AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Finalizado)

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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 5)

Mensaje por McDohl » 09 Abr 2014, 16:23

[quote="Volgrand";p=165738]Mcdohl, mira el review que me han dejado en Fanfiction.net. Seguro que te agrada :D
Spoiler:
Parece ser que Mcdolia tiene algún tipo de relación con los Galafrays, digo, en el momento en el que le explica a Aitana sobre sí misma, no solo casi se compara con un ser humano, sino que su actitud hacia la vida me recordó al Dr. Whooves, lo cual explica un poco su comportamiento en situaciones como cuando era esclava.
[/quote]

Ja ja, la han pillado :sisi1: Bueno, aunque teóricamente no tiene relación, si que hay bastante de verdad en esas palabras.
Spoiler:
Viajar en el tiempo es lo que tiene y mas cuando te dedicas a proteger a seres vivos :3
McDohl
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 5)

Mensaje por Volgrand » 08 May 2014, 14:15

Leche, más de siete mil palabras... se me ha ido esta vez.


Capítulo 6: Nuevos enemigos
Spoiler:
Una calma antinatural cubría el desierto. Los animales que vivían cerca del río se movían en la noche con demasiada precaución, atentos al menor sonido, buscando un peligro oculto en el aire; era casi como si esperaran que la muerte se echara sobre ellos en cualquier momento. En medio de ese ambiente, solo dos cuadrúpedas se mantenían inmóviles, en una inquieta vigilia.

Ninguna decía una palabra. Se mantenían atentas, buscando cualquier indicio de movimientos sobre la arena. Esperaban la nueva oleada mágica, la comunión de Manresht con las fuerzas demoníacas. Pero, sobre todo, esperaban una pista, por pequeña que fuera, que les señalara dónde buscar. Mcdolia miró hacia la luna llena, calculando la hora.

—Ya casi es media noche.
—Sí —respondió Aitana en voz baja—, y no hay zombis. Tendremos que recurrir al plan B.
—De acuerdo.

Un rato después, lejos de las arqueólogas, un chacal surgió temeroso de su madriguera, oculto tras una roca cercana al río Narval. Si había una razón por la que se atrevía a adentrarse en esas arenas, malditas durante la noche, era el hambre de sus crías. Él y su pareja podían sobrevivir varios días sin comer, pero su camada no; sus cachorros eran demasiado grandes para alimentarse solo con la leche de su madre.

Agachado en la arena, el pequeño canino rebuscó entre las rocas cercanas a la orilla. Su agudo olfato le llevó a la pista de algún gran insecto. Arrastrándose a toda velocidad, siguió el rastro hasta el punto en el que este desaparecía en la arena. Ahí excavó un poco, revelando a su presa: un escorpión negro. De un rápido mordisco le cortó el aguijón y lo apresó con sus mandíbulas. Pero en ese momento, una brisa cálida recorrió el desierto... y el terror vino con ella.

El chacal alzó la vista, con los ojos desorbitados y las orejas totalmente desplegadas. Su pelaje se erizó ante un peligro invisible, y su corazón se desvocó en su pecho. De pronto todos sus otros instintos dejaron de ser importantes: no había hambre ni necesidad de cazar. El único instinto que imperó en la criatura fue el de huir y proteger a su camada. Soltó al malherido escorpión y echó a correr hacia su madriguera.

Hubo unos instantes de silencio antes de que la paz del desierto fuese rota. A pocos metros de donde hacía un momento estaba el chacal, la arena se removió. Una garra ennegrecida surgió de esta, seguida por un lobo de aspecto demoníaco. A medida que surgía, las llamas cubrieron su cuerpo. En cuanto estuvo completamente fuera, rugió a la luna. Un rugido que fue coreado por cientos, miles de demonios en millas a la redonda. Entonces, guiado por una mano invisible, el zombi ígneo echó a galopar hacia las ruinas del antiguo asentamiento coltorginés.

Semienterradas en la arena sobre una duna, Aitana y Mcdolia observaron cómo muchísimos zombis aparecían de todas partes y se dirigían al mismo punto: el arco de Ob-Nikoón. Allí donde habían dejado el detector mágico activado. Ambas yeguas estaban sobrecogidas por efecto de la magia; aunque ya estaban acostumbradas a los efectos del poder demoníaco, en esta zona su influencia se dejaba notar mucho más intensamente que en Joth-Lambarg.

—La mayoría viene del este.
—Sí —susurró Aitana—. Movámonos hacia allí, cuando vean que era un señuelo tendrán que proteger la madriguera de Manresht.

En silencio y evitando ser vistas, las ponis se dirigieron al este.

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Sobre el río Narval, un grifo regresó volando a su embarcación, la cual seguía navegando contra corriente. El capitán Argul, junto a su cliente, lo miró esperando su informe.

—Hay unas ruinas unas cuatro millas río arriba. Hace quince minutos, miles de zombis de fuego han aparecido en el desierto. Se mueven en grupos y de forma coordinada, capitán.

El unicornio azul sonrió siniestramente.

—Son ellas, lo han encontrado.
—¡A todo trapo, marineros! ¡Revisad armas y fusiles! ¡Preparad los cañones!

El barco siguió su rumbo, impulsado por la fuerza de los remeros y los vientos creados por los grifos.

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Aitana y Mcdolia siguieron su camino hacia el este, deteniéndose en la parte superior de las dunas para estudiar los movimientos de los zombis, para después desplazarse rápidamente hasta la siguiente. Los monstruos, tras descubrir el engaño, se dispersaron por el desierto en busca de las intrusas. Estas pudieron comprobar que lo que había observado Mcdolia en la ciudad era cierto: Los no muertos se movían en grupos, de forma organizada. Al principio, habían regresado hacia el este, pero al poco empezaron a expandirse en un semicírculo cada vez más grande.

Mcdolia observó el movimiento de los zombis. Imaginó que buscaban proteger la guarida de Manresht. Si era así, un grupo debería haberse quedado escondido muy cerca de la misma para dar la alarma. El resto de lobos rodearían el lugar. Pronto, el grupo más cercano detuvo su carrera sobre la arena, mientas el resto iba tomando posiciones, formando un círculo. La poni roja sonrió: serían inteligentes, pero no eran demasiado listos. Mentalmente hizo unos cálculos trigonométricos, trazó dos lineas imaginarias que, al alargarlas, convergían sobre un punto al otro lado de una duna.

—Por aquí.

Aitana siguió a su amiga, caminando por detrás de la cima de la duna en la que estaban. A los pocos minutos, Mcdolia sonrió.

—Ahí está.

La yegua roja señaló una hondanada entre dos dunas. Sobre esta había varias rocas, lo cual llamó la atención de la arqueóloga, ya que ese desierto era casi únicamente arena. Pero al fijarse mejor notó movimientos entre las mismas. Se agachó sobre la arena y observó con cuidado: Eran lobos, zombis ígneos que mantenían sus llamas apagadas. Escudriñando las rocas, en seguida encontró una que no era tal: Era, de hecho, una construcción en piedra completamente enterrada en la arena. A pesar de la luna llena, no pudo apreciar detalles salvo el corte regular que la diferenciaba del resto de piedras.

—j*der, ahí hay más de veinte zombis. Si nos ven, el resto se echarán sobre nosotras.
—¿Por un casual tienes algo en tu bolsillo para volvernos invisibles?
—Eh.... nop.
—Creo que solo nos queda una opción...

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Los demoinos paseaban entre las rocas que rodeaban la guarida de Manresht. Sus llamas estaban apagadas, no así su ansia de sangre y destrucción. Mas debían vigiliar, había intrusos cerca. Se movían sobre la arena y las piedras con un silencio sepulcral. La luna iluminaba el desierto, dándoles una buena panorámica.

Un lobo se giró rapidamente al sentir un movimiento sobre la arena, y escudriñó la zona con sus antinaturales ojos. Se alzó sobre sus patas traseras y avanzó hacia el lugar, gruñendo por lo bajo. Tras unos segundos no vio ni escuchó nada. Pero cuando iba a regresar sintió que el tacto de la arena bajo su garra era sustituido por algo suave y húmedo. Antes de que pudiera ver de qué se trataba, algo lo derribó al suelo, y un certero golpe en la nuca lo devolvió a la muerte.

El resto de lobos se giraron hacia la zona en donde habían sentido la muerte de su hermano: Mcdolia se alzaba sobre el cadáver del monstruo. Estaba cubierta por su traje para el desierto, mojado y rebozado en arena. Todos los zombis rugieron a la vez y encendieron sus llamas, iluminando la noche, mientras cientos de aullidos imposibles coreaban el grito de batalla. Mcdolia se deshizo de su camuflaje y echó a correr en dirección contraria, perseguida por todo el ejército de Manresht.

Los lobos galoparon tras la intrusa, dejando la guarida de su señor desprotegida. Cuando se hubieron alejado, Aitana surgió de la arena, camuflada de igual forma que Mcdolia. Se deshizo del traje y corrió hacia la construcción que había visto, cuya arquitectura era evidentemente coltorginesa. Se deslizó rápidamente a través de lo que parecía la entrada y cayó, derrapando sobre una rampa de arena, en un oscuro pasillo descendiente.

El silencio reinaba en el lugar. La arqueóloga sacó de su bolsillo una pequeña lámpara de aceite, la encendió y la cogió con la boca. Después desenganchó su lanza y la asió al arnés, preparada para el combate.

—Espero que vuelvas con vida, amiga mía —murmuró entre dientes.

Avanzó pasillo abajo, y a cada paso que daba la magia demoníaca se hacía más presente, haciendo que su corazón palpitara cada vez con más fuerza.

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Mcdolia galopaba tan rápido como podía mientras subía una duna. El truco había funcionado: los zombis la perseguían a ella. Solo esperaba que no hubieran visto a Aitana y que su amiga hubiera podido colarse en la guarida de Manresht.

En cuanto llegó a lo alto de la formación de arena se detuvo en seco, derrapando. Un grupo de casi veinte zombis había subido por el otro lado, cortándole la retirada, y el más cercano ya se estaba echando sobre ella. El reloj de su Cutie Mark se iluminó durante un ligero instante. A los ojos de los lobos, la yegua roja se desvaneció para reaparecer al instante a la espalda del zombi. Antes de que ninguno llegara a atacarla de nuevo, Mcdolia se deslizó colina abajo a toda velocidad. Desde esa altura la yegua pudo ver como miles de hogueras imposibles cubrían el desierto... y todas ellas se dirigían a darle caza.

Rezando todas las oraciones que conocía, Mcdolia se dirigió al río Narval.

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El silencio del ancestral edificio era opresivo. Aitana sentía el palpitar de su corazón en sus oídos. El ligero golpeteo de sus cascos contra la piedra resonaba como el incansable golpear de un martillo. Miraba tanto las paredes como el suelo y el techo, pues conocía demasiado bien ese tipo de mausoleos.

Llegó a una zona en la que el pasillo se ensanchaba ligeramente. Se detuvo, y al dejar de caminar el único sonido que se escuchaba era su propia respiración. Iluminó las paredes, revelando una serie de jeroglíficos, pero no intentó leerlos. En su lugar, se fijó en el suelo, cuyas baldosas seguían un patrón sospechosamente regular. La arqueóloga cogió su sombrero y lo lanzó sobre las mismas.

No pasó nada.

Recogió una piedra del suelo y la lanzó cerca de donde había caído su sobrero... y la trampa se activó. La baldosa bajo la piedra se hundió, y los jeroglíficos de las paredes se rompieron para mostrar muchísimos agujeros perfectamentesimétricos. Hubo un ruido de resortes que precedió a una lluvia de proyectiles metálicos, la cual surgió de la pared izquierda. Los proyectiles desaparecieron a través de los agujeros de la pared derecha; un nuevo sonido de resortes indicó a Aitana que la trampa era cíclica: la munición era, virtualmente, infinita.

La arqueóloga fue tocando la piedras de la pared derecha hasta que escuchóuna que una sonaba un poco suelta. Se alzó sobre sus patas delanteras y empezó a golpearla con todas sus fuerzas. Una vez, dos, tres, cuatro... y a cada golpe, la piedra fue cediendo. Con un último y decisivo patadón, la piedra se hundió hasta el fondo y cayó, revelando una cámara oculta. La arqueóloga se asomó con la lámpara, viendo el mecanismo de la trampa frente a ella. Sonrió antes de correr a desarmar el ancestral artilugio por la fuerza.

Volvió al pasillo principal y activó la trampa dos veces mas. A la tercera, a pesar de que escuchaban los resortes, ninguna flecha surgió de la pared. Con tranquilidad, atravesó el pasillo sin preocuparse por las baldosas que se hundían bajo sus cascos, recuperando su sombrero en el camino.

Poco después llegó a una gran sala de planta rectangular, la cual reconoció como una Sala de Ofrendas... vacía. Ese edificio parecía un mausoleo Coltorginés, pero estaba desprovisto de todos los detalles religiosos de su cultura, incluidos las ofrendas que los familiares del fallecido ofrecían a los dioses. El polvo cubría toda la estancia, revelando rastros de unas criaturas que se habían desplazado por ahí hacía pocos días. Aitana supo que no estaba sola, probablemente Manresht tenía guardianes.

Había varias puertas, pero no dudó en escoger la que le llevaría a su objetivo: aquella a través de la cual se podía ecuchar un extraño cántico haciendo eco en los pasillos milenarios.

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Mcdolia alcanzó en su carrera la orilla del río y siguió corriendo siguiendo la corriente del mismo. Tenía que seguir alejando a los demonios de Aitana si querían tener una posibilidad. La mayor parte de estos seguían a su espalda, teniendo que preocuparse solo por algún grupo suelto que trató de cortarle el camino. Sin embargo, el cansancio estaba haciendo mella en la yegua. Jadeaba ruidosamente, y las patas empezaban a dolerle. No sabía cuánto tiempo iba a poder aguantar ese ritmo.

“Como Poison Mermaid no llegue pronto, de esta no salgo”, pensó.

Miró un momento atrás, viendo solo las llamas de los demonios cubriendo el desierte. Pero cuando volvió su vista adelante vio unas luces... sobre el agua del río. No tardó en distinguir los faroles que iluminaban la estructura de madera de una gran embarcación fluvial. Mcdolia sonrió sin dejar de correr.

—¡Gracias a los dioses!

La embarcación viró sobre sí misma, encarando su costado hacia la zona general donde estaba Mcdolia. Esta no acabó de entender lo que ocurría hasta que, sobre los rugidos de los zombis, escuchó las ininteligibles órdenes del capitán del barco. La yegua roja gritó y saltó al suelo al mismo tiempo que el retumbar de los cañones ensordecía cualquier otro sonido. La arena del desierto estalló a la espalda de Mcdolia, la cual solo pudo cubrirse de los restos de metralla que llegaron hasta ella. Cuando alzó la vista, frente a ella solo había varios cráteres alfombrados con los restos desmembrados de medio centenar de zombis. Se puso en pie al ver que más monstruos seguían persiguiéndola.

—¡¿Y este es el equipo de rescate?!

Escuchó a alguien gritar sobre su cabeza. Recortadas contra las estrellas vio las siluetas de varios grifos. Hubo una nueva orden seguida del repiqueteo de varias armas de fuego: mosquetes cortos. Varios zombis que se acercaban a la orilla cayeron abatidos, y los grifos recargaron sus armas. Mcdolia sonrió, aliviada al tener ayuda. Pero, entonces, un grifo gritó:

—¡Ahí está! ¡Capturadla, viva o muerta!

Los grifos hicieron un picado sobre la yegua. Mcdolia echó a correr y aguardó al último instante para tirarse al suelo y rodar, evitando las garras de las enormes aves de presa. Pero al levantarse, el último grifo la golpeó con violencia, proyectándola varios metros y haciendo que rodara por el suelo sin control. Cuando se levantó siguió corriendo, sintiendo el escozor de la herida sobre su costado.

—¡¿Pero es que nada puede salir bien?!

Notó que muchos de los zombis abandonaron su persecución para ir hacia el río. El ruido de decenas de mosquetes en la lejanía le indicó que el resto de la tripulación acababa de tocar tierra.

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A medida que avanzaba por el pasillo lo cánticos se hicieron más claros y audibles. Aitana no tardó en reconocer un idioma que, sencillamente, se había negado a estudiar: Infernal, el idioma del Tártaro. La lengua que usaban los demonologistas para hacer tratos con los demonios. Una lengua cuyas palabras, en si mismas, suponían una ofensa a la creación y una condena al alma de aquel que se atrevía a pronunciarlas.

No había muchos seres vivos que lo conocieran.

La arqueóloga vio una luz rojiza al final del túnel, tras una esquina, y un agónico rugido coreó lo cánticos. Apagó la lámpara y se acercó lo más sigilosamente que pudo.

—Mierda...

El pasillo daba acceso a una gran sala circular. En el centro de la misma había un sarcófago de piedra abierto, cuya tapa descansaba en el mismo. Sobre el mismo, rodeado por una esfera de energía roja, había un lobo: Totalmente negro, con unos ojos rojos como la sangre; su aspecto era demacrado y cadavérico. Solo su forma de retorcerse cuando hebras de energía hacía contacto con su cuerpo indicaba que ese ser no estaba muerto. Varias hebras surgieron a la vez de la esfera e impactaron en el lobo, el cual se encogió durante un instante. Después se estiró completamente y rugió con fuerza, mientra sus ojos brillaban con un nuevo poder.

Manresht estaba resucitando.

A ambos lados del sarcófago había dos seres que entonaban el oscuro ritual. Caminaban sobre cuatro patas, como si fueran grandes cánidos. Sus cuerpos eran un caótico mosaico de pelaje, carne y fuego a partes iguales. Sus cabezas estaban coronadas por dos cuernos retorcidos cuyos extremos apuntaban hacia adelante. Sus patas acababan en grandes garras y, cuando hablaban, pequeñas volutas de fuego surgían de sus fauces.

Demonios del fuego.

Al otro lado de la sala, detrás del sarcófago, Aitana pudo ver finalmente el origen de toda esa pesadilla: El portal al tártaro. Eran dos columnas de obsidiana talladas con brillantes runas. Entre ambos pilares no parecía haber nada, pero fijándose bien pudo ver que el aire en esa zona oscilaba. La sensación de terror que provocaba la magia demoníaca se hizo tan intensa al mirar el portal que Aitana tuvo que echarse atrás y respirar hondo varias veces para calmar los temblores que la habían invadido. Evaluando la situación se dio cuenta de que solo tenía una ventaja: No esperaban que se hubiera infiltrado hasta ahí. Además, también contaba con el hecho de que los demonios, una vez se manifestaban físicamente en el mundo, se volvían tan vulnerables como cualquier ser vivo: Un lanzazo en el punto indicado los devolvería al infierno del que habían salido.

