[center]MY LITTLE PONY[/center]
[center]PARALLEL STORIES[/center]
[center]Chapter 1x18[/center]
[center]Cuestión de suerte[/center]
[center]Parte 1[/center]
—¡Déjale que ese imbécil se vaya! —gritó Gentle, dejando escapar toda la insidia que tenía dentro—. ¡No es culpa nuestra que sea completamente imbécil!
—Venga, venga… —Muffled intentó apaciguarla, acercándose a ella e intentando deslizar una pata sobre el lomo de la unicornio de dos colores—. Recapacita un poco, anda… Mientras, yo voy a ir a ver si puedo convencerle de que vuelva y te pida disculpas. Pero intenta tranquilizarte, ¿vale?
—¡¡Al menos yo no soy un monstruo sin escrúpulos!! —se oyó desde fuera la respuesta que el amarillento semental dedicó a la yegua del cuerno roto.
—¡Se acabó…! —Gentle murmuró entre dientes, en un vano intento de aguantar su rabia como podía—. ¡Lo mato! ¡¡Os juro que lo mato…!!
Incorporándose de un salto, se dirigió directamente hacia la puerta, pero fue frenada in extremis por Wise, por Muffled y por Spoon Giddy.
—¡Por favor, Gentle! —volvió a suplicar Muffled—. ¡Esta vez te has sobrepasado con el pobre! ¡Ponte en su lugar!
—¡Es que me enerva su cháchara insustancial! —respondió la aludida—. ¡Y encima me insulta!
—De todas formas —intervino Wise—, eres tú la primera que debería calmarse. Su comentario iba en general, no contra ti.
—¡Tú no te pongas de su parte! —exclamó la unicornio de dos colores, mirándole fríamente—. ¡Lo estabas haciendo bien... que incluso empezaba a confiar en ti! ¡Y ahora, con esto, lo estropeas todo!
—Creo que voy a ir a verle —dijo Magic Sales, dirigiéndose hacia la puerta—. Nunca le he visto tan afectado como ahora.
—¡Pues llévate a esas dos inútiles! —comentó la yegua del cuerno roto, señalando a las gemelas Numbers—. ¡A ver si por lo menos hacen algo de provecho, para variar!
Previendo lo que iba a pasar, Spoon se interpuso entre Reale y Gentle y, mirando a la primera, negó con la cabeza. Con un bufido, la mayor de las gemelas Numbers se giró y, haciendo un gesto con la cabeza, convino a su hermana menor y a la tendero para que la siguiesen. Una vez las tres yeguas abandonaron la casa del Consejo, la unicornio de dos colores se relajó, como si la tensión ambiental que había generado la situación se hubiese marchado junto con el trío de féminas.
—¿Se puede saber qué es lo que te ha pasado? —inquirió Wise—. Con haber hecho una votación conjunta y denegar su petición de restaurar su hotel, habría sido más que suficiente.
—¿Es que no lo ves? —declaró Gentle con un tono más bajo, mientras irónicamente aceptaba de buen grado el abrazo lateral que le estaba dando Muffled—. Para él, solo existe él mismo. El resto del universo le importamos un comino.
—Pues ese asunto es algo que deberíamos hablar de nuevo todos, y para hacerlo con seriedad, deberías calmarte... —expuso el marronáceo semental—. Voy a llamarle, así que no te enojes, por favor…
Mientras Wise se disponía a hacer realidad sus palabras, Muffled apretó un poco más su abrazo, y comenzó a susurrar una cantinela con un tempo tal que podría asemejarse a una nana. Esta vez Gentle, en vez de enfurecerse, dejó que la letra de la canción de cuna penetrase en su interior, haciendo que, poco a poco, se relajase.
—¡¡A qué estáis esperando!! —gritó Wise de repente, desde la puerta, mientras miraba hacia la entrada del pueblo—. ¡¡Seguidle!! ¡¡Y convencedle para que vuelva!! ¡¡Nosotros nos ocuparemos de calmar a Gentle!!
—Pues que sepas que con ese grito lo has estropeado todo...—alegó Muffled desde el interior del edificio, la cual miraba al poni con cara de pocos amigos mientras señalaba a la unicornio de dos colores, quién volvía a apretar los dientes, furiosa—. Mis esfuerzos no han servido para nada…
—Bueno, yo marcho… —intervino Spoon Giddy, levantándose y dirigiéndose hacia la calle—. El restaurante no se va a abrir solo…
Wise se apartó para dejar pasar al cocinero, pero a la vez le dedicó una mirada fría, dándole a entender que no era adecuado escaquearse de esa tarea que todos tenían en ese momento entre cascos. El camarero, al cruzar el umbral de la entrada, se giró y les dedicó una sonrisa socarrona a los demás, cerrando la puerta tras él.
—Bueno, ahora que estamos solos… —declaró Wise, después de dar una bocanada de aire—. Gentle, ¿se puede saber por qué te irritas tanto con Disarming Smile?
La yegua del cuerno roto se quitó de encima, poco a poco, la pata que Muffled había estado manteniendo hasta ese momento sobre ella. Levantándose, miró al poni de tierra y, encarándole, le respondió:
—Vosotros dos me conocéis bien... Durante toda mi vida, o al menos desde que estoy en este pueblo, he intentado contrarrestar la patente debilidad y la jocosidad que mi aspecto representa —se señaló su cuerpo—, con la búsqueda y mantenimiento, en la medida de lo posible, del control sobre todo lo que me rodea.
>>Pero con él… Con Disarming Smile… Simplemente no puedo… Él sobrepasa mis defensas y me hiere, solo con estar presente… Es como si hubiese sido creado con el único objetivo de volverme loca. De hecho, no me extrañaría en absoluto que fuese un experimento de algún perturbado ser, con el propósito de alterar y destruir la paciencia de los demás… Incluso no me extrañaría en absoluto que la autora de tal atrocidad fuese Celes…
—¡¡Basta!! —cortó Muffled—. ¡Por favor, te pido que no metas a la Princesa Celestia en esto!
—¿¡Qué sabrás tú!? —espetó Gentle.
