Una calma antinatural cubría el desierto. Los animales que vivían cerca del río se movían en la noche con demasiada precaución, atentos al menor sonido, buscando un peligro oculto en el aire; era casi como si esperaran que la muerte se echara sobre ellos en cualquier momento. En medio de ese ambiente, solo dos cuadrúpedas se mantenían inmóviles, en una inquieta vigilia.
Ninguna decía una palabra. Se mantenían atentas, buscando cualquier indicio de movimientos sobre la arena. Esperaban la nueva oleada mágica, la comunión de Manresht con las fuerzas demoníacas. Pero, sobre todo, esperaban una pista, por pequeña que fuera, que les señalara dónde buscar. Mcdolia miró hacia la luna llena, calculando la hora.
—Ya casi es media noche.
—Sí —respondió Aitana en voz baja—, y no hay zombis. Tendremos que recurrir al plan B.
—De acuerdo.
Un rato después, lejos de las arqueólogas, un chacal surgió temeroso de su madriguera, oculto tras una roca cercana al río Narval. Si había una razón por la que se atrevía a adentrarse en esas arenas, malditas durante la noche, era el hambre de sus crías. Él y su pareja podían sobrevivir varios días sin comer, pero su camada no; sus cachorros eran demasiado grandes para alimentarse solo con la leche de su madre.
Agachado en la arena, el pequeño canino rebuscó entre las rocas cercanas a la orilla. Su agudo olfato le llevó a la pista de algún gran insecto. Arrastrándose a toda velocidad, siguió el rastro hasta el punto en el que este desaparecía en la arena. Ahí excavó un poco, revelando a su presa: un escorpión negro. De un rápido mordisco le cortó el aguijón y lo apresó con sus mandíbulas. Pero en ese momento, una brisa cálida recorrió el desierto... y el terror vino con ella.
El chacal alzó la vista, con los ojos desorbitados y las orejas totalmente desplegadas. Su pelaje se erizó ante un peligro invisible, y su corazón se desvocó en su pecho. De pronto todos sus otros instintos dejaron de ser importantes: no había hambre ni necesidad de cazar. El único instinto que imperó en la criatura fue el de huir y proteger a su camada. Soltó al malherido escorpión y echó a correr hacia su madriguera.
Hubo unos instantes de silencio antes de que la paz del desierto fuese rota. A pocos metros de donde hacía un momento estaba el chacal, la arena se removió. Una garra ennegrecida surgió de esta, seguida por un lobo de aspecto demoníaco. A medida que surgía, las llamas cubrieron su cuerpo. En cuanto estuvo completamente fuera, rugió a la luna. Un rugido que fue coreado por cientos, miles de demonios en millas a la redonda. Entonces, guiado por una mano invisible, el zombi ígneo echó a galopar hacia las ruinas del antiguo asentamiento coltorginés.
Semienterradas en la arena sobre una duna, Aitana y Mcdolia observaron cómo muchísimos zombis aparecían de todas partes y se dirigían al mismo punto: el arco de Ob-Nikoón. Allí donde habían dejado el detector mágico activado. Ambas yeguas estaban sobrecogidas por efecto de la magia; aunque ya estaban acostumbradas a los efectos del poder demoníaco, en esta zona su influencia se dejaba notar mucho más intensamente que en Joth-Lambarg.
—La mayoría viene del este.
—Sí —susurró Aitana—. Movámonos hacia allí, cuando vean que era un señuelo tendrán que proteger la madriguera de Manresht.
En silencio y evitando ser vistas, las ponis se dirigieron al este.
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Sobre el río Narval, un grifo regresó volando a su embarcación, la cual seguía navegando contra corriente. El capitán Argul, junto a su cliente, lo miró esperando su informe.
—Hay unas ruinas unas cuatro millas río arriba. Hace quince minutos, miles de zombis de fuego han aparecido en el desierto. Se mueven en grupos y de forma coordinada, capitán.
El unicornio azul sonrió siniestramente.
—Son ellas, lo han encontrado.
—¡A todo trapo, marineros! ¡Revisad armas y fusiles! ¡Preparad los cañones!
El barco siguió su rumbo, impulsado por la fuerza de los remeros y los vientos creados por los grifos.
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Aitana y Mcdolia siguieron su camino hacia el este, deteniéndose en la parte superior de las dunas para estudiar los movimientos de los zombis, para después desplazarse rápidamente hasta la siguiente. Los monstruos, tras descubrir el engaño, se dispersaron por el desierto en busca de las intrusas. Estas pudieron comprobar que lo que había observado Mcdolia en la ciudad era cierto: Los no muertos se movían en grupos, de forma organizada. Al principio, habían regresado hacia el este, pero al poco empezaron a expandirse en un semicírculo cada vez más grande.
Mcdolia observó el movimiento de los zombis. Imaginó que buscaban proteger la guarida de Manresht. Si era así, un grupo debería haberse quedado escondido muy cerca de la misma para dar la alarma. El resto de lobos rodearían el lugar. Pronto, el grupo más cercano detuvo su carrera sobre la arena, mientas el resto iba tomando posiciones, formando un círculo. La poni roja sonrió: serían inteligentes, pero no eran demasiado listos. Mentalmente hizo unos cálculos trigonométricos, trazó dos lineas imaginarias que, al alargarlas, convergían sobre un punto al otro lado de una duna.
—Por aquí.
Aitana siguió a su amiga, caminando por detrás de la cima de la duna en la que estaban. A los pocos minutos, Mcdolia sonrió.
—Ahí está.