Aitana sacó una daga de su bolsillo, la cual enganchó a su pata derecha mediante una correas, emulando el espolón de un gallo. Depués asió su lanza con ambas pezuñas y se preparó para el combate. No podía fallar.

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Un nuevo impacto mandó a Mcdolia al suelo, la cual logró rodar antes de que otro grifo la ensartara con una cimitarra que sostenía con sus garras de águila. El sonido de los disparos de mosquetes y cañones llegaba desde la orilla, donde la tripulación pirata se estaba abriendo paso, fuego mediante.

—¿Cómo lo están haciendo? —Mcdolia se tocó la Cutie Mark con una pata—. ¡Vamos, tú, ¿no puedes hacer nada más?!

El reloj de su flanco se iluminó como había hecho antes, pero esta vez hubo algo diferente: La yegua roja sintió algo enredándose alrededor de su pezuña. Cuando la retiró vio que el reloj plateado se había materializado, tomando el tamaño de un plato pequeño, y con una larga cadena del mismo color. Mcdolia observó esta última alucinada, pues su marca nunca había hecho nada semejante.

Mcdolia escuchó el grito de un grifo al lanzarse sobre ella. Ella esquivó la embestida y, con el mismo movimiento, lanzó el reloj. Movido como si tuviera voluntad propia, se enrrolló en torno al tobillo de la criatura. El grifo maldijo y trató de elevare, pero Mcdolia tiró con todas sus fuerzas, haciendo que se estrellara contra el suelo.

El resto de grifos se lanzaron al ataque, y la escena se repitió: Combinando su velocidad con su nueva arma, pronto tres de estos seres yacían inconscientes sobre la arena.

—¡Retirada, volved con el resto!

La yegua roja, viéndose libre del peligro inminente, miró alrededor. Los lobos ígneos la habían dejado y cargaban contra algo entre ella y el río. Escuchó los disparos de los piratas, ruido de combate, rugidos y órdenes gritadas al viento. Mcdolia empezó a correr hacia allí; no podía permitir que todos esos... estúpidos murieran a manos de los monstruos. Pero algo la hizo detenerse en seco.

La temperatura bajó en picado.

Un aire helado se extendió desde donde estaban los piratas, y Mcdolia sintió su alma sobrecogerse por una magia que desconocía. Se echó al suelo por puro instinto, mientras dedicaba una oración mental a Fausticorn. Los zombis frente a ella se quedaron inmóviles durante unos instantes... antes de caer inertes sobre la arena. Cuando lo hicieron, la yegua roja pudo ver a los piratas lobo. Y en medio de estos había un unicornio, iluminado a partes iguales por las antorchas y la luz verdosa de su cuerno.

Mcdolia echó a correr. Más grupos de zombis se lanzaron sobre los piratas y sobre ella misma. Pero en ese momento, la yegua roja prefería de mucho enfrentarse a los demonios que no a ese unicornio.

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Aitana entró en la sala del ritual y lanzó su lanza. El proyectil se incrustó en los cuartos traseros de un demonio, el cual rugió de sorpresa y dolor, lanzando una nube de llamas por la boca. Sin perder un instante, la poni galopó y saltó sobre él. Antes de que el infernal ser comprendiera qué había ocurrido, la daga de la arqueóloga le atravesó la yugular. El demonio, al morir, se deshizo en una bola de fuego, dejando solo unas pocas cenizas como recuerdo de su paso por el mundo.

La arqueóloga intentó recuperar su lanza, pero el otro demonio no se lo permitió: con un rugido de batalla, lanzó un enorme cono de fuego que Aitana esquivó por poco. Manresht, desde la esfera, rugió a su vez y gritó cuando más y más haces de enegía se unieron a él.

Aitana saltó de un lado a otro, esquivando los ataques del demonio e intentando acercarse, pero le era imposible: se había quedado sin su única arma lanzable. Sacó el látigo y lo lanzó hacia el demonio, enrrollándolo en los cuernos del mismo con un ensordecedor chasquido. El ser, al sentirse atrapado, tiró hacia atrás. Aitana intentó resistir su fuerza en vano; la criatura se alzó sobre sus cuartos traseros y lanzó a la arqueóloga hacia él. Esta intentó atacarle con la daga al caer, pero antes de que tuviera oportunidad, un garrazo del demonio la lanzó hacia un lado. Sintió un lacerante dolor en el costado, pero se las apañó para caer sobre sus cuatro patas. Cuando encaró a su enemigo, este estaba cogiendo aire para abrasarla con su fuego.

La poni cogió la brújula con una pezuña y bajó sus defensas mentales. Al instante sintió la sed de batalla del lich Kolnarg apresar sus acciones. La oscuridad rodeó sus ojos y su cerpo, y Aitana habló con una voz barítona.

—¡Kal-tog manak, mergul!

Aitana, poseída, alzó una pezuña proyectando una onda de choque. Esta impactó contra el fuego que surgía de las fauces de la bestia, dispersándolo hacia los lados. El demonio recibió directamente la fuerza del hechizo y fue derribado. Aitana usó toda su voluntad para recuperar parcialmente el control de su cuerpo y se lanzó hacia el demonio. Antes de que se alzara, lo apuñaló repetidamente en el pecho. El ser luchó durante unos instantes, pero finalmente se quedó inmóvil antes de desvanecerse en una bola de fuego, como había hecho su hermano.

Manresht se revolvió, miró a Aitana y empezó a gesticular símbolos arcanos. La poni cerró los ojos, concentrándose en forzar al espíritu de Kolnarg a regresar a la brújula. Sin embargo, un calor insoportable la hizo abrir los ojos para ver un muro de llamas echarse sobre ella. Saltó a un lado, esquivando el fuego por poco. El milenario hechicero lobo pronunció violentas sílabas arcanas mientras trazaba runas en el aire. Varias saetas de fuego se formaron de la nada a su alrededor, y miró a Aitana con furia asesina a pesar de que seguía atrapado en la esfera energética.

Aitana echó a correr alrededor del sarcófago, usando su daga para trazar una línea sobre el polvo del suelo. El hechicero rugió y lanzó su ataque; la yegua saltó, esquivando varias de las saetas que impactaron contra las paredes, creando deflagraciones de llamas. Sin embargo, el último proyectil hizo blanco en su objetivo. Aitana gritó al sentir el impacto y se lanzó al suelo cuando la llamas la rodearon. Se volvió a levantar, con su chaleco todavía ardiendo, y siguió su desesperada carrera por completar el círculo. Manresht volvió a conjurar, pero la arqueóloga logró cerrar la línea sobre sí misma; después cogió varias gemas roja que llevaba en su bolsillo mágico y las tiró al suelo, aplastándolas. Luces mágicas surgieron de la mismas, las cuales se extendieron a lo largo del irregular círculo tallado en el suelo.

—¡Imperator Stellarum, trae el vacío del cosmos! —gritó Aitana—. ¡Mater Luminis, trae la luz de la vida!

Nuevas saetas de fuego se formaron alrededor de Kolnarg. Este tardó un instante en lanzarlas contra Aitana, pero la yegua marrón no intentó evitarlas.

—¡Pte Ska Win, blanca madre de los búfalos, ata a esta criatura a la tierra!

La luz que cubría la linea del suelo creció en intensidad y, como una barrera mágica, subió hacia arriba. Los proyectiles ígneos, justo antes de tocar a Aitana, impactaron contra la misma, deshaciéndose en el aire. Manresht se quedó prácticamente inmóvil, como si hubiera perdido toda su fuerza. La luz de sus ojos se apagó poco a poco, y finalmente la esfera rojiza que lo rodeaba desapareció. El hechicero cayó dentro del sarcófago sobre el que levitaba.

Tras unos segundos de inquieta espera, Aitana se permitió prestar atención al dolor en que recorría sus costillas... y entonces recordó que el fuego todavía cubría su chaleco.

—¡Ah, oh, mierda! —gritó mientras rodaba por el suelo.


La yegua pasó, tras apagar las llamas, varios minutos vigilando la sala y reforzando el círculo de contención. El círculo funcionaba aislando los flujos mágicos dentro del mismo del exterior; Manresht había perdido, temporalmente, el contacto con las energías demoníacas que le alimentaban. Aitana no podía tocar el portal en si sin un mago entrenado en la materia, o podría provocar un desastre. El agotamiento del combate hizo presa en la poni, haciéndola jadear pesadamente.

—Vale... está contenido... ahora solo necesito una caja.

Aitana recogió la lámpara y cojeó, dolorida, hacia la salida, siguiendo su propio rastro. Las costillas le dolían a cada paso, probablemente se las había fisurado el demonio al golpearla. Su pelaje estaba ennegrecido en muchos puntos, y sentía que varias quemaduras iban a necesitar ser tratadas por un experto. Atravesó la trampa que ya había desactivado y subió el pasillo, viendo la salida al fondo.

Pero sintió que la vista se le nublaba. La brújula que colgaba de su cuello se iluminó, y la presencia de Kolnarg intentó apresar la mente de su huésped. La yegua se echó al suelo, llevándose las pezuñas a la cabeza, mientras gruñía por lo bajo.

—Agh... ahora no, cabrón, ¡ahora no!

Aitana utilizó toda su voluntad para obligar al espíritu de Kolnarg a retirarse a la brújula. Hacía mucho que no lo sentía con tanta fuerza; necesitaba salir de ahí. Caminó lentamente, subiendo la rampa de arena que llevaba a la entrada, todavía luchando por mantener el control sobre si misma.

Sintió un gran alivio al salir al frío de la noche, pero no bajó la guardia y observó alrededor. Pudo ver las llamas de algunos zombis hacia el norte, cerca del río. No había monstruos cerca de ella, pero los oía rugir en la distancia. El arrítmico repiqueteo de armas de fuego resonaba desde el Narval. Aitana sonrió al creer que Poison Mermaid había llegado al fin. Escuchó un galopar que se acercaba y vio a su amiga Mcdolia. ¡Estaba viva! Parecía relativamente intacta, y llevaba algo que brillaba en su pezuña derecha. Pero un grito impidió que Aitana llegara a abrir la boca.

—¡¡Aitana, corre!!
—¡Ahí está, matadla!

La arqueóloga miró hacia la duna donde había surgido la segunda voz. Un grupo de seres, lobos por su forma de sostenerse sobre sus patas traseras, apareció, alzando armas de fuego. Las dos yeguas se pusieron a cubierto tras las rocas de la zona. Las detonaciones precedieron a una lluvia de balas; cuando cesó, las dos amigas se levantaron y echaron a correr en dirección contraria.

—¡¿Quién cojones son esos?!
—¡No lo sé, pero hay un unicornio entre ellos! ¡Y no es bueno!
—¡¿Cómo que no es bueno?!

Hubo una perturbación en el aire, una vibración mágica, y la temperatura volvió a caer en picado. Aitana, sorprendida, observó el vaho formarse a partir de su respiración... y un miedo nada relacionado con la magia en sí misma la embargó.

—Nigromancia...

La yegua marrón se giró durante un instante y lo vio: un unicornio conjuraba sobre la duna, junto a los piratas, mientras su cuerno brillaba intensamente. En la noche solo pudo apreciar claramente sus crines blancas, que adquirían tonos verdosos por el aura que surgía de su cuerno. El nigromante terminó de conjurar y el brillo de su cuerno se apagó, sumiéndolo en la oscuridad. Pero el antinatural frío, en lugar de desaparecer, se incrementó. Aitana reaccionó por un instinto aprendido en anteriores incursiones.

—¡Mcdolia, detrás de mi!

Aitana no quería hacer lo que iba a hacer, pero no tenía tiempo de trazar un círculo de protección. Se llevó una pezuña al bolsillo y sacó una pequeña gema blanca, la lanzó al aire y la aplastó con ambos cascos. Una intensa explosión de luz se produjo, y frente a las dos yeguas apareció una abominación: Era negra y semitransparente, y por rostro solo tenía dos agresivos ojos blancos. Solo tenía un brazo derecho que acababa en cinco largas garras negras. El ser se detuvo ante la explosión, cubriéndose el rostro.

—¡¿Qué es eso?! —gritó Mcdolia.

La arqueóloga no repondió: una vez más, dejó caer sus defensas mentales dejando que Kolnarg tomara el control. El oscuro brillo de la brújula se extendió por todo el cuerpo de la poni, mientras esta pronunciaba una ininteligible retahíla. El espectro se quedó quieto durante un instante y, tras unos momentos, cargó volando contra el mismo unicornio que lo había convocado. Acto seguido, Aitana cayó al suelo llevándose la pezuñas a la cabeza.

—¡Aitana!

Mcdolia miró impotente cómo la oscuridad de la brújula pugnaba por cubrir completamente a su amiga, la cual luchaba por mantener el control sobre si misma. Escuchó los gritos de los lobos que las perseguían. Sabiendo que no tenían tiempo, la yegua roja se agachó y alzó parcialmente a Aitana sobre su grupa. Caminó tan rápido como pudo hasta rodear una duna, bajó a su amiga y empezó a cubrirla con arena.

—Aitana, tenemos que escondernos. No hagas ruido.

A pesar de que esta seguía luchando contra Kolnarg, logró asentir: la había entendido. Pero su amiga estaba demasiado débil, no estaba logrando contener al lich en su receptáculo. Mcdolia se tumbó junto a Aitana y se enterró parcialmente con la arena antes te hacer lo único que se le ocurrió:

Mcdolia le quitó la brújula a su amiga y se la colgó del cuello.

Al principio no sintió nada. Qué extraño, esperaba que Kolnarg intentara poseerla desde el principio. Se acomodó junto a Aitana, la cual seguía respirando agitadamente, y se aseguró que ambas estuvieran bien ocultas. Después esperó, escuchando solo los rugidos de algún zombi y las órdenes del capitán de los piratas. Mientras aguardaba, vigilante, recordó días pasados. Los libros que había escrito, hablando de los viajes espacio-temporales, y cómo había llegado a tener cierto éxito. Especialmente con la novela...

La yegua roja parpadeó un par de veces y sacudió la cabeza. Esos no eran sus recuerdos, tenía que centrarse.

Observó a Aitana, la cual parecía estar empezando a calmarse, pero todavía mantenía los ojos cerrados. Era obvio que necesitaba más tiempo; Mcdolia decidió que se lo daría antes de devolverle la brújula. De todas formas, ella se sentía bien.

Como se sintió bien la vez que venció a esos bobos en la carrera, defendiendo a Fluttershy. Creer que podían ganarla a ella... y lo cierto es que estuvo cerca. Pero entonces ocurrió lo que tenía que pasar: demostró lo increíble que era haciendo el increíble Sonic Rainboow que los dejó a todos en el sitio. ¡Ja! Por algo ella era la pegaso más...

Mcdolia abrió mucho los ojos y volvió a sacudir la cabeza. ¡Esos no eran sus recuerdos, eran los de Rainbow Dash! “¿Pero qué diantres me pasa?”. Ella era Mcdolia, salvaba a todos los que podía sin esperar nada a cambio, sin que la reconocieran por la calle. Ella, que tanto se arriesgaba, solo tenía a su querida Ditzy para recibirla en casa... “Leche, no, Dinky no es mi hija, es hija de Derpy, ¿qué demonios me está pasando hoy? Sé que esos no son mis recuerdos”.

Pero... cuánto ansiaba que fuera cierto. Cuánto ansiaba poder volar, poder caminar sobre las nubes. Y sobre todo le encantaría ser reconocida. ¿Por qué no lo era? Ella había salvado muchísimas vidas, sin ser tan objetivamente cruel como podía serlo Aitana. Pero.... ¿y si pudiera hacerlo? ¿Y si pudiera volar y demostrar al mundo su... poder?

“Puedes hacerlo, Mcdolia”.

La yegua roja no se dio cuenta de que eso no había sido un pensamiento: había sido una voz en su cabeza. Mcdolia sonrió, mientras su pelaje se oscurecía, al igual que sus ojos. Abrió la boca y pronunció unas sílabas de un idioma que desconocía.

—Kalnor, matag mar...

Antes de que completara la frase, una veloz pezuña atrapó la brújula y se la arrancó del cuello. Al instante, Mcdolia sintió cómo una oscura presencia, que se había colado sin que ella lo notara, abandonaba su mente. Miró en todas direcciones, confundida, hasta toparse con los ojos verdes de Aitana, la cual se estaba ajustando el objeto en torno a su cuello.

—Gracias, necesitaba estos minutos. Pero no vuelvas a hacerlo.
—¿Qué? ¿Cuándo...?

Pero la arqueóloga cerró los ojos, conteniendo con su propia voluntad los ataques mentales de Kolnarg. Mcdolia sintió que le temblaban las pezuñas. ¿Cuánto había tardado en caer? ¿Un par de minutos? ¿Cómo lo hacía Aitana para resistir portar esa brújula veinticuatro horas al día? ¿Cómo se las apañaba para permitir que el lich la controlara durante unos instantes para que atacara a sus enemigos? ¿Cómo diantres no se volvía loca?

Finalmente, la luz de la brújula se apagó y Aitana abrió los ojos. Pero se la notaba que todavía respiraba pesadamente.

—Tenemos que acercarnos. Tenemos que observar qué hacen. Un nigromante... j*der. Lo que nos faltaba.

Poco a poco fueron desplazándose, siguiendo la linea de la duna, hasta poder observar la entrada a la guarida de Manresht. Los piratas se habían posicionado, eran cerca de treinta. Habían plantado antorchas alrededor de la zona, y formaban un círculo que vigilaba en todas direcciones, con sus armas cargadas. En el centro del mismo había un lobo negro que, por como dirigía al resto, dedujeron que era el capitán. Y junto a él estaba el unicornio: su pelaje era azul oscuro y su crin blanca.

Un grupo de cuatro grifos entró portando una gran caja de metal en la construcción. El unicornio los siguió.

—j*der. Mierda, ¡j*der! Van a sacarlo ellos mismos.
—Bueno... es lo que querías hacer tú, ¿no, Aitana?
—¿Un nigromante queriendo capturar a un demonologista milenario? Esto no es bueno...

Casi dos horas después hubo un movimiento en la entrada de la construcción. Varios lobos arrojaron cuerdas en el interior, y después jalaron de las mismas, sacando la misma caja que habían introducido antes. Por como la movían, ahora era evidentemente mucho más pesada, y varios símbolos arcanos brillaban sobre la misma.

