Mensaje por Santiago Brony MLP » 31 Oct 2015, 02:58
Santiago enterró la cabeza entre los cascos. No quería creerlo, pero el realismo de las imágenes vistas lo convencía en el fondo. Era un criminal, y de los peores. Pero algo le intrigaba. ¿Quién era el encapuchado que le hablaba? En su mente solo le veía con dos posibles funciones. Un aliado suyo o alguien que trataba de persuadirlo, en caso de ser este último, probablemente quien luego le señaló a sus perseguidores su culpabilidad. Santiago pensó entonces en su futuro en Ponyville. Sabía que los ponis no ignorarían su sospecha por siempre. Tarde o temprano alguno se hartaría, lo denunciaría, ya sea a los guardias reales o con algún otro medio, y Santiago estaría perdido. En su confusa mente solo veía dos opciones. O rendirse y esperar a que el destino decida por él, o huir, y ninguna le parecía tentadora.
Pero no podía quedarse de cascos cruzados. Tenía que hacer algo. Sabía que él no podía haber saboteado lo que fuera que hubiera saboteado solo por matar. Él no era así. Debía saber la verdad. Y solo la encontraría en un lugar. En el pueblo del cual había huido y perseguido los guardias.
Pero no podía irse así por así. Antes debía hacer algo más. Empacar las pocas cosas que le servirían. Además…
Range, en su casa, revisaba los mapas que él mismo había trazado sobre las afueras de Ponyville. En él se veían atajos y senderos que él mismo había descubierto.
Range dio un respingo al oír unos fuertes golpes en su puerta.
-¡Ya voy! ¡Ya voy!
Maldiciendo por lo bajo a quienes apenas podían esperar, se encaminó hacia la puerta y la abrió. Cuál no sería su sorpresa al ver que quien aporreaba la puerta era su amigo con una larga capa y capuchón, vestimenta que, si mal no recordaba, el mismo Santiago le había mostrado, diciéndole que con esa prenda había llegado a Ponyville.
-¿Santiago? ¿Qué te pasa?
El pegaso lo abrazó y luego, una vez lo soltó, le dijo al confundido Range.
-Sé que quieres una explicación. Pero no te la puedo dar en persona- y echó un vistazo a la cantidad de ponis que lo miraban extrañados.
-Pero, ¿Por qué tienes ese capuchón ¿Y si no me lo dirás personalmente, quien lo hará?
-Solo ve a mi casa. Allí encontrarás una explicación a todo. Yo debo…irme a un lugar. Es urgente.
Con estas enigmáticas palabras, Santiago dio la vuelta y galopó hasta perderse de vista.
Range se quedó paralizado por unos segundos. Lo que acababa de suceder había sido tan rápido y confuso que se quedó en el umbral de su puerta por un buen tiempo. Finalmente, cuando asimiló las palabras que su amigo le había dicho apresuradamente.
Lo primero que entendió era de que Santiago tenía bastante prisa por irse. Recordó como había visto para todos lados mientras le hablaba. Recordó que le dijo que no le explicaría el porqué de su salida tan precipitada personalmente. Si no podía hacerlo frente a frente, seguro que era porque pasaría bastante tiempo afuera, de lo contrario le explicaría cuando volviera. Por si fuera poco, Range tenía la sospecha de que esa precipitada salida tuviera que ver con esos soldados y las noticias que habían traído.
No se dio mucha prisa en ir a la casa de su amigo. No sabía si realmente quería ver lo que lo esperaba. Al llegar y preguntarse como era que iba a entrar, descubrió que la puerta estaba entreabierta. Preguntándose si era coincidencia o solo un terrible descuido de su amigo, entró.
Todo parecía estar normal, al menos hasta que exploró un poco más. Cuando Range entró al lugar donde Santiago guardaba su carreta de cuando llegó, notó, no sin asombro, de que había desaparecido.
Range no había visto partir a Santiago sin su carreta. ¿La habría sacado alguien? Pero eso no era lo único que faltaba, notó Range. Faltaban también el primer reloj de sol bien fabricadp que había hecho el pegaso (según le contó Santiago, lo había hecho cuando solo tenía ocho años. Los demás le salían chuecos, y ese reloj le era muy preciado), si viejo chaleco (Santiago solía llevar un chaleco los días en que el clima de Ponyville era templado) y la sudadera color azul marino (para los días fríos).
También vio que se había llevado su vieja armónica (Santiago no la tocaba muy bien, pero se la había regalado su padre, o al menos eso solía decir, siempre la mantenía en buen estado y la reparaba cuando se malograba) a la cual también tenía aprecio.
Range no sabía que pensar. Todo parecía indicarle de que Santiago parecía no querer volver. Range, por un momento, no supo si seguir buscando algo que le diga lo que podría haber pasado o rendirse, cuando recordó de que Santiago le dijo que no le explicaría las cosas PERSONALMENTE, pero nunca de que no lo haría. Algo debía de haber dejado, como una nota. Range decidió de que lo mejor sería buscar unos minutos más y, si no encontraba nada, esperar a que su amigo volviera. No debió buscar mucho. Santiago debió suponer de que el primer lugar en el cual Range buscaría sería la habitación en el cual siempre lo recibía, pues el poni de tierra encontró una nota allí con la caligrafía de Santiago. Y, tal como había prometido Santiago, le explicaba lo que pasaba. Se notaba de quien lo había escrito estaba muy apresurado, pero se había esforzado para que su letra sea legible.