La yegua roja señaló una hondanada entre dos dunas. Sobre esta había varias rocas, lo cual llamó la atención de la arqueóloga, ya que ese desierto era casi únicamente arena. Pero al fijarse mejor notó movimientos entre las mismas. Se agachó sobre la arena y observó con cuidado: Eran lobos, zombis ígneos que mantenían sus llamas apagadas. Escudriñando las rocas, en seguida encontró una que no era tal: Era, de hecho, una construcción en piedra completamente enterrada en la arena. A pesar de la luna llena, no pudo apreciar detalles salvo el corte regular que la diferenciaba del resto de piedras.
—j*der, ahí hay más de veinte zombis. Si nos ven, el resto se echarán sobre nosotras.
—¿Por un casual tienes algo en tu bolsillo para volvernos invisibles?
—Eh.... nop.
—Creo que solo nos queda una opción...
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Los demoinos paseaban entre las rocas que rodeaban la guarida de Manresht. Sus llamas estaban apagadas, no así su ansia de sangre y destrucción. Mas debían vigiliar, había intrusos cerca. Se movían sobre la arena y las piedras con un silencio sepulcral. La luna iluminaba el desierto, dándoles una buena panorámica.
Un lobo se giró rapidamente al sentir un movimiento sobre la arena, y escudriñó la zona con sus antinaturales ojos. Se alzó sobre sus patas traseras y avanzó hacia el lugar, gruñendo por lo bajo. Tras unos segundos no vio ni escuchó nada. Pero cuando iba a regresar sintió que el tacto de la arena bajo su garra era sustituido por algo suave y húmedo. Antes de que pudiera ver de qué se trataba, algo lo derribó al suelo, y un certero golpe en la nuca lo devolvió a la muerte.
El resto de lobos se giraron hacia la zona en donde habían sentido la muerte de su hermano: Mcdolia se alzaba sobre el cadáver del monstruo. Estaba cubierta por su traje para el desierto, mojado y rebozado en arena. Todos los zombis rugieron a la vez y encendieron sus llamas, iluminando la noche, mientras cientos de aullidos imposibles coreaban el grito de batalla. Mcdolia se deshizo de su camuflaje y echó a correr en dirección contraria, perseguida por todo el ejército de Manresht.
Los lobos galoparon tras la intrusa, dejando la guarida de su señor desprotegida. Cuando se hubieron alejado, Aitana surgió de la arena, camuflada de igual forma que Mcdolia. Se deshizo del traje y corrió hacia la construcción que había visto, cuya arquitectura era evidentemente coltorginesa. Se deslizó rápidamente a través de lo que parecía la entrada y cayó, derrapando sobre una rampa de arena, en un oscuro pasillo descendiente.
El silencio reinaba en el lugar. La arqueóloga sacó de su bolsillo una pequeña lámpara de aceite, la encendió y la cogió con la boca. Después desenganchó su lanza y la asió al arnés, preparada para el combate.
—Espero que vuelvas con vida, amiga mía —murmuró entre dientes.
Avanzó pasillo abajo, y a cada paso que daba la magia demoníaca se hacía más presente, haciendo que su corazón palpitara cada vez con más fuerza.
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Mcdolia galopaba tan rápido como podía mientras subía una duna. El truco había funcionado: los zombis la perseguían a ella. Solo esperaba que no hubieran visto a Aitana y que su amiga hubiera podido colarse en la guarida de Manresht.
En cuanto llegó a lo alto de la formación de arena se detuvo en seco, derrapando. Un grupo de casi veinte zombis había subido por el otro lado, cortándole la retirada, y el más cercano ya se estaba echando sobre ella. El reloj de su Cutie Mark se iluminó durante un ligero instante. A los ojos de los lobos, la yegua roja se desvaneció para reaparecer al instante a la espalda del zombi. Antes de que ninguno llegara a atacarla de nuevo, Mcdolia se deslizó colina abajo a toda velocidad. Desde esa altura la yegua pudo ver como miles de hogueras imposibles cubrían el desierto... y todas ellas se dirigían a darle caza.
Rezando todas las oraciones que conocía, Mcdolia se dirigió al río Narval.
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El silencio del ancestral edificio era opresivo. Aitana sentía el palpitar de su corazón en sus oídos. El ligero golpeteo de sus cascos contra la piedra resonaba como el incansable golpear de un martillo. Miraba tanto las paredes como el suelo y el techo, pues conocía demasiado bien ese tipo de mausoleos.
Llegó a una zona en la que el pasillo se ensanchaba ligeramente. Se detuvo, y al dejar de caminar el único sonido que se escuchaba era su propia respiración. Iluminó las paredes, revelando una serie de jeroglíficos, pero no intentó leerlos. En su lugar, se fijó en el suelo, cuyas baldosas seguían un patrón sospechosamente regular. La arqueóloga cogió su sombrero y lo lanzó sobre las mismas.
No pasó nada.
Recogió una piedra del suelo y la lanzó cerca de donde había caído su sobrero... y la trampa se activó. La baldosa bajo la piedra se hundió, y los jeroglíficos de las paredes se rompieron para mostrar muchísimos agujeros perfectamentesimétricos. Hubo un ruido de resortes que precedió a una lluvia de proyectiles metálicos, la cual surgió de la pared izquierda. Los proyectiles desaparecieron a través de los agujeros de la pared derecha; un nuevo sonido de resortes indicó a Aitana que la trampa era cíclica: la munición era, virtualmente, infinita.