—Su p*ta madre. Eso quería hacer yo, ¡pero para matarlo!

Aitana se puso en pie, dispuesta a acercarse, pero Mcdolia la detuvo.

—¡Quieta! ¿Pero qué haces?
—¡No podemos dejarle! ¡No sé qué pretende, pero no pienso quedarme quieta hasta que ocurra!
—¿Qué pretendes, matarte estúpidamente?

La yegua marrón volvió a avanzar, pero esta vez Mcdolia la placó. Al hacerlo observó que la brújula brillaba débilmente, y que este brillo se reflejaba en los ojos de su amiga.

—¡Déjame, tengo que impedirlo!
—¡Aitana, para! ¡La brújula te está afectando! Si vas ahora solo lograrás que te maten.

La arqueóloga se quedó quieta y Mcdolia la liberó. Volvió a concentrarse en controlar a Kolnarg, mientras maldecía por lo bajo. La siguiente media hora observaron impotentes cómo los piratas cargaban la caja que portaba a Manresht hasta su barco. Las dos yeguas no lograron ver una forma de acercarse a la nave sin ser vistas, los piratas vigilaban una zona muy amplia. Había algunos zombis brillando en la oscuridad, pero parecían desorientados ahora que su amo había quedado fuera de combate.

La caja fue subida al barco pirata y este inició las maniobras para girar ciento ochenta grados y empezar a navegar río abajo. Las dos ponis se acercaron a la orilla, pero las heridas de Aitana le impedían galopar demasiado tiempo. El sol empezó a despuntar en el horizonte.

—Mierda, mierda, ¡j*der! ¡¿Quién cojones es ese tipo?!
—Aitana, no podemos hacer nada. Avancemos junto al río, quizá encontremos, no sé... alguna pista.

La temperatura empezó a subir, lo que no ayudaba a Aitana con las quemaduras ni sus heridas. Se dio un rápido baño en el río antes de seguir la corriente tras el barco que ya hacía rato que se había perdido en la lejanía. Les quedaban millas hasta la siguiente ciudad, y eso sino había sido arrasada por los zombis. Se dio cuenta de que habían perdido... y no sabía quién era ese unicornio. Demonios, ¡ni siquiera había llegado a ver su Cutie Mark!

—¡Mierda, j*der! ¿Qué hacemos ahora?
—¿No puedes llamar a otros arqueólogos?
—¿Y cómo les indico qué nigromante se ha llevado a Manresht si ni siquiera nosotras lo sabemos? ¡Mierda!
—Aitana... ¡mira!

En la lejanía del río, la silueta de lo que parecía un barco comenzó a dibujarse sobre el horizonte. Aitana se puso en guardia al verlo, creyendo que los piratas habían vuelto para acabar la faena -era evidente que sabían quiénes eran, y habían intentado matarlas-. Pero las velas de esta embarcación eran blancas, no grises, y la madera era más clara que el barco donde iba el nigromante.

—¿Son ellos? —preguntó McDohlia—. ¡Han vuelto!
—No, espera… yo conozco ese barco.

Aitana corrió por la orilla al encuentro del majestuoso navío que dominaba las mansas aguas con maestría. Algo echó a volar desde cubierta, acercándose a ellas rápidamente. Con un suave aterrizaje, una pegaso añil se posó suavemente sobre las arenas del desierto.

—Es evidente que no se te puede dejar sola ni un momento, querida —bromeó Poison Mermaid—. Y veo que además tienes compañía —con un elegante movimiento de cabeza, Poison se apartó el flequillo turquesa, salpicado de mechones azules, de la cara—. Por suerte, hay sitio de sobra en el barco, y también tenemos un médico fantástico.

—¡Poison, te tienes que haber cruzado con un barco de velas grises! ¡Tenemos que atraparlo, nos han robado algo vital!
—Creo que el sol te ha dado demasiado fuerte en esa cabecita tuya. ¿Acaso no sabes que eso es un interceptor grifo? —Poison resopló con sarcasmo—. Van armados hasta los dientes, sería una imprudencia ir detrás de...
—¡TE PAGO LO QUE QUIERAS!

Los ojos de pupilas azules de Poison se posaron sobre su cliente. Después sonrió con dulzura.

—Soy una pirata, pero tengo mis principios. Una buena aventura es bastante pago. Y darles una patada en el culo a la competencia que intenta derrocarme de mi trono y quitarnos el título de piratas más temidos de cualquier masa grande de agua es más que suficiente recompensa para nosotros —una balsa proveniente del barco llegó hasta la orilla. Poison se giró a la misma—. Subid.

—¿Piratas? ¿Estás segura de esto, Aitana? —susurró McDolia, aprovechando que Poison se había dado la vuelta.
—Poison siempre cumple los tratos. Y es nuestra única posibilidad de atrapar a ese nigromante.
—Has tratado con ella antes, ¿verdad?
—De hecho eres una poni libre gracias a un trabajo que ella hizo por mi.

Mcdolia no llegó a indagar al respecto, pues guardaron silencio al subir a la barca. La yegua roja miró recelosa el navío mientras se acercaban al mismo. Era un barco de aspecto estilizado y velas blancas, y pudo contar siete cañones por banda. No sabía mucho de barcos, pero le pareció que ese tenía una estructura muy sólida.

En cuanto subieron todos a cubierta, la capitana Poison Mermaid avanzó hacia el castillo de popa, con unos andares tan elegantes que no parecían propios de una pirata.

—Por favor, que el médico atienda a nuestra invitadas, sin ellas no tendríamos una nueva aventura entre los cascos —dijo hablando en un tono tranquilo y bajo—. Izad las velas y levad anclas, seguimos al interceptor.

El contramaestre, un poni marrón algo mayor que Poison, repitió la orden, y el barco comenzó a moverse a gran velocidad, tanto dentro como fuera. La tripulación entera corría o volaba de un lado a otro, concentrados en su labor: un par de pegasos impulsaban con sus alas las velas del barco, unos unicornios usaban su magia para manipular los aparejos y cuerdas, mientras que los ponis de tierra eran la fuerza bruta a la hora de izar velas. Mcdolia y Aitana fueron llevadas a la bodega donde el médico empezó a tratar sus heridas.

La sirena mutilada, la nave de la conocida Dama Venenosa, avanzó río abajo con el sol a su espalda, cortando el agua como una saeta.



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NOTA DEL AUTOR:

Afu, me ha costado releermelo mil veces hasta convencerme de que está bien. Temía que no fuera lo bastante intenso para lo que es Aitana Pones, pero creo que está bien. Gracias de nuevo a mis beta-readers Quisco Mcdohl y Pandora.

Respecto a Mcdolia, hoy habéis sabido más de la... personalidad de la misma, pero tardaréis mucho en saber todos los detalles.

Respecto a Poison, quiero pediros un favor. Escribid un review con lo que queráis decir, pero acabadlo escribiendo: “¡Pandi, quiero leer la historia de Poison Mermaid!”. Que la condenada no se decide a empezar a publicar, y eso no está bien. No señor, nada bien.

Hace poco descubrí la opción de crear mis propios foros en Fanfiction, así que eso he hecho. Os invito a visitarlos y, si tenéis ideas que queráis compartir de forma más cómoda que a través de Reviews, ¡por mi genial!

Tresuvesdobles fanfiction (punto) net /myforums/Volgrand/1509568/

Ahora disculpadme, pero necesito escuchar varias veces la banda completa de “piratas del caribe” antes de escribir el siguiente capítulo.

Espero que lo hayáis disfrutado. Se agradecen reviews.

Un saludo.
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 6)

Mensaje por horwaith » 08 May 2014, 21:16

Tienes razón que el principio ha sido algo lento, al menos si se tiene en cuenta los anteriores que han estado venga correr para llegar a los sitios, pero no desmerece en su conjunto.

De McDolia: me ha encantado como ha sacado su CM, nunca habría pensado que no la tuviese de principio, como ha sucedido en esta ocasión. Encima, ha decidido ponerse en peligro y sin embargo ha procurado no hacerlo demasiado cuando la situación se ha vuelto en su contra
De Poison Mermaid: Buena aparición y es la clase de aventuras que siempre me encanta leer, un punto de vista sobre todo el mundo pues unos piratas pueden "pasearse" por demasiados lugares. ¡Pandi, quiero leer la historia de Poison Mermaid!”
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 6)

Mensaje por Volgrand » 17 May 2014, 12:01

Recomendación: Poned youtube e id escuchando cíclicamente las canciones "Barbossa is Hungry", "He's a pirate" y "The black pearl" para conseguir una gran ambientación.

Capítulo 7: ¡Al abordaje!
Spoiler:
La tripulación del Relámpago Negro, bajo el resplandeciente sol de medio día, corría de un lado al otro de su embarcación, mientras los remeros se afanaban en proporcionar el empuje que hiciera justicia al nombre de la nave.

—¡Vamos, escorias! —gritaba el capitán, en idioma lobo— ¡Más brío a esos remos! ¡A todo trapo!

El unicornio azul surgió de la bodega y se dirigió al capitán Argul, el cual seguía rugiendo órdenes. Este se giró y miró, ligeramente inquieto, a su cliente.

—Capitán.
—Dark Art, ¿qué quieres? —repondió en Equestriano.
—Creí que esta nave era la más rápida de los Reinos Lobos —dijo el unicornio sombríamente—. Eso es lo que me prometió cuando le contraté, Argul.

El gran lobo negro resopló entre los belfos, exhasperado.

—ES la más rápida —respondió, antes de puntualizar—, cuando tiene el viento a favor. Pero el viento viene a través y no está hinchando las velas.
—Y esos piratas con los que nos cruzamos deben venir detrás nuestro. Le dije que debíamos enfrentarnos a ellos antes de que se encontraran con Aitana Pones.

El aludido se giró rápidamente hacia Dark Art.

—¡Las órdenes en este barco las doy yo! Sólo un estúpido se enfrentaría a La sirena mutilada. Si quieres tener una oportunidad de llegar tú y tu... monstruo a vuestro destino, harías bien en cerrar la bocaza, poni.

El agresivo lobo, tras mantener la mirada al unicornio, se volvió para seguir impartiendo órdenes a su tripulación. Los grifos seguían trabajando en impulsar las velas, pero estos empezaban a estar agotados. Si la Dama Venenosa decidía ir en su caza, era cuestión de tiempo que les atrapara, a no ser que los vientos cambiaran. Argul se dirigió a su contramaestre.

—Colocad cuatro cañones en popa.
—Sí, capitán.

Mientras tanto, Dark Art se dirigió a esa misma zona. El viento hizo volar los rizos blancos alrededor de su cara. Sentía, ligeramente inquieto, el poder de Manresht filtrarse a través de los maderos de la bodega, incluso estando aislado con un sello de contención. Tenía que volver con la hermandad, era primordial para sus planes... pero no había logrado matar a Aitana. Y de algo estaba seguro: la arqueóloga no se rendiría; le daría caza hasta el fin del mundo si era necesario. Suponía que esa poni debía tener una fortaleza mental excepcional. Y, según contaban en Taichnitlán, era capaz de hacer algún tipo de magia oscura. Eso había sorprendido a Dark Art, pues no conocía ninguna forma de hacer que un poni de tierra ejecutara alta magia como la que le habían descrito. Lo que es más, si los testigos decían la verdad, Aitana Pones había usado magia negra y nigromántica. ¿Cómo era posible?

Varios piratas llegaron junto a Dark Art portando cañones, los cuales fueron asidos en la popa junto a un pequeño cargamento de pólvora y munición.

—¡Barco a la vista! —gritó el vigía—. ¡Río arriba, velas blancas! ¡Es La sirena mutilada!

La tripulación se puso automáticamente en marcha, tomando posiciones de combate. Dark Art sonrió mirando hacia el barco que se estaba dibujando en la la lejanía.

—Veamos de qué eres capaz, Aitana.

Después, el unicornio se dirigió hacia su camarote. Tenía que prepararse para el combate.

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—¡Barco a la vista! ¡Velas grises, es el Relámpago negro!
—¡A por ellos, mis sementales!

La capitana Poison Mermaid se mantenía erguida sobre sus patas traseras, sujeta a un cabo mientras impartía órdenes. Sonreía, emocionada ante el combate que se iba a desarrollar, pues no todos los días le encargaban asaltar un interceptor grifo.

—Esto será interesante, teniente High Tide.
—Defina “interesante”, capitana —solicitó el teniente.
—¿Dios mío, Dios mío, vamos a morir?

Mientras ambos reían la broma, Aitana salió junto a Mcdolia de la bodega del barco. El médico del mismo le había vendado las costillas y las múltiples quemaduras que tenía sobre el pelaje. Mcdolia también tenía algunos vendajes, pero estaba en mejores condiciones que la arqueóloga. A pesar de que el río estaba tranquilo, la velocidad del navío hacía que este saltara a la menor irregularidad del agua.

—¿Cuál es el plan, Aitana? —preguntó la yegua roja.
—Saltar al barco enemigo cuando empiece el combate y atacar al nigromante directamente. Si le alcanzamos al cuerpo a cuerpo su magia será bastante inútil.
—Estás muy herida...
—Ya me preocuparé por eso después.

Aitana pareció marearse durante un segundo y se llevó una pezuña a la cabeza. La yegua roja observó cómo la brújula se iluminaba, al igual que los ojos de su amiga, antes de que esta lograra controlar el objeto y rechazar el ataque mental.

—¿Estás bien?
—j*der, hoy no me deja tranquila el muy cabrón.
—No se te ocurra volver a usarlo.

Un par de ponis de tierra salieron de la bodega, cargando un cañón ligero hacia la proa. Tras ellos iba un joven unicornio semental, de pelaje anaranjado y crines rojas que, debido a múltiples quemaduras, tenían una longitud irregular y acababan en carbonizadas puntas negras. El extraño poni se movía rápida y nerviosamente mientras ajustaba el cañón. Cuando estuvo satisfecho, se giró hacia la capitana.

—¡Capitana, estamos listos!
—Muy bien Fire Roar. Apunta al timón, pero recuerda que queremos capturar el barco —remarcó—, NO hundirlo.
—¡Sí, mi capita...!

Un estruendo de cañones desde el barco enemigo acalló al artillero. Poison Mermaid gritó una orden y el timonel giró el timón a toda velocidad. La nave se inclinó con el giro y varias columnas de agua se alzaron donde habría estado hacía un instante. Un tremendo estrépito resonó en el lado de estribor y una explosión sacudió el barco, mandando una deflagración de astillas en todas direcciones.

—¡Maniobras evasivas! —gritó Poison, que ni siquiera se había intentado proteger del impacto—. ¡Fire Roar, apunta a la cubierta de cañones de popa!
—¡Sí, capitana!

Varias figuras aladas, grifos, se elevaron desde el barco enemigo portando mosquetes entre sus garras. Los unicornios de La sirena Mutilada reaccionaron al instante, creando barreras mágicas frente a las velas y al artillero que apuntaba en proa. Las armas fueron disparadas, teniendo un efecto mínimo sobre la tripulación de Poison. Los ponis de tierra alzaron sus propios mosquetes y dispararon a los enemigos, obligándolos a retroceder por sus vidas.

—¡Capitana, tienen cuatro cañones en popa! —gritó un pegaso— ¡Y la munición está al lado!
—Muy bien, queridos, ya sabéis qué hacer.

El contramaestre asintió y repartió órdenes entre sus hombres. Fire Roar, en proa, disparó, pero la bala ni siquiera impactó al barco enemigo, cayendo en el agua. Una nueva salva de artillería fue disparada desde el Relámpago, pero las maniobras del timonel evitaron las balas. Fire Roar volvió a apuntar y disparó, pero la pequeña bala de cañón hizo blanco en la madera bajo los cañones enemigos, causando un daño mínimo. Aitana, exasperada, se acercó mientras luchaba por no caer ante los violentos vaivenes del barco.

—¿Es que no puedes darles, j*der?

El unicornio respondió con una risa entre maníaca y divertida.

—¿Pero qué dices? ¡Yo no he fallado ningún tiro, estaba ajustando el cañón! ¡Traed el “Infierno Líquido”!

Los marineros que le ayudaban a cargar el arma corrieron a una puerta cercana y sacaron una pequeña bala de cañón, cuya mitad superior estaba hecha de cristal, rellena de un líquido azulado. Una nueva salva de cañonazos fue lanzada por el Relámpago negro. Dos balas hicieron impacto en la cubierta, sacudiendo el barco como una coctelera y lanzando algunos marineros al agua. La capitana Poison se mantuvo firme mientras ordenaba lanzar cabos para ayudar a los caídos.

Fire Roar cargó la extraña bala en su arma y apuntó cuidadosamente. La Sirena Mutilada seguía moviéndose con violencia, sin frenar su velocidad un ápice. Una creciente y desquiciada risa surgió del joven semental, mientras acercaba poco a poco la mecha al cañón antes de dispararlo.

Pasó tan solo un instante tras el disparo hasta que la popa del Relámpago Negro se vio envuelta de pronto en una inmensa deflagración de llamas azules. Se pudo escuchar a los lobos gritar de terror y al capitán rugiendo órdenes. Pero de poco sirvió: Con una impresionante explosión, las pocas cargas de pólvora que tenían en cubierta reventaron, destrozando el castillo de popa.

—¡Qué divertido es cuando ponen la pólvora en cubierta!

A pesar de que el sistema del timón había sido destruído, el Relámpago Negro empezó a girar hacia la derecha usando los remos para ello, al tiempo que los ventanucos de la cubierta de cañones eran abiertos.

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—¡Todo a estribor, marineros de agua dulce! ¿Váis a permitir que una poni se atreva a llamarse “La reina de los mares”? —la tripulación rugió un grito de batalla como respuesta, mientras unos pocos apagaban la llamas de popa—. ¡Cargad los cañones! ¡Preparáos para el abordaje!

En medio de ese caos, Dark Art surgió de la bodega cargando un gran baúl de madera con su magia. El capitán lo miró, exasperado.

—¿Se puede saber qué haces?
—Como usted ha dicho, capitán... prepararme para el abordaje.

El unicornio abrió el mueble, mostrando el contenido a Argul, el cual dudó si debía enfadarse o asustarse.

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—¡Cargad los cañones de babor! —gritó Poison— ¡Timonel, a estribor, rodee al enemigo por su proa! ¡Preparáos para el abordaje, mis sementales!

Toda la tripulación se armó con sables, machetes y pistolas. Alguien gritó “a cubierto” cuando los tiradores lobo dispararon sus mosquetes contra la tripulación poni. Aitana y Mcdolia se cubrieron tras la barrera de la borda, mientras los fieles sementales de Poison repondían al fuego de igual manera. Los cañones enemigos aparecieron por los ventanucos.