—¿Crees acaso que, cuando la Princesa Luna trae la noche a Equestria, nuestra soberana del Sol se dirige a una habitación secreta toda llena de probetas y líquidos extraños y espera hasta que aparece Pinkie Pie con un traje de ayudante preguntando “¿Qué vamos a hacer esta noche, Su Alteza?”, a lo que esta contesta “Lo mismo que hacemos todas las noches, Pinkie… ¡Hacer enloquecer a Gentle Colors!”?
—Algo así, pero de una manera menos estúpida… —respondió la unicornio de dos colores, levantándose y dirigiéndose hacia la puerta—. Además, dudo mucho que una de las portadoras de los Elementos de la Armonía se preste a hacer algo así.
—¿Acaso no ves que todo esto es una tontería? —la jefa de mineros se estampó su casco en la frente, incapaz de comprender la excesiva obsesión que tenía entre los ojos la yegua del cuerno roto, algo que era demasiado enfermizo, incluso para ser ella. Entonces, mirando de soslayo tanto a Gentle como a Wise, siguió hablando—. De todas formas, deberías quedarte, en cualquier momento esas tres volverán con Disarming y podremos continuar…
—¿Estás segura? —inquirió la aludida, en un tono marcadamente orgulloso—. Seguramente ese imbécil ya haya pasado la encrucijada de caminos, rumbo a Ponyville.
Wise se asomó por la ventana, ligeramente asustado. Tenía el pálpito de que lo que acababa de escuchar de boca de la unicornio de dos colores era cierto pues, si en algo destacaba Disarming Smile, era en su cabezonería innata. En las inmediaciones del hotel no parecía haber nadie, exceptuando a uno o dos ponis que caminaban a un ritmo sosegado por la zona, ajenos a lo acontecido entre los miembros del Consejo. Pero no había ni rastro del hotelero, ni tampoco de las tres yeguas que debían intentar convencerle de dar su pata a torcer.
—Podéis iros —confesó finalmente a las otras dos—. Enhorabuena, Gentle. Has ganado otra batalla…
Sus palabras fueron respondidas por ambas féminas con un bufido. En el caso de la yegua del cuerno roto fue uno corto y estruendoso, mientras que el emitido por la jefa de mineros, a pesar de ser de un tono bastante más suave, reflejó claramente su molestia, a través de la perpetuación del sonido en el tiempo. El semental se lamentó y, abriendo nuevamente la puerta, hizo indicaciones para que las dos saliesen.
Una vez estuvieron en la calle, cada uno se dirigió a un lugar distinto del pueblo.
[center]* * *[/center]
Knowledge terminó el dibujo y, mientras escupía el pincel nuevamente sobre la redoma de tinta, suspiró. Volvió a mirar el pergamino y, con una gran sonrisa en su boca, retiró las piedras situadas a ambos lados del papel y dejó que éste volviese a enrollarse, dando un pequeño salto en el proceso.
Acercándose al lateral de la mesa de trabajo mientras canturreaba, agarró con su boca la cinta del zurrón y, mediante un rápido movimiento de cabeza, lo situó sobre su lomo, ajustándose la cincha de sujeción a continuación. Por último, y sin dejar de tararear una canción olvidada, introdujo el pergamino en una de las bolsas y salió de casa.
Por el camino se encontró con Gentle Colors, a la que apenas prestó atención, pues esta, aparte de que esta iba por la parte contraria de la calle, su rostro contrariado hacía patente el mal genio que le caracterizaba. Por eso mismo, la blanca poni de tierra prefirió no acercarse e intentar animarla –o, al menos, saber qué le había puesto en ese estado-, pues sabía perfectamente que era mucho más probable que ella misma terminase enfurruñada que el lograr arrancar una sonrisa en el rostro de la unicornio de dos colores.
Cuando llegó al umbral de la entrada de la herrería, Knowledge paró, extrañada. Aunque la entrada estaba abierta, todo el lugar permanecía en completo silencio, exceptuando el crepitar del fuego. Entró al interior del edificio despacio, intentando no alterar la quietud del sitio.
Allí, reflejado contra la pared, vio lo que pareció ser la sombra de la herrero, aunque, a juzgar por la posición y, sobre todo, por la altura, bien podría ser un expectante demonio preparado para atacar a su siguiente víctima, lo que instantáneamente le provocó en ella una oleada de pavor.
—Sha… Shadow… ¿Eres tú? —se atrevió a preguntar.
La sombra se movió ligeramente, lo suficiente para dar a entender que la estaba observando directamente.
—¿Eh? —se escuchó la interjección por toda la herrería—. ¡Ah, eres tú, Knowledge! ¡Pasa, pasa!
La oscuridad que incidía sobre la pared fue menguando rápidamente, hasta convertirse en la figura que siempre había tenido la oscura poni de tierra, algo que atestiguaba la unión entre la yegua y su sombra a través de los cascos. Entonces Shadow Hammer miró a la historiadora con una escueta sonrisa en los labios.
—Lo siento, estaba ensimismada viendo al fuego actuar… —alegó la herrero.
—¿Al fuego? —Knowledge alzó las cejas.
—Exacto —la oscura poni de tierra hizo una seña para que su amiga la siguiese—. Ayer tocó purgar el sistema, y ahora mismo está calentándose todo de nuevo.
Una vez pararon frente a un inédito pero quejumbroso horno, la blanquecina yegua giró la cabeza y observó el aparato en su conjunto. Este funcionaba a medio gas, soltando vapor y humo a partes iguales por varios de sus extremos, mientras que el fuego de la caldera, a base de alimentarse de unos buenos tocones, crepitaba como si desease devorar su prisión metálica y volver a la libertad que siempre le había pertenecido.
—Es curioso lo revelador que puede ser el fuego, ¿verdad? —preguntó Shadow, observando detenidamente el interior de la caldera —. Un elemento de gran poder y extremadamente furioso, que a la vez puede ser protector y disciplinado.
—Aham… —Knowledge no sabía a dónde quería llegar su amiga.
—El fuego es como las Princesas —siguió explicando la herrero, sin apartar la vista de las llamas—: tan fuerte como para atacar a cualquier enemigo que entre en contacto con él, pero a la vez tan condescendiente que es algo indispensable para la misma existencia, protegiéndonos de todos los peligros, incluyendo los que surgen de nosotros mismos.