La arqueóloga fue tocando la piedras de la pared derecha hasta que escuchóuna que una sonaba un poco suelta. Se alzó sobre sus patas delanteras y empezó a golpearla con todas sus fuerzas. Una vez, dos, tres, cuatro... y a cada golpe, la piedra fue cediendo. Con un último y decisivo patadón, la piedra se hundió hasta el fondo y cayó, revelando una cámara oculta. La arqueóloga se asomó con la lámpara, viendo el mecanismo de la trampa frente a ella. Sonrió antes de correr a desarmar el ancestral artilugio por la fuerza.
Volvió al pasillo principal y activó la trampa dos veces mas. A la tercera, a pesar de que escuchaban los resortes, ninguna flecha surgió de la pared. Con tranquilidad, atravesó el pasillo sin preocuparse por las baldosas que se hundían bajo sus cascos, recuperando su sombrero en el camino.
Poco después llegó a una gran sala de planta rectangular, la cual reconoció como una Sala de Ofrendas... vacía. Ese edificio parecía un mausoleo Coltorginés, pero estaba desprovisto de todos los detalles religiosos de su cultura, incluidos las ofrendas que los familiares del fallecido ofrecían a los dioses. El polvo cubría toda la estancia, revelando rastros de unas criaturas que se habían desplazado por ahí hacía pocos días. Aitana supo que no estaba sola, probablemente Manresht tenía guardianes.
Había varias puertas, pero no dudó en escoger la que le llevaría a su objetivo: aquella a través de la cual se podía ecuchar un extraño cántico haciendo eco en los pasillos milenarios.
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Mcdolia alcanzó en su carrera la orilla del río y siguió corriendo siguiendo la corriente del mismo. Tenía que seguir alejando a los demonios de Aitana si querían tener una posibilidad. La mayor parte de estos seguían a su espalda, teniendo que preocuparse solo por algún grupo suelto que trató de cortarle el camino. Sin embargo, el cansancio estaba haciendo mella en la yegua. Jadeaba ruidosamente, y las patas empezaban a dolerle. No sabía cuánto tiempo iba a poder aguantar ese ritmo.
“Como Poison Mermaid no llegue pronto, de esta no salgo”, pensó.
Miró un momento atrás, viendo solo las llamas de los demonios cubriendo el desierte. Pero cuando volvió su vista adelante vio unas luces... sobre el agua del río. No tardó en distinguir los faroles que iluminaban la estructura de madera de una gran embarcación fluvial. Mcdolia sonrió sin dejar de correr.
—¡Gracias a los dioses!
La embarcación viró sobre sí misma, encarando su costado hacia la zona general donde estaba Mcdolia. Esta no acabó de entender lo que ocurría hasta que, sobre los rugidos de los zombis, escuchó las ininteligibles órdenes del capitán del barco. La yegua roja gritó y saltó al suelo al mismo tiempo que el retumbar de los cañones ensordecía cualquier otro sonido. La arena del desierto estalló a la espalda de Mcdolia, la cual solo pudo cubrirse de los restos de metralla que llegaron hasta ella. Cuando alzó la vista, frente a ella solo había varios cráteres alfombrados con los restos desmembrados de medio centenar de zombis. Se puso en pie al ver que más monstruos seguían persiguiéndola.
—¡¿Y este es el equipo de rescate?!
Escuchó a alguien gritar sobre su cabeza. Recortadas contra las estrellas vio las siluetas de varios grifos. Hubo una nueva orden seguida del repiqueteo de varias armas de fuego: mosquetes cortos. Varios zombis que se acercaban a la orilla cayeron abatidos, y los grifos recargaron sus armas. Mcdolia sonrió, aliviada al tener ayuda. Pero, entonces, un grifo gritó:
—¡Ahí está! ¡Capturadla, viva o muerta!
Los grifos hicieron un picado sobre la yegua. Mcdolia echó a correr y aguardó al último instante para tirarse al suelo y rodar, evitando las garras de las enormes aves de presa. Pero al levantarse, el último grifo la golpeó con violencia, proyectándola varios metros y haciendo que rodara por el suelo sin control. Cuando se levantó siguió corriendo, sintiendo el escozor de la herida sobre su costado.
—¡¿Pero es que nada puede salir bien?!
Notó que muchos de los zombis abandonaron su persecución para ir hacia el río. El ruido de decenas de mosquetes en la lejanía le indicó que el resto de la tripulación acababa de tocar tierra.
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A medida que avanzaba por el pasillo lo cánticos se hicieron más claros y audibles. Aitana no tardó en reconocer un idioma que, sencillamente, se había negado a estudiar: Infernal, el idioma del Tártaro. La lengua que usaban los demonologistas para hacer tratos con los demonios. Una lengua cuyas palabras, en si mismas, suponían una ofensa a la creación y una condena al alma de aquel que se atrevía a pronunciarlas.
No había muchos seres vivos que lo conocieran.
La arqueóloga vio una luz rojiza al final del túnel, tras una esquina, y un agónico rugido coreó lo cánticos. Apagó la lámpara y se acercó lo más sigilosamente que pudo.
—Mierda...
El pasillo daba acceso a una gran sala circular. En el centro de la misma había un sarcófago de piedra abierto, cuya tapa descansaba en el mismo. Sobre el mismo, rodeado por una esfera de energía roja, había un lobo: Totalmente negro, con unos ojos rojos como la sangre; su aspecto era demacrado y cadavérico. Solo su forma de retorcerse cuando hebras de energía hacía contacto con su cuerpo indicaba que ese ser no estaba muerto. Varias hebras surgieron a la vez de la esfera e impactaron en el lobo, el cual se encogió durante un instante. Después se estiró completamente y rugió con fuerza, mientra sus ojos brillaban con un nuevo poder.