—¡Ahora, todo a estribor!

El barco se inclinó ante el violento viraje. Por un instante, Aitana y Mcdolia no supieron bien qué estaba pasando. Los ensordecedores estallidos de los cañones del Relámpago negro precedieron a una serie tremendos impactos y crujidos que sacudieron La sirena mutilada. Cuando ambas yeguas alzaron la vista vieron la proa de la nave enemiga justo a la izquierda de su barco, y a Poison Mermaid en pie en el centro de la cubierta.

—¡Todo a babor, lanzad los ganchos!

El timonel obedeció a la orden girando todo a la izquierda. El barco de Poison se puso paralelo al enemigo, en el lado en el que este último no tenía preparados los cañones. Los ganchos fueron lanzados por toda la tripulación y, cuando ambos barcos estuvieron unidos, los cañones de La sirena abrieron fuego. Hubo gritos de terror y dolor dentro de interceptor grifo. El capitán del mismo gritó órdenes en lobo a sus hombres. Poison Mermaid hizo lo propio: sacando la cimitarra de su cinturón alzó el vuelo a poca distancia de cubierta y señaló al interceptor grifo.

—¡Al abordaje! —gritó al tiempo que se lanzaba a la cubierta enemiga, seguida por todos sus sementales. La mayoría saltó al otro barco usando cuerdas para columpiarse, mientras que en el aire los pegasos chocaron violentamente contra los piratas grifo.

Se inició una caótica melee sobre el barco enemigo. Las armas cortas fueron disparadas al principio, pero finalmente solo se podía escuchar el entrechocar de metal contra metal y los gritos de dolor y ayuda de lobos, grifos y ponis. Aitana y Mcdolia se unieron a la misma, luchando por superar a los marineros y encontrar al nigromante.

La fuerza de la carga de la tripulación de Poison hizo que los lobos retrocedieran. El combate parecía ganado, pues los enemigos estaban asustados y diezmados. Pero, de pronto, en medio del calor del combate se sintió un frío helador.

—¡Retroceded! —ordenó el capitán Argul.

Los sementales de Poison siguieron a los lobos y grifos, ignorando el extraño helor, sabedores de que estaban ganando esa contienda. Poison en persona lideró el combate, esperando que el capitán Argul gritara su rendición. Sin embargo, la pegaso pisó algo que la hizo trastabillar; ante su pezuña vio rodar una calavera de poni. De hecho había toda una alfombra de huesos de distintas criaturas cubriendo gran parte de la cubierta... huesos que empezaron a moverse por si mismos.

Cuando se giró vio que, junto a ella, se había formado el esqueleto de un grifo. La criatura alzó su calavera, revelando que como ojos solo tenía un resplandor rojizo en sus vacías cuencas oculares. No emitió ningún sonido al lanzar un garrazo contra Poison, excepto el repicar de sus huesos al moverse. La capitana saltó atrás, evitando el ataque, y golpeó al esqueleto con su cimitarra, destrozándolo.

Docenas de esqueletos se alzaron por doquier, apareciendo incluso en medio de los marineros. Estos gritaron, asustados, y se alejaron de las criaturas. El capitán Argul ordenó cargar, y sus hombres se unieron al combate, haciendo retroceder a la tripulación de La sirena. Por un instante, Poison pensó en ordenar retirada. Pero dos yeguas avanzaron entre sus sementales y atacaron a los no-muertos, destruyendo a dos con certeras coces.

—¡Poison, los esqueletos se destruyen de un golpe seco! ¡Mcdolia y yo nos encargamos del nigromante!
—¡¿Qué nigromante?! ¡Aitana, te voy a matar! ¡Ya habéis oído, mis sementales! ¿Dejaréis que un montón de huesos os detengan?

El terror, ante las palabras de su capitana, dio lugar a un grito de indignación. La batalla se convirtió en una escaramuza en la cual había grupos de ponis, grifos, lobos y esqueletos combatiendo en pequeños grupos allá donde se mirara. Aitana y Mcdolia corrieron a través de los mismos, golpeando algún ocasional no-muerto, en busca de un mismo objetivo.

Lo vieron sobre el castillo de proa: el unicornio azul estaba junto al capitán del Relámpago Negro, el cual seguía impartiendo órdenes. Aitana gritó a Mcdolia que la siguiera y escaló una red hasta subir a un mástil. Desde ahí cortó la cuerda con la daga que ya llevaba enganchada, a modo de espolón, en su pezuña derecha. Mcdolia comprendió lo que pretendía su amiga y se agarró de otro cabo.

—Aitana, estás loca, ¿lo sabías?
—Qué quieres que te diga, demasiadas novelas de piratas.

Ambas saltaron al mismo tiempo, columpiándose con sus cuerdas hacia el castillo de proa. El unicornio las vio venir y, al tiempo que gritaba, cargó un hechizo en su cuerno; el capitán Argul alzó una pistola. Mcdolia fue la primera en saltar sobre el lobo negro, quitándole el arma con el impacto e iniciando un combate cerrado con él.

Aitana saltó un instante después, al tiempo que asía su látigo con la pezuña y lanzaba un latigazo al unicornio. Un ensordecedor chasquido sonó junto a la cara del nigromante, sin dañarlo, pero desconcentrándolo durante un instante. Aitana cayó sobre la cubierta y rodó, evitando el hechizo, para levantarse y encarar a su enemigo. El nigromante la miraba, con la magia crepitando en su cuerno. Y, al fin, Aitana pudo ver su Cutie Mark: una daga con el reflejo de un ojo verde.

—Aitana Pones... debí haber insistido en que te mataran en el desierto.
—¿Quién eres, nigromante?

El unicornio rió por lo bajo.

—Soy un servidor del verdadero señor del mundo. Pero eso no importa, pues pronto morirás, arqueóloga.
—¿En serio? —respondió la aludida, poniéndose en guardia—, ¡aquí me tienes, hijo de p*ta!

Dark Art descargó su magia, creando una ola de muerte frente a él. Aitana corrió a un lado y saltó, esquivándola. Ignorando el dolor que recorría su cuerpo, se levantó y cargó hacia el unicornio, el cual retrocedió. La arqueóloga no dudó en lanzarse adelante e intentar apuñalar a su enemigo; sabía que si le daba la oportunidad podía matar a todos los presentes con un solo conjuro. Viéndose superado por la poni marrón, Dark Art corrió hacia atrás y saltó a la cubierta inferior, donde la caótica melee entre lobos, grifos, ponis y esqueletos estaba teniendo lugar.

Aitana bajó tras él, pero el nigromante hizo que dos esqueletos se lanzaran sobre la arqueóloga portando machetes en sus mandíbulas. La poni esquivó los ataques rápidamente y, en cuanto tuvo una oportunidad, dio una coz a uno de los esqueletos, destrozándolo. Repitió el proceso, librando el camino frente a ella hasta el nigromante, el cual estaba a punto de lanzar un conjuro. Aitana vio un barril lleno cerca de ella y corrió para cubrirse tras el mismo. Dark Art no se dio cuenta de la maniobra, y su hechizo impactó de lleno contra el barril, el cual explotó en una deflagración de vapor.

Aitana corrió con todas sus fuerzas, agarrándose a un cabo suelto y saltando a través de la nube de vapor. Se soltó de la cuerda y se preparó para apuñalar al nigromante en su caida, pero un reflejo a su lado la hizo cambiar su ofensiva a una defensa: una cimitarra surgió de la nada, lanzándose contra ella. Aitana interpuso su daga en la trayectoria del arma, desviándola en el último segundo. La daga fue arrancada de sus correas, y la arqueóloga perdió el equilibrio en el aire, cayendo pesadamente contra el suelo; la yegua gritó al sentir un doloroso crujido en sus costillas.

Antes de que Aitana lograra levantarse, Dark Art soltó la cimitarra de su agarre mágico y cargó nuevamente su magia. La yegua rodó instintivamente hacia un lado, evitando un rayo verdoso que impactó donde hacía un instante habría estado ella. El nigromante lanzó hechizo tras hechizo, sin dar oportunidad a la arqueóloga a recuperarse. Aitana siguió rodando a un lado y al otro, esquivando los hechizos por su vida; la madera donde caían los mismos estallaba en llamas oscuras antes de marchitarse a toda velocidad, como si envejeciera varias décadas en un instante. De pronto se escuchó un gran impacto seguido de una maldición del nigromante, y la mortal lluvia mágica remitió. Aitana no se demoró en ponerse en pie.

Frente a ella, Mcdolia, que se había librado de alguna forma del capitán lobo, se hallaba enzarzada en una cerrada lucha con Dark Art. El unicornio retrocedió algunos pasos y su cuerno refulgió con furia; la yegua roja se vio impulsada hacia atrás por una fuerza invisible, cayendo junto a Aitana, a la cual le dedicó una rápida mirada.

—¿Indefenso en el cuerpo a cuerpo, decías?
—Eso esperaba —respondió la arqueóloga, mirando una creciente mancha roja en sus vendajes—. Vamos por los lados, no le demos oportunidad.

Mientras la capitana Poison ordenaba a sus sementales retroceder, al verse superados por los esqueletos y los marineros del Relámpago, Aitana y Mcdolia rodearon al nigromante y cargaron contra él. El cuerno de este refulgió brevemente y, con una pequeña explosión, se teletransportó a la espalda de las dos yeguas. Volvió a conjurar, sintiendo el oscuro poder de la magia negra fluir por su cuerpo y escogió a su objetivo.

Aitana se giró a toda velocidad cuando el nigromante desapareció, y lo encontró conjurando contra ella. La magia cubrió su mente, intentando sumirla en la locura. La arqueóloga sacudió la cabeza, intentando no prestar atención a todos los momentos terribles que había vivido y que estaba rememorando en contra de su propia voluntad. Normalmente habría aguantado un conjuro así sin mayores problemas. Normalmente habría seguido su carrera para acabar con el nigromante.

Pero Kolnarg notó el momento de debilidad de su portadora.

Mcdolia siguió corriendo hacia el nigromante, pero un lobo se puso en su camino. Logró golpearlo en el costado, sacándolo de su camino, pero en ese momento notó que estaba sola. Miró hacia atrás: Aitana estaba quieta, con los ojos cerrados. La sangre que empapaba sus vendajes goteaba sobre la cubierta. Una antinatural y cruel sonrisa cruzó su rostro, y cuando alzó la mirada pudo verse que sus pupilas se habían tornado grises. El pelaje sobre su cuerpo se oscureció, cubierto por una sombra translúcida. La poseida yegua miró alrededor y empezó a murmurar unas palabras arcanas, al tiempo que un intangible cuerno negro se formaba sobre su cabeza. Dark Art observó el fenómeno, alucinado.

—¿Cómo está haciendo eso?

Pero el nigromante se sobresaltó al notar una magia afectar a sus marionetas nigrománticas. Los esqueletos dejaron de luchar, y al poco se giraron contra ponis, lobos y grifos por igual. Dark Art se concentró, intentando mantener el control sobre sus no-muertos, sin éxito.

—¡No es posible, una poni de tierra no puede hacer esto! ¡Es imposible!

Mcdolia intentó atacar a Dark Art para poder ayudar a su amiga sin otros peligros a la vista. Pero Kolnarg había visto la cercanía de la yegua roja y, tomándola por una amenaza, hizo que varios esqueletos la atacaran a la vez. Mcdolia esquivó varios garrazos y golpeó a uno de los seres, destruyéndolo. Pero en muy poco tiempo, los huesos empezaron a reformarse y el esqueleto se alzó nuevamente. Los marineros de ambas tripulaciones, al ver un enemigo común, aunaron fuerzas contra el mismo.

Un grifo vio lo que Aitana estaba haciendo y se lanzó en picado contra ella. La yegua lo vio venir, se giró y alzó una pezuña al tiempo que el fantasmal cuerno refulgía oscuridad sobre ella. Por alguna razón, el grifo pareció perder el control y cayó pesadamente contra la cubierta. Con la cara descoyuntada por la desesperación, se agarró el pecho con una garra, intentando hacer que su corazón volviera a latir.

Mcdolia observó aterrorizada a su amiga. Dark Art conjuró una barrera mágica para protegerse. Kolnarg, habiendo tomado el control de su portadora, se volvió hacia los vivos que le rodeaban, dispuesto a dar rienda suelta a todo su poder.

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NOTA DEL AUTOR:

Bueno, bueno, las cosas se ponen feas para nuestras amigas. Bienvenido al mundo de los vivos, Kolnarg.

Como siempre, se agradecen muchísimo críticas, reviews, favs y follows. Espero que disfrutéis de este capítulo. Si queréis ambientación musical, lo he escrito escuchando a todo trapo la banda sonora de Piratas de Caribe, en concreto y por orden: "Barbossa is Hungry", "The Black Pearl" y "He's a Pirate".

Por cierto, aquí hay un pedazo de guiño a una gran película nada relacionada con Piratas de Caribe. A ver quién lo ve.

Un saludo y hasta la próxima.
Espero que lo hayáis disfrutado. Se agradecen reviews :).
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 7)

Mensaje por McDohl » 21 May 2014, 22:50

Capítulo intenso no, lo siguiente.
Spoiler:
Me encanta como combinas varios estilos en una misma historia: hemos pasado de los entresijos de una antigua tumba a un puro abordaje pirata casi sin tiempo a parpadear. Sigues con tu estilo de dejarnos con la miel en los labios deseando que salgan mas y mas episodios y la trama parece que sufre una vuelta de tuerca mas, por si eso parecía no ser posible. Los personajes que ahora ganan mas tiempo en escena, Poison Mermaid y Dark Art, son interesantes a la par que intrigantes, ya que es obvio que hay mucho mas detrás de lo que nos muestras.
Gran trabajo y ya con ganas de leer el siguiente. ¿Concluirá la aventura o todo dará un nuevo vuelvo? No puedo esperar a saberlo :D
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 7)

Mensaje por Volgrand » 21 May 2014, 23:27

[quote="McDohl";p=178510]Capítulo intenso no, lo siguiente.
Spoiler:
Me encanta como combinas varios estilos en una misma historia: hemos pasado de los entresijos de una antigua tumba a un puro abordaje pirata casi sin tiempo a parpadear. Sigues con tu estilo de dejarnos con la miel en los labios deseando que salgan mas y mas episodios y la trama parece que sufre una vuelta de tuerca mas, por si eso parecía no ser posible. Los personajes que ahora ganan mas tiempo en escena, Poison Mermaid y Dark Art, son interesantes a la par que intrigantes, ya que es obvio que hay mucho mas detrás de lo que nos muestras.
Gran trabajo y ya con ganas de leer el siguiente. ¿Concluirá la aventura o todo dará un nuevo vuelvo? No puedo esperar a saberlo :D[/quote]

Gracias Mcdohl. Aunque sabes bien que estos cambios son culpa de Pandora, que la jodía ha hecho crecer mi mundo espectacularmente. Y cada vez que roleo con ella (entre Aitana y Poison Mermaid) el mundo crece más. ¡Pandora, te odio! ¡Sigue escribiendo, jodía!
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 7)

Mensaje por Pandora » 22 May 2014, 09:24

[quote="Volgrand";p=178522][quote="McDohl";p=178510]Capítulo intenso no, lo siguiente.
Spoiler:
Me encanta como combinas varios estilos en una misma historia: hemos pasado de los entresijos de una antigua tumba a un puro abordaje pirata casi sin tiempo a parpadear. Sigues con tu estilo de dejarnos con la miel en los labios deseando que salgan mas y mas episodios y la trama parece que sufre una vuelta de tuerca mas, por si eso parecía no ser posible. Los personajes que ahora ganan mas tiempo en escena, Poison Mermaid y Dark Art, son interesantes a la par que intrigantes, ya que es obvio que hay mucho mas detrás de lo que nos muestras.
Gran trabajo y ya con ganas de leer el siguiente. ¿Concluirá la aventura o todo dará un nuevo vuelvo? No puedo esperar a saberlo :D[/quote]

Gracias Mcdohl. Aunque sabes bien que estos cambios son culpa de Pandora, que la jodía ha hecho crecer mi mundo espectacularmente. Y cada vez que roleo con ella (entre Aitana y Poison Mermaid) el mundo crece más. ¡Pandora, te odio! ¡Sigue escribiendo, jodía![/quote]

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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 7)

Mensaje por Volgrand » 22 May 2014, 20:09

Capítulo 8: "La hermandad de la sombra"
Spoiler:
La poseída Aitana miró hacia el cielo al tiempo que su fantasmal cuerno se iluminaba. La luz disminuyó, como el cielo se hubiera nublado. Pero lo que eclipsaba el sol no era una nube.

Primero se escuchó un potente zumbido que creció rápidamente de intensidad. Un enjambre de moscas y tábanos apareció sobre el barco y se lanzó sobre lo marineros. Estos gritaron, aterrorizados, intentando librarse de las dolorosas picaduras. El teniendo High Tide gritó “¡Viento!”, y varios pegasos y grifos alzaron el vuelo, creando una ráfaga para repeler a los insectos. Pero estos volvían a cerrarse sobre sus objetivos a la menor oportunidad. Los unicornios de Poison se unieron al intento de desviar el enjambre

Dark Art retrocedió y canalizó su magia, lanzando un rayo negro hacia la yegua poseída Esta no pareció percatarse del ataque, pero cuando iba a impactar una barrera mágica se hizo visible a su alrededor, desviando el proyectil. Aitana se giró hacia el nigromante.

Kaltig marak matnur? Part, marak KOLNARG marae!
—¿Kolnarg? —repitió Dark Art, al ser la única palabra que había entendido.

El lich que poseía a la arqueóloga empezó a conjurar usando el antiguo idioma, con una voz grave sobreponiéndose a la de Aitana. Esferas negras se formaron de la nada y orbitaron en torno a su conjurador, mientras más y más se unían a la danza. Dark Art conjuró sus defensas, pero no tardó en darse cuenta de que no iba a poder resistir semejante poder.

Las esferas giraron a toda velocidad antes de salir proyectadas hacia el unicornio azul, trazando amplias parábolas que convergían en el mismo objetivo. Dark Art conjuró en el último instante, y una explosión de muerte cubrió la zona donde estaba. Cuando se disipó, del nigromante no quedaba ni rastro.

Mcdolia había visto lo ocurrido, pero los constantes ataques de los esqueletos no la dejaban acercarse. En medio del combate se vio luchando codo con codo junto a Poison Mermaid.

