Tus dedos recorren con cuidado la superficie de la página y le dan la vuelta, ansioso como estás de conocer la siguiente historia. Sin embargo, al hacerlo, notas algo muy extraño: hay una nota como siempre, sí, pero no está escrita con la tinta verde que ya te has acostumbrado a ver. En su lugar, el texto refulge anormalmente de un ominoso escarlata. Sin saber exactamente por qué, te empieza a invadir una profunda sensación de desasosiego, la cual se acrecienta poco después al notar que la luz natural de la biblioteca ha desaparecido. No, no lo ha hecho, descubres al fijarte mejor. Lo que en realidad ha ocurrido es que el día ha dado paso a la noche, tiñendo todo la pálida luz de la luna. ¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¿O, piensas en un ramalazo de locura, es que ha anochecido de golpe? Este es un lugar más allá de la realidad, por lo que es posible que las leyes físicas no funcionen como en tu mundo, pero aun así no puedes evitar pensar que hay algo en todo esto que no te gusta.
Te levantas un momento, dejando el libro abierto, y vas a echar un vistazo a la galería principal. El silencio sepulcral es el mismo que cuando entraste, con la diferencia de que no ves por ninguna parte al encapuchado que te recibió. En ese momento, tus pensamientos se ven interrumpidos al escuchar una miríada de chillidos y aleteos a gran altura sobre tu cabeza, lo que te hace alzar la vista con el corazón acelerado y sentir cómo tus pupilas se encogen. Una bandada de murciélagos ha entrado por una de las aberturas del invisible techo, llenando con sus ruidos el hasta ahora pacífico santuario. Sin embargo, no es eso lo que te contrae el corazón de angustia: es la luna, que tiene un tamaño anormal y se halla roja como la sangre.
Corres hacia la entrada, angustiado. Ya todo te da igual, quieres salir de ahí cuanto antes. Pero, como no podía ser de otra forma, las inmensas puertas están cerradas y no ceden. Empiezas a hiperventilar. ¿Qué está pasando aquí? De nuevo, tus pensamientos se ven interrumpidos por un ruido, esta vez un potente graznido que, descubres al escrutar hacia delante y arriba guiado por él, proviene de un enorme cuervo negro que se dirige hacia ti a toda velocidad. Te cubres la cara con los brazos, chillando, esperando que el inminente ataque no dure mucho y puedas espantar al animal. Sin embargo, lo único que ocurre es que el aleteo cambia de dirección y se aleja tras llegar a un par de metros de ti y escucharse un leve sonido en el suelo, como de algo ligero al caer. Con temor, te atreves a descubrir tu cara: efectivamente, se ha ido. Y, al mirar al suelo, descubres un rollo de papiro sujeto con una cinta roja. La desatas con cuidado, revelando el mensaje de la misiva:
No temas, todo esto es normal. Vuelve a tu sitio, no ocurrirá nada malo. Te doy mi palabra.
Sin otra cosa que puedas hacer, y temblando ligeramente, te diriges de nuevo con cautela a tu lugar de lectura, descubriendo con asombro y un fino hilo de pavor una serie de cambios. El candelabro ha sido sustituido por otro dorado con velas negras y un intrincado diseño que, visto desde arriba, forma un pentáculo llameante. Cerca de él reposa una reproducción de un cráneo humano cubierto de telarañas, que a pesar de notarse falso te produce desasosiego. Y, hablando de eso, al lado del libro se yergue un cáliz plateado lleno de un líquido sospechosamente rojo y con toda clase de grabados de demonios, hombres lobo, brujas, espectros y otras criaturas del mal en su superficie, destacando la figura de un siniestro dragón. Por encima de la cabeza del mismo, en el borde mismo del recipiente, pueden leerse las siguientes palabras:
Eu sunt Dracul
Hay algo dentro de ti que te empuja a acercar tu nariz al rojo líquido y olfatearlo, temiéndote lo peor. El aroma a hierro típico de la sangre... no está. En su lugar, un suave aroma afrutado invade tu cuerpo, lo que te incita a dar un tentativo sorbo al brebaje. Zumo de cereza. No puedes evitar reírte, la verdad es que está todo bien logrado. Un poco más tranquilo, te sientas de nuevo en tu sitio y procedes a leer la nota carmesí.
Estoy seguro que para cuando descubras esta página empezarán a pasar una serie de cosas que te asombrarán y aterrorizarán. Si es así, es que he hecho bien mi trabajo. Espero que disfrutes del espectáculo.
El miedo ha sido siempre una emoción necesaria para la supervivencia en toda especie. Canalizado de diferente forma según quién o qué lo sufra, nos acompaña a todos desde el mismo momento en que nacemos, instándonos a llorar por el estrés y el desconocimiento ante el mundo exterior. Nos hace respirar más profundamente para tener más oxígeno en los pulmones, provoca que nuestra sangre vaya en mayor cantidad a los brazos y piernas para huir o pelear, agudiza nuestros sentidos, nos da fuerza sobrehumana y, en definitiva, nos lleva más allá de nuestros límites para mantenernos con vida. Sin embargo, también es una emoción detestada, ya que a nadie le apetece pasarlo mal normalmente. Nos gusta sentirnos invulnerables, perfectos, inalcanzables. El que algo nos recuerde nuestra condición de seres que nada tienen de divinos, aunque sea para un bien mayor, es algo que no nos hace ninguna gracia, y podemos reaccionar a ello de varias formas: negación, ira, derrumbe...
Y luego está la representación. Desde siempre, hemos necesitado ponerle rostro a todo lo que no podíamos ver o comprender. El miedo, dada su activación por infinidad de factores, ha recibido el mismo número de imágenes, entre las que se encuentran las de criaturas del averno, seres humanos que poco tienen de ello y engendros más allá de la comprensión, por poner unos pocos ejemplos. Todas ellas forman parte de un particular tratado global que cambia de persona a persona, país a país, cultura a cultura. Y, una vez al año, como una maldición que se desata sobre la realidad, todas estas caras cobran vida. Nos vestimos y actuamos como aquello a lo que tememos, riéndonos de y abrazando a todo lo que el resto del tiempo nos causa pavor. El miedo se encarna en un ente omnipresente, y cada cual le rinde culto a su manera. Es la noche de Halloween.
Es entonces, cuando sabiamente recordamos que el miedo es una parte de nosotros, que proliferan los relatos de terror. Libros, películas, videojuegos... Cualquier medio es bueno para transmitir una buena historia que nos haga temer por sus protagonistas, sentir su dolor, llorar su pena, contener el aliento que ellos mismos han dejado de exhalar para siempre. El relato que viene a continuación espera cumplir ese cometido. En él verás a nuestros conocidos protagonistas en situaciones que te harán sentir impotencia, espanto y otras emociones alimentadas por la empatía. Porque, no lo olvidemos: el horror más abyecto puede ocultarse tras cualquier máscara o rincón, y este se alimenta como un abotargado parásito insaciable de nosotros durante esta noche. Tanto que puede llegar a hacerse real, y tornar nuestras carcajadas en nuestros últimos gritos de desesperación antes de caer en el abismo eterno.
Feliz Halloween, amigo...
El sudor en tu cara se acrecienta, notas cómo se te atora la garganta y tus manos tiemblan. Es una excitante y contradictoria mezcla de ganas y temor de seguir leyendo, pero te decides rápido. Levantas el cáliz como haciendo un brindis a cierto comensal que, pese a no estar a tu lado en ese momento, intuyes que es el seguro responsable de la cambiada decoración, tomas un trago del refrescante brebaje y pasas la página a la luz de la demoníaca fuente de luz.