—Protector fuerte… —murmuró la historiadora.
—Exacto. Y, para ello, el fuego debe ser templado en sus acciones —la oscura poni se acercó a la caldera y señaló la portezuela. El crepitar de las llamas había cesado, convirtiendo a la hoguera en una calmada figura.
>>Pero, a la vez, debe convertirse en un ser capaz de intimidar a todo aquel que ose perturbar su paz —asió la manija de la caldera y abrió la pequeña compuerta. En ese momento, lo que antes había sido una perfecta quietud convertida en un baile rítmico, instantáneamente se convirtió en una serie de crujidos y chisporroteos, producidos sin duda por un arrebato descontrolado del fuego, al mezclarse con el aire proveniente del exterior.
—Sí, es curioso lo que hace, pero…
—¡Y yo debo ser como el fuego! —añadió Shadow, alzando la voz, para seguidamente respirar y calmarse de nuevo—. Fuerte e implacable, pero a la vez dócil y protectora.
—¿Ya estás otra vez en plan filósofa? —inquirió Knowledge, alzando una ceja.
—Sabes perfectamente que para mí el fuego lo es todo —respondió la herrero—. Es la eterna criatura que me acompañará durante el resto de mi vida. Es mi amigo, y a la vez mi enemigo. Es mi amante, y mi némesis… El fuego y yo somos contrarios, pero también somos iguales, somos uno y cientos…
—Sí, ya estás elucubrando otra vez sobre el sentido de la existencia —confesó la blanca poni—. Por cierto, es la primera vez que veo esa…
Pero la oscura poni había penetrado en la sección de trabajo, posicionándose esta vez frente a la fragua, la cual estaba funcionando a toda la potencia que era capaz.
—¡Y he aquí la mejor muestra del poder del fuego! —declaró exuberante Shadow, justo antes de agarrar con su boca unas grandes tenazas y sacar un gran bloque de metal al rojo vivo, para colocarlo seguidamente sobre el yunque.
>>¿Tú qué piensas, Knowledge? —preguntó de repente, soltando el instrumento de agarre y mirando fijamente a su amiga—. ¿Crees que este metal es completamente rígido, o sin embargo piensas que es maleable?
—Normalmente es rígido —respondió la blanquecina poni—, pero en ese estado en el que está es bastante maleable…
—¡Correcto! —la herrero representó una gran sonrisa en su cara—. El metal de trabajo es fuerte y duro, al igual que yo… Pero tiene un problema, y es que, cuando se calienta excesivamente, se vuelve blando y débil.
Cogió el martillo con la boca y golpeó varias veces el troncho de metal, hasta que convirtió este en una lámina más fina y larga.
>>Por eso mismo, es más adecuado ser el martillo —siguió comentando Shadow—, que también fuerte y duro, pero con la particularidad de que, al estar templado, es capaz de cambiar la forma de su semejante que está al rojo vivo.
—Vale, templado, rojo vivo… Creo que lo voy comprendiendo… —Knowledge decidió seguirle el juego a su amiga. Sabía que, de esa forma, terminaría antes su cháchara insustancial para acceder a atender su petición—. Quieres ser como el martillo, pero a la vez como el fuego…
—¡¡Exacto!! —exclamó la herrero, acentuando más su sonrisa.
—Pero son cosas contrarias… —la blanquecina poni torció ligeramente el gesto—. Si eres una de ella, al usar la otra, te volverás dúctil, que es el punto intermedio… ¿No?
—Ese es el problema… —el gesto facial de la oscura yegua de tierra volvió a ser adusto—. Por el momento es una utopía imposible, por lo que debo elegir uno de los dos, y, tal como siempre he sido y posiblemente siempre seré, me parezco más al martillo. Por eso no me veréis nunca enfadada, pues eso sería dejar que el fuego de mi interior saliese a la luz y me hiciese blanda.
—Ya, pues cuando vino tu hermano, bien que te enfadaste... —alegó Knowledge.
—Eso fue un gran error por mi parte —declaró una entristecida Shadow Hammer—, y no veas las veces que me he criticado por ello... —dio un largo y lento resoplido, para continuar hablando—. Nunca me disculparé lo suficiente con mi hermano, la verdad. ¡Aunque bueno! —la herrero pareció animarse completamente, asustando a su amiga ante ese súbito cambio—, estoy esperando una carta suya desde hace tiempo, y tengo ganas de que me llegue de una vez.
—Pues espera sentada… —respondió la historiadora, torciendo ligeramente el gesto—. Este nuevo cartero no se entera ni de la mitad de las cosas, y Fast Feather no quiere ni que la vayamos a ver al hospital... Debe estar enfadada con nosotras...
—No es propio de ella enfurruñarse hasta ese punto —comentó la herrero—, así que seguramente tenga un buen motivo para que no quiera que la visitemos. Es posible que el tratamiento para sus alas exija que no deba moverse ni un milímetro, y el hecho de que estuviésemos ahí podría hacer que inconscientemente ella se irguiera para saludarnos y mirarnos según hablamos, lo cual sería un gran problema para la correcta curación de sus emplumadas extremidades. Recuerda que ella es una pegaso-cartero, y debe estar al cien por cien a la hora de trabajar.
—Ya, algo así me imaginaba… —dijo la blanca poni de tierra—. De todas formas, una pregunta… ¿Qué hocicos es esa caldera que tienes? —señaló hacia el calentador que Shadow le había enseñado antes—. Es nuevo, ¿no? Bueno… ‘nuevo’ en el sentido de que nunca lo he visto por aquí, pero se nota a la legua que en realidad tiene sus años. ¿O quizá décadas? ¿Tal vez siglos?… Hmmm… —se llevó el casco a la barbilla—. ¿Será lo suficientemente antiguo como para interesarme? —murmuró, pensativa.
—Ja-ja-já —expresó lentamente la oscura yegua, enfatizando de esa forma irónica la poca gracia que le había hecho el comentario—. Para tu información, es la caldera que tenía en casa, pues he adquirido una más moderna, de esas que se conectan a las placas con agujeros que hay en las paredes. Y, en vez de tirar la vieja, he decidido traerla aquí, en la herrería, a ver si me puede ser de utilidad.