Manresht estaba resucitando.
A ambos lados del sarcófago había dos seres que entonaban el oscuro ritual. Caminaban sobre cuatro patas, como si fueran grandes cánidos. Sus cuerpos eran un caótico mosaico de pelaje, carne y fuego a partes iguales. Sus cabezas estaban coronadas por dos cuernos retorcidos cuyos extremos apuntaban hacia adelante. Sus patas acababan en grandes garras y, cuando hablaban, pequeñas volutas de fuego surgían de sus fauces.
Demonios del fuego.
Al otro lado de la sala, detrás del sarcófago, Aitana pudo ver finalmente el origen de toda esa pesadilla: El portal al tártaro. Eran dos columnas de obsidiana talladas con brillantes runas. Entre ambos pilares no parecía haber nada, pero fijándose bien pudo ver que el aire en esa zona oscilaba. La sensación de terror que provocaba la magia demoníaca se hizo tan intensa al mirar el portal que Aitana tuvo que echarse atrás y respirar hondo varias veces para calmar los temblores que la habían invadido. Evaluando la situación se dio cuenta de que solo tenía una ventaja: No esperaban que se hubiera infiltrado hasta ahí. Además, también contaba con el hecho de que los demonios, una vez se manifestaban físicamente en el mundo, se volvían tan vulnerables como cualquier ser vivo: Un lanzazo en el punto indicado los devolvería al infierno del que habían salido.
Aitana sacó una daga de su bolsillo, la cual enganchó a su pata derecha mediante una correas, emulando el espolón de un gallo. Depués asió su lanza con ambas pezuñas y se preparó para el combate. No podía fallar.
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Un nuevo impacto mandó a Mcdolia al suelo, la cual logró rodar antes de que otro grifo la ensartara con una cimitarra que sostenía con sus garras de águila. El sonido de los disparos de mosquetes y cañones llegaba desde la orilla, donde la tripulación pirata se estaba abriendo paso, fuego mediante.
—¿Cómo lo están haciendo? —Mcdolia se tocó la Cutie Mark con una pata—. ¡Vamos, tú, ¿no puedes hacer nada más?!
El reloj de su flanco se iluminó como había hecho antes, pero esta vez hubo algo diferente: La yegua roja sintió algo enredándose alrededor de su pezuña. Cuando la retiró vio que el reloj plateado se había materializado, tomando el tamaño de un plato pequeño, y con una larga cadena del mismo color. Mcdolia observó esta última alucinada, pues su marca nunca había hecho nada semejante.
Mcdolia escuchó el grito de un grifo al lanzarse sobre ella. Ella esquivó la embestida y, con el mismo movimiento, lanzó el reloj. Movido como si tuviera voluntad propia, se enrrolló en torno al tobillo de la criatura. El grifo maldijo y trató de elevare, pero Mcdolia tiró con todas sus fuerzas, haciendo que se estrellara contra el suelo.
El resto de grifos se lanzaron al ataque, y la escena se repitió: Combinando su velocidad con su nueva arma, pronto tres de estos seres yacían inconscientes sobre la arena.
—¡Retirada, volved con el resto!
La yegua roja, viéndose libre del peligro inminente, miró alrededor. Los lobos ígneos la habían dejado y cargaban contra algo entre ella y el río. Escuchó los disparos de los piratas, ruido de combate, rugidos y órdenes gritadas al viento. Mcdolia empezó a correr hacia allí; no podía permitir que todos esos... estúpidos murieran a manos de los monstruos. Pero algo la hizo detenerse en seco.
La temperatura bajó en picado.
Un aire helado se extendió desde donde estaban los piratas, y Mcdolia sintió su alma sobrecogerse por una magia que desconocía. Se echó al suelo por puro instinto, mientras dedicaba una oración mental a Fausticorn. Los zombis frente a ella se quedaron inmóviles durante unos instantes... antes de caer inertes sobre la arena. Cuando lo hicieron, la yegua roja pudo ver a los piratas lobo. Y en medio de estos había un unicornio, iluminado a partes iguales por las antorchas y la luz verdosa de su cuerno.
Mcdolia echó a correr. Más grupos de zombis se lanzaron sobre los piratas y sobre ella misma. Pero en ese momento, la yegua roja prefería de mucho enfrentarse a los demonios que no a ese unicornio.
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Aitana entró en la sala del ritual y lanzó su lanza. El proyectil se incrustó en los cuartos traseros de un demonio, el cual rugió de sorpresa y dolor, lanzando una nube de llamas por la boca. Sin perder un instante, la poni galopó y saltó sobre él. Antes de que el infernal ser comprendiera qué había ocurrido, la daga de la arqueóloga le atravesó la yugular. El demonio, al morir, se deshizo en una bola de fuego, dejando solo unas pocas cenizas como recuerdo de su paso por el mundo.
La arqueóloga intentó recuperar su lanza, pero el otro demonio no se lo permitió: con un rugido de batalla, lanzó un enorme cono de fuego que Aitana esquivó por poco. Manresht, desde la esfera, rugió a su vez y gritó cuando más y más haces de enegía se unieron a él.
Aitana saltó de un lado a otro, esquivando los ataques del demonio e intentando acercarse, pero le era imposible: se había quedado sin su única arma lanzable. Sacó el látigo y lo lanzó hacia el demonio, enrrollándolo en los cuernos del mismo con un ensordecedor chasquido. El ser, al sentirse atrapado, tiró hacia atrás. Aitana intentó resistir su fuerza en vano; la criatura se alzó sobre sus cuartos traseros y lanzó a la arqueóloga hacia él. Esta intentó atacarle con la daga al caer, pero antes de que tuviera oportunidad, un garrazo del demonio la lanzó hacia un lado. Sintió un lacerante dolor en el costado, pero se las apañó para caer sobre sus cuatro patas. Cuando encaró a su enemigo, este estaba cogiendo aire para abrasarla con su fuego.