Herencia
[Oscuro][Tragedia]
Canterlot vivía la noche más aterradora y mágica del año, sobre todo para los niños. ¿Qué infante no adora vestirse de monstruo y recolectar caramelos mientras se lo pasa bien con sus amigos? Fantasmas, zombis, vampiros, hombres lobo... Todos los disfraces posibles estaban presentes en la calle, al igual que toda la alegría y el miedo contagiado por ella. Pipsqueak blandía feliz su espada de pirata de goma mientras iba acompañado por Berry Pinch y Dinky, las cuales iban vestidas de libélula y gorgona, respectivamente. Otras tantas escenas adorables se sucedían por la calle, al igual que el paso de algún coche puntual con parejas demasiado mayores como para ir pidiendo dulces y que por ello se dirigían al baile celebrado en el instituto. Era una noche de felicidad y celebración para unos y otros, en definitiva. Pero no para todo el mundo.
Lejos de allí, en un destartalado coche que recorría un camino de montaña, se hallaba cierto grupo de amigas y los novios de dos de ellas, todos con gesto mohíno. El conductor era el abogado de Goldie Delicious, una pariente de Applejack que, tristemente, había fallecido el día anterior de madrugada. Según pudieron saber por lo que les contó el profesional de la ley, se hallaba de viaje en las Bahamas cuando murió de un fallo cardíaco en medio de la noche. Al menos no había sufrido, de eso estaban seguros dada la expresión con la que la encontraron. El hombre había procedido a la lectura del testamento, como era su deber, descubriendo que la familia cercana de Applejack y ella misma habían heredado la residencia de la anciana. Él mismo se ofreció a llevarles a comprobar el estado de la misma, pero nadie salvo ella podía asistir por un motivo u otro. En medio de su dolor, la pecosa chica pudo comprobar lo mucho que la apreciaban sus amigos al intentar ellos suplir la presencia del resto de su familia y acompañándola a visitar el inmueble, el cual lucía como una imponente mansión bien cuidada y datada aproximadamente en mitad del s.XIX. Huelga decir que todos cancelaron sus planes para esa noche tan especial, y si a Pinkie le entristeció quedarse sin ir a por caramelos con Lloyd y quien más se apuntara, no lo mostró. Su amiga era más importante.
Todos salieron de sus pensamientos cuando el coche finalmente frenó en el camino de grava tras doblar un recodo, mirando por las ventanillas su destino. Un pequeño bosquecillo de coníferas y hierbajos que llegaban al medio metro de altura impedía que el vehículo siguiese avanzando, pudiéndose vislumbrar con dificultad entre la densa vegetación el frontal de la casa de madera antigua blanca. El portón de doble hoja aguardaba en un porche al que se accedía por tres escalones con pasamanos y que estaba enmarcado por un tejadillo para resguardarse de la lluvia, sostenido por dos columnas a cada lado. El primer piso no tenía nada destacable, poseyendo eso sí gran número de ventanas desde las que no se podía divisar el interior dada la lejanía y la oscuridad del edificio. El segundo piso, en cambio, aparte de aún más ventanas poseía un balcón a cada lado de la entrada que recorría toda la parte delantera del inmueble, o eso parecía dada la imposibilidad de ver mucho desde esa altura, además de tres enormes ventanales de más de cinco metros sobre el acceso principal y flanqueados por cuatro columnas que sostenían la parte destacada del tejado bajo la que se encontraban. Por último, la techumbre tenía una coloración oscura, siendo probablemente de pizarra, y asomando en sitios puntuales, sorpresa, más ventanas, aunque muchas menos que en el resto de la estructura y con toda seguridad formando parte de la buhardilla. Por si la solitaria casa a esas horas no fuese suficiente para meter un mínimo de temor en el cuerpo, había jirones de niebla dada la altitud del lugar que flotaban a ras de suelo, y en el cielo lucía una espectacular luna de sangre por primera vez en décadas.
−Vaya casoplón y vaya escenita, parece una peli de miedo-comentó Rainbow nada más bajar del coche.
−Un respeto, Rainbow. Esta era la casa de la fallecida.
−¡Pero Rarity, solo mira a tu alrededor! ¡En cualquier momento parece que vaya a salir un loco con motosierra detrás de un árbol!
−Tengo que darle la razón, eh. Este sitio es siniestro de narices-comentó Lloyd de pasada.
−¡Gracias!-respondió la azulada, alzando los brazos al cielo con cara de desesperación.
−Señor Righteous Law, le agradezco que nos haya traído hasta aquí. ¿Nos acompaña al interior?
−Vaya con su grupo, señorita Applejack. Yo voy a quedarme aquí un rato a organizar mis papeles. No se preocupe, estaré bien-respondió el abogado mientras le entregaba un manojo de llaves, un hombre con pelo y bigote canosos, el último peinado hacia arriba como formando una sonrisa, traje a rayas y corbata azul.
El grupo terminó de despedirse del letrado, que se encerró en el coche y dio la luz mientras empezaba a revisar papeleo, seguramente del testamento. Todos empezaron a andar con cuidado a través del bosquecillo, con cuidado de no tropezar con alguna raíz o leño ocultos por el follaje. El frío del lugar les hacía emitir vaho al hablar.
−Permíteme decirte de nuevo que lamento muchísimo tu pérdida, Applejack-comentó en un momento dado la modista.
−Gracias, Rarity. No era un pariente cercano, pero perder a alguien de la familia siempre duele.
−Sabes que nos tienes para lo que necesites, ¿no? Incluso puedo montarte una fiesta para alegrarte un poco, pero tranquila, no es como si le faltase el respeto a Goldie Delicious ni mucho menos. ¡Oh, no! ¿Y si ha sonado así? ¿Y si ahora te has enfadado conmigo y quieres dejar de ser mi amiga? ¡Applejack, perdóname, por favor!
−Pinkie, tranquila-respondió con una leve sonrisa-, sabes perfectamente que nunca me van a dejar de encantar tus fiestas, y mucho menos pienso que seas una insensible. Estoy deseando volver a disfrutar de ellas cuando se hayan relajado un poco los ánimos.
La aludida sonrió, aliviada, y se abrazó a su campechana amiga, sin dejar de andar. A unos metros de distancia, Sunset, Twilight y Sg cavilaban sobre el lugar.
−Esto no me gusta. Hay algo que me huele mal-murmuró la primera, frotándose la barbilla, pensativa.
−¿A qué te refieres? Vale que no es el lugar perfecto para un picnic, pero aun así...
−No lo sé, Twilight. Tengo un pálpito, llámalo X, de todo este lugar. ¿Qué pintaba aquí una señora tan mayor como Goldie Delicious? No parece el tipo de casa que pueda llevar una sola persona, menos aún de edad avanzada.
−Creo que te estás dejando llevar por el ambiente, sumado a toda la sugestión de esta época del año. No hay nada científicamente demostrable que pueda sugerir que este lugar tiene algún peligro más allá de la estructura de la casa o haber conducido de noche-apuntó la otra chica, ajustándose las gafas.
−Claro, porque antes de conocernos habrías desdeñado la existencia de la magia como supercherías, por ejemplo-le contestó la rojigualda, con una sonrisa divertida.
−¡Eso es distinto! ¡Para empezar, te recuerdo que estuve estudiándola durante mucho tiempo para intentar comprenderla! ¡Dudo mucho que le hubiese dedicado mi tiempo a algo que no pudiese medir y calcular!