—¡¿Qué le pasa a Aitana?! ¡¿Está haciendo magia?! ¡¿Y dónde está el nigromante?!

En ese momento, la arqueóloga, todavía poseída, avanzaba con una cruel sonrisa, mientras dirigía a los esqueletos en el combate.

—Está.... ¡dominada! —mintió Mcdolia—. ¡Dominada por el nigromante!

Un lobo se libró de la pelea contra los esqueletos y cargó contra la yegua marrón. Esta lo miró, sin dejar de sonreír y conjuró. El lobo se detuvo y gritó, derrumbándose al tiempo que el pelaje de su cuerpo se volvía completamente blanco. Una vez en el suelo, su cuerpo se consumió hasta convertirse en cenizas que fueron arrastradas por el viento. Poison Mermaid voló hacia atrás y gritó:

—¡Dadme un mosquete, rápido!

Uno de sus sementales obedeció la orden al instante, lanzándole el arma solicitada. La pegaso la atrapó en el aire y voló hasta un palo de su propio barco. Con calma y destreza sacó una extraña bala de sus zurrones junto a una carga de pólvora. Cargó su mosquete y presionó el contenido mientras colocaba una mecha.

—¡Pero qué hace!

Mcdolia no podía permitir que mataran a Aitana, ¡no era culpa suya! ¡Estaba poseída! Corrió hacia atrás, saltando al barco de Poison y buscó las cuerdas que necesitaba escalar para subir hasta la capitana.

Poison Mermaid terminó de presionar la pólvora, se posicionó sobre el palo y alzó el mosquete, apartando mechones azules y turquesa de su cara con un movimiento de cabeza. Aitana seguía avanzando hacia los marineros, hablando en un idioma que Poison no entendía, pero que no auguraba nada bueno. Apuntó con cuidado, solo tenía un disparo.

—¡Poison, no lo hagas! ¡Está poseída!

La capitana ignoró el ruego de Mcdolia. Aitana se acercó a los marineros, pero el teniente High Tide ordenó retirada, orden que fue obedecida por ambas tripulaciones. Los esqueletos formaron una linea que cargó contra todo ser vivo frente a ellos. Poison ajustó su disparo, corrigiéndolo según los movimientos de los barcos y la fuerza del viento. El enjambre de tábanos volvió a cerrarse sobre los marineros, a pesar de los continuos esfuerzos de pegasos y grifos por repelerlos. Poison agarró con su pezuña izquierda la palanca del disparador, y respiró hondo, calmando el temblor natural de su pulso.

—¡No!

Mcdolia observó desde abajo, impotente, cómo la detonación surgía del arma de Poison. Miró hacia Aitana, rezando por no verla caer abatida al momento. Sin embargo, no fue una explosión de sangre lo que ocurrió: una nube verdosa se formó de la nada sobre la cara de la arqueóloga. Esta se sacudió y dio un traspiés hacia atrás, parpadeó un par de veces... y cayó inconsciente. La sombra que la cubría siguió rodeándola durante unos segundos, pero finalmente se disipó.

Poison Mermaid levantó su arma y observó cómo los esqueletos, tras unos momentos, caían al suelo como pequeñas montañas de huesos de distintos tamaños. Los tábanos, tras un nuevo golpe de viento, se dispersaron y no regresaron. La capitana de La sirena mutilada miró sonriente a la alterada yegua roja.

—Vamos, querida, ¿de verdad creíste que iba a matarla? ¿Y quién iba a pagarme mis honorarios, entonces?
—Oh... gracias.

Hubo un repiqueteo de metal sobre madera. Toda la tripulación del Relámpago negro había lanzado sus armas al suelo y el contramaestre, un grifo de plumas doradas y pelaje marrón, gritó:

—¡Capitana Poison Mermaid, nos rendimos!

La aludida saltó del palo y voló hasta la cubierta para empezar a repartir órdenes a sus hombres.

—Buen trabajo, queridos. Atended a los heridos, también a Aitana Pones. Ayudad a los que hayan caído por la borda y recuperad lo que habíamos venido a buscar y cualquier cosa de valor.

Mcdolia llegó tras la capitana y escuchó la última orden.

—Eh, sí. Es una caja de metal con unos símbolos arcanos encima, dile a tus hombres que no los alteren.
—Claro, querida —dijo Poison con una sonrisa—. Ya habéis oído a nuestra pasajera. Teniente High Tide...
—¿Sí, capitana?
—Apresad a Mcdolia.

Antes de que la yegua roja pudiera reaccionar, media docena de ponis se echaron sobre ella y la amarraron de pezuñas a cabeza.

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Aitana se encontraba fatal. Fatal era poco: estaba débil, muy débil. ¿Qué había ocurrido? Se sentía como si le hubiera pegado una paliza, después hubiera corrido una maratón y le hubieran pegado otra paliza. Sentía la cabeza increíblemente pesada y le costaba respirar. De hecho, le dolían las costillas, y mucho. ¿Qué demonios había ocurrido? Intentó moverse pero sintió que algo se lo impedía.

—¡Se está despertando!

Escuchó un montón de movimiento frente a ella. Abrió los ojos, que habían recuperado su tono verdoso original. El mundo estaba totalmente desenfocado, y la cabeza le daba vueltas. Pero poco a poco pudo ir distinguiendo las figuras de casi veinte ponis frente a ella. Estaban en la cubierta de un barco y el sol brillaba con fuerza.

Los sementales de Poison fueron definiéndose a los ojos de Aitana, y entonces observó que todos ellos portaban mosquetes... y le estaban apuntando. Intentó moverse, pero se dio cuenta de que estaba atada al mástil principal de la embarcación. Frente a ella, en el palo menor, estaba también Mcdolia, atada de igual forma y amordazada. Poison estaba frente a sus hombres, apuntando a la arqueóloga a su vez.

—¡Poison, ¿qué cojones haces?! —jadeó—. ¡Suéltanos!
—Lo siento, querida, pero no voy a correr riesgos —respondió la capitana—. Dime, Aitana, ¿dónde nos conocimos?
—¿A qué viene esa pregunta? ¡Lo sabes perfectamente, j*der! ¡Suéltanos!

Poison dudó durante unos instantes; después le entregó su arma a otro marinero y se acercó a la inmovilizada yegua. Cuando estuvo a poco distancia de Aitana, desenfundó su sable.

—Creo que no lo has entendido, querida. Antes has atacado a mis hombres, y por suerte para ti no tuvimos que lamentar ninguna baja. Sería una capitana pésima si me arriesgara a que algo así ocurriera nuevamente.

La yegua de crin turquesa levantó su sable y lo colocó sobre el cuello de la arqueóloga.

—Responde, ¿dónde nos conocimos, cuándo, y para qué?

Aitana tragó saliva. Mcdolia intentó gritar, aunque sus gritos quedaron ahogados en quedos gemidos debido a la mordaza.

—Nos conocimos en Phillidelphia —respondió rápidamente, aunque tenía que detenerse por momentos porque se quedaba sin aire—, hace unos tres meses. Contacté contigo a través del barman del “Cordero degollado”, buscaba alguien para un trabajo y me dijo que tú eras la mejor. Te entregué el mapa para encontrar el Cetro dorado del Alicornio, el cual me entregaste hace un mes y medio en la taberna “El Manehattanés errante”, donde tuvimos una pelea contra unos tipos que creyeron que te podían robar. Te pagué exactamente 15200 bits por tus servicios, y cuando me viste me dijiste que “vaya cambio de look” porque iba teñida de rojo para que no me reconocieran. Y que el sombrero de paja me quedaba fatal. Y me diste tu polvo alquímico violeta para mandarte un mensaje si tenía otro trabajo. Ahora, ¿puedes soltarnos?

La capitana mantuvo el arma en su sitio, mirando a Aitana fijamente a los ojos. Finalmente bajó el sable y sentenció:

—Es ella. Soltadlas y atended adecuadamente sus heridas.

Aitana cayó pesadamente al suelo en cuanto las cuerdas que la sostenían fueron retiradas. Se miró al costado y lo que vio la dejó impactada: una impresionante herida, digna de ser estudiada en una clase de anatomía, se abría en el mismo. La sangre empapaba todo su pelaje, formando un pequeño charco bajo ella. El médico de La sirena llegó a su lado y empezó a tratarla.

—Ssep, tienes tres costillas rotas y una de ellas salió hacia afuera, tuve que ponerte una cataplasma para parar la sangre y bloquear el agujero para que siguieras respirando. ¿Cómo pudiste seguir combatiendo así?
—No... no sé... —respondió la arqueóloga, dejando caer su cabeza sobre la cubierta—. Adrenalina, supongo. No... no puedo respirar.
—Nah, no te preocupes, que esto no es nada.
—¡Aitana!

Mcdolia, que había sido liberada, galopó hasta el lado de su amiga.

—¿Cómo estas?
—Bien. Me... ¿me poseyó? j*der... fui una idiota.
—Pero todo está bien. Tenemos el sarcófago.
—Menos mal...¡AARG!

Con un sonoro crujido, el médico recolocó algo en el pecho de Aitana, haciendo que esta gritara por el horrendo dolor.

—¡Lista!
—Menos mal... —suspiró Mcdolia.
—No, digo que lista la primera costilla. Quedan dos más por re-colocar
—¡Es... espera! —suplicó Aitana—. ¡Que alguien me dé ron, j*der!
—¿Ron? No, aquí solo tenemos zarzaparrilla. ¡Traed una botella!

A varios metros de la truculenta escena, el teniente High Tide se acercó a Poison Mermaid.

—Capitana, ¿no debería darle a la pasajera algo para el dolor? Su calmante alquímico es mejor que la caricia de una madre.

La yegua de pelaje añil miró, desde la distancia, cómo Aitana pegaba un buen lingotazo de licor preparándose para afrontar las curas del médico.

—No, déjala. Si se desmaya del dolor entonces le daré un calmante.

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Un unicornio azul surgió de las aguas del Narval y nadó hasta la orilla. Cuando hizo pie, Dark Art se sacudió las blancas crines que llevaba pegadas a los ojos. Los dos barcos pirata se alejaban río abajo. El combate había terminado hacía unos minutos y, evidentemente, habían logrado detener a Aitana Pones de alguna forma. Él se había visto obligado a tele-transportarse para huir de su furia, pero calculó mal y acabó cayendo al agua a casi doscientos metros de su barco.

Pero había algo que lo perturbaba: no era el hecho de que Aitana pudiera ejecutar alta magia negra como esa. Ni siquiera que hablara en un idioma muerto: era el nombre que había pronunciado.

—Kolnarg...

En la hermandad se sabía que los arqueólogos, entre ellos Aitana Pones, habían acudido a algún lugar de Egiptrot hacía unos años para acabar con el ancestral lich. Pero nadie sabía qué había ocurrido ahí exactamente: solo se sabía que el poder de ese ser desapareció, por lo que supusieron que los arqueólogos habían tenido éxito en su misión. Pero esto... cambiaba las cosas.

—Así que esto es lo que pasó, Kolnarg está ligado a Aitana Pones.

Dark Art echó a andar río abajo. No sabía cuánto tardaría en llegar a alguna ciudad para encontrar un transporte de vuelta a Equestria. Había perdido a Manresht, pero a cambio tenía localizado al lich más poderoso de todos los tiempos. Y esa era una información muy importante para los planes de la Hermandad de la Sombra.

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Hacía unas horas que La sirena mutilada había superado la desembocadura del río, junto a Taichnitlán, y ahora se dirigían sobre aguas tranquilas hacia Manehattan. Habían tenido que sobornar a algunos miembros de la guardia, los cuales se mostraron más que deseosos de librarse de un poco de trabajo para controlar los cientos de refugiados que habían llegado desde el sur. Por lo que pudieron escuchar, al parecer la terrible plaga que había asolado los Reinos Lobo había remitido, y el ejército se estaba encargando de dar caza a los zombis ígneos que habían sobrevivido.

Llegada la noche, la tripulación se reunió para cenar y abrir unas cuantas botellas de zarzaparrilla. La capitana no acudió, ya que estaba ocupada haciendo cuentas de los daños sufridos para calcular a cuánto ascenderían sus honorarios. Alguien llamó a la puerta de su despacho.

—Adelante.

Aitana Pones entró en la sala, caminando lentamente. Firmes vendajes cubrían su pecho en su totalidad, limpios de todo resto de sangre. Poison sonrió cortésmente, que no sinceramente.

—Veo que nuestro médico ha hecho un buen trabajo contigo, querida. Me alegra verte caminar por tu propia pezuña.
—Sí, es bueno el jodío —dijo la yegua marrón, sentándose dolorosamente en una silla—. Pero j*der, no veas lo que duele.
—Es lo que tiene correr riesgos innecesarios —respondió la capitana levantando la vista de los papeles que tenía sobre el escritorio—. ¿Podremos tener una noche tranquila, al menos? Tú y tu compañera tenéis que descansar, o no os curaréis en la vida.
—Sinceramente, soy inútil en alta mar. De tener una noche tranquila tendrás que encargarte tú.

Aitana paseó la vista por la estancia, deteniéndose en un enorme arcón que había en la misma.

—¿La caja de metal está segura? Es primordial que no se abra.

Poison se levantó de la silla y paseó por la habitación hasta el mismo arcón.

—Tendrían que pasar por encima de mi cadáver —dijo, acariciando la tapa del mueble—. Y ni aún así conseguirían llevársela.
—No me engañaron cuando me dijeron que eras la mejor —sonrió la yegua marrón—. Si no llegas a venir habría sido un desastre que ni te imaginas.

Poison resopló visiblemente, levantando su flequillo bicolor, y caminó de vuelta a su silla.

—Pues claro que soy la mejor. No todos los piratas ganamos nuestra fama por habladurías, los habemos que ganamos nuestra fama por méritos reales.
—No hace falta que lo jures, Poison. Ahora solo espero que no me lleves a la p*ta ruina con tu factura —añadió Aitana, bromeando.
—Ya veremos... Puede que te haga el descuento para amigos y familiares si llegamos todos de una pieza a casa. Y tú entras en el paquete de "todos"
—Bueno, no creo que pase nada más durante el camino. No creo que nadie sepa lo que ha ocurrido, realmente —la arqueóloga se estiró ligeramente y se levantó—. Ah bueno, creo que me iré a dormir. En otra ocasión quizá buscaría compañía con alguno de tus sementales, pero hoy no me veo en condiciones —Aitana parpadeó un par de veces—. Nunca creí que diría algo así...

La poni se dirigió a la puerta. Antes de que llegara, Poison se levantó rápidamente y se interpuso en su camino, mirándola seriamente.

—Antes de irte, querida... Me gustaría saber qué demonios ha pasado ahí fuera contigo. Y no me digas "nada" o "estaba siendo controlada por Dark Art" porque sé perfectamente que estabas poseída
—No lo entenderías, Poison —respondió, visiblemente inquieta—. Es un efecto secundario de una... expedición, por así decirlo.

Poison Mermaid rió con sorna.

—De efectos secundarios de expediciones también puedo hablarte yo, querida —dijo, girando la cabeza y mostrando su oreja izquierda, rota y mutilada—. Has estado jugando con magia negra, ¿no? Una magia antigua y oscura...
—¡Qué co*o dices! Yo no he jugado con magia negra.
—Querida, no intentes engañarme. Si no fuera eso, las balas especiales que usé contra ti no te habrían afectado en absoluto.

Aitana se sorprendió, ya que no esperaba que una capitana pirata supiera tanto sobre magia negra. Y menos aún sobre cómo contrarrestarla.

—No, no he estado “jugando” con magia negra, ¿es que tengo cara de loca? ¡Vale, no respondas a eso! —añadió rápidamente—. Lo que pasa es que... me dedico a cazar magia negra, para entendernos.

Poison ató cabos rápidamente.

—Entonces... ¿la fiebre infernal de los Reinos lobos...?
—Sí. Nosotras la hemos detenido.

La capitana pareció bastante sorprendida por la revelación. Esta yegua le caía francamente mal, pero tenía que reconocer que no muchos serían capaces de enfrentarse a la cosas que ella combatía, de eso no había duda. Se fijó en la fina cadena que rodeaba su cuello y se perdía entre los pliegues del chaleco, pero decidió no indagar al respecto.

—¿Y aún sigues viva? Eres más dura de pelar de lo que creía —Poison se acercó a uno de los arcones y sacó varias botellitas del mismo—. Espera un momento, voy a prepararte algo.
—Eh... vale, cojonudo.

La pegaso añil empezó a trabajar rápidamente, pasando de una pequeña mesa de alquimia a distintos cajones de los cuales sacaba ingredientes a cada cual más pintoresco que el anterior. Aitana no pudo entender qué hacía, solo la vio mezclar mil cosas diferentes en un frasco de cristal y ponerlo sobre unas velas. La mezcla empezó a hervir, adquiriendo un tono violáceo. La exploradora se sorprendió al ver cómo el líquido empezaba a brillar ligeramente. Poison retiró el frasco del fuego y vertió el contenido en un pequeño bote que cerró antes de dárselo a Aitana.

—Este brebaje me enseñaron a prepararlo unos grifos a los que les devolví un tótem sagrado que les habían robado. Sirve para proteger la mente y el cuerpo en una posesión, en el caso de que no se pueda evitar; en otras palabras, te hace consciente de que estás siendo poseída. Nunca he tenido que usarla para mí misma
—Hostia. Muchas gracias, Poison —respondió Aitana mientras guardaba el bote—. Me será muy útil.
—Cuando lleguemos a puerto te daré la receta para que puedas prepararte más, aunque los ingredientes son muy escasos. Vete a descansar, Aitana, todavía nos quedan dos semanas de viaje hasta Manehattan.

La capitana volvió a su escritorio donde siguió haciendo cuentas. Aitana se despidió y salió del mismo, dirigiéndose a su litera. Mcdolia dormía junto a la misma, pero abrió los ojos cuando la arqueóloga se acercó.

—¿Todo bien?
—Perfectamente. Al final todo ha salido de p*ta madre.

La yegua roja se incorporó. Tenía varias vendas sobre sus patas y cabeza, y un montón de apósitos que tapaban distintas heridas leves en todo su cuerpo. Pero, en general, estaba en buenas condiciones.

—¿Qué piensas hacer con Manresht?
—Mi padre me ayudará. Abriremos la caja dentro de un círculo de contención y dejaremos que la magia que lo mantiene con vida se extinga.
—¿De verdad hay que... matarlo, Aitana? —preguntó Mcdolia en voz baja—. ¿No hay ninguna otra posibilidad?