La poni cogió la brújula con una pezuña y bajó sus defensas mentales. Al instante sintió la sed de batalla del lich Kolnarg apresar sus acciones. La oscuridad rodeó sus ojos y su cerpo, y Aitana habló con una voz barítona.
—¡Kal-tog manak, mergul!
Aitana, poseída, alzó una pezuña proyectando una onda de choque. Esta impactó contra el fuego que surgía de las fauces de la bestia, dispersándolo hacia los lados. El demonio recibió directamente la fuerza del hechizo y fue derribado. Aitana usó toda su voluntad para recuperar parcialmente el control de su cuerpo y se lanzó hacia el demonio. Antes de que se alzara, lo apuñaló repetidamente en el pecho. El ser luchó durante unos instantes, pero finalmente se quedó inmóvil antes de desvanecerse en una bola de fuego, como había hecho su hermano.
Manresht se revolvió, miró a Aitana y empezó a gesticular símbolos arcanos. La poni cerró los ojos, concentrándose en forzar al espíritu de Kolnarg a regresar a la brújula. Sin embargo, un calor insoportable la hizo abrir los ojos para ver un muro de llamas echarse sobre ella. Saltó a un lado, esquivando el fuego por poco. El milenario hechicero lobo pronunció violentas sílabas arcanas mientras trazaba runas en el aire. Varias saetas de fuego se formaron de la nada a su alrededor, y miró a Aitana con furia asesina a pesar de que seguía atrapado en la esfera energética.
Aitana echó a correr alrededor del sarcófago, usando su daga para trazar una línea sobre el polvo del suelo. El hechicero rugió y lanzó su ataque; la yegua saltó, esquivando varias de las saetas que impactaron contra las paredes, creando deflagraciones de llamas. Sin embargo, el último proyectil hizo blanco en su objetivo. Aitana gritó al sentir el impacto y se lanzó al suelo cuando la llamas la rodearon. Se volvió a levantar, con su chaleco todavía ardiendo, y siguió su desesperada carrera por completar el círculo. Manresht volvió a conjurar, pero la arqueóloga logró cerrar la línea sobre sí misma; después cogió varias gemas roja que llevaba en su bolsillo mágico y las tiró al suelo, aplastándolas. Luces mágicas surgieron de la mismas, las cuales se extendieron a lo largo del irregular círculo tallado en el suelo.
—¡Imperator Stellarum, trae el vacío del cosmos! —gritó Aitana—. ¡Mater Luminis, trae la luz de la vida!
Nuevas saetas de fuego se formaron alrededor de Kolnarg. Este tardó un instante en lanzarlas contra Aitana, pero la yegua marrón no intentó evitarlas.
—¡Pte Ska Win, blanca madre de los búfalos, ata a esta criatura a la tierra!
La luz que cubría la linea del suelo creció en intensidad y, como una barrera mágica, subió hacia arriba. Los proyectiles ígneos, justo antes de tocar a Aitana, impactaron contra la misma, deshaciéndose en el aire. Manresht se quedó prácticamente inmóvil, como si hubiera perdido toda su fuerza. La luz de sus ojos se apagó poco a poco, y finalmente la esfera rojiza que lo rodeaba desapareció. El hechicero cayó dentro del sarcófago sobre el que levitaba.
Tras unos segundos de inquieta espera, Aitana se permitió prestar atención al dolor en que recorría sus costillas... y entonces recordó que el fuego todavía cubría su chaleco.
—¡Ah, oh, mierda! —gritó mientras rodaba por el suelo.
La yegua pasó, tras apagar las llamas, varios minutos vigilando la sala y reforzando el círculo de contención. El círculo funcionaba aislando los flujos mágicos dentro del mismo del exterior; Manresht había perdido, temporalmente, el contacto con las energías demoníacas que le alimentaban. Aitana no podía tocar el portal en si sin un mago entrenado en la materia, o podría provocar un desastre. El agotamiento del combate hizo presa en la poni, haciéndola jadear pesadamente.
—Vale... está contenido... ahora solo necesito una caja.
Aitana recogió la lámpara y cojeó, dolorida, hacia la salida, siguiendo su propio rastro. Las costillas le dolían a cada paso, probablemente se las había fisurado el demonio al golpearla. Su pelaje estaba ennegrecido en muchos puntos, y sentía que varias quemaduras iban a necesitar ser tratadas por un experto. Atravesó la trampa que ya había desactivado y subió el pasillo, viendo la salida al fondo.
Pero sintió que la vista se le nublaba. La brújula que colgaba de su cuello se iluminó, y la presencia de Kolnarg intentó apresar la mente de su huésped. La yegua se echó al suelo, llevándose las pezuñas a la cabeza, mientras gruñía por lo bajo.
—Agh... ahora no, cabrón, ¡ahora no!
Aitana utilizó toda su voluntad para obligar al espíritu de Kolnarg a retirarse a la brújula. Hacía mucho que no lo sentía con tanta fuerza; necesitaba salir de ahí. Caminó lentamente, subiendo la rampa de arena que llevaba a la entrada, todavía luchando por mantener el control sobre si misma.