−Chicas, un poco de silencio, por favor. Estoy deseando llegar a la casa para salir de este bosque infernal...-cortó Sg, inquieto.
−Oh, ¿el peque tiene miedo? No te preocupes, estoy seguro de que tu ¿caballero? de brillante armadura bicolor acudirá en tu rescate si lo necesitas-comentó Rainbow, cogiendo a Sg del cuello con un brazo y frotándole el cabello con los nudillos.
−Quien tiene miedo es esta-señaló Lloyd a su espalda, donde una temblorosa Fluttershy se agarraba con una mano como si le fuera la vida en ello mientras andaba encogida.
−L-lo siento, es que...
−¡Oh, vamos, Fluttershy!-exclamó Pinkie sonriente, acercándose. ¡No hay por qué temer! Si quieres, puedo cantar una canción para animar el ambiente...-dijo, empezando a tomar aire.
−No, Pinkie, mejor no-la cortó Applejack, plantándole la mano en la boca-. Mejor apretemos el paso, hay algo en este sitio que me da escalofríos.
Con esas palabras, continuaron andando con cautela entre la niebla hasta llegar a la puerta, la cual se hallaba cerrada. La vaquera sacó el manojo de llaves de uno de los bolsillos de su falda y tras estudiar la cerradura terminó por seleccionar una pesada y antigua de hierro negro, consiguiendo hacerla girar con algo de esfuerzo y revelando un interior más oscuro que la brea. Afortunada e inexplicablemente, Pinkie llevaba una linterna en el pelo, por lo que pudieron adentrarse en la casa, cerrando la puerta. Ello impidió que pudieran ver la neblina rojiza que empezaba a inundar el exterior desde un portal que acababa de abrirse cerca de un árbol.
−De acuerdo, ¿alguien sabe dónde está el cuadro de interruptores?
−Ni idea, Applejack. ¿Podéis ver algo, queridas?
−Nope. Nada de nada. Esto está más oscuro que las tazas de chocolate negro de Sugarcube Corner.
−Mmmmmm, chocolate negro...
−Lloydi, ahora no, hombre.
−Peeerdón, pero ya sabes cómo soy con eso.
−Lo sé, y tienes razón, es solo que... ¡Eh, podemos ir mañana por la mañana a desayunar allí todos juntos!
−Cuenta con mi hacha.
−Hum, ¿podemos no hablar de instrumentos afilados ahora mismo? ¿Por favor?-comentó Fluttershy, temblando más que un flan en un terremoto.
El silencio se hizo con esas palabras, y continuaron buscando con la mirada. El tacto blando bajo sus pies sugería que estuviesen pisando una alfombra, y aquí y allá podían distinguir un candelabro de pie o un cuadro. Más adelante había unas escaleras que conducían al segundo piso, flanqueadas por dos columnas que sostenían una pequeña balconada del mismo sobre ellas. Finalmente, vieron algo que les llamó la atención.
−Mirad, ahí hay una abertura en la pared, al lado de las escaleras. Podemos mirar a ver qué hay-apuntó Sunset.
Se dirigieron hacia allí con cuidado, estando a punto de tropezar en masa de forma bastante cómica debido a que la oquedad estaba ligeramente por debajo del nivel del suelo, habiendo que bajar unas escaleras. Tras cruzar el umbral, vieron que se trataba de un pasillo que conducía a un antiguo ascensor de puertas de reja, estando en la pared enfrente suya su objetivo: el cuadro de interruptores con infinidad de palancas pequeñas y una más grande que, supusieron, activaría la energía de todo el lugar. Efectivamente: nada más accionarla, pudieron empezar a encender las luces de todo el lugar, haciéndolo un poco menos siniestro. Pudieron así apreciar algo más de detalle del hall, como que a cada lado de la puerta de entrada había un jarrón con motivos de gatos sobre un pedestal, que había otra abertura al otro lado de las escaleras que también conducía al ascensor formando pues un pasillo con forma de U tras las mismas, varias puertas más entre las que destacaba una de doble hoja a cada lado de la entrada principal, una barandilla que evitaba caerse del segundo al primer piso y una gigantesca lámpara de araña que colgaba del techo.
−Lo dicho: vaya casoplón. Os ha tocado la lotería, Applejack-murmuró Rainbow, a punto de romperse el cuello a base de mirar a todos lados.
−¡¡Rainbow, recuerda POR QUÉ la tienen ahora!!-exclamó Rarity, iracunda.
−¡Hostias! ¡Perdón, de verdad!-exclamó hacia Applejack, juntando las palmas de las manos en señal de disculpa.
−No importa, no te has dado cuenta. Y es cierto que es una pedazo de casa... Tan grande que no sé qué vamos a hacer con ella, de hecho. Es demasiado, aunque seguramente Apple Bloom se lo pasaría bomba jugando con sus amigos por aquí.
−¡Cierto! ¡Estoy segura de que es el sitio perfecto para jugar al escondite!
−Pinkie, este sitio se me antoja demasiado siniestro para eso-apuntó Lloyd, inquieto.
−¿Habéis visto la cantidad de habitaciones que tiene este sitio? Me he perdido enseguida leyendo las etiquetas del cuadro de interruptores: hall, comedor, cocina, jardín, bodega, sótano, dormitorio, varios cuartos de invitados...-contó Sunset con los dedos de las manos.
−Y no tenemos ni idea de dónde está cada cosa. Habría sido perfecto tener un plano con nosotros... Eh, digámoselo al abogado, debe de tener uno-sugirió Sg.
−Voy yo-anunció Rainbow-, los demás sois unos miedicas. Esperadme, no tardo nada.
Dicho y hecho, la chica abrió la puerta principal y salió al fresco aire nocturno, cerrando detrás de ella. El grupo decidió hablar de detalles que podían observar a simple vista de la casa, coincidiendo en que, pese a su antigüedad, se encontraba en buen estado. El problema era qué se iba a hacer con ella, dado que venderla parecía una falta de respeto, no era práctico trasladarse a ella desde Canterlot y abandonarla sin más tampoco era apropiado. Llevaban unos cinco minutos hablando cuando la aventurera volvió a aparecer, plano en ristre.
−Aquí está, aunque al abogado no lo encuentro por ninguna parte.
−¿Cómo?-saltó Fluttershy, asustada.
−No, tranquila. Es que he llegado a su coche y estaba abierto y con las luces dadas, con una nota en la guantera que decía que había salido un momento a buscar cobertura para el móvil. Y es cierto, esto está tan a tomar por...
−Rainbow...
−... saco, perdóneme la señorita finolis-siguió, mirando molesta a Rarity-que yo al menos no puedo llamar. ¿Os pasa lo mismo?
Todos sacaron sus teléfonos. Era cierto: ninguno daba señal telefónica ni de datos. Estaban aislados.
−Como ha dicho Rainbow, es normal. Estamos lejos de la ciudad y en el monte es común que se pierdan las señales telefónicas-comentó Twilight.
−Bueno, no pasa nada-señaló Applejack, encogiéndose de hombros-, simplemente miraremos por encima la casa a ver qué tal está y nos volveremos.