—¿Pero no estaba hasta las cejas de deudas? —inquirió Knowledge.
—Bueno, el número de peticiones de los mineros ha aumentado exponencialmente, así que creo que por el momento puedo permitirme un pequeño exceso —fue la respuesta de Shadow—, ya que la que he adquirido, a pesar que viene del extranjero, es de segundo casco.
—Pues vaya… —la historiadora dio por sentado la situación, por lo que empezó a rebuscar en su zurrón. Cuando estaba sacándolo, se frenó y, mirando a la oscura yegua, sonrió y comentó—. Por cierto, no deberías elucubrar esas cosas tan raras sobre fuego y martillos…
—¿Qué pasa? —la herrero torció el gesto—. Cuando Gentle Colors medita, todo el mundo lo respeta, pero cuando lo hago yo, son chorradas mías, ¿verdad?
—Bueno, no lo decía en ese sentido… —replicó Knowledge—, sino en que tú tienes dos dedos de frente, y eres muy tranquila y respetuosa, y sabes tratar a los demás, porque si hay algo más grande y poderoso que tus músculos es tu corazón.
Shadow sonrió, satisfecha por la respuesta recibida.
>>Además, seguro que si Gentle no medita, se enfada, y si se enfada, a saber qué es lo que sería capaz de hacer… lo mismo se pondría a morder a todo el mundo, o algo peor…
—Tienes razón —el semblante de la oscura poni terminó de relajarse—, esa yegua puede ser muy peligrosa, y realmente necesita esas sesiones de meditación.
—¿Ves cómo hablando se entienden los ponis? —la historiadora soltó una leve pero estruendosa carcajada—. Por eso me gusta conversar contigo, porque eres verdaderamente sensata, y muy buena, y muy…
—Vale, vale… —cortó la herrero—. ¿Qué es lo que quieres que te haga? ¿Un cuchillo? ¿Una punta de lanza?
—Nada de eso… —declaró Knowledge, sin perder la sonrisa—. Esta vez es un cuenco ceremonial, en el que los antiguos sacerdotes de Cérvidas machacaban diferentes frutos y hierbas para hacer un zumo que seguidamente bebían. Un zumo que tenía propiedades alucinógenas y que tomaban para, presumiblemente, establecer una conexión mayor hacia “Madre Gea”, como llaman ellos a la misma tierra que los acoge y les cuida.
—De acuerdo, déjame echarle un vistazo a ese pergamino que has intentado sacar durante todo el rato que hemos hablado…
—¡Yay! —exclamó la blanca poni, mientras acercaba su casco al zurrón. Definitivamente, ese día iba a ser maravilloso…
[center]* * *[/center]
El poni de tierra, de cuero marrón y crines del mismo color, aunque de un tono algo más oscurecido, paró de repente. Por delante de él pasó una amarillenta yegua, quien ni siquiera se dignó a mirarle. Debido al frenazo, el pequeño carrito que él tiraba dio un pequeño salto, aunque el semental apenas prestó atención a ese hecho.
Volvió a retomar el paso, solo para volver a pararse instantes después, cuando un trío de yeguas le rebasaron al trote por su lado, provocando un pequeño temblor en el suelo a causa de la excesiva velocidad con la que iban.
Antes de continuar, el equino se aseguró que no hubiese nadie más por los alrededores y, después de hacerlo, retomó el paso. Pronto divisó una serie de casas oscuras de dos plantas, quienes hacían un efecto embudo desde el extremo que le recibía, siendo este la parte más ancha, hasta lo que parecía ser una mina excavada en la montaña del fondo, donde estaba situada la parte más estrecha.
Poco a poco se adentró en el lugar, buscando un sitio para montar su tenderete. Entonces, de improviso, su estómago rugió, denotando a todo aquél que estuviese cerca el ansia de alimento que precisaba. Sin voltear la mirada, el poni se desenganchó las cinchas, liberándose de la pesada carga del carrito, y entró en la casa que tenía justo a la derecha, no sin antes coger una pequeña mochila enganchada en un lateral del vehículo, y ajustándosela en su lomo. El edificio resultó ser una cafetería, cuyo dueño estaba haciendo en ese momento bollos para el desayuno. El poni sonrió, oliendo el aroma que inundaba el lugar.
—Un momento —comentó el trabajador—. En seguida estoy con usted…
[center]* * *[/center]
Poco a poco, la puerta se fue entornando, hasta que se cerró del todo con un leve crujido. Gentle Colors miró entonces a su alrededor. Todo en el recibidor del hotel seguía exactamente igual que siempre, como si el tiempo no hubiese pasado por ese lugar.
La unicornio de dos colores bufó lentamente, denotando molestia por estar en ese lugar. Pero debía hacerlo, pues la voz de su interior había pasado de un leve gemido a un insoportable grito desesperado, todo para instarla a encontrar un elemento válido tal que justificase la restauración completa del hostal de Northwest Mines Town.
Sabía que una reconstrucción íntegra de todo el edificio mermaría sus reservas monetarias, pero a la vez era conocedora de que, con Disarming Smile fuera del pueblo, Celestia, Discord, o cualquier otro malévolo ser que intentase regir su existencia a base de palos en las costillas, intentaría remediar con rapidez y eficacia la aparente tranquilidad que la ausencia del hotelero había proporcionado a la yegua del cuerno roto. Y lo llevaría a cabo de tal forma que ella desearía con todas sus fuerzas que todo hubiese permanecido como había sido antes de la discusión que había tenido lugar horas antes en la Casa del Consejo.
Se situó tras el mostrador, y observó rápidamente todos los papeles que estaban ordenados en el tablón interior. Torció el gesto, al percatarse que todos eran impresos vacíos, colocados a tal efecto para que Disarming, sin apartar la vista del futuro huésped, solo tuviese que alargar la pata y asir todo el papeleo necesario para hacer que la estancia del cliente fuese completamente válido.