Sintió un gran alivio al salir al frío de la noche, pero no bajó la guardia y observó alrededor. Pudo ver las llamas de algunos zombis hacia el norte, cerca del río. No había monstruos cerca de ella, pero los oía rugir en la distancia. El arrítmico repiqueteo de armas de fuego resonaba desde el Narval. Aitana sonrió al creer que Poison Mermaid había llegado al fin. Escuchó un galopar que se acercaba y vio a su amiga Mcdolia. ¡Estaba viva! Parecía relativamente intacta, y llevaba algo que brillaba en su pezuña derecha. Pero un grito impidió que Aitana llegara a abrir la boca.
—¡¡Aitana, corre!!
—¡Ahí está, matadla!
La arqueóloga miró hacia la duna donde había surgido la segunda voz. Un grupo de seres, lobos por su forma de sostenerse sobre sus patas traseras, apareció, alzando armas de fuego. Las dos yeguas se pusieron a cubierto tras las rocas de la zona. Las detonaciones precedieron a una lluvia de balas; cuando cesó, las dos amigas se levantaron y echaron a correr en dirección contraria.
—¡¿Quién cojones son esos?!
—¡No lo sé, pero hay un unicornio entre ellos! ¡Y no es bueno!
—¡¿Cómo que no es bueno?!
Hubo una perturbación en el aire, una vibración mágica, y la temperatura volvió a caer en picado. Aitana, sorprendida, observó el vaho formarse a partir de su respiración... y un miedo nada relacionado con la magia en sí misma la embargó.
—Nigromancia...
La yegua marrón se giró durante un instante y lo vio: un unicornio conjuraba sobre la duna, junto a los piratas, mientras su cuerno brillaba intensamente. En la noche solo pudo apreciar claramente sus crines blancas, que adquirían tonos verdosos por el aura que surgía de su cuerno. El nigromante terminó de conjurar y el brillo de su cuerno se apagó, sumiéndolo en la oscuridad. Pero el antinatural frío, en lugar de desaparecer, se incrementó. Aitana reaccionó por un instinto aprendido en anteriores incursiones.
—¡Mcdolia, detrás de mi!
Aitana no quería hacer lo que iba a hacer, pero no tenía tiempo de trazar un círculo de protección. Se llevó una pezuña al bolsillo y sacó una pequeña gema blanca, la lanzó al aire y la aplastó con ambos cascos. Una intensa explosión de luz se produjo, y frente a las dos yeguas apareció una abominación: Era negra y semitransparente, y por rostro solo tenía dos agresivos ojos blancos. Solo tenía un brazo derecho que acababa en cinco largas garras negras. El ser se detuvo ante la explosión, cubriéndose el rostro.
—¡¿Qué es eso?! —gritó Mcdolia.
La arqueóloga no repondió: una vez más, dejó caer sus defensas mentales dejando que Kolnarg tomara el control. El oscuro brillo de la brújula se extendió por todo el cuerpo de la poni, mientras esta pronunciaba una ininteligible retahíla. El espectro se quedó quieto durante un instante y, tras unos momentos, cargó volando contra el mismo unicornio que lo había convocado. Acto seguido, Aitana cayó al suelo llevándose la pezuñas a la cabeza.
—¡Aitana!
Mcdolia miró impotente cómo la oscuridad de la brújula pugnaba por cubrir completamente a su amiga, la cual luchaba por mantener el control sobre si misma. Escuchó los gritos de los lobos que las perseguían. Sabiendo que no tenían tiempo, la yegua roja se agachó y alzó parcialmente a Aitana sobre su grupa. Caminó tan rápido como pudo hasta rodear una duna, bajó a su amiga y empezó a cubrirla con arena.
—Aitana, tenemos que escondernos. No hagas ruido.
A pesar de que esta seguía luchando contra Kolnarg, logró asentir: la había entendido. Pero su amiga estaba demasiado débil, no estaba logrando contener al lich en su receptáculo. Mcdolia se tumbó junto a Aitana y se enterró parcialmente con la arena antes te hacer lo único que se le ocurrió:
Mcdolia le quitó la brújula a su amiga y se la colgó del cuello.
Al principio no sintió nada. Qué extraño, esperaba que Kolnarg intentara poseerla desde el principio. Se acomodó junto a Aitana, la cual seguía respirando agitadamente, y se aseguró que ambas estuvieran bien ocultas. Después esperó, escuchando solo los rugidos de algún zombi y las órdenes del capitán de los piratas. Mientras aguardaba, vigilante, recordó días pasados. Los libros que había escrito, hablando de los viajes espacio-temporales, y cómo había llegado a tener cierto éxito. Especialmente con la novela...
La yegua roja parpadeó un par de veces y sacudió la cabeza. Esos no eran sus recuerdos, tenía que centrarse.
Observó a Aitana, la cual parecía estar empezando a calmarse, pero todavía mantenía los ojos cerrados. Era obvio que necesitaba más tiempo; Mcdolia decidió que se lo daría antes de devolverle la brújula. De todas formas, ella se sentía bien.
Como se sintió bien la vez que venció a esos bobos en la carrera, defendiendo a Fluttershy. Creer que podían ganarla a ella... y lo cierto es que estuvo cerca. Pero entonces ocurrió lo que tenía que pasar: demostró lo increíble que era haciendo el increíble Sonic Rainboow que los dejó a todos en el sitio. ¡Ja! Por algo ella era la pegaso más...