Se pusieron a estudiar el plano. La mansión constaba en su totalidad de una bodega de tres metros, planta baja de cinco, superior de cuatro y buhardilla de dos y medio, de abajo a arriba. En la que estaban ahora mismo, tomando como referencia la entrada principal, figuraba un pasillo a la izquierda que daba al comedor y este a un cuarto de baño y la cocina, la cual conectaba con una trampilla con la bodega y con un largo pasillo al lavadero, el cual conectaba con el hall a través de otro pasillo y una puerta que quedaba adyacente a la de la ruta al comedor. Por el lado derecho, un pasillo conectaba con otro más pequeño que, además de acceder a un cuarto de baño, torcía a la izquierda para llevar a un pequeño salón, el cual tenía una puerta que daba al patio. Adyacente a la puerta que conducía a toda esta ruta, al fondo del hall, había otra que daba a un cuarto que funcionaba como biblioteca y sala de trofeos. Como habían comprobado antes, se podía acceder tras la gran escalera que llevaba a la segunda planta a un pasillo en U que conectaba con el hall con dos oquedades a un metro bajo el nivel del suelo, y poseía tanto el cuadro de interruptores como un ascensor que ofrecía otro medio de acceso a la bodega.
La escalera del hall, totalmente enmoquetada, llegaba a un rellano pegado a la pared opuesta de la casa, decorada con enormes ventanales desde los que se veía el cielo nocturno. Después se bifurcaba a izquierda y derecha, girando una vez más para acabar conduciendo al ala este u oeste de la casa, según el camino tomado y dándole la apariencia de un ancla invertida vista desde arriba. El ala oeste alojaba un pasillo que, además de una escalera desplegable oculta en el techo que llevaba a la buhardilla, tenía acceso a varios cuartos de invitados, lo que explicaba los balcones y multitud de ventanas vistos desde fuera, un cuarto de baño para todos ellos y el dormitorio principal al final de esta estructura con su propio aseo independiente. El ala este tenía exactamente la misma estructura pero con otro cuarto de baño ocupando lo que en el ala oeste sería el dormitorio principal y el añadido de otra puerta adicional situada enfrente de la rama de la escalera principal que conducía a ella y que guardaba una suerte de almacén. Finalmente, la buhardilla coronaba la estructura del edificio, teniendo un tamaño gigantesco al ocupar toda la superficie del tejado. Como nota adicional, en una esquina del plano había un listado de las llaves necesarias para abrir las puertas.
−Ehm, esto... lamento interrumpir, pero tengo que ir al baño-sonó una voz repentinamente.
−¿En serio, Fluttershy? ¿Ahora?-dijo exasperada Rainbow.
−Venga, no seas así con ella, este sitio debe estarla asustando-comentó Lloyd, recibiendo una mirada de gratitud por su parte.
−No pasa nada, ya la compaño yo. No debería ir por aquí sola-señaló Rarity, yendo a agarrar el plano de las manos de Dash.
−Espera, vamos a hacer una cosa. No podemos usar los teléfonos para llamar, pero sacadle todos una foto al plano de tal manera que se vea entero. De esa forma, no nos atrasaremos y cada uno podrá consultar lo que quiera-apuntó Twilight.
−Buena idea, dulzura.
Todos procedieron a hacer lo propio, quedándose el grupo con la copia física y acompañando Rarity a Fluttershy por la puerta a la derecha de la entrada tras recibir la modista por parte de Applejack el manojo de llaves por si lo necesitaban. Esta daba a un pasillo alargado y ancho de suelo a cuadros blancos y negros cual tablero de ajedrez con un par de cómodas decoradas con retratos y jarrones, varias ventanas por las que podía verse la luz de la sanguinolenta luna (por lo que dedujeron que debía tratarse de la parte diestra del frontal de la casa que vieron desde el coche) y lo más siniestro de todo: un cuadro de unos cinco metros de largo y dos de alto que representaba a un montón de gatos de varias razas en un bodegón con sardinas.
−Tengo que reconocer que Goldie Delicious tenía un gusto... peculiar para la decoración.
−Vamos Rarity, si solo son gatitos...
−Sí, pero en fin. A ver, ahí delante hay una puerta... Vale, crucemos. Según el plano, el baño debería estar justo a la izquierda tras ella.
Se encontraron otro pasillo, esta vez más estrecho y decorado con papel pintado con motivos de flores que, debido al paso del tiempo, se había vuelto amarillento y en algunos sitios incluso se despegaba de la pared. Para desdicha de Fluttershy, si bien era cierto que el baño estaba donde decía el plano, debía de estar estropeado, pues hacía mucho tiempo que no funcionaba y la suciedad se había apoderado de todo el cuarto. Hasta el espejo lucía opaco, y el lavabo tenía un rodete amarronado, señalando la porquería del agua que habría caído tiempo atrás, ya que los grifos no funcionaban tampoco.
−¿¿Pero quién tiene el cuarto de baño en este estado tan... nauseabundo??-exclamó Rarity, profundamente asqueada y tapándose la nariz.
−Rarity, no quiero presionar, pero se me acaba el tiempo-señaló Fluttershy, que ya empezaba a cruzar las piernas.
−Vale, tranquila. A ver... Mira, al final de este pasillo se tuerce a la izquierda y hay un pequeño salón, estando a la derecha una puerta para salir al patio. Ahí hay una letrina.
−¿¿E-el patio??
−Entiendo que es muy poco femenino, pero es el cuarto de baño más cercano; tendríamos que volver y subir al segundo piso o cruzar el hall y el comedor aquí abajo. ¿Quieres que lo intentemos?
−No, mejor no, no aguanto más. Vamos.
Procedieron pues a avanzar por la estancia, la cual estaba iluminada aquí y allá por candelabros eléctricos que colgaban de las paredes, dándole un aire clásico y moderno al mismo tiempo. El saloncito era bastante apañado y tenía pinta de servir para tomar el té, dado que poseía varias sillas y sillones de terciopelo rojo acolchadas y una mesita de porcelana, además de un par de aparadores con mamparas que guardaban multitud de tazas de cerámica y una tetera achatada del mismo material. Por supuesto, toda la vajilla estaba decorada con gatos: persas, siameses, azul ruso, mane coon, atigrados... Gatos por todas partes. Sin embargo, un quejido de Fluttershy les recordó que no estaban ahí para ¿admirar? la decoración, así que localizaron la puerta al jardín, que se encontraba al lado de uno de los sillones, y tras consultar el mapa la abrieron con una llave que tenía grabada una fuente, bajando un par de escalones debido al desnivel.
Era un patio medianamente grande, y de suelo de baldosas blancas cuadradas. Se accedía a él a través de un camino flanqueado por altos rosales rojos que luego se abrían rodeando todo el espacio, y tenía un par de bancos a los lados, forma redonda inclinada hacia el centro donde se hallaba una vieja fuente decorativa de la que ya no manaba el agua y que estaba llena de hojas de pino, una rejilla rodeándola para recoger el agua de lluvia y una solitaria farola de hierro encendida en un rincón. Alumbraba lo que Fluttershy tanto ansiaba: una caseta de madera con un rudimentario retrete grabado en la puerta, seguramente reservada para el jardinero, y acoplada a un cuarto de mantenimiento.
−Ahí lo tienes, te espero.
−No, no hace falta, vuélvete con el resto.
−¿Estás segura? No quiero dejarte sola.
−Rarity, ya no soy una niña-protestó con un adorable mohín-, y además, es posible que tarde un rato.
−Oh... entiendo. Está bien, iré a decirles qué pasa y volveré en un rato. Cuídate, ¿eh?
−Oh, vamos, vale que este sitio es muy grande, pero este jardincito tiene su encanto. En unos minutos vuelvo, ya lo verás.