La yegua marrón se tumbó, no sin dificultades, en su hamaca y se tapó la cara con el sombrero.

—No. Solo los dioses y semidioses pueden vivir eternamente. Cualquier otro que lo haga sencillamente es un ser malvado por naturaleza.
—Todo el mundo puede cambiar.
—Aj, j*der Mcdolia, mira que eres idealista. Incluso aunque así fuera, Manresht debería haber muerto hace más de mil años. No hay nada que hacer por él, solo dejar que el señor de las estrellas juzgue su alma cuando muera.

Mcdolia guardó silencio durante unos minutos, apenada porque Aitana tenía razón en que no había nada que hacer por Manresht. Pero algo le había llamado la atención.

—¿Eres religiosa? No me lo pareciste cuando te conocí.
—Je, religiosa no es la palabra —Aitana levantó su sombrero y miró a su amiga con media sonrisa—. No tengo fe, Mcdolia, pero hay cosas que me indican que los titanes, los que crearon el mundo a partir del Caos primordial, sí que existen.
—¿Qué cosas?
—Bueno, para empezar la magia rúnica: si no invocas las bendiciones de Imperator Stellarum, Mater Luminis, y Pte Ska Win, los sellos de contención sencillamente no funcionan, a no ser que seas un unicornio y los alimentes con tu propia magia. Aparte de que todas las religiones existentes...
—¡Eh, princesitas! —gritó un semental—. ¡A hablar de teología os vais a cubierta, que intentamos dormir!

Mcdolia se disculpó y volvió a tumbarse. Aitana se cubrió el rostro y se durmió en pocos minutos. Por primera vez en semanas pudo dormir relajada, sin el enorme peso de la responsabilidad recayendo sobre sus hombros.

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NOTA DEL AUTOR:

Fin del capítulo ocho.

Estamos a punto de acabar la primera parte de “Aitana Pones”, falta un capítulo, o un capítulo y epílogo, aún no lo he decidido.

Si aún os lo preguntáis, pronto sabréis qué demonios es el famoso 'Cetro dorado del alicornio' (que no es el Twicane :P), y para qué piensa utilizarlo.

Oh, y por supuesto tendréis la primera pista de lo que ocurrirá en el siguiente libro de la trilogía: “Aitana Pones 2: La tumba del norte”.

Agradecimientos a Pandora por su grandioso personaje Poison Mermaid y su tripulación (en serio, cada vez que roleo con ella el mundo de Aitana crece más). A Quisco Mcdohl por su personaje Mcdolia y por ayudarme a escribir las confrontaciones entre esta y Aitana. Es curioso cómo estos dos personajes son tan contrarios y, a la vez, tan complementarios.

Los nombres de los dioses los saco de la mitología del autor Kolbjorn en su historia “Armonía”. Aunque nuestros universos son diferentes, su mitología me gusta tanto que tuve que hacerle un guiño en mis fics.

Un saludo y gracias por aguantarme. Próximo capítulo en breve.
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 8)

Mensaje por McDohl » 22 May 2014, 20:49

De nuevo tensión por un tubo.
Spoiler:
Poison Mermaid se está ganando a pulso un altar, momento WTF del mástil incluido. Después de tanta acción por todos los lados, se agradecía una segunda parte del episodio ya mas relajada, pese al teaser que has dejado y que sin duda dará que hablar. Es una lástima que se acerque ya el fin, pero ha sido un viaje que ha merecido mucho la pena. Y gracias a ti por elegir a Macdolia como compañera de aventuras :)
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 8)

Mensaje por agustin47 » 22 May 2014, 20:57

Como ya te he dicho esta tarde, me ha gustado mucho.
Los milagros no son gratuitos.

La ignorancia a veces puede significar felicidad, y en este caso, la nuestra resulta ser una verdadera bendición.


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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 7)

Mensaje por Pandora » 23 May 2014, 17:45

[quote="Volgrand";p=178697]Capítulo 8: "La hermandad de la sombra"
Spoiler:
La poseída Aitana miró hacia el cielo al tiempo que su fantasmal cuerno se iluminaba. La luz disminuyó, como el cielo se hubiera nublado. Pero lo que eclipsaba el sol no era una nube.

Primero se escuchó un potente zumbido que creció rápidamente de intensidad. Un enjambre de moscas y tábanos apareció sobre el barco y se lanzó sobre lo marineros. Estos gritaron, aterrorizados, intentando librarse de las dolorosas picaduras. El teniendo High Tide gritó “¡Viento!”, y varios pegasos y grifos alzaron el vuelo, creando una ráfaga para repeler a los insectos. Pero estos volvían a cerrarse sobre sus objetivos a la menor oportunidad. Los unicornios de Poison se unieron al intento de desviar el enjambre

Dark Art retrocedió y canalizó su magia, lanzando un rayo negro hacia la yegua poseída Esta no pareció percatarse del ataque, pero cuando iba a impactar una barrera mágica se hizo visible a su alrededor, desviando el proyectil. Aitana se giró hacia el nigromante.

Kaltig marak matnur? Part, marak KOLNARG marae!
—¿Kolnarg? —repitió Dark Art, al ser la única palabra que había entendido.

El lich que poseía a la arqueóloga empezó a conjurar usando el antiguo idioma, con una voz grave sobreponiéndose a la de Aitana. Esferas negras se formaron de la nada y orbitaron en torno a su conjurador, mientras más y más se unían a la danza. Dark Art conjuró sus defensas, pero no tardó en darse cuenta de que no iba a poder resistir semejante poder.

Las esferas giraron a toda velocidad antes de salir proyectadas hacia el unicornio azul, trazando amplias parábolas que convergían en el mismo objetivo. Dark Art conjuró en el último instante, y una explosión de muerte cubrió la zona donde estaba. Cuando se disipó, del nigromante no quedaba ni rastro.

Mcdolia había visto lo ocurrido, pero los constantes ataques de los esqueletos no la dejaban acercarse. En medio del combate se vio luchando codo con codo junto a Poison Mermaid.

—¡¿Qué le pasa a Aitana?! ¡¿Está haciendo magia?! ¡¿Y dónde está el nigromante?!

En ese momento, la arqueóloga, todavía poseída, avanzaba con una cruel sonrisa, mientras dirigía a los esqueletos en el combate.

—Está.... ¡dominada! —mintió Mcdolia—. ¡Dominada por el nigromante!

Un lobo se libró de la pelea contra los esqueletos y cargó contra la yegua marrón. Esta lo miró, sin dejar de sonreír y conjuró. El lobo se detuvo y gritó, derrumbándose al tiempo que el pelaje de su cuerpo se volvía completamente blanco. Una vez en el suelo, su cuerpo se consumió hasta convertirse en cenizas que fueron arrastradas por el viento. Poison Mermaid voló hacia atrás y gritó:

—¡Dadme un mosquete, rápido!

Uno de sus sementales obedeció la orden al instante, lanzándole el arma solicitada. La pegaso la atrapó en el aire y voló hasta un palo de su propio barco. Con calma y destreza sacó una extraña bala de sus zurrones junto a una carga de pólvora. Cargó su mosquete y presionó el contenido mientras colocaba una mecha.

—¡Pero qué hace!

Mcdolia no podía permitir que mataran a Aitana, ¡no era culpa suya! ¡Estaba poseída! Corrió hacia atrás, saltando al barco de Poison y buscó las cuerdas que necesitaba escalar para subir hasta la capitana.

Poison Mermaid terminó de presionar la pólvora, se posicionó sobre el palo y alzó el mosquete, apartando mechones azules y turquesa de su cara con un movimiento de cabeza. Aitana seguía avanzando hacia los marineros, hablando en un idioma que Poison no entendía, pero que no auguraba nada bueno. Apuntó con cuidado, solo tenía un disparo.

—¡Poison, no lo hagas! ¡Está poseída!

La capitana ignoró el ruego de Mcdolia. Aitana se acercó a los marineros, pero el teniente High Tide ordenó retirada, orden que fue obedecida por ambas tripulaciones. Los esqueletos formaron una linea que cargó contra todo ser vivo frente a ellos. Poison ajustó su disparo, corrigiéndolo según los movimientos de los barcos y la fuerza del viento. El enjambre de tábanos volvió a cerrarse sobre los marineros, a pesar de los continuos esfuerzos de pegasos y grifos por repelerlos. Poison agarró con su pezuña izquierda la palanca del disparador, y respiró hondo, calmando el temblor natural de su pulso.

—¡No!

Mcdolia observó desde abajo, impotente, cómo la detonación surgía del arma de Poison. Miró hacia Aitana, rezando por no verla caer abatida al momento. Sin embargo, no fue una explosión de sangre lo que ocurrió: una nube verdosa se formó de la nada sobre la cara de la arqueóloga. Esta se sacudió y dio un traspiés hacia atrás, parpadeó un par de veces... y cayó inconsciente. La sombra que la cubría siguió rodeándola durante unos segundos, pero finalmente se disipó.

Poison Mermaid levantó su arma y observó cómo los esqueletos, tras unos momentos, caían al suelo como pequeñas montañas de huesos de distintos tamaños. Los tábanos, tras un nuevo golpe de viento, se dispersaron y no regresaron. La capitana de La sirena mutilada miró sonriente a la alterada yegua roja.

—Vamos, querida, ¿de verdad creíste que iba a matarla? ¿Y quién iba a pagarme mis honorarios, entonces?
—Oh... gracias.

Hubo un repiqueteo de metal sobre madera. Toda la tripulación del Relámpago negro había lanzado sus armas al suelo y el contramaestre, un grifo de plumas doradas y pelaje marrón, gritó:

—¡Capitana Poison Mermaid, nos rendimos!

La aludida saltó del palo y voló hasta la cubierta para empezar a repartir órdenes a sus hombres.

—Buen trabajo, queridos. Atended a los heridos, también a Aitana Pones. Ayudad a los que hayan caído por la borda y recuperad lo que habíamos venido a buscar y cualquier cosa de valor.

Mcdolia llegó tras la capitana y escuchó la última orden.

—Eh, sí. Es una caja de metal con unos símbolos arcanos encima, dile a tus hombres que no los alteren.
—Claro, querida —dijo Poison con una sonrisa—. Ya habéis oído a nuestra pasajera. Teniente High Tide...
—¿Sí, capitana?
—Apresad a Mcdolia.

Antes de que la yegua roja pudiera reaccionar, media docena de ponis se echaron sobre ella y la amarraron de pezuñas a cabeza.

[center]**·-----·-----·-----**[/center][/b]

Aitana se encontraba fatal. Fatal era poco: estaba débil, muy débil. ¿Qué había ocurrido? Se sentía como si le hubiera pegado una paliza, después hubiera corrido una maratón y le hubieran pegado otra paliza. Sentía la cabeza increíblemente pesada y le costaba respirar. De hecho, le dolían las costillas, y mucho. ¿Qué demonios había ocurrido? Intentó moverse pero sintió que algo se lo impedía.

—¡Se está despertando!

Escuchó un montón de movimiento frente a ella. Abrió los ojos, que habían recuperado su tono verdoso original. El mundo estaba totalmente desenfocado, y la cabeza le daba vueltas. Pero poco a poco pudo ir distinguiendo las figuras de casi veinte ponis frente a ella. Estaban en la cubierta de un barco y el sol brillaba con fuerza.

Los sementales de Poison fueron definiéndose a los ojos de Aitana, y entonces observó que todos ellos portaban mosquetes... y le estaban apuntando. Intentó moverse, pero se dio cuenta de que estaba atada al mástil principal de la embarcación. Frente a ella, en el palo menor, estaba también Mcdolia, atada de igual forma y amordazada. Poison estaba frente a sus hombres, apuntando a la arqueóloga a su vez.

—¡Poison, ¿qué cojones haces?! —jadeó—. ¡Suéltanos!
—Lo siento, querida, pero no voy a correr riesgos —respondió la capitana—. Dime, Aitana, ¿dónde nos conocimos?
—¿A qué viene esa pregunta? ¡Lo sabes perfectamente, j*d*r! ¡Suéltanos!

Poison dudó durante unos instantes; después le entregó su arma a otro marinero y se acercó a la inmovilizada yegua. Cuando estuvo a poco distancia de Aitana, desenfundó su sable.

—Creo que no lo has entendido, querida. Antes has atacado a mis hombres, y por suerte para ti no tuvimos que lamentar ninguna baja. Sería una capitana pésima si me arriesgara a que algo así ocurriera nuevamente.

La yegua de crin turquesa levantó su sable y lo colocó sobre el cuello de la arqueóloga.

—Responde, ¿dónde nos conocimos, cuándo, y para qué?

Aitana tragó saliva. Mcdolia intentó gritar, aunque sus gritos quedaron ahogados en quedos gemidos debido a la mordaza.

—Nos conocimos en Phillidelphia —respondió rápidamente, aunque tenía que detenerse por momentos porque se quedaba sin aire—, hace unos tres meses. Contacté contigo a través del barman del “Cordero degollado”, buscaba alguien para un trabajo y me dijo que tú eras la mejor. Te entregué el mapa para encontrar el Cetro dorado del Alicornio, el cual me entregaste hace un mes y medio en la taberna “El Manehattanés errante”, donde tuvimos una pelea contra unos tipos que creyeron que te podían robar. Te pagué exactamente 15200 bits por tus servicios, y cuando me viste me dijiste que “vaya cambio de look” porque iba teñida de rojo para que no me reconocieran. Y que el sombrero de paja me quedaba fatal. Y me diste tu polvo alquímico violeta para mandarte un mensaje si tenía otro trabajo. Ahora, ¿puedes soltarnos?

La capitana mantuvo el arma en su sitio, mirando a Aitana fijamente a los ojos. Finalmente bajó el sable y sentenció:

—Es ella. Soltadlas y atended adecuadamente sus heridas.

Aitana cayó pesadamente al suelo en cuanto las cuerdas que la sostenían fueron retiradas. Se miró al costado y lo que vio la dejó impactada: una impresionante herida, digna de ser estudiada en una clase de anatomía, se abría en el mismo. La sangre empapaba todo su pelaje, formando un pequeño charco bajo ella. El médico de La sirena llegó a su lado y empezó a tratarla.

—Ssep, tienes tres costillas rotas y una de ellas salió hacia afuera, tuve que ponerte una cataplasma para parar la sangre y bloquear el agujero para que siguieras respirando. ¿Cómo pudiste seguir combatiendo así?
—No... no sé... —respondió la arqueóloga, dejando caer su cabeza sobre la cubierta—. Adrenalina, supongo. No... no puedo respirar.
—Nah, no te preocupes, que esto no es nada.
—¡Aitana!

Mcdolia, que había sido liberada, galopó hasta el lado de su amiga.

—¿Cómo estas?
—Bien. Me... ¿me poseyó? j*d*r... fui una idiota.
—Pero todo está bien. Tenemos el sarcófago.
—Menos mal...¡AARG!

Con un sonoro crujido, el médico recolocó algo en el pecho de Aitana, haciendo que esta gritara por el horrendo dolor.

—¡Lista!
—Menos mal... —suspiró Mcdolia.
—No, digo que lista la primera costilla. Quedan dos más por re-colocar
—¡Es... espera! —suplicó Aitana—. ¡Que alguien me dé ron, j*d*r!
—¿Ron? No, aquí solo tenemos zarzaparrilla. ¡Traed una botella!

A varios metros de la truculenta escena, el teniente High Tide se acercó a Poison Mermaid.

—Capitana, ¿no debería darle a la pasajera algo para el dolor? Su calmante alquímico es mejor que la caricia de una madre.

La yegua de pelaje añil miró, desde la distancia, cómo Aitana pegaba un buen lingotazo de licor preparándose para afrontar las curas del médico.

—No, déjala. Si se desmaya del dolor entonces le daré un calmante.

[center]**·-----·-----·-----**[/center][/b]
[center]**·-----·-----·-----**[/center][/b]

Un unicornio azul surgió de las aguas del Narval y nadó hasta la orilla. Cuando hizo pie, Dark Art se sacudió las blancas crines que llevaba pegadas a los ojos. Los dos barcos pirata se alejaban río abajo. El combate había terminado hacía unos minutos y, evidentemente, habían logrado detener a Aitana Pones de alguna forma. Él se había visto obligado a tele-transportarse para huir de su furia, pero calculó mal y acabó cayendo al agua a casi doscientos metros de su barco.

Pero había algo que lo perturbaba: no era el hecho de que Aitana pudiera ejecutar alta magia negra como esa. Ni siquiera que hablara en un idioma muerto: era el nombre que había pronunciado.

—Kolnarg...

En la hermandad se sabía que los arqueólogos, entre ellos Aitana Pones, habían acudido a algún lugar de Egiptrot hacía unos años para acabar con el ancestral lich. Pero nadie sabía qué había ocurrido ahí exactamente: solo se sabía que el poder de ese ser desapareció, por lo que supusieron que los arqueólogos habían tenido éxito en su misión. Pero esto... cambiaba las cosas.

—Así que esto es lo que pasó, Kolnarg está ligado a Aitana Pones.

Dark Art echó a andar río abajo. No sabía cuánto tardaría en llegar a alguna ciudad para encontrar un transporte de vuelta a Equestria. Había perdido a Manresht, pero a cambio tenía localizado al lich más poderoso de todos los tiempos. Y esa era una información muy importante para los planes de la Hermandad de la Sombra.

[center]**·-----·-----·-----**[/center][/b]

Hacía unas horas que La sirena mutilada había superado la desembocadura del río, junto a Taichnitlán, y ahora se dirigían sobre aguas tranquilas hacia Manehattan. Habían tenido que sobornar a algunos miembros de la guardia, los cuales se mostraron más que deseosos de librarse de un poco de trabajo para controlar los cientos de refugiados que habían llegado desde el sur. Por lo que pudieron escuchar, al parecer la terrible plaga que había asolado los Reinos Lobo había remitido, y el ejército se estaba encargando de dar caza a los zombis ígneos que habían sobrevivido.

Llegada la noche, la tripulación se reunió para cenar y abrir unas cuantas botellas de zarzaparrilla. La capitana no acudió, ya que estaba ocupada haciendo cuentas de los daños sufridos para calcular a cuánto ascenderían sus honorarios. Alguien llamó a la puerta de su despacho.

—Adelante.

Aitana Pones entró en la sala, caminando lentamente. Firmes vendajes cubrían su pecho en su totalidad, limpios de todo resto de sangre. Poison sonrió cortésmente, que no sinceramente.