Mcdolia abrió mucho los ojos y volvió a sacudir la cabeza. ¡Esos no eran sus recuerdos, eran los de Rainbow Dash! “¿Pero qué diantres me pasa?”. Ella era Mcdolia, salvaba a todos los que podía sin esperar nada a cambio, sin que la reconocieran por la calle. Ella, que tanto se arriesgaba, solo tenía a su querida Ditzy para recibirla en casa... “Leche, no, Dinky no es mi hija, es hija de Derpy, ¿qué demonios me está pasando hoy? Sé que esos no son mis recuerdos”.
Pero... cuánto ansiaba que fuera cierto. Cuánto ansiaba poder volar, poder caminar sobre las nubes. Y sobre todo le encantaría ser reconocida. ¿Por qué no lo era? Ella había salvado muchísimas vidas, sin ser tan objetivamente cruel como podía serlo Aitana. Pero.... ¿y si pudiera hacerlo? ¿Y si pudiera volar y demostrar al mundo su... poder?
“Puedes hacerlo, Mcdolia”.
La yegua roja no se dio cuenta de que eso no había sido un pensamiento: había sido una voz en su cabeza. Mcdolia sonrió, mientras su pelaje se oscurecía, al igual que sus ojos. Abrió la boca y pronunció unas sílabas de un idioma que desconocía.
—Kalnor, matag mar...
Antes de que completara la frase, una veloz pezuña atrapó la brújula y se la arrancó del cuello. Al instante, Mcdolia sintió cómo una oscura presencia, que se había colado sin que ella lo notara, abandonaba su mente. Miró en todas direcciones, confundida, hasta toparse con los ojos verdes de Aitana, la cual se estaba ajustando el objeto en torno a su cuello.
—Gracias, necesitaba estos minutos. Pero no vuelvas a hacerlo.
—¿Qué? ¿Cuándo...?
Pero la arqueóloga cerró los ojos, conteniendo con su propia voluntad los ataques mentales de Kolnarg. Mcdolia sintió que le temblaban las pezuñas. ¿Cuánto había tardado en caer? ¿Un par de minutos? ¿Cómo lo hacía Aitana para resistir portar esa brújula veinticuatro horas al día? ¿Cómo se las apañaba para permitir que el lich la controlara durante unos instantes para que atacara a sus enemigos? ¿Cómo diantres no se volvía loca?
Finalmente, la luz de la brújula se apagó y Aitana abrió los ojos. Pero se la notaba que todavía respiraba pesadamente.
—Tenemos que acercarnos. Tenemos que observar qué hacen. Un nigromante... j*der. Lo que nos faltaba.
Poco a poco fueron desplazándose, siguiendo la linea de la duna, hasta poder observar la entrada a la guarida de Manresht. Los piratas se habían posicionado, eran cerca de treinta. Habían plantado antorchas alrededor de la zona, y formaban un círculo que vigilaba en todas direcciones, con sus armas cargadas. En el centro del mismo había un lobo negro que, por como dirigía al resto, dedujeron que era el capitán. Y junto a él estaba el unicornio: su pelaje era azul oscuro y su crin blanca.
Un grupo de cuatro grifos entró portando una gran caja de metal en la construcción. El unicornio los siguió.
—j*der. Mierda, ¡j*der! Van a sacarlo ellos mismos.
—Bueno... es lo que querías hacer tú, ¿no, Aitana?
—¿Un nigromante queriendo capturar a un demonologista milenario? Esto no es bueno...
Casi dos horas después hubo un movimiento en la entrada de la construcción. Varios lobos arrojaron cuerdas en el interior, y después jalaron de las mismas, sacando la misma caja que habían introducido antes. Por como la movían, ahora era evidentemente mucho más pesada, y varios símbolos arcanos brillaban sobre la misma.
—Su p*ta madre. Eso quería hacer yo, ¡pero para matarlo!
Aitana se puso en pie, dispuesta a acercarse, pero Mcdolia la detuvo.
—¡Quieta! ¿Pero qué haces?
—¡No podemos dejarle! ¡No sé qué pretende, pero no pienso quedarme quieta hasta que ocurra!
—¿Qué pretendes, matarte estúpidamente?
La yegua marrón volvió a avanzar, pero esta vez Mcdolia la placó. Al hacerlo observó que la brújula brillaba débilmente, y que este brillo se reflejaba en los ojos de su amiga.
—¡Déjame, tengo que impedirlo!
—¡Aitana, para! ¡La brújula te está afectando! Si vas ahora solo lograrás que te maten.
La arqueóloga se quedó quieta y Mcdolia la liberó. Volvió a concentrarse en controlar a Kolnarg, mientras maldecía por lo bajo. La siguiente media hora observaron impotentes cómo los piratas cargaban la caja que portaba a Manresht hasta su barco. Las dos yeguas no lograron ver una forma de acercarse a la nave sin ser vistas, los piratas vigilaban una zona muy amplia. Había algunos zombis brillando en la oscuridad, pero parecían desorientados ahora que su amo había quedado fuera de combate.
La caja fue subida al barco pirata y este inició las maniobras para girar ciento ochenta grados y empezar a navegar río abajo. Las dos ponis se acercaron a la orilla, pero las heridas de Aitana le impedían galopar demasiado tiempo. El sol empezó a despuntar en el horizonte.
—Mierda, mierda, ¡j*der! ¡¿Quién cojones es ese tipo?!
—Aitana, no podemos hacer nada. Avancemos junto al río, quizá encontremos, no sé... alguna pista.
La temperatura empezó a subir, lo que no ayudaba a Aitana con las quemaduras ni sus heridas. Se dio un rápido baño en el río antes de seguir la corriente tras el barco que ya hacía rato que se había perdido en la lejanía. Les quedaban millas hasta la siguiente ciudad, y eso sino había sido arrasada por los zombis. Se dio cuenta de que habían perdido... y no sabía quién era ese unicornio. Demonios, ¡ni siquiera había llegado a ver su Cutie Mark!