Con eso, se despidieron, yéndose Rarity de vuelta a la mansión y Fluttershy entrando apresurada en la letrina, cerrando la puerta deprisa. Quizá por eso ninguna de las dos vio un par de ojos amarillos asomando entre los rosales, tras la bruma roja que había aparecido fuera minutos ha y que empezaba a colarse en el jardín. Unas nubes oscuras empezaron a arremolinarse en la distancia.
Como había prometido, la puerta se abrió pasados unos pocos minutos, saliendo de la letrina una Fluttershy mucho más aliviada. Al final, y sorprendentemente, el habitáculo estaba en buenas condiciones, por lo que pudo hacer lo suyo sin mayores problemas. Iba a dirigirse de vuelta a la casa cuando vio algo que la llamó la atención dentro de la fuente: un enorme gato negro mirándola con ojos como el ámbar.
−¡Oooooh, un gatito! ¡Hola, bonito!-exclamó la chica, corriendo a acariciarlo radiante.
El felino se dejó hacer, ronroneando de gusto. Mientras le acariciaba el mentón con un dedo, ella no pudo evitar preguntarse algo: sabían de Applejack y el abogado de la dueña de la casa que esta era muy aficionada a los gatos (cosa que no pararon de comprobar tras llegar), y de hecho esta tenía varios de estos animales a su cargo. ¿Qué iba a ser ahora de esos animalitos? En cuanto volviesen a Canterlot hablaría con la protectora con el fin de darles un hogar, los pobres no se podían quedar abandonados a su suerte. En esas estaba cuando otro gato, esta vez un persa blanco, se subió del suelo a la fuente, demandando atención. De tan enfrascada que estaba con el otro no debía haberle visto venir.
−Oh, mírate qué guapo, con todo ese pelo... Anda, ven. Minino, minino...-murmuró mientras le pasaba la mano por el lomo y la cola peluda, arqueándose el animal de puro placer.
Entonces se acordó: el grupo la estaba esperando, no podía entretenerse más. Tenía que irse, no quería preocuparles. Reluctantemente, dejó de acariciar a sus nuevos amigos y les dijo que se tenía que marchar, pero que volverían a verla. Sin embargo, al escuchar un ruido a su espalda, no pudo evitar girarse.
Gatos. Por todas partes. De entre los rosales, tras la farola y los bancos, sobre la letrina saltando al suelo, a sus pies... incluso tapando la puerta de vuelta a la mansión. Ahí había cuarenta de ellos, puede que más, y de multitud de razas. Todos mirándola fijamente, sin pestañear. Deberían haber llegado mientras estaba distraída con los de la fuente, eran animales muy silenciosos. No pudo evitar asustarse un poco ante tal escena.
−Oh. Vaya, sois muchísimos... Perdonad, tengo que irme, me esperan mis amigos, pero mañana mismo volveré y os daré comida, agua y un nuevo hogar, ¿vale? Uno calentito, con familia que os quiera.
−Miau...
Bajó la cabeza: maullando lastimeramente se hallaba un cachorro de no más allá de un mes, de color blanco como la nieve y ojos azules como el hielo. Estaba acostumbrada a tratar con animales, y reconocía el hambre en cuanto la oía. Y esta estaba muy presente en la voz de la pobre criatura.
−Pobrecito, ¿dónde está tu mamá?-comentó mientras se agachaba a acariciarlo.
−Miau...
−Lo siento, pequeñín, ojalá pudiera darte de comer, pero ahora mismo no llevo na... ¡Au!
El minino se había revuelto rápidamente, mordiéndola un dedo. Dada su juventud no había llegado siquiera a hacerle sangre, pero aun así se había asustado. Estaba pensando en alguna reprimenda cariñosa cuando, sin previo aviso, y aprovechando que estaba cerca del suelo, varios se le echaron encima, inmovilizándola. Forcejeó, pero entre que no era de complexión fuerte y lo bien coordinados que estaban todos, no se pudo levantar.
−¡D-dejadme ir! ¡He dicho que volveré mañana! ¿Qué queréis?-balbuceó, con el miedo presente en su voz.
Entonces, de entre la multitud que aún dominaba el lugar, se adelantó el primer gato, el negro de ojos amarillos que había estado acariciando en la fuente. Por la forma en la que todos se apartaban de su camino, tenía pinta de ser el alfa. Caminaba seguro, con aplomo y sin quitarle la vista de encima. Subió a su desplomada figura y se sentó sobre su pecho, mirándola fijamente a los ojos. Entonces se dio cuenta. Había visto esa mirada en documentales de naturaleza. La forma en que la examinaba de arriba a abajo, con unos ojos fríos, calculadores. Eran ojos de depredador analizando a su presa. Estaba guiando a su manada, y habían encontrado algo que rodear aprovechando su soledad. Algo que cazar.
Algo que comer.
−No... No, por favor...-rogó, empezando a llorar desconsoladamente.
El alfa se levantó y, como si hubiese emitido una señal con ello, los gatos que la retenían hicieron aún más fuerza, evitando del todo que se pudiese mover. El resto de animales, hambrientos tras estar su dueña tanto tiempo fuera, comenzaron a agazaparse, el instinto bombeando adrenalina por sus venas. Durante un momento no ocurrió nada. Entonces, avalancha.
−¡¡No!! ¡¡No, por favor, no!! ¡¡Ah!! ¡¡AH!! ¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHH!!!
Al mismo tiempo, se escuchó un trueno que junto a toda la legión que tenía encima enmudeció casi por completo sus gritos. No duraron mucho, al igual que sus pataleos, volviendo la noche rápidamente a un estado más calmado. Solo un ruido continuo y apagado, como el de alguien limpiando un pescado, rompía la quietud. Mientras, un creciente reguero escarlata avanzaba por el inclinado suelo, perdiéndose a través de la rejilla. Unos pocos gatos lamían de él, satisfechos, incluido el cachorro blanco, ahora lleno de salpicaduras de otro color.
−Pedazo de trueno, ¿no?
−Tienes razón, Rainbow, parece que se acerca una tormenta. Ahora me arrepiento de haberla dejado ahí sola...
−No te preocupes, dulzura. Seguro que volverá en breve, y si no siempre puede ir alguien a buscarla. Mientras tanto, ¿qué hacemos?
−Se me ocurre-comentó Lloyd-que puedo ir a investigar el... a ver el mapa... comedor, está tras el pasillo que está al pasar esta puerta a la izquierda de la entrada principal. Está justo aquí al lado, al fin y al cabo.
−Te acompaño-dijo Sg, adelantándose.
−Yo también, necesito un poco de acción-dijo Rainbow, con las manos cruzadas detrás de la cabeza.
−Está bien. Volvemos enseguida, chicas.
Consultaron el mapa y cogieron la llave que tenía grabada un tenedor. Se adentraron por la puerta a la izquierda, descubriendo el pasillo que indicaba el mapa. Se parecía mucho a lo que les había contado Rarity del que había cruzado con Fluttershy camino al baño, poseyendo el mismo patrón de suelo y cómodas, aunque aquí no había ningún cuadro. Lo recorrieron sin mayor contratiempo, salvo un comentario puntual de Rainbow diciendo que entre la tormenta y la casa solo faltaba que se colase por la ventana frente a ellos un perro zombi, terminando frente a una puerta de doble hoja que reveló, tras abrirla, la enormidad del comedor. Una gran mesa rectangular con candelabros y sillas ocupaba el centro de la estancia, midiendo sus buenos diez metros de largo y dos de ancho. El suelo era de madera vieja que crujía al caminar, y una chimenea con dos hachas de batalla cruzadas encima gobernaba la estancia. En la pared de la derecha había una puerta oscilante que comprobaron que conducía a la cocina, y otra normal a la izquierda que llevaba al baño.
