cual aplicara su habilidades de forma efectiva, sin que se pasaran de poder o rozar el “Gary Stu” es lo que me ha tenido tanto tiempo sin actualizar. Mis disculpas.
Especialmente me costó ver las acciones de Hope Spell: “Si yo fuera un mago novato, ¿cómo apoyaría a Aitana?”. Al final la respuesta ha sido evidente: primero intentando parar la magia de Asunrix por la fuerza (error de novato) y al final echándole dos dedos de frente y buscando una vía alternativa (el pararrayos).
Hope es un personaje que todavía tiene mucho que aprender: acaba de enterarse de la peor de las maneras que el mundo no es tan brillante como se lo habían contado. Hasta qué punto decidirá seguir a Aitana Pones... habrá que verlo en el futuro.
Gracias por leerme, se agradecen reviews. ¡Brohoof!