Dándose la vuelta, se situó frente a la estantería trasera, donde estaba situado el casillero de cartas y regalos. Todo estaba vacío, como si nunca hubiese sido estrenada esa parte. Únicamente rompía esta norma la completa ausencia de polvo, de hecho, podría decirse que estaba tan impoluta que la unicornio de dos colores podría haber empezado a lamer por todos los recovecos de la estructura, sin temor a encontrarse ni una simple pelusa en su lengua al terminar.
Bajó la vista, y se fijó entonces en la hilera de cajones que había en la repisa. Los abrió sin miramientos, para descubrir que estaban tan vacíos como el estante que sujetaban. Todos excepto el último, en el que un solitario papel golpeó contra la parte delantera del compartimiento cuando este llegó a su tope de apertura.
Echó un vistazo a la hoja, para darse cuenta de que era un poema que ensalzaba las maravillas de la Princesa Luna. Según se adentraba en la lectura, notó que el formato de la oda iba pasando lenta, pero inexorablemente, de una calidez y un fervor sin igual en el ensalzamiento a la Princesa de la noche, a otro tipo de fervor desenfrenado, siendo este último mucho más mundano y soez. Al terminar de repasarlo, una escueta sonrisa asomó en el rostro de la unicornio de dos colores.
—¡Vaya, vaya, vaya! —exclamó finalmente—. No sabía que eras uno de esos poetas eróticos, Disarming… Lástima que, si Luna supiese lo que hacen tras sus patas traseras, no dudaría en arrasar completamente este pueblo… —en ese momento sonrió brevemente—. ¡Jé! “Tras sus patas traseras”... Nunca mejor dicho... —volvió a expresar un semblante serio—. Parece mentira, pero es irónico que los mejores chascarrillos que se me ocurren tengan que ser en la soledad más absoluta... Sin embargo, y desgraciadamente para ti, esto no es suficiente para justificar una reforma en profundidad, señorito Disarming...
Volteó instintivamente la hoja y descubrió, en la otra cara, una pequeña firma en la parte superior que rezaba “Siempre serás mi eterna musa, Princesa Luna. Raunchy Lyrics”.
—Qué lástima... —se lamentó la yegua del cuerno roto—. Por un momento pensé que habías logrado hilvanar unas comparativas tan mínimamente coherentes como “el sol palpitante y la estrella fugaz en descenso vertical” —parafraseó— que tenemos todas las yeguas, incluyendo Luna, entre sus Cutie Marks. Pero debería haber supuesto que esto estaba ligeramente fuera de tu alcance...
Echó otro vistazo en general y, tras asegurarse que no había nada de interés, decidió que era hora de dejar de investigar al hotelero, y empezar a conocer al poni, y para ello debía adentrarse en los cuartos privados que Disarming Smile tenía al fondo de la planta baja.
Al hacerlo, no pudo evitar intentar averiguar en su memoria quién hocicos era ese tal Raunchy Lyrics. Afortunadamente, no tuvo que esforzarse mucho…
Hacía ya más de una década, o quizá más de dos, un verdoso poni de tierra, de grisácea crin despeinada, recaló en Northwest Mines Town para, según sus propias palabras, “Llegar al nirvana poético a través del esfuerzo más terrenal”. Durante un fin de semana estuvo ‘trabajando’ en la mina, quitando rocas con sus propios cascos, para después, por la tarde, encerrarse en su cuarto del hotel y transcribir los resultados al papel, mientras gemía de rabia insana. Por la noche, sin embargo, salía a ‘visionar el pueblo’, aunque en realidad lo que hacía era molestar a los demás. Su hedor a sudor por excitación y sus balbuceos emitidos con exagerado tono incomodaban a los sementales, pero sobre todo a las yeguas, que eran su objetivo, a las cuales abordaba de tal manera que más de una vez se llevó un buen cascazo. Incluso ella misma fue afrontada aunque, a diferencia del resto de féminas, decidió darle una oportunidad a su verborrea insana, y así descubrir el porqué de la forma de ser de ese poni. Desafortunadamente para él, esa oportunidad duró aproximadamente apenas un par de minutos, justo el tiempo que transcurrió desde que ese verdoso semental se paró frente a ella, hasta que intentó besarla de improviso. El pobre imbécil nunca supo desde dónde le llegó la andanada de golpes, ni en el momento de sufrirlas, ni días después cuando despertó del coma en el hospital de Ponyville.
—No se me ocurre un espécimen más capaz de hacer un poema de ese estilo —se dijo a sí misma— que ese estúpido patán de Raunchy Lyrics… Incluso Disarming, a su lado, es un lumbreras.
Una vez la yegua del cuerno roto se introdujo en las dependencias privadas del hotelero, lo primero que hizo fue dirigirse hacia el dormitorio, segura de que allí encontraría las mayores intimidades que definirían la forma de ser del semental, siguiendo los preceptos del proverbio que rezaba “Para conocer a una criatura, debes investigar dónde come, dónde duerme y dónde defeca”. Sin embargo, con la primera y la tercera acepción, al ser un poni un ser evolucionado, carecían de sentido, pues el afán de limpieza, así como la necesidad de eliminar los restos, eran rasgos inherentes de la raza equina –posiblemente aspectos instintivos adquiridos hacía miles de años, cuyo propósito era evitar ser detectado por depredadores- y, por lo tanto, hacían inviable la necesidad de echar un vistazo tanto en la cocina como en el cuarto de baño.
Por eso mismo, entró al dormitorio y cerró la puerta, con la intención de empezar la inspección mirando la parte trasera de esta. A pesar de ser una madera con bastantes décadas en sus entrañas, seguía tan fina y cuidada como el primer día, algo que proporcionaba el barnizado especial para maquinaria minera con la que estaba untada.