−Cada cosa que veo de esta casa me convence más y más de que esa señora no pintaba nada aquí sola-mencionó Lloyd, pasando su mano por el respaldo de una de las sillas.
−Ya te digo, imagina lo sola que se debía de sentir, rodeada de sus gatos en una mansión enorme en medio del monte... j*der, parece el argumento de una de miedo, ahora que lo digo así.
−Chicos-dijo Rainbow, entrando por la puerta lateral-, acabo de comprobar la cocina. Lo típico: nevera, fregadero, horno más viejo que la leche... Hasta tiene un arcón congelador y una encimera de metal donde preparar la carne, la vieja. Eso sí, no funcionaba nada hasta hace un rato por la falta de frío en la nevera y el arcón, dado que acabamos de dar la luz como quien dice.
−Pues mira, tengo un poco de hambre. Aprovecha ya que estás en la cocina y hazme un sandwich, Rainbow.
−A lo mejor te la corto y te hago un perrito caliente, Lloyd.
Sg se quedó tieso en el sitio, primero al no poder creer que su amigo se hubiese atrevido a hacer un comentario como ese a la propia Rainbow y luego por la agresiva respuesta de ella. Sin embargo, la tensión solo le duró un segundo, pues poco después ambos estallaron en carcajadas de confidencialidad.
−No, pero en serio, tío, ese está muy visto ya. No ha tenido ni gracia por ser malo.
−Pues anda que tú con lo de cortarla...-respondió él mientras chocaban un puño.
El desplazado de la conversación sonrió socarronamente. La verdad es que esos dos tenían una cosa muy fuertemente en común, y era lo que a él le gustaba llamar "cabronería". Por separado eran capaces de soltar verdaderas burradas y gastar bromas pesadas, pero unidos eran una fuerza terrorífica. Por supuesto, ninguno pretendía nunca herir los sentimientos de nadie, y si alguna vez se pasaban de la raya sin querer se disculpaban y prometían no volver a hacer lo que sea que hubiese causado el malentendido. Sea como fuere, el caso es que ambos compartían un vínculo por un tipo de humor y una mordacidad que nadie más del grupo tenía, o al menos no tan fuertemente.
Allí no tenían nada más que hacer, de modo que se encaminaron de vuelta al hall. Nadie vio cómo por un pequeño agujero en una de las ventanas se colaba un leve jirón de niebla carmesí, arremolinándose a los pies de Rainbow antes de disiparse.
Nada más volver los que investigaban el comedor, Rarity afirmó no querer esperar más a Fluttershy. Tras una agitada y breve escena en la que Rainbow le espetó el haberla dejado sola (lo que le chocó a todo el mundo, dado que había sido la primera en quejarse de su repentina urgencia), la modista dijo no tener ganas de discutir y sentirse culpable, por lo que volvió a donde la había dejado, llave del patio en ristre. Pinkie, Lloyd y Twilight fueron mientras tanto a explorar el piso superior y la buhardilla, básicamente por tener algo que hacer y quitarse de la mente algo de preocupación.
Las escaleras al piso superior crujían con cada paso que Pinkie, Lloyd y Twilight daban, a pesar de la moqueta. La primera llevaba apagada en la mano la linterna que había traído, ya que era posible que la luz no funcionase en alguno de los cuartos al ser una casa tan vieja. Al llegar al piso superior, la pareja de novios fue por la izquierda, mientras que Twilight insistió en ir sola por la derecha, arguyendo que investigaría mejor sola y que estaría bien. Por ello, Pinkie consultó el mapa y le pasó la llave del almacén con un bote grabado, una de las dos copias de las de los cuartos de invitados con una cama representada y la linterna y le deseó suerte, saludando desde la barandilla todos a los que había del grupo abajo.
La chica de gafas y moño acababa de cruzar la puerta que daba al supuesto almacén indicado en el mapa, pero la luz no funcionaba. Por supuesto, pensó. O las coincidencias podían tener sentido del humor, o Pinkie había predicho el futuro. Bah, ridículo. Encendió la linterna sin dudar, pudiendo examinar el lugar con detalle. El cuarto, de unos diez metros de largo, cuatro de ancho y tres de alto tenía una mugrienta camilla en un rincón de la derecha, una báscula de pesas de cobre a su lado, un enorme y aparentemente pesado mueble de madera antiguo y comido por la carcoma con cajones en la parte baja y estantes en la superior repletos de recipientes etiquetados ocupando toda la pared izquierda y una estatua del caduceo de unos dos metros de alto colgada al fondo de la estancia a escasos centímetros del suelo. Todo esto, alumbrado junto con el polvo ambiental por su luz portátil, le daba al sitio una apariencia tétrica, pero se dijo a ella misma que no era de las que se amilanaban con supercherías.
−Esto es muy raro, nada de lo que hay aquí hace pensar que se trate de un almacén. A lo mejor si miro lo que hay en el mueble...
Los cajones guardaban correas de cuero desgastadas por el uso, sierras de mano oxidadas, enormes pinzas, martillos, clavos, jeringuillas de vidrio, sábanas, vendas... Esto, junto al hallazgo en los estantes de recipientes que contenían alcohol, yodo, nitrato de plata o ácido acetilsalicílico entre otros reactivos químicos comunes en el área de la salud, dejó a la chica reflexionando unos momentos, devanándose los sesos por intentar hallar una conexión.
−Camilla, báscula, la estatua de la pared, instrumental médico y quirúrgico antiguo... Un momento, teniendo en cuenta todo esto y la época de la que data la mansión... Podría ser que este fuera un lugar de paso para militares durante la Guerra de Secesión. Por aquel entonces, los combatientes de más alto rango tenían la costumbre de alojarse en casas particulares mientras estaban de paso, a diferencia de las tiendas o los hospitales de campaña donde paraban y se reponían los soldados rasos. ¡Claro, encaja! Quizá este cuarto fue habilitado para atender a generales, tenientes, coroneles y algún oficial más, donde se les trataba según los conocimientos de la época y se medía su recuperación. ¡Vaya, este sitio es realmente interesante! Aunque por aquí hay algo más, a ver...
Un examen más detallado de los estantes reveló más recipientes, fundamentalmente de vidrio clásico y esmerilado, con contenidos más extraños para ese lugar como ácido nítrico, sulfúrico o fluorhídrico. Perpleja, consultó el mapa en su móvil para intentar aclararse las ideas, momento de distracción en el que jirón de niebla carmesí se coló por debajo de la puerta hasta llegar a los pies de la estatua y desaparecer. Fue entonces cuando, al fijarse en una estancia en concreto de la planta baja, se le ocurrió algo.
−Espera... Creo que tengo algo. Esta mansión tiene un invernadero. Podría ser que, tras perder su utilidad este cuarto casi en su totalidad como enfermería tras la guerra, no se quisiese desmontar y se reutilizase tiempo después como almacén para reactivos destinados a fabricar compuestos químicos para las plantas: ácidos sulfúrico y nítrico para sulfatos y nitratos, además de otros que estoy viendo por aquí, todo para mejorar su crecimiento y combatir las plagas. Poco ortodoxo y alejado de donde se iban a utilizar, pero bueno... Guau, esta mansión tiene una historia fascinante detrás. ¡No puedo esperar a contárselo a los demás, y seguro que si vamos al invernadero encontramos un improvisado laboratorio donde se preparaba todo! Redomas, matraces, serpentines... ¡He descubierto un tesoro!-exclamó, maravillada y con los ojos brillándole.