—¡Mierda, j*der! ¿Qué hacemos ahora?
—¿No puedes llamar a otros arqueólogos?
—¿Y cómo les indico qué nigromante se ha llevado a Manresht si ni siquiera nosotras lo sabemos? ¡Mierda!
—Aitana... ¡mira!
En la lejanía del río, la silueta de lo que parecía un barco comenzó a dibujarse sobre el horizonte. Aitana se puso en guardia al verlo, creyendo que los piratas habían vuelto para acabar la faena -era evidente que sabían quiénes eran, y habían intentado matarlas-. Pero las velas de esta embarcación eran blancas, no grises, y la madera era más clara que el barco donde iba el nigromante.
—¿Son ellos? —preguntó McDohlia—. ¡Han vuelto!
—No, espera… yo conozco ese barco.
Aitana corrió por la orilla al encuentro del majestuoso navío que dominaba las mansas aguas con maestría. Algo echó a volar desde cubierta, acercándose a ellas rápidamente. Con un suave aterrizaje, una pegaso añil se posó suavemente sobre las arenas del desierto.
—Es evidente que no se te puede dejar sola ni un momento, querida —bromeó Poison Mermaid—. Y veo que además tienes compañía —con un elegante movimiento de cabeza, Poison se apartó el flequillo turquesa, salpicado de mechones azules, de la cara—. Por suerte, hay sitio de sobra en el barco, y también tenemos un médico fantástico.
—¡Poison, te tienes que haber cruzado con un barco de velas grises! ¡Tenemos que atraparlo, nos han robado algo vital!
—Creo que el sol te ha dado demasiado fuerte en esa cabecita tuya. ¿Acaso no sabes que eso es un interceptor grifo? —Poison resopló con sarcasmo—. Van armados hasta los dientes, sería una imprudencia ir detrás de...
—¡TE PAGO LO QUE QUIERAS!
Los ojos de pupilas azules de Poison se posaron sobre su cliente. Después sonrió con dulzura.
—Soy una pirata, pero tengo mis principios. Una buena aventura es bastante pago. Y darles una patada en el culo a la competencia que intenta derrocarme de mi trono y quitarnos el título de piratas más temidos de cualquier masa grande de agua es más que suficiente recompensa para nosotros —una balsa proveniente del barco llegó hasta la orilla. Poison se giró a la misma—. Subid.
—¿Piratas? ¿Estás segura de esto, Aitana? —susurró McDolia, aprovechando que Poison se había dado la vuelta.
—Poison siempre cumple los tratos. Y es nuestra única posibilidad de atrapar a ese nigromante.
—Has tratado con ella antes, ¿verdad?
—De hecho eres una poni libre gracias a un trabajo que ella hizo por mi.
Mcdolia no llegó a indagar al respecto, pues guardaron silencio al subir a la barca. La yegua roja miró recelosa el navío mientras se acercaban al mismo. Era un barco de aspecto estilizado y velas blancas, y pudo contar siete cañones por banda. No sabía mucho de barcos, pero le pareció que ese tenía una estructura muy sólida.
En cuanto subieron todos a cubierta, la capitana Poison Mermaid avanzó hacia el castillo de popa, con unos andares tan elegantes que no parecían propios de una pirata.
—Por favor, que el médico atienda a nuestra invitadas, sin ellas no tendríamos una nueva aventura entre los cascos —dijo hablando en un tono tranquilo y bajo—. Izad las velas y levad anclas, seguimos al interceptor.
El contramaestre, un poni marrón algo mayor que Poison, repitió la orden, y el barco comenzó a moverse a gran velocidad, tanto dentro como fuera. La tripulación entera corría o volaba de un lado a otro, concentrados en su labor: un par de pegasos impulsaban con sus alas las velas del barco, unos unicornios usaban su magia para manipular los aparejos y cuerdas, mientras que los ponis de tierra eran la fuerza bruta a la hora de izar velas. Mcdolia y Aitana fueron llevadas a la bodega donde el médico empezó a tratar sus heridas.
La sirena mutilada, la nave de la conocida Dama Venenosa, avanzó río abajo con el sol a su espalda, cortando el agua como una saeta.
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NOTA DEL AUTOR:
Afu, me ha costado releermelo mil veces hasta convencerme de que está bien. Temía que no fuera lo bastante intenso para lo que es Aitana Pones, pero creo que está bien. Gracias de nuevo a mis beta-readers Quisco Mcdohl y Pandora.
Respecto a Mcdolia, hoy habéis sabido más de la... personalidad de la misma, pero tardaréis mucho en saber todos los detalles.
Respecto a Poison, quiero pediros un favor. Escribid un review con lo que queráis decir, pero acabadlo escribiendo: “¡Pandi, quiero leer la historia de Poison Mermaid!”. Que la condenada no se decide a empezar a publicar, y eso no está bien. No señor, nada bien.
Hace poco descubrí la opción de crear mis propios foros en Fanfiction, así que eso he hecho. Os invito a visitarlos y, si tenéis ideas que queráis compartir de forma más cómoda que a través de Reviews, ¡por mi genial!
Tresuvesdobles fanfiction (punto) net /myforums/Volgrand/1509568/
Ahora disculpadme, pero necesito escuchar varias veces la banda completa de “piratas del caribe” antes de escribir el siguiente capítulo.
Espero que lo hayáis disfrutado. Se agradecen reviews.
Un saludo.