—Veo que nuestro médico ha hecho un buen trabajo contigo, querida. Me alegra verte caminar por tu propia pezuña.
—Sí, es bueno el jodío —dijo la yegua marrón, sentándose dolorosamente en una silla—. Pero j*d*r, no veas lo que duele.
—Es lo que tiene correr riesgos innecesarios —respondió la capitana levantando la vista de los papeles que tenía sobre el escritorio—. ¿Podremos tener una noche tranquila, al menos? Tú y tu compañera tenéis que descansar, o no os curaréis en la vida.
—Sinceramente, soy inútil en alta mar. De tener una noche tranquila tendrás que encargarte tú.

Aitana paseó la vista por la estancia, deteniéndose en un enorme arcón que había en la misma.

—¿La caja de metal está segura? Es primordial que no se abra.

Poison se levantó de la silla y paseó por la habitación hasta el mismo arcón.

—Tendrían que pasar por encima de mi cadáver —dijo, acariciando la tapa del mueble—. Y ni aún así conseguirían llevársela.
—No me engañaron cuando me dijeron que eras la mejor —sonrió la yegua marrón—. Si no llegas a venir habría sido un desastre que ni te imaginas.

Poison resopló visiblemente, levantando su flequillo bicolor, y caminó de vuelta a su silla.

—Pues claro que soy la mejor. No todos los piratas ganamos nuestra fama por habladurías, los habemos que ganamos nuestra fama por méritos reales.
—No hace falta que lo jures, Poison. Ahora solo espero que no me lleves a la p*ta ruina con tu factura —añadió Aitana, bromeando.
—Ya veremos... Puede que te haga el descuento para amigos y familiares si llegamos todos de una pieza a casa. Y tú entras en el paquete de "todos"
—Bueno, no creo que pase nada más durante el camino. No creo que nadie sepa lo que ha ocurrido, realmente —la arqueóloga se estiró ligeramente y se levantó—. Ah bueno, creo que me iré a dormir. En otra ocasión quizá buscaría compañía con alguno de tus sementales, pero hoy no me veo en condiciones —Aitana parpadeó un par de veces—. Nunca creí que diría algo así...

La poni se dirigió a la puerta. Antes de que llegara, Poison se levantó rápidamente y se interpuso en su camino, mirándola seriamente.

—Antes de irte, querida... Me gustaría saber qué demonios ha pasado ahí fuera contigo. Y no me digas "nada" o "estaba siendo controlada por Dark Art" porque sé perfectamente que estabas poseída
—No lo entenderías, Poison —respondió, visiblemente inquieta—. Es un efecto secundario de una... expedición, por así decirlo.

Poison Mermaid rió con sorna.

—De efectos secundarios de expediciones también puedo hablarte yo, querida —dijo, girando la cabeza y mostrando su oreja izquierda, rota y mutilada—. Has estado jugando con magia negra, ¿no? Una magia antigua y oscura...
—¡Qué co*o dices! Yo no he jugado con magia negra.
—Querida, no intentes engañarme. Si no fuera eso, las balas especiales que usé contra ti no te habrían afectado en absoluto.

Aitana se sorprendió, ya que no esperaba que una capitana pirata supiera tanto sobre magia negra. Y menos aún sobre cómo contrarrestarla.

—No, no he estado “jugando” con magia negra, ¿es que tengo cara de loca? ¡Vale, no respondas a eso! —añadió rápidamente—. Lo que pasa es que... me dedico a cazar magia negra, para entendernos.

Poison ató cabos rápidamente.

—Entonces... ¿la fiebre infernal de los Reinos lobos...?
—Sí. Nosotras la hemos detenido.

La capitana pareció bastante sorprendida por la revelación. Esta yegua le caía francamente mal, pero tenía que reconocer que no muchos serían capaces de enfrentarse a la cosas que ella combatía, de eso no había duda. Se fijó en la fina cadena que rodeaba su cuello y se perdía entre los pliegues del chaleco, pero decidió no indagar al respecto.

—¿Y aún sigues viva? Eres más dura de pelar de lo que creía —Poison se acercó a uno de los arcones y sacó varias botellitas del mismo—. Espera un momento, voy a prepararte algo.
—Eh... vale, cojonudo.

La pegaso añil empezó a trabajar rápidamente, pasando de una pequeña mesa de alquimia a distintos cajones de los cuales sacaba ingredientes a cada cual más pintoresco que el anterior. Aitana no pudo entender qué hacía, solo la vio mezclar mil cosas diferentes en un frasco de cristal y ponerlo sobre unas velas. La mezcla empezó a hervir, adquiriendo un tono violáceo. La exploradora se sorprendió al ver cómo el líquido empezaba a brillar ligeramente. Poison retiró el frasco del fuego y vertió el contenido en un pequeño bote que cerró antes de dárselo a Aitana.

—Este brebaje me enseñaron a prepararlo unos grifos a los que les devolví un tótem sagrado que les habían robado. Sirve para proteger la mente y el cuerpo en una posesión, en el caso de que no se pueda evitar; en otras palabras, te hace consciente de que estás siendo poseída. Nunca he tenido que usarla para mí misma
—Hostia. Muchas gracias, Poison —respondió Aitana mientras guardaba el bote—. Me será muy útil.
—Cuando lleguemos a puerto te daré la receta para que puedas prepararte más, aunque los ingredientes son muy escasos. Vete a descansar, Aitana, todavía nos quedan dos semanas de viaje hasta Manehattan.

La capitana volvió a su escritorio donde siguió haciendo cuentas. Aitana se despidió y salió del mismo, dirigiéndose a su litera. Mcdolia dormía junto a la misma, pero abrió los ojos cuando la arqueóloga se acercó.

—¿Todo bien?
—Perfectamente. Al final todo ha salido de p*ta madre.

La yegua roja se incorporó. Tenía varias vendas sobre sus patas y cabeza, y un montón de apósitos que tapaban distintas heridas leves en todo su cuerpo. Pero, en general, estaba en buenas condiciones.

—¿Qué piensas hacer con Manresht?
—Mi padre me ayudará. Abriremos la caja dentro de un círculo de contención y dejaremos que la magia que lo mantiene con vida se extinga.
—¿De verdad hay que... matarlo, Aitana? —preguntó Mcdolia en voz baja—. ¿No hay ninguna otra posibilidad?

La yegua marrón se tumbó, no sin dificultades, en su hamaca y se tapó la cara con el sombrero.

—No. Solo los dioses y semidioses pueden vivir eternamente. Cualquier otro que lo haga sencillamente es un ser malvado por naturaleza.
—Todo el mundo puede cambiar.
—Aj, j*d*r Mcdolia, mira que eres idealista. Incluso aunque así fuera, Manresht debería haber muerto hace más de mil años. No hay nada que hacer por él, solo dejar que el señor de las estrellas juzgue su alma cuando muera.

Mcdolia guardó silencio durante unos minutos, apenada porque Aitana tenía razón en que no había nada que hacer por Manresht. Pero algo le había llamado la atención.

—¿Eres religiosa? No me lo pareciste cuando te conocí.
—Je, religiosa no es la palabra —Aitana levantó su sombrero y miró a su amiga con media sonrisa—. No tengo fe, Mcdolia, pero hay cosas que me indican que los titanes, los que crearon el mundo a partir del Caos primordial, sí que existen.
—¿Qué cosas?
—Bueno, para empezar la magia rúnica: si no invocas las bendiciones de Imperator Stellarum, Mater Luminis, y Pte Ska Win, los sellos de contención sencillamente no funcionan, a no ser que seas un unicornio y los alimentes con tu propia magia. Aparte de que todas las religiones existentes...
—¡Eh, princesitas! —gritó un semental—. ¡A hablar de teología os vais a cubierta, que intentamos dormir!

Mcdolia se disculpó y volvió a tumbarse. Aitana se cubrió el rostro y se durmió en pocos minutos. Por primera vez en semanas pudo dormir relajada, sin el enorme peso de la responsabilidad recayendo sobre sus hombros.

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NOTA DEL AUTOR:

Fin del capítulo ocho.

Estamos a punto de acabar la primera parte de “Aitana Pones”, falta un capítulo, o un capítulo y epílogo, aún no lo he decidido.

Si aún os lo preguntáis, pronto sabréis qué demonios es el famoso 'Cetro dorado del alicornio' (que no es el Twicane :P), y para qué piensa utilizarlo.

Oh, y por supuesto tendréis la primera pista de lo que ocurrirá en el siguiente libro de la trilogía: “Aitana Pones 2: La tumba del norte”.

Agradecimientos a Pandora por su grandioso personaje Poison Mermaid y su tripulación (en serio, cada vez que roleo con ella el mundo de Aitana crece más). A Quisco Mcdohl por su personaje Mcdolia y por ayudarme a escribir las confrontaciones entre esta y Aitana. Es curioso cómo estos dos personajes son tan contrarios y, a la vez, tan complementarios.

Los nombres de los dioses los saco de la mitología del autor Kolbjorn en su historia “Armonía”. Aunque nuestros universos son diferentes, su mitología me gusta tanto que tuve que hacerle un guiño en mis fics.

Un saludo y gracias por aguantarme. Próximo capítulo en breve.
[/quote]

[quote="McDohl";p=178730]De nuevo tensión por un tubo.
Spoiler:
Poison Mermaid se está ganando a pulso un altar, momento WTF del mástil incluido. Después de tanta acción por todos los lados, se agradecía una segunda parte del episodio ya mas relajada, pese al teaser que has dejado y que sin duda dará que hablar. Es una lástima que se acerque ya el fin, pero ha sido un viaje que ha merecido mucho la pena. Y gracias a ti por elegir a Macdolia como compañera de aventuras :)
[/quote]

Basta, basta, me sonrojáis :tsblush: No es para tanto, mi Poison es mucha Poison, nada más XDD Pero Volgrand, me encanta la vida que le puedes llegar a dar, la manera de exprimir al máximo la vena pirata de mi capi <3 Las gracias te las tengo que dar yo a ti por habernos hecho el honor a Poison y a mí de poder participar en algo escrito por ti :abrazo:
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 7)

Mensaje por agustin47 » 23 May 2014, 21:03

[quote="Pandora";p=178984][quote="Volgrand";p=178697]Capítulo 8: "La hermandad de la sombra"
Spoiler:
La poseída Aitana miró hacia el cielo al tiempo que su fantasmal cuerno se iluminaba. La luz disminuyó, como el cielo se hubiera nublado. Pero lo que eclipsaba el sol no era una nube.

Primero se escuchó un potente zumbido que creció rápidamente de intensidad. Un enjambre de moscas y tábanos apareció sobre el barco y se lanzó sobre lo marineros. Estos gritaron, aterrorizados, intentando librarse de las dolorosas picaduras. El teniendo High Tide gritó “¡Viento!”, y varios pegasos y grifos alzaron el vuelo, creando una ráfaga para repeler a los insectos. Pero estos volvían a cerrarse sobre sus objetivos a la menor oportunidad. Los unicornios de Poison se unieron al intento de desviar el enjambre

Dark Art retrocedió y canalizó su magia, lanzando un rayo negro hacia la yegua poseída Esta no pareció percatarse del ataque, pero cuando iba a impactar una barrera mágica se hizo visible a su alrededor, desviando el proyectil. Aitana se giró hacia el nigromante.

Kaltig marak matnur? Part, marak KOLNARG marae!
—¿Kolnarg? —repitió Dark Art, al ser la única palabra que había entendido.

El lich que poseía a la arqueóloga empezó a conjurar usando el antiguo idioma, con una voz grave sobreponiéndose a la de Aitana. Esferas negras se formaron de la nada y orbitaron en torno a su conjurador, mientras más y más se unían a la danza. Dark Art conjuró sus defensas, pero no tardó en darse cuenta de que no iba a poder resistir semejante poder.

Las esferas giraron a toda velocidad antes de salir proyectadas hacia el unicornio azul, trazando amplias parábolas que convergían en el mismo objetivo. Dark Art conjuró en el último instante, y una explosión de muerte cubrió la zona donde estaba. Cuando se disipó, del nigromante no quedaba ni rastro.

Mcdolia había visto lo ocurrido, pero los constantes ataques de los esqueletos no la dejaban acercarse. En medio del combate se vio luchando codo con codo junto a Poison Mermaid.

—¡¿Qué le pasa a Aitana?! ¡¿Está haciendo magia?! ¡¿Y dónde está el nigromante?!

En ese momento, la arqueóloga, todavía poseída, avanzaba con una cruel sonrisa, mientras dirigía a los esqueletos en el combate.

—Está.... ¡dominada! —mintió Mcdolia—. ¡Dominada por el nigromante!

Un lobo se libró de la pelea contra los esqueletos y cargó contra la yegua marrón. Esta lo miró, sin dejar de sonreír y conjuró. El lobo se detuvo y gritó, derrumbándose al tiempo que el pelaje de su cuerpo se volvía completamente blanco. Una vez en el suelo, su cuerpo se consumió hasta convertirse en cenizas que fueron arrastradas por el viento. Poison Mermaid voló hacia atrás y gritó:

—¡Dadme un mosquete, rápido!

Uno de sus sementales obedeció la orden al instante, lanzándole el arma solicitada. La pegaso la atrapó en el aire y voló hasta un palo de su propio barco. Con calma y destreza sacó una extraña bala de sus zurrones junto a una carga de pólvora. Cargó su mosquete y presionó el contenido mientras colocaba una mecha.

—¡Pero qué hace!

Mcdolia no podía permitir que mataran a Aitana, ¡no era culpa suya! ¡Estaba poseída! Corrió hacia atrás, saltando al barco de Poison y buscó las cuerdas que necesitaba escalar para subir hasta la capitana.

Poison Mermaid terminó de presionar la pólvora, se posicionó sobre el palo y alzó el mosquete, apartando mechones azules y turquesa de su cara con un movimiento de cabeza. Aitana seguía avanzando hacia los marineros, hablando en un idioma que Poison no entendía, pero que no auguraba nada bueno. Apuntó con cuidado, solo tenía un disparo.

—¡Poison, no lo hagas! ¡Está poseída!

La capitana ignoró el ruego de Mcdolia. Aitana se acercó a los marineros, pero el teniente High Tide ordenó retirada, orden que fue obedecida por ambas tripulaciones. Los esqueletos formaron una linea que cargó contra todo ser vivo frente a ellos. Poison ajustó su disparo, corrigiéndolo según los movimientos de los barcos y la fuerza del viento. El enjambre de tábanos volvió a cerrarse sobre los marineros, a pesar de los continuos esfuerzos de pegasos y grifos por repelerlos. Poison agarró con su pezuña izquierda la palanca del disparador, y respiró hondo, calmando el temblor natural de su pulso.

—¡No!

Mcdolia observó desde abajo, impotente, cómo la detonación surgía del arma de Poison. Miró hacia Aitana, rezando por no verla caer abatida al momento. Sin embargo, no fue una explosión de sangre lo que ocurrió: una nube verdosa se formó de la nada sobre la cara de la arqueóloga. Esta se sacudió y dio un traspiés hacia atrás, parpadeó un par de veces... y cayó inconsciente. La sombra que la cubría siguió rodeándola durante unos segundos, pero finalmente se disipó.

Poison Mermaid levantó su arma y observó cómo los esqueletos, tras unos momentos, caían al suelo como pequeñas montañas de huesos de distintos tamaños. Los tábanos, tras un nuevo golpe de viento, se dispersaron y no regresaron. La capitana de La sirena mutilada miró sonriente a la alterada yegua roja.

—Vamos, querida, ¿de verdad creíste que iba a matarla? ¿Y quién iba a pagarme mis honorarios, entonces?
—Oh... gracias.

Hubo un repiqueteo de metal sobre madera. Toda la tripulación del Relámpago negro había lanzado sus armas al suelo y el contramaestre, un grifo de plumas doradas y pelaje marrón, gritó:

—¡Capitana Poison Mermaid, nos rendimos!

La aludida saltó del palo y voló hasta la cubierta para empezar a repartir órdenes a sus hombres.

—Buen trabajo, queridos. Atended a los heridos, también a Aitana Pones. Ayudad a los que hayan caído por la borda y recuperad lo que habíamos venido a buscar y cualquier cosa de valor.

Mcdolia llegó tras la capitana y escuchó la última orden.

—Eh, sí. Es una caja de metal con unos símbolos arcanos encima, dile a tus hombres que no los alteren.
—Claro, querida —dijo Poison con una sonrisa—. Ya habéis oído a nuestra pasajera. Teniente High Tide...
—¿Sí, capitana?
—Apresad a Mcdolia.

Antes de que la yegua roja pudiera reaccionar, media docena de ponis se echaron sobre ella y la amarraron de pezuñas a cabeza.

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Aitana se encontraba fatal. Fatal era poco: estaba débil, muy débil. ¿Qué había ocurrido? Se sentía como si le hubiera pegado una paliza, después hubiera corrido una maratón y le hubieran pegado otra paliza. Sentía la cabeza increíblemente pesada y le costaba respirar. De hecho, le dolían las costillas, y mucho. ¿Qué demonios había ocurrido? Intentó moverse pero sintió que algo se lo impedía.

—¡Se está despertando!

Escuchó un montón de movimiento frente a ella. Abrió los ojos, que habían recuperado su tono verdoso original. El mundo estaba totalmente desenfocado, y la cabeza le daba vueltas. Pero poco a poco pudo ir distinguiendo las figuras de casi veinte ponis frente a ella. Estaban en la cubierta de un barco y el sol brillaba con fuerza.

Los sementales de Poison fueron definiéndose a los ojos de Aitana, y entonces observó que todos ellos portaban mosquetes... y le estaban apuntando. Intentó moverse, pero se dio cuenta de que estaba atada al mástil principal de la embarcación. Frente a ella, en el palo menor, estaba también Mcdolia, atada de igual forma y amordazada. Poison estaba frente a sus hombres, apuntando a la arqueóloga a su vez.

—¡Poison, ¿qué cojones haces?! —jadeó—. ¡Suéltanos!
—Lo siento, querida, pero no voy a correr riesgos —respondió la capitana—. Dime, Aitana, ¿dónde nos conocimos?
—¿A qué viene esa pregunta? ¡Lo sabes perfectamente, j*d*r! ¡Suéltanos!

Poison dudó durante unos instantes; después le entregó su arma a otro marinero y se acercó a la inmovilizada yegua. Cuando estuvo a poco distancia de Aitana, desenfundó su sable.

—Creo que no lo has entendido, querida. Antes has atacado a mis hombres, y por suerte para ti no tuvimos que lamentar ninguna baja. Sería una capitana pésima si me arriesgara a que algo así ocurriera nuevamente.