Dominada por la emoción del momento, se le cayó la linterna, yendo a parar rodando justo al espacio entre el mueble y el suelo. Resoplando de fastidio, se puso a gatas y empezó a tantear en busca del aparato. Todo fue muy rápido: la efigie se soltó repentinamente de sus sujeciones y cayó hacia delante, golpeando el desgastado suelo de tablones con violencia debido a su ahora evidente peso. Las patas que sostenían el mueble, debilitadas durante décadas por la carcoma, cedieron finalmente debido al fuerte temblor, partiéndose y provocando que toda la pieza cayese hacia delante sobre la desprevenida chica, que ni siquiera tuvo tiempo de gritar más allá de medio segundo mientras decenas de kilos de madera, vidrio y diversos químicos corrosivos y tóxicos fuertemente concentrados se le venían encima.
Pinkie y Lloyd vieron desaparecer a Twilight hacia el ala este, y continuaron en dirección opuesta por el pasillo de los cuartos de invitados, contando un total de cinco. Entraron en todos ellos, descubriendo así que estaban decorados de forma idéntica con cama, armario y mesilla de noche, así como al cuarto de baño, el cual se encontraba en buen estado debido seguramente al mayor uso que tendría en comparación con el del ala este de la planta baja. Mientras reprimían un gesto de asco y hastío al recordar los gritos y las quejas de Rarity de cuando les había estado contando su búsqueda para que Fluttershy se aliviase, accedieron al dormitorio principal utilizando una llave con una corona grabada en ella. Era bastante lujoso y clásico, tanto por la alfombra de gatos (qué si no, pensaron) exquisitamente tejida que ocupaba gran parte del suelo como por la cómoda con múltiples cajones y espejo de marco dorado, el robusto escritorio junto a la ventana con una máquina de escribir y un par de cintas de tinta encima y, sobre todo, la enorme cama de matrimonio de madera oscura con dosel. Pinkie se lanzó sobre ella, haciendo un ángel sobre las sábanas.
−¿Qué haces?-comentó Lloyd, entre risas.
−¡Esta cama es un sueño hecho realidad, parece de cuento! ¡Y encima es súper cómoda! ¡Pruébala Lloydi, pruébala!
−Ehm, no, gracias. Paso como que bastante de jugar en la cama de una muerta.
−Oh, vamos, no creo que le importe ya. De hecho, seguro que se uniría a nosotros si pudiese.
−Pinkie, no necesito en absoluto ahora mismo bromas de apariciones espectrales en una mansión de hace siglos perdida en el monte-respondió el, con un leve susto encima.
−Aguafiestas...
Procedieron a examinar los armarios. Como esperaban, Goldie Delicious cumplía con los estándares de "mujer anciana con ropa discreta, clásica y oscura", dominando las faldas grises y beis hasta la rodilla, las chaquetas de punto y los zapatos planos o de tacón bajo, con alguna nota aislada de color en forma de pañuelos de lunares de diferentes combinaciones cromáticas. El baño, sin embargo, era harina de otro costal: el suelo era de baldosas blancas y el lavabo y el bidé de mármol rosa, ambos con grifería dorada y el primero con un espejo con marco áureo ricamente labrado con motivos de flores y vaso y jabonera de latón. Pero la estrella del recinto era la bañera junto a la ventana, una obra de arte de tres metros de largo y casi uno de alto elaborada en porcelana blanca, con la misma grifería que el resto de artículos y apoyada sobre cuatro zarpas de león doradas. Un estante con champú, esponja y gel en la pared y una banqueta en el suelo completaban el conjunto.
−La madre de Zeus-murmuró Lloyd, boquiabierto.
−Me dan ganas de darme un baño y sentirme como una reina... ¡Uh, ya está! "Como tu reina, decreto que me permitas probar la bañera real y dormir a pierna suelta en la cama real"-ordenó con tono grave y cómico en la voz mientras le señalaba con la llave.
−Disculpe, Su Majestad, pero voy a tener que declinar esa orden-respondió el, divertido.
−Desobedecer a la reina conlleva un grave castigo, súbdito...
−¿Ah, sí? ¿Y cuál es?
Ella simplemente respondió esbozando una mueca pícara, pasándole los brazos por el cuello y besándole a continuación, con una curiosa mezcla de suavidad y firmeza. El la correspondió en todo momento, agarrándola con cariño de la espalda y la cabeza. El momento duró lo que para ambos fue una eternidad, y tras separarse, ella volvió a esbozar esa mueca socarrona.
−Con esto siempre recordarás que eres mío y de nadie más, mi querido súbdito.
−No se preocupe, mi reina. Eso no lo olvido.
Procedieron a salir de allí, no sin antes ella soltar un último comentario antes de adelantarse.
−¡Oh, y la próxima vez que desayunemos tú y yo en Sugarcube Corner invitas!-exclamó con una risita.
Él se quedó blanco, temiendo por la salud de su cartera. Una vez de vuelta en el pasillo volvieron a examinar el mapa, recordando que tenían que visitar la buhardilla. Escrutaron el techo hasta que lo vieron: un rectángulo destacado con un cordel colgando. Un tirón abrió unas escaleras de acceso por las que procedieron a subir, hallándose en el buscado recinto, y encendieron un interruptor a su derecha, iluminando el lugar bombillas colgadas del techo en diversos puntos. Era gigantesco, ocupando todo el tejado de lado a lado y pudiéndose ver las montañas y el lejano Canterlot por las ventanas. Por supuesto, estaba repleto de trastos, entre los que destacaban un maniquí femenino, una bicicleta antigua con la rueda delantera mucho mayor que la trasera, retratos tapados con pesadas y polvorientas lonas y mucho más. Sin embargo, algo hizo que Pinkie se adelantara, movida por la curiosidad. En un rincón, medio tapada por bultos de papel de estraza envueltos en cuerdas, había una caja redonda roja decorada con grabados negros de un palacio oriental en un lago sobre el que volaban garzas. Antes de que Lloyd le dijera nada, quitó la tapa, sacando de su interior un hermoso atuendo de seda que lucía antiguo y que estaba conformado por chaqueta de solapas hasta las rodillas y pantalones morados, ambos con extremidades anchas y con bordados amarillos situados al final de las mismas, así como las bordes de las solapas de la prenda superior. La chaqueta se abrochaba por tres ojales del lado izquierdo por los que se pasaba un cordel con botón desde el derecho, de color rojo. En el fondo de la caja había también dos artículos del mismo color que el traje: un gorro con forma de cuenco coronado por un montículo rojo y bola blanca y unos zapatos planos.
−¿Has visto esto? ¡Es precioso! ¿Puedo probármelo? ¿Puedo? ¿Puedo?
−Pinkie, esto no es tuyo...
−¡Porfaaaaaa! ¡Seguro que ni lo usaba, está impecable! ¡Además, ya lo he sacado!
−Pero es que...
−Además... ¿Seguro que no quieres ver cómo me queda?-comentó, guiñándole un ojo.
En ese momento, la mente de Lloyd empezó a trabajar duro. Pinkie adorable y guapísima normalmente. Añadir a la ecuación vestido de seda oriental. Calculando resultados... Error. Pantallazo azul. Colapso del sistema.
−Mevoyunmomentoaotroladoparaquepuedascambiartehastaahora.