A continuación, Gentle volteó la cabeza, haciendo una panorámica del cuarto. Decidió rebuscar en los cajones de las dos mesillas que adornaban la cabecera de la cama, las cuales estaban situadas cada una a un lado del lecho, y a su vez junto a la pared del fondo, convirtiéndose de esa forma una prolongación del adorno superior. Sin embargo, a medio camino hacia ellas algo le llamó poderosamente la atención: un calendario que colgaba de la pared, cuya imagen promocional mostraba una amarillenta y atractiva yegua joven en posición sugerente, y ataviada con unos largos calcetines de lana de vivos colores que le cubrían hasta las pantorrillas de las cuatro patas. Pero esa fotografía, de un taller de reparaciones de carros de Fillydelphia, no le pareció más que una trivialidad, pues sus ojos enfocaban algo más importante para ella: una pequeña pero remarcada flecha en la parte inferior del almanaque. Esta señalaba hacia más allá de los límites de la hoja, dando a entender, junto al mensaje que lo acompañaba, que debía voltear la página. Así lo hizo, y se encontró con otra flecha de iguales características. Volvió a voltear la nueva hoja y entrecerró los ojos, extrañada. Había otra remarcación, pero esta vez estaba situada sobre un día en concreto, y con tres escuetas palabras a su lado “Cambiar el marco”.
“¿Cambiar el marco?”, pensó, “¿Qué marco?”. Giró su cabeza y sus ojos recalaron sobre una fotografía que estaba apoyada en la parte superior de una de las mesillas. Se dirigió hacia ella y agarró el portarretratos. Escrutó los bordes, los cuales parecían estar impolutos. “¿A qué se referirá con ese mensaje?”, volvió a preguntarse, y nuevamente se dirigió al calendario, para releer otra vez el mensaje. Entonces se fijó en el día señalado, y abrió al máximo los ojos.
—¡No puede ser! —exclamó esta vez a viva voz—. ¡Es...! ¡Es un día después de la activación del hechizo!
Entonces volvió a mirar la fotografía, dejando caer un rictus de preocupación en su rostro. En ella aparecía una joven pareja, formado por un semental de tierra blanquecino y una yegua azulada de la misma raza, quienes sonreían hacia la cámara, mientras esta última sujetaba con sus patas delanteras a un pequeño bebé arropado con un paño grisáceo, y hacía lo imposible por hacer que el potrillo de apenas unas semanas de edad también mirase al fotógrafo.
Sabiendo que, si algo había aprendido Gentle Colors a lo largo de los siglos, era que absolutamente nada en vida era fruto de la mera casualidad, dio la vuelta al marco y deslizó rápida, pero cuidadosamente, las presillas que mantenían sujeta a la imagen. Al quitar el protector trasero, la yegua de dos colores no pudo más que dejarse caer al piso sobre sus cuartos traseros, y aguantar como buenamente pudo la impresión que le produjo lo que estaba viendo.
En la parte trasera de la fotografía había una dedicatoria, escrita sin duda para los integrantes del retrato, quienes habían llegado a Northwest Mines Town poco después de la creación del pueblo, en busca de prosperidad y una vida mejor. “Para Hostal Colt y señora”, rezaba la dedicatoria, “Os deseamos toda la suerte del mundo en vuestra nueva andadura como hoteleros de nuestro pueblo. Firmado: Los integrantes del Consejo de Northwest Mines Town”. Y, a continuación, una lista de dichos miembros, en el que había, en segundo lugar, un nombre en concreto… un nombre especial… un nombre que, aún no sabía cómo, había logrado burlar los efectos del hechizo de olvido.
Gentle Colors.
La unicornio de dos colores apretó los dientes, contrariada. A continuación sonrió. Y, por último, comenzó a carcajearse en un tono y una cadencia suave al principio suave pero convertida al poco en una enloquecida carcajada. Acababa de comprender el por qué del comportamiento tan áspero que el amarillento semental había tenido con ella desde hacía años. Sin duda, lo más seguro es que él esperase buscar una oportunidad para sacarla de quicio y que revelase a todos quién era realmente. Por lo tanto, era prácticamente seguro que la estupidez que constantemente exponía el hotelero no fuese más que una fachada tan hábilmente creada que rozaba la perfección y había engañado a todos los habitantes de Northwest Mines Town, incluyéndole a ella.
—Lo has conseguido, Disarming Smile —expresó finalmente la yegua del cuerno roto—. Me acabas de mostrar la prueba definitiva sobre quién eres. Por lo tanto, remodelaré el hotel y, como medida de protección, nunca jamás dejaré que te escurras de nuevo de entre mis patas…
[center]* * *[/center]
—¡Lo siento, lo siento mucho! —Spoon Giddy no sabía dónde meterse—. No sé cuál ha sido el motivo, pero inexplicablemente sus tortitas se han quemado…
—No se preocupe, estoy acostumbrado a comerlas así —respondió de forma apática el poni marrón, sin mirarle. Su visión estaba centrada en una piedra que acababa de encontrar justo bajo el respaldo. Esta formación rocosa tenía la forma de medio corazón. Un aspecto nada casual, a juzgar por la pulidez que tenían cada una de las caras.
Sin dejar de observar el guijarro, devoró el contenido del plato, ante la atenta mirada de Spoon, el cual se había retirado y en ese momento se hallaba situado tras el mostrador, secando con un paño las copas que acababan de ser fregadas, mientras se maldecía a sí mismo.
El extraño semental, una vez terminada la comida, comenzó a reír. Primero lo hizo escuetamente, pero al momento aumentó tanto la cadencia como la intensidad, acabando el gesto en una sonora carcajada, algo que estremeció al cocinero. Acababa de descubrir qué es lo que debía hacer con ese regalo de dioses que acababa de encontrar.
[center]* * *[/center]
Al grito eufórico que acababa de emitir Flashing Hooves acudieron todos los ponis de los alrededores, incluyendo, por supuesto, a Shiny Eyes quien, a base de ligeros empujones y palabras de disculpas, logró llegar a primera fila.
—¡Gracias por venir! —siguió chillando con entusiasmo la pequeña unicornio—. ¡Sois muy amables!
—¡Sabes perfectamente que siempre nos logras entretener! —exclamó un semental del grupo.
—¡Y nos divierte y encanta ver cómo logras hacer cada vez trucos más difíciles! —definió esta vez una yegua.
—¡Mi hermana estaba triste hoy porque se le ha roto su muñeca preferida! —dijo una potra que apenas había llegado a la pubertad, señalando a una potrilla más pequeña situada a su lado quien, a pesar que aún sorbía los mocos y tenía restos de lágrimas en su rostro, expresaba en ese momento una gran y expectante sonrisa—. ¡Y mírala ahora…! ¡Está ansiosa por ver tu espectáculo!