La nota decía lo siguiente.
«Range. Sé de que debes estar algo confundido debido a que me voy a air del pueblo. Me duele mucho hacerlo, pero lo haré por obligación. Sé que crees que la descripción dada por ese coronel solo es pura coincidencia de que se compare conmigo, pero no es así. Tengo razones ahora para creer de que debo irme de Ponyville. Todos me ven con miedo, y ahora hasta yo temo por mi cordura. Soy inestable, por así decirlo. Y lo peor es de que estoy seguro de que cualquiera en este pueblo fuera capaz de delatarme si yo no estoy allí. Callan por mi presencia. Range, siempre estuviste allí para mí, y siempre te lo agradeceré. Al salir de Ponyville espero, no solo huir, sino desentrañar un misterio. Estoy seguro de que, si hice tremenda atrocidad, debería haber tenido un motivo. No te molestes en esperarme. Puede que nunca vuelva. No digo adiós, pues aún puede que decida regresar.
Hasta que la suerte lo decida, amigo mío.
Afectuosamente tuyo:
Santiago»
Tras leer esa nota, Range se quedó paralizado. No podía mover un solo músculo. Su amigo se había marchado por un crimen que él creía haber hecho. Range estaba seguro de que Santiago no podía haber matado una mosca. Releyó la nota.
“Desentrañar un misterio”
Eso solo significaba de que Santiagov estaba seguro de que había algo más, aparte de un simple sabotaje.
“Estoy seguro de que, si hice tremenda atrocidad, debería haber tenido un motivo.”
Sonaba como si estuviera seguro de haber cometido el crimen, y a lo mejor lo estaba.
“No te molestes en esperarme”
Eso sonaba a…
“Puede que nunca vuelva.”
Que nunca vuelva.
“No digo adiós, pues aún puede que decida regresar”
Range sabía de que su amigo se había embarcado en una búsqueda sinfín. A lo mejor Santiago se daba cuenta de eso. A lo mejor volvía y hacía que nada había pasado. En todo caso, Range esperaría a su amigo volviera, pues confiaba en que no se hiciera de esperar mucho.
***
La lluvia caía. Las gotas salpicaban y erosionaban, lentamente, las rocas componentes de una pequeña cueva. Dentro de la cueva se hallaba una sombra. En un rincón oscuro se podía ver una carreta. Frente a la salida de la cueva, viendo como las gotas de lluvia caían, se hallaba el pegaso encapuchado. Santiago apartó si vista de las gotas de lluvia. Había galopado por hora y media, eso lo sabía porque su experiencia con los relojes de sol le había dado facilidad para adivinar la hora según la posición del sol y las sombras, pero en ese momento, con las nubes tapando el astro ardiente y con un frío de los demonios, solo podía buscar un refugio, y eso había hecho. Había logrado encontrar esa cueva y, aunque no era muy grande, podía protegerlo del terrible diluvio que se había desatado. Había dejado sus cosas en un apartado rincón y se había echado a esperar a que las cosas calmaran, en especial el clima. Mientras lo hacía, se entretenía tratando de ordenar los acontecimiento que le habían ocurrido hace menos de dos horas. Mientras más lo meditaba, más pensaba de que había hecho una completa estupidez.
Había huido de su hogar sin llevar comida, su equipaje era pobre, y en ese momento se hallaba refugiado en una cueva. Pero entonces recordaba su objetivo. Descubrir la causa que había logrado que, a muchos kilómetros de allí, tras unas montañas, su propio casco hubiera cometido un terrible delito.
-Si es que lo he hecho- se dijo.
Pero se engañaba. Él recordaba todo. A cada paso por el camino en donde dos años antes había llegado a Ponyville, recordaba las cosas claramente, como si aún estuviera allí.
Lamentaba no haber llevado nada ara abrigarse del frío además de ese anticuado capuchón, pero estaba ocupado pensando en otras cosas en ese momento.
-¿Volveré a este lugar?- se preguntó -¿Volveré a pisar el suelo de mi hogar, ver a los pobladores dirigirme sonrisas amigables y poder descansar en mi acogedor lecho? No lo sé. Puede que nunca vuelva a ver esta cueva, ni por dentro ni por fuera.
Santiago dejó a un lado sus cavilaciones, se adentró en la pequeña cueva que conformaba su guarida, y se entregó a un profundo sueño, pues, aunque no podía ver el sol, el que no se filtrara ni un solo rayo demostraba de que su astro horario ya se había ocultado.
-Eso o es que esas nubes son realmente admirables- pensó para sus adentros –pues deben estar echas de algodón puro para cubrirlo todo con oscuridad.
Ya, al despertar, si el cielo se despejaba, reemprendería la marcha hacia el camino que lo guiaba a más allá de las montañas.