Y así, andando como un autómata y acompañado de las risitas de su novia, se encaminó a la ventana más cercana y la abrió, desde la que se puso a contemplar el paisaje nocturno y respirar el fresco aire para darle algo de privacidad. La luna seguía enorme y roja, y por algún motivo no pudo evitar una sensación de inquietud. Por algo que hacer y por curiosidad, buscó el coche del abogado. Ah, ahí estaba. Se estaba preguntando qué estaría haciendo el susodicho cuando notó unos toques en el hombro, lo que casi le manda a través de la ventana del susto y le hizo girarse.
−¡¡Pinkie, por favor, no hagas e-!!
Delante de él estaba una auténtica belleza oriental. El gorro ocultaba en parte su pelo, pero precisamente por tal y como se lo había colocado parecía un místico monte del que brotase una fuente de algodón de azúcar. La chaqueta le caía con suavidad por el cuerpo, y había cruzado las manos por delante de la cintura, masajeándolas con cierto nerviosismo. Los pantalones, a pesar de ocultar sus piernas, dejaban asomar sus tobillos como si fueran un fino tesoro gracias al efecto del bordado, y los zapatos envolvían sus pies con delicadeza. La luz de la luna terminaba de engrandecer el conjunto, haciéndolo brillar con suavidad y dándole a Pinkie un misticismo y una hermosura con el que ni las diosas de todo Oriente podrían competir.
−¿Y bien? ¿Qué tal estoy?
−...
−¿Lloydi?
−Ehm... A ver cómo lo digo... Digamos que ahora querría y sería capaz de casarme contigo bajo los cerezos en flor en Japón-dijo él con el corazón desbocado pasándose la mano por la nuca, a lo que Pinkie no pudo evitar enrojecer mientras mostraba una tímida sonrisa.
Lloyd estuvo comentando un rato lo bien que le quedaba el conjunto, señalando la suavidad del tejido y cómo hacía juego con sus propios colores, a la vez que ella le hacía saber que era bastante cómodo. Mientras le sacaba una foto con el móvil, el chico pensó que era agradable tener un momento feliz y en definitiva bonito en unas circunstancias tan tristes y extrañas como las de esa noche, aunque no podía evitar pensar que esa ropa le sonaba de algo. Justo entonces escuchó un ruido fortísimo en el otro lado de la casa acompañado de otro múltiple más agudo, como si algo pesado y cargado de objetos frágiles se hubiese derrumbado.
−¿¿Qué ha sido eso??
−¡Ni idea, pero voy a ver ahora mismo!
−¡Espera, voy contigo!
−¿Pero tú has escuchado el ruido? ¡Podría ser grave! ¡Me voy adelantando, tú cámbiate y deja todo como estaba y vuelve al hall, no puedes aparecer delante de Applejack con algo de su pariente muerta!
−¡Está bien, está bien, ve!
Lloyd salió volando escaleras abajo, al tiempo que Pinkie se disponía a volverse a poner su conjunto. Sin embargo, por la misma ventana que Lloyd había abierto poco antes, empezó a colarse masivamente una siniestra niebla del color de la sangre, la cual no vio hasta que le llegó a los pies, empezando a acumularse en torno a ella. Una agonía tan intensa que hasta le robó la voz se apoderó del cuerpo de la chica durante unos instantes, tras lo que se desplomó en el suelo. Pudo alargar la mano hacia la escalera por donde él se había ido antes de cerrar los ojos.
Sus apresuradas pisadas resonaban en el quejumbroso suelo. No acababa de ubicar la procedencia del ruido, pero creía que se había dado en algún punto del ala este de la casa. Preocupado por Twilight, se disponía a cruzar a ella cuando algo le obligó a bajar su vista al hall. Rarity estaba llorando a lágrima viva a su característico volumen, mientras discutía a gritos con Rainbow, que también lloraba sin parar, pero claramente dominaba por la furia. Applejack intentaba poner paz entre ellas, temblando y entrecortándosele la voz, mientras Sunset sollozaba contra sus manos al lado del trío, intentando ser consolada por Sg, también en llanto. Todos estaban acostumbrados a las llantinas exageradas de Rarity, pero esta vez era distinto. Había algo en el ambiente y en el tono de voz de todas que no le gustaba nada, por lo que bajó directamente.
−¿Qué ha pasado?-preguntó alarmado, descendiendo a toda prisa las escaleras.
−¡Lloyd, ha sido horrible, Fluttershy...!-empezó a decir Sg, pero Rainbow le interrumpió.
−¿¿Que qué ha pasado?? ¡Yo te diré lo que ha pasado! ¡¡Pasa que esta hija de p*ta HA MATADO A FLUTTERSHY!!
−¿Perdón?-preguntó él, con un hilo de voz.
−¡¡Rainbow, deja de ser así de desgraciada de una p*ta vez!! ¡Rarity está absolutamente destrozada, como todas nosotras! ¡¡Lo último que necesitamos son tus gilipolleces!!-le espetó Applejack, iracunda y empapada en lágrimas.
¿Fluttershy, muerta? No, eso no podía ser posible. Rainbow tenía que estar exagerando, a lo mejor le había pasado algo y había que llevarla al hospital pero con lo delicada que era la chica la cosa no pintaba bien del todo. ¿Y qué tenía que ver Rarity en todo esto? Entonces Sunset se adelantó con la modista, agarrándola suavemente por el hombro. Ninguna dejaba de llorar, pero era la siempre elegante muchacha la que peor lo estaba pasando, tirándose de los pelos mientras tartamudeaba incoherencias y el rímel corrido pintaba su rostro. Fue la novia de Sg la que habló, con una infinita tristeza dominando sus palabras y entrecortándose cada dos por tres.
−Lloyd... Como sabrás, mientras vosotros tres os ibais al piso de arriba Rarity fue a buscar a... F-Fluttershy al patio, donde la había dejado. Abrió la pu... la pu... la puerta, llamándola en voz alta, y al llegar a la fuente... la fue... Oh, Fluttershy...-gimió, rompiendo a llorar desconsoladamente y abrazándose con fuerza a Sg, que no paraba de gemir y temblar en medio de sus lágrimas.
Por su parte, Rarity sacó su móvil, temblando a unos niveles que convertían en un milagro el hecho de que no se le cayese, lo desbloqueó y pulsó unas pocas veces en la pantalla, mostrándoselo luego a Lloyd, sin dejar este de agitarse en su mano. Lo que vio le llenó de horror y asco a partes iguales, reprimiendo una arcada como podía y retrocediendo mientras empezaban a escocerle los ojos. La pobre apenas estaba reconocible, pudiendo saberse que era ella principalmente por el pelo y las pocas partes de la ropa que no estaban manchadas de...
Rarity se abrazó a él con fuerza, manchándole la ropa de maquillaje y lágrimas. No le importó. Correspondió el abrazo, temblando de espanto y pena mientras dos surcos bajaban desde sus ojos. ¿Qué demonios había ocurrido ahí fuera? No tuvo demasiado tiempo en lamentarse por la horrible pérdida, pues algo arrancó a la modista con violencia de su regazo.
−Ahora venimos-murmuró secamente Rainbow con voz casi demoníaca, casi arrastrando a la destrozada chica, perdiéndose en el pasillo camino al comedor.
Los demás fueron a seguirlas, pero creyeron que tenían que dejarles hablar en privado de lo que había ocurrido. En su lugar, lloraron la trágica e inexplicable muerte de una buena amiga.
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