—Gracias, gracias… —los ojos de Flashing se humedecieron, presa de la emoción. Entonces, mirando a la pequeña, continuó hablando—. ¿Tienes a tu muñequita por aquí?
La aludida negó con la cabeza, cambiando su semblante instantáneamente a un gesto serio, preludio de un nuevo arranque de llanto.
>>¿No será…? —la prestidigitadora metió su pata delantera derecha en el sombrero que tenía a su lado, dispuesto ya para los trucos—. ¿…esta? —mostró, al volver a sacar su extremidad, una pequeña y manida potrilla de peluche, a la que le faltaba una pata.
—¡Esa es, esa es! —la chiquilla volvió a alterar la expresión, mostrando esta vez una alegría tal que no cabía en sí de gozo—. ¿Me la puedes arreglar, por favor?
—¡Anda, yo pensaba que esa era su forma original…! —explicó la unicornio—, ¡Pues eso tiene fácil arreglo! —guiñó de forma cómplice a la chiquilla.
Volvió a meter el peluche en el sombrero y, cogiendo aire, empezó a expresar su mantra de magia. Una cantinela que fue coreada por todos y cada uno de los presentes.
“Nada por aquí, nada por allá… ¡ALAKAZAM!”
Apenas terminó la frase, sacó nuevamente la muñeca del sombrero y todos vieron, con gran alegría, que esta estaba perfectamente cosida.
—¡¡¡Mi muñeca!!! —el chillido que emitió la pequeña potrilla terminó de alentar a los espectadores, quienes empezaron a patear el suelo, demostrando de esa manera que estaban agradecidos una vez más por lo que acababan de ver.
La prestidigitadora miró con una sonrisa hacia los presentes. En ese momento sus ojos recayeron sobre Shiny Eyes, que aún seguía golpeando la arena. Súbitamente, la pequeña unicornio cambió el semblante y, con un movimiento tan rápido que haría honor a su nombre, metió el sombrero en el zurrón que tenía en el suelo tras el mostrador y, sacando un alfiler de un trozo de tela situado en la parte superior del tenderete, dejó que esta se desenrollase y dejase mostrar un mensaje de fin de espectáculo.
—Lo siento mucho —dijo de forma átona—, se acabó la función. He de irme a terminar unos asuntos urgentes.
Sin dar tiempo a réplicas, la unicornio abandonó el puesto y se dirigió hacia su casa, ante las amargas quejas de los asistentes. Shiny, sin embargo, no pudo evitar sentir que todo había sido culpa suya, algo que le extrañaba sobremanera, pues no se había peleado con Flashing en meses… aunque en realidad, que ella recordase, nunca se había peleado con ella.
Armándose de valor, la dorada pegaso emprendió el paso tras la pequeña prestidigitadora, la cual de vez en cuando volteaba la cabeza y, al descubrir que la orfebre la seguía, aceleraba ligeramente la velocidad. Esa extraña actitud le dio a entender a la joyero que, efectivamente, ella era la causa de tan extraño comportamiento.
Afortunadamente para Shiny, el espacio entre mirada y mirada que la potrilla hacía parecía ser constante, y siempre volteaba la cabeza hacia el mismo lado, por lo que decidió esperar al siguiente giro y, cuando este acabó de tener lugar, estiró sus alas y acortó rápidamente la distancia, pasando justo al lado de la potrilla por el flanco contrario al que esta movía la cabeza, justo en el momento en el que esta volvió a voltearse.
Nada más volver a fijar su mirada al frente, Flashing descubrió que Shiny se encontraba a escasos centímetros de distancia, y que estaba mirándola con gesto escrutador, lo que hizo que diese un respingo.
—Ahora me vas a decir por qué estás huyendo de mí… —exclamó la dorada pegaso.
—¿Quién te dice que estoy haciendo eso? —inquirió la potrilla, con nula confianza en sí misma.
—No sé… —respondió Shiny con un tono marcadamente irónico—. El hecho de recoger todo nada más verme, el mirar hacia atrás y acelerar cuando me veías, el tono con el que acabas de hacer esa pregunta… —entonces se acercó aún más a la unicornio, estrechando al mínimo la distancia con ella, y asaltando de esa forma su espacio personal.
—¡Pues estás muy equivocada!
—Ya, claro…
Flashing agachó ligeramente la cabeza. Cuando volvió a elevarla, las lágrimas afloraban a sus ojos.
—¡¡Está bien, está bien!! —exclamó—. ¡¡Lo siento muchísimo!! ¡¡He perdido la piedra que reflejaba nuestra amistad!!
—¿Qué…? ¿Qué piedra? —Shiny estaba elucubrando sobre lo que quería decir su amiga.
—¿¡Cuál va a ser!? —gimió la pequeña unicornio—. ¡La que escogiste para que yo realizase el truco que selló nuestro pacto de eterno aprecio!
La dorada pegaso empezó a elucubrar rápidamente para encajar los datos que la prestidigitadora le acababa de ofrecer. Después de unos breves segundos, a su mente llegó el recuerdo de la primera vez que se vieron, nada más llegar ella al pueblo. Por lo tanto, si la memoria no le fallaba, la roca de la que hablaba la potrilla era una con la forma de un corazón partido.
—No te preocupes —terminó diciendo la joyero—, lo importante no es el objeto, sino cómo nos llevamos…
—No lo comprendes, ¿verdad? —Flashing entrecerró los ojos, incapaz de entender por qué Shiny no percibía la gravedad del asunto—. Si he perdido lo que representa la base de nuestra amistad, ¿cómo podría retener todo lo que ha surgido a partir de ese mágico momento? Soy… Soy… ¡Soy un monstruo!
—Perdonen… —una voz masculina surgida por detrás de la orfebre se inmiscuyó en la conversación—, ¿se refieren acaso a esta piedra?
La dorada pegaso comenzó a girarse para saber quién había hablado. Por el rabillo de un ojo, observó cómo el gesto melancólico de la prestidigitadora desaparecía de forma fulminante y, con la misma rapidez, afloraba una gran sonrisa en su rostro. Y, por el rabillo del otro ojo, pudo percibir a un semental marrón, el cual cada vez elevaba más su casco, que a su vez contenía una piedra con forma de un corazón partido por la mitad.