La yegua de crin turquesa levantó su sable y lo colocó sobre el cuello de la arqueóloga.

—Responde, ¿dónde nos conocimos, cuándo, y para qué?

Aitana tragó saliva. Mcdolia intentó gritar, aunque sus gritos quedaron ahogados en quedos gemidos debido a la mordaza.

—Nos conocimos en Phillidelphia —respondió rápidamente, aunque tenía que detenerse por momentos porque se quedaba sin aire—, hace unos tres meses. Contacté contigo a través del barman del “Cordero degollado”, buscaba alguien para un trabajo y me dijo que tú eras la mejor. Te entregué el mapa para encontrar el Cetro dorado del Alicornio, el cual me entregaste hace un mes y medio en la taberna “El Manehattanés errante”, donde tuvimos una pelea contra unos tipos que creyeron que te podían robar. Te pagué exactamente 15200 bits por tus servicios, y cuando me viste me dijiste que “vaya cambio de look” porque iba teñida de rojo para que no me reconocieran. Y que el sombrero de paja me quedaba fatal. Y me diste tu polvo alquímico violeta para mandarte un mensaje si tenía otro trabajo. Ahora, ¿puedes soltarnos?

La capitana mantuvo el arma en su sitio, mirando a Aitana fijamente a los ojos. Finalmente bajó el sable y sentenció:

—Es ella. Soltadlas y atended adecuadamente sus heridas.

Aitana cayó pesadamente al suelo en cuanto las cuerdas que la sostenían fueron retiradas. Se miró al costado y lo que vio la dejó impactada: una impresionante herida, digna de ser estudiada en una clase de anatomía, se abría en el mismo. La sangre empapaba todo su pelaje, formando un pequeño charco bajo ella. El médico de La sirena llegó a su lado y empezó a tratarla.

—Ssep, tienes tres costillas rotas y una de ellas salió hacia afuera, tuve que ponerte una cataplasma para parar la sangre y bloquear el agujero para que siguieras respirando. ¿Cómo pudiste seguir combatiendo así?
—No... no sé... —respondió la arqueóloga, dejando caer su cabeza sobre la cubierta—. Adrenalina, supongo. No... no puedo respirar.
—Nah, no te preocupes, que esto no es nada.
—¡Aitana!

Mcdolia, que había sido liberada, galopó hasta el lado de su amiga.

—¿Cómo estas?
—Bien. Me... ¿me poseyó? j*d*r... fui una idiota.
—Pero todo está bien. Tenemos el sarcófago.
—Menos mal...¡AARG!

Con un sonoro crujido, el médico recolocó algo en el pecho de Aitana, haciendo que esta gritara por el horrendo dolor.

—¡Lista!
—Menos mal... —suspiró Mcdolia.
—No, digo que lista la primera costilla. Quedan dos más por re-colocar
—¡Es... espera! —suplicó Aitana—. ¡Que alguien me dé ron, j*d*r!
—¿Ron? No, aquí solo tenemos zarzaparrilla. ¡Traed una botella!

A varios metros de la truculenta escena, el teniente High Tide se acercó a Poison Mermaid.

—Capitana, ¿no debería darle a la pasajera algo para el dolor? Su calmante alquímico es mejor que la caricia de una madre.

La yegua de pelaje añil miró, desde la distancia, cómo Aitana pegaba un buen lingotazo de licor preparándose para afrontar las curas del médico.

—No, déjala. Si se desmaya del dolor entonces le daré un calmante.

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Un unicornio azul surgió de las aguas del Narval y nadó hasta la orilla. Cuando hizo pie, Dark Art se sacudió las blancas crines que llevaba pegadas a los ojos. Los dos barcos pirata se alejaban río abajo. El combate había terminado hacía unos minutos y, evidentemente, habían logrado detener a Aitana Pones de alguna forma. Él se había visto obligado a tele-transportarse para huir de su furia, pero calculó mal y acabó cayendo al agua a casi doscientos metros de su barco.

Pero había algo que lo perturbaba: no era el hecho de que Aitana pudiera ejecutar alta magia negra como esa. Ni siquiera que hablara en un idioma muerto: era el nombre que había pronunciado.

—Kolnarg...

En la hermandad se sabía que los arqueólogos, entre ellos Aitana Pones, habían acudido a algún lugar de Egiptrot hacía unos años para acabar con el ancestral lich. Pero nadie sabía qué había ocurrido ahí exactamente: solo se sabía que el poder de ese ser desapareció, por lo que supusieron que los arqueólogos habían tenido éxito en su misión. Pero esto... cambiaba las cosas.

—Así que esto es lo que pasó, Kolnarg está ligado a Aitana Pones.

Dark Art echó a andar río abajo. No sabía cuánto tardaría en llegar a alguna ciudad para encontrar un transporte de vuelta a Equestria. Había perdido a Manresht, pero a cambio tenía localizado al lich más poderoso de todos los tiempos. Y esa era una información muy importante para los planes de la Hermandad de la Sombra.

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Hacía unas horas que La sirena mutilada había superado la desembocadura del río, junto a Taichnitlán, y ahora se dirigían sobre aguas tranquilas hacia Manehattan. Habían tenido que sobornar a algunos miembros de la guardia, los cuales se mostraron más que deseosos de librarse de un poco de trabajo para controlar los cientos de refugiados que habían llegado desde el sur. Por lo que pudieron escuchar, al parecer la terrible plaga que había asolado los Reinos Lobo había remitido, y el ejército se estaba encargando de dar caza a los zombis ígneos que habían sobrevivido.

Llegada la noche, la tripulación se reunió para cenar y abrir unas cuantas botellas de zarzaparrilla. La capitana no acudió, ya que estaba ocupada haciendo cuentas de los daños sufridos para calcular a cuánto ascenderían sus honorarios. Alguien llamó a la puerta de su despacho.

—Adelante.

Aitana Pones entró en la sala, caminando lentamente. Firmes vendajes cubrían su pecho en su totalidad, limpios de todo resto de sangre. Poison sonrió cortésmente, que no sinceramente.

—Veo que nuestro médico ha hecho un buen trabajo contigo, querida. Me alegra verte caminar por tu propia pezuña.
—Sí, es bueno el jodío —dijo la yegua marrón, sentándose dolorosamente en una silla—. Pero j*d*r, no veas lo que duele.
—Es lo que tiene correr riesgos innecesarios —respondió la capitana levantando la vista de los papeles que tenía sobre el escritorio—. ¿Podremos tener una noche tranquila, al menos? Tú y tu compañera tenéis que descansar, o no os curaréis en la vida.
—Sinceramente, soy inútil en alta mar. De tener una noche tranquila tendrás que encargarte tú.

Aitana paseó la vista por la estancia, deteniéndose en un enorme arcón que había en la misma.

—¿La caja de metal está segura? Es primordial que no se abra.

Poison se levantó de la silla y paseó por la habitación hasta el mismo arcón.

—Tendrían que pasar por encima de mi cadáver —dijo, acariciando la tapa del mueble—. Y ni aún así conseguirían llevársela.
—No me engañaron cuando me dijeron que eras la mejor —sonrió la yegua marrón—. Si no llegas a venir habría sido un desastre que ni te imaginas.

Poison resopló visiblemente, levantando su flequillo bicolor, y caminó de vuelta a su silla.

—Pues claro que soy la mejor. No todos los piratas ganamos nuestra fama por habladurías, los habemos que ganamos nuestra fama por méritos reales.
—No hace falta que lo jures, Poison. Ahora solo espero que no me lleves a la p*ta ruina con tu factura —añadió Aitana, bromeando.
—Ya veremos... Puede que te haga el descuento para amigos y familiares si llegamos todos de una pieza a casa. Y tú entras en el paquete de "todos"
—Bueno, no creo que pase nada más durante el camino. No creo que nadie sepa lo que ha ocurrido, realmente —la arqueóloga se estiró ligeramente y se levantó—. Ah bueno, creo que me iré a dormir. En otra ocasión quizá buscaría compañía con alguno de tus sementales, pero hoy no me veo en condiciones —Aitana parpadeó un par de veces—. Nunca creí que diría algo así...

La poni se dirigió a la puerta. Antes de que llegara, Poison se levantó rápidamente y se interpuso en su camino, mirándola seriamente.

—Antes de irte, querida... Me gustaría saber qué demonios ha pasado ahí fuera contigo. Y no me digas "nada" o "estaba siendo controlada por Dark Art" porque sé perfectamente que estabas poseída
—No lo entenderías, Poison —respondió, visiblemente inquieta—. Es un efecto secundario de una... expedición, por así decirlo.

Poison Mermaid rió con sorna.

—De efectos secundarios de expediciones también puedo hablarte yo, querida —dijo, girando la cabeza y mostrando su oreja izquierda, rota y mutilada—. Has estado jugando con magia negra, ¿no? Una magia antigua y oscura...
—¡Qué co*o dices! Yo no he jugado con magia negra.
—Querida, no intentes engañarme. Si no fuera eso, las balas especiales que usé contra ti no te habrían afectado en absoluto.

Aitana se sorprendió, ya que no esperaba que una capitana pirata supiera tanto sobre magia negra. Y menos aún sobre cómo contrarrestarla.

—No, no he estado “jugando” con magia negra, ¿es que tengo cara de loca? ¡Vale, no respondas a eso! —añadió rápidamente—. Lo que pasa es que... me dedico a cazar magia negra, para entendernos.

Poison ató cabos rápidamente.

—Entonces... ¿la fiebre infernal de los Reinos lobos...?
—Sí. Nosotras la hemos detenido.

La capitana pareció bastante sorprendida por la revelación. Esta yegua le caía francamente mal, pero tenía que reconocer que no muchos serían capaces de enfrentarse a la cosas que ella combatía, de eso no había duda. Se fijó en la fina cadena que rodeaba su cuello y se perdía entre los pliegues del chaleco, pero decidió no indagar al respecto.

—¿Y aún sigues viva? Eres más dura de pelar de lo que creía —Poison se acercó a uno de los arcones y sacó varias botellitas del mismo—. Espera un momento, voy a prepararte algo.
—Eh... vale, cojonudo.

La pegaso añil empezó a trabajar rápidamente, pasando de una pequeña mesa de alquimia a distintos cajones de los cuales sacaba ingredientes a cada cual más pintoresco que el anterior. Aitana no pudo entender qué hacía, solo la vio mezclar mil cosas diferentes en un frasco de cristal y ponerlo sobre unas velas. La mezcla empezó a hervir, adquiriendo un tono violáceo. La exploradora se sorprendió al ver cómo el líquido empezaba a brillar ligeramente. Poison retiró el frasco del fuego y vertió el contenido en un pequeño bote que cerró antes de dárselo a Aitana.

—Este brebaje me enseñaron a prepararlo unos grifos a los que les devolví un tótem sagrado que les habían robado. Sirve para proteger la mente y el cuerpo en una posesión, en el caso de que no se pueda evitar; en otras palabras, te hace consciente de que estás siendo poseída. Nunca he tenido que usarla para mí misma
—Hostia. Muchas gracias, Poison —respondió Aitana mientras guardaba el bote—. Me será muy útil.
—Cuando lleguemos a puerto te daré la receta para que puedas prepararte más, aunque los ingredientes son muy escasos. Vete a descansar, Aitana, todavía nos quedan dos semanas de viaje hasta Manehattan.

La capitana volvió a su escritorio donde siguió haciendo cuentas. Aitana se despidió y salió del mismo, dirigiéndose a su litera. Mcdolia dormía junto a la misma, pero abrió los ojos cuando la arqueóloga se acercó.

—¿Todo bien?
—Perfectamente. Al final todo ha salido de p*ta madre.

La yegua roja se incorporó. Tenía varias vendas sobre sus patas y cabeza, y un montón de apósitos que tapaban distintas heridas leves en todo su cuerpo. Pero, en general, estaba en buenas condiciones.

—¿Qué piensas hacer con Manresht?
—Mi padre me ayudará. Abriremos la caja dentro de un círculo de contención y dejaremos que la magia que lo mantiene con vida se extinga.
—¿De verdad hay que... matarlo, Aitana? —preguntó Mcdolia en voz baja—. ¿No hay ninguna otra posibilidad?

La yegua marrón se tumbó, no sin dificultades, en su hamaca y se tapó la cara con el sombrero.

—No. Solo los dioses y semidioses pueden vivir eternamente. Cualquier otro que lo haga sencillamente es un ser malvado por naturaleza.
—Todo el mundo puede cambiar.
—Aj, j*d*r Mcdolia, mira que eres idealista. Incluso aunque así fuera, Manresht debería haber muerto hace más de mil años. No hay nada que hacer por él, solo dejar que el señor de las estrellas juzgue su alma cuando muera.

Mcdolia guardó silencio durante unos minutos, apenada porque Aitana tenía razón en que no había nada que hacer por Manresht. Pero algo le había llamado la atención.

—¿Eres religiosa? No me lo pareciste cuando te conocí.
—Je, religiosa no es la palabra —Aitana levantó su sombrero y miró a su amiga con media sonrisa—. No tengo fe, Mcdolia, pero hay cosas que me indican que los titanes, los que crearon el mundo a partir del Caos primordial, sí que existen.
—¿Qué cosas?
—Bueno, para empezar la magia rúnica: si no invocas las bendiciones de Imperator Stellarum, Mater Luminis, y Pte Ska Win, los sellos de contención sencillamente no funcionan, a no ser que seas un unicornio y los alimentes con tu propia magia. Aparte de que todas las religiones existentes...
—¡Eh, princesitas! —gritó un semental—. ¡A hablar de teología os vais a cubierta, que intentamos dormir!

Mcdolia se disculpó y volvió a tumbarse. Aitana se cubrió el rostro y se durmió en pocos minutos. Por primera vez en semanas pudo dormir relajada, sin el enorme peso de la responsabilidad recayendo sobre sus hombros.

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NOTA DEL AUTOR:

Fin del capítulo ocho.

Estamos a punto de acabar la primera parte de “Aitana Pones”, falta un capítulo, o un capítulo y epílogo, aún no lo he decidido.

Si aún os lo preguntáis, pronto sabréis qué demonios es el famoso 'Cetro dorado del alicornio' (que no es el Twicane :P), y para qué piensa utilizarlo.

Oh, y por supuesto tendréis la primera pista de lo que ocurrirá en el siguiente libro de la trilogía: “Aitana Pones 2: La tumba del norte”.

Agradecimientos a Pandora por su grandioso personaje Poison Mermaid y su tripulación (en serio, cada vez que roleo con ella el mundo de Aitana crece más). A Quisco Mcdohl por su personaje Mcdolia y por ayudarme a escribir las confrontaciones entre esta y Aitana. Es curioso cómo estos dos personajes son tan contrarios y, a la vez, tan complementarios.

Los nombres de los dioses los saco de la mitología del autor Kolbjorn en su historia “Armonía”. Aunque nuestros universos son diferentes, su mitología me gusta tanto que tuve que hacerle un guiño en mis fics.

Un saludo y gracias por aguantarme. Próximo capítulo en breve.
[/quote]

[quote="McDohl";p=178730]De nuevo tensión por un tubo.
Spoiler:
Poison Mermaid se está ganando a pulso un altar, momento WTF del mástil incluido. Después de tanta acción por todos los lados, se agradecía una segunda parte del episodio ya mas relajada, pese al teaser que has dejado y que sin duda dará que hablar. Es una lástima que se acerque ya el fin, pero ha sido un viaje que ha merecido mucho la pena. Y gracias a ti por elegir a Macdolia como compañera de aventuras :)
[/quote]

Basta, basta, me sonrojáis :tsblush: No es para tanto, mi Poison es mucha Poison, nada más XDD Pero Volgrand, me encanta la vida que le puedes llegar a dar, la manera de exprimir al máximo la vena pirata de mi capi <3 Las gracias te las tengo que dar yo a ti por habernos hecho el honor a Poison y a mí de poder participar en algo escrito por ti :abrazo:[/quote]

Para nada, te diré sin rodeos que me encanta tu personaje. Me encanta con mayúsculas.Es genial, me parece muy muy bien hecho. A ver cuando sigues su historia :qmeparto: :qmeparto:
Los milagros no son gratuitos.

La ignorancia a veces puede significar felicidad, y en este caso, la nuestra resulta ser una verdadera bendición.


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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 7)

Mensaje por horwaith » 23 May 2014, 21:10

[quote="agustin47";p=179033][quote="Pandora";p=178984]
Basta, basta, me sonrojáis :tsblush: No es para tanto, mi Poison es mucha Poison, nada más XDD Pero Volgrand, me encanta la vida que le puedes llegar a dar, la manera de exprimir al máximo la vena pirata de mi capi <3 Las gracias te las tengo que dar yo a ti por habernos hecho el honor a Poison y a mí de poder participar en algo escrito por ti :abrazo:[/quote]

Para nada, te diré sin rodeos que me encanta tu personaje. Me encanta con mayúsculas.Es genial, me parece muy muy bien hecho. A ver cuando sigues su historia :qmeparto: :qmeparto:[/quote]
También y esta escena me encanta, sobretodo cuando les ha "encerrado" en el palo mayor a más de una xD
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 7)

Mensaje por Kefka1994 » 24 May 2014, 03:40

Bueno ya comente lo que me llamo la atención de los últimos tres capítulos en Fanfiction, no comentados antes por falta de tiempo, lo bueno es que ya obtuve tiempo suficiente para ello.

Ciertamente una pena que la historia se acabe tan pronto, pero como dijo alguien "hay historias que deben durar solo lo necesario" y sin duda esta puede terminar este ciclo en esta parte sin mucho problema.

[quote="Pandora";p=178984][quote="Volgrand";p=178697]Capítulo 8: "La hermandad de la sombra"


Basta, basta, me sonrojáis :tsblush: No es para tanto, mi Poison es mucha Poison, nada más XDD Pero Volgrand, me encanta la vida que le puedes llegar a dar, la manera de exprimir al máximo la vena pirata de mi capi <3 Las gracias te las tengo que dar yo a ti por habernos hecho el honor a Poison y a mí de poder participar en algo escrito por ti :abrazo:[/quote][/quote]

Mmmm... interesante así que esa pegaso es de tu autoria, me imagino que aparece en ese fic llamado "la dama venenosa" ¿no?, quizás le de una leída mas adelante haber que tal esta.

Por cierto Volgrand, recién mirando en la casilla de reviews me leí el review de ese tal Yurah y solo diré que atraes a tipos raros, o sea ¿quien alaga a una persona para luego insultarle sin mas? me sorprende que no hallas borrado ese comentario aun cuando solo fue destructivo.
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