—¡¡Esa es, esa es!! —chilló Flashing de forma eufórica. Rápida como un rayo, avanzó por delante de Shiny y, antes de que esta última lograse visionar con claridad al poni las había interrumpido, cogió la piedra y la besó repetidas veces.
—¡Muchísimas gracias! —exclamó Shiny, más aliviada al saber que el asunto se había resuelto.
—No hay por qué darlas… —respondió el semental—. Como dice el refrán, “Hoy por ti, mañana por mí”…
Sin embargo, la joyero se percató que, al contrario de lo que sería lógico, Flashing empezó a enfurruñarse, mientras miraba fijamente al poni. En completo silencio, reculó ligeramente y abrió la puerta de su casa, introduciéndose a continuación al interior del edificio.
—Lo siento —expresó, justo antes de cerrar la entrada, mientras seguía escrutando minuciosamente al extraño—, pero tengo que practicar hechizos nuevos… Ya sabes, con el libro que me regaló… “cierta yegua”.
Shiny se extrañó aún más. Ya no solo era insólita la actitud que había tenido la potrilla unicornio con respecto a la pérdida de la piedra en forma de medio corazón, sino que el desmesurado y veloz cambio de una alegría sin igual a una desconfianza extrema hacia un desconocido era algo directamente chocante. Y aún más… el hecho de ni siquiera nombrar a Gentle Colors era… no ya un acto de inusitada desconfianza, sino de defensa, tanto para ella como para la unicornio de dos colores.
—Lo… Lo siento —fue lo único que pudo expresar la dorada pegaso, pero cuando se giró, el semental se estaba marchando hacia la otra parte de la calle, donde había situado un pequeño carrito.
Al llegar a la altura de carromato, el poni acercó su casco a un lateral y, prácticamente al instante, este cambió de configuración, convirtiéndose en una mesa similar, aunque más pequeña, al tenderete que Flashing tenía un poco más allá, en la misma parte de la calle que donde estaba Shiny.
—¡¡Acérquense, yeguas y sementales!! —gritó el extraño—. ¡¡Vean con sus propios ojos un poder sin igual!! ¡¡Observen con sus propios ojos cómo un simple poni de tierra es capaz de realizar hechizos mágicos que harían palidecer al unicornio más capaz!!
Movida por la curiosidad, la dorada pegaso impulsó sus patas en dirección al puesto de ese recién llegado, mientras que, en una parte de su mente, la preocupación por la actitud de Flashing hacía saltar todas las alarmas.
[center]* * *[/center]
Flashing observó, a través de la ventana, cómo su alada amiga se dirigía a la barraca de “ese”, denominación que acababa de poner al extraño semental. Con un bufido, aunque más bien había sido un reflejo de angustia, volvió a mirar la piedra que aún sostenía en su casco. La tristeza y el pesar aún seguían haciendo mella en ella, al recordar cómo apenas instantes antes, al revelar a Shiny que la piedra en forma de medio corazón, elemento que simbolizaba la gran amistad que había entre ellas, se había perdido. Por fortuna, lo había recuperado, y debería sentirse aún jubilosa... pero nada más observar al ser que se lo había devuelto, sintió cómo un escalofrío recorría todo su cuerpo, poniéndola instintivamente en alerta. Un estremecimiento helado y con esencia de muerte, una convulsión que aún perduraba.
Algo olía a podrido en ese poni. Estaba segura. A pesar de ser aún una yegua joven, podía reconocer a leguas de distancia quién era trigo limpio y quién no. Y ese semental era trigo rebozado a conciencia en excrementos de animales de granja.
—Espero que no te haya hecho nada… —expresó suavemente, mirando la roca, a la cual acariciaba con el otro casco delantero. Entonces volvió a mirar por la ventana, para ver que Shiny estaba situada junto al tenderete de ese monstruoso ser—. Porque yo procuraré que “él” no haga nada a ninguna de mis amigas…
[center]* * *[/center]
Cuando Wise Words entró al restaurante aún mantenía su casco sobre una de las orejas, molesto por el excesivo ruido del que hacían gala en la calle, donde un grupo de ponis animaban y jaleaban a un semental recién llegado al pueblo, el cual parecía estar haciendo trucos de magia, algo extraño en otros lugares si, tal como había podido apreciar el espía al mirar al conjunto de espectadores con cara de pocos amigos, el que actuaba era un poni de tierra, pero habitual si se trataba de Northwest Mines Town y, más concretamente, de Flashing Hooves.
—¿Qué haces? —preguntó Spoon Giddy, mirándole desde detrás de la barra, una vez el poni marrón entró al interior.
—Baja la voz, por favor… —expresó lánguidamente Wise.
—¿Resaca? —el cocinero sonrió con una expresión ligeramente maliciosa—. Pues aquí solo se sirve alcohol de máxima calidad, así que debo suponer que has estado tanteando otros lugares… ¿verdad?
—No, no es eso… —el espía se sentó en su lugar de costumbre, situado justo por delante del tablero—. Ataque de otitis repentino. Hace unos diez minutos que me duele, y hasta que Magic vuelva y abra la tienda para comprar un remedio, he decidido hacer tiempo aquí. Si es que vuelve hoy, claro está...
—Como veas —declaró el cocinero—. De todas formas, hoy voy a tardar en servirte el desayuno…
Wise olisqueó el aire, advirtiendo el fuerte olor a tostado que impregnaba el lugar.
—No me digas más —dijo—. Se te ha colado en el fogón una de las innumerables cucarachas que tienes en la cocina, ¿verdad?
—Ja… ja… já… —matizó irónicamente Spoon—. No tiene gracia que hables de infestaciones, cuando sabes de sobra que cumplo a rajatabla la normativa sanitaria. Pero mira, sí tienes razón en una cosa… tengo problemas con los fogones. De repente ha salido más fuego que de costumbre, y al primer cliente del día le he tenido que dar un sándwich negro como el carbón.
—Vamos, que tú tampoco estás para lanzar cohetes… —comentó Wise—. No sé por qué, pero creo que hoy va a ser un día interesantísimo…
[center]CONTINUARÁ